Nano Stern: “Los chilenos y las chilenas de mi generación somos el producto soñado del proyecto neoliberal”

Nano Stern
“Los chilenos y las chilenas de mi generación somos el producto soñado del proyecto neoliberal” (Foto: Nano Stern Facebook Oficial)

A 50 años del Golpe de Estado que el 11 de septiembre de 1973 derrocó al gobierno de Salvador Allende, marcando el inicio de una de las etapas más oscuras de la historia de Chile, Nano Stern acaba de editar Nano Stern canta Víctor Jara, un álbum en el que interpreta 12 canciones del artista chileno, acribillado apenas cinco días después del asalto al Palacio de la Moneda.

“Es un momento en el que tenemos la oportunidad de ejercitar la memoria. Y ‘ejercitar’ es un verbo que elijo porque la memoria es un músculo que, si no lo hacemos, se debilita y termina siendo inútil”, explicó el músico trasandino, que el próximo 22 de septiembre presentará este material en vivo en el teatro Ópera porteño.

El arraigo como faro

A sus 38 años, Nano ocupa un lugar central en la música popular del país vecino, después de haber recorrido un camino que tuvo su punto de partida en la música clásica, que tuvo la posibilidad de abordar “desde ese lugar atípico que es el método Suzuki, que te enseña de una forma distinta, te hace jugar con la música y te aleja bastante de las ‘no músicas’”.

El cantante y compositor asocia la idea de las ‘no músicas’ a la uniformidad que plantean las grandes cadenas de consumo o los sitios que el antropólogo Marc Augé definió como los ‘no-lugares’. Los centros comerciales, los Starbucks… algunos de los sitios que mencionó entonces como ejemplos.

“Lugares que son uniformes y que nos quitan sentido de arraigo, de identidad, de pertenencia; de sentir también los pequeños rituales que nos quedan, como tomarse un café, sentarse y conversar en un espacio. Todo termina siendo una cuestión transitoria, rápida, estandarizada”, reflexionó.

Y agregó: “Esto permea en muchos niveles de nuestra cultura, como la música, que empieza a ser muy uniforme, y uno prende la radio en Japón (no he estado), Estonia y en Chiloé y en Ushuaia y en Toronto y lo que suena es más o menos lo mismo, a pesar de que los idiomas sean diferentes”.

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—Una base común que la convierte en un producto de acceso irrestricto.

—Sí, termina siendo una especie de chicle medio deforme que no molesta a nadie, que no incomoda tampoco, que no dice mucho y que cumple una función pasajera como un café al paso. Es como lo cuadros de los hoteles: están ahí. Una pradera en la que está todo bien. Te tranquiliza, pero no estimula a nadie ni te hace vibrar de ninguna forma.

—¿Eso es algo de lo que te diste cuenta en algún momento en particular? Vos viajaste mucho y habrás visitado muchos ‘no-lugares’…

—Y muchos lugares, afortunadamente. Y el contraste entre esas dos cosas se vuelve cada vez más burdo. Por suerte, en cierto sentido es más fácil darse cuenta, porque los no-lugares tienden a ser cada vez iguales, la no-música tiende a ser cada vez más igual. La no cultura. Creo que está y es muy evidente. Por lo tanto, yo que tengo la suerte de viajar mucho procuro siempre escaparme de eso lo más posible. Aunque como tu dices también, en el trajín de la gira, del trabajo, viene bien, de repente un no-lugar que no requiere ni de atención ni asimilación de lo que estás viviendo. Pero también vuelve más fácil identificar los lugares, los culturas, los refugios que quedan de identidad. Eso, por ahí nos juega a favor. El lado positivo de la uniformidad es que aquello que sí reviste una identidad se vuelve más evidente.

—¿Cuánto tuvo que ver eso en tu decisión de vincularte de una manera más estrecha con la llamada nueva canción chilena?

—Creo -estoy pensando en voz alta- que los chilenos y las chilenas de mi generación somos como el producto soñado del proyecto neoliberal en Chile, que aspira a todas esas cosas, a punto que cuando llegó el primer McDonalds era una cuestión que había que admirar. Pero a mí, como que de niño ya no me cerraba. Y desde chico he sentido una atracción un poco inexplicable por las cosas que se vinculaban con un arraigo cultural, con un sentido de identidad, siempre confusa, variante… etérea. Y finalmente, de más grande entendí que tengo un interés en general por el estudio diacrónico de las cosas. La etimología, la música tradicional, la comida de los lugares, que es muy importante, las distintas lenguas; todas esas cosas me apasionan y siento que son un nutriente fundamental para cualquiera que se dedique a cualquier actividad creativa, que son prácticamente todas las actividades del ser humano.

Entre Viña del Mar y el compromiso

—Partiendo de ese punto, que uno de tus discos (Mil 500 vueltas) haya alcanzado el número 1 en iTunes supone una contradicción. ¿Cómo se combinan esa búsqueda artística con el éxito comercial?

—Es una rareza. Yo tampoco me la explico del todo. Coincidió con que había estado en el Festival de Viña del Mar, que es como el reino del mainstream. Pero creo que es importante abrirse a esos espacios y defenderlos con uñas y garras y entender que hay ciertos momentos en los que pareciera que las culturas toman giros inesperados en los que vuelven a brotar ciertas cuestiones que reivindican a muchos niveles. Cuando fui a Viña e hice ese disco también tomé conciencia de lo que estaba pasando no era normal sino muy atípico. No sé si me vuelva a pasar, no aspiro tampoco a ese lugar. Pero en hora buena si sucede y me permite construir una trinchera firme, bien anclada, una defensa fuerte de un territorio por el cual colectivamente mucha gente antes, y espero que mucha gente después, se pasa la vida también en una búsqueda que no responde necesariamente de una manera automática a los dictámenes.

Nano Stern
Cantautor, multiinstrumentista, poeta y buscador incansable de lo genuino. Acaba de editar “Nano Stern canta Víctor Jara” y lo presenta en el Teatro Ópera (Foto: Nano Stern Facebook Oficial)

—Es como sucede en el fútbol, cuando un equipo gana un par de partidos y eso le permite al técnico trabajar su propuesta con cierta tranquilidad. Te da un respaldo, y un capital.

—Claro, porque por lo menos mi camino nunca ha sido de indiferencia hacia lo que pasa fuera de mí. Siempre es bueno prestar atención, ver lo que está pasando, pero no rendirse ante eso. Creo que hay siempre una conversación interesante entre la propuesta y la apuesta personal y el mundo en que vivimos. Y poco a poco voy sintiendo que es posible encontrar ese lugar.

—¿Te reportó algún tipo de crítica haber estado en Viña, entre tus seguidores más “puristas”?

—Creo que hay que tomarse con mucha tranquilidad ese tipo de situaciones, porque en esta sociedad del espectáculo, cualquiera que brille y esté en el spotlight un rato se convierte, en cierto sentido, en un punto más visible que siempre viene de un antes, o que viene de otro lugar. Entonces, más que críticas, el costo que puede haber significado en un lugar tan masivo como ése es la desafección de un mundo más under que dice: “Uy, ya lo perdimos”. Es normal y entendible. Pero habiendo pasado por la entraña de la máquina, digo: Por supuesto que cuando uno se enfrenta a la masividad y a la industria cambia el tipo de reflexión que uno lleva, pero en lo personal me parece que es una oportunidad de conocer desde adentro y luego aportar. Y hay que tener muchas claridad y certeza de por dónde va la cosa.

—¿La tuviste?

—No siempre la he tenido, y he tenido momentos de mareo, también. Pero es parte de la vida. Y creo que es también una cuestión generacional en Chile, que se ha dado y que tiene que ver, por ejemplo, de manera muy directa con quienes hoy gobiernan. Gente de nuestra generación, cercana, amigos que también de manera bastante precipitada se han visto en un lugar de toma de decisiones de gobierno, de dirigir un proyecto de país con engranaje. Con otra mirada, pero teniendo que aceptar -diría que es el verbo- que hay que lidia con todos estos distritos lugares y lógicas que a veces no nos gustan. Pero marginarse de eso no creo que aporte particularmente. Es más fácil, es un lugar de seguridad, es súper cómodo quedarse siempre en el under y reivindicarlo, y está muy bien. Pero creo que hay también un desafío interesante en, de repente, asomarse.

Profesionalismo vs. Cinismo

—¿Cuánto cuesta no verse arrastrado por la tendencia y cuánto lograr que el otro entienda esa idea?

—Cuesta, particularmente, procurar no convertirse en un cínico. También el escenario es un lugar complejo porque sucede una mezcla de proyección de un rol que uno juega y de un mensaje que uno conscientemente quiere compartir con la intimidad de la persona que está ahí parada, que puede estar pasando por un día de mierda, que puede estar sintiendo que no tiene ningún sentido. Entonces, hay una mezcla de profesionalismo y sensibilidad, de honestidad y de saber encajar lo que sea que te esté pasando, de una manera positiva, de una manera bella en lo estético que abra, de alguna manera, el camino a esa belleza un poco más profunda. Y creo que tiene que ver con la defensa también del ritual.

—¿Te pasó acostumbrarte a la situación del escenario y que el ritual se convirtiera en una simulación de tal? Hay quienes dicen que cuando uno se acostumbra a lo que está pasando, es mejor bajarse; en cambio otros sostienen que cuando logras tener todo bajo control, las cosas funcionan mejor. ¿Te sentís identificado con alguno de los dos?

—Me pasaron ambas cosas. Creo que hay un punto medio entre ambas cosas. Creo de manera militante en el rigor formal, en la poesía. Me gusta mucho escribir sonetos, décimas, un tipo de poesía que responde a moldes muy estrictos del barroco; y en el soneto anterior, en el que hay ciertas reglas de juego que están muy claras. Y en la medida que uno sepa ese reglamento de atrás para adelante, de taquito y con los ojos cerrados, dentro de ese marco existe una libertad maravillosa. Creo que cuanta más claridad hay es mayor la oportunidad de moverse libremente dentro de esos márgenes. La carencia absoluta de márgenes es una cuestión que no conduce a mucho, en los procesos creativos. Por lo menos a mí. No sé conversar muy bien con la posmodernidad, en ese sentido.

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“Es nutritivo y hermoso volver la mirada atrás sin nostalgia, sino desde la vida” (Foto: Nano Stern Facebook Oficial)

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Reglas claras y límites para ser libre

—¿Esa mirada conecta con tu formación académica?

—No, para nada. Creo que eso es una visión por cierto muy común, pero muy desentendida de la realidad del asunto, porque la tradición está llena de reglas tácitas, que no necesariamente están escritas y que pertenecen al mundo de la oralidad. Pero mucho más que la cultura escrita, se construye en base a ciertos fenómenos que responden a la rigurosidad. La décima es un ejemplo maravilloso, porque nace en el barroco español como un artefacto poético muy intrincado, complejo, que por razones atendibles pero de manera un poco inexplicable se vuelve el vehículo preferido de los poetas populares y orales, y muchas veces analfabetos, en toda Latinoamérica. Sin excepción.

—¿Qué ocurre con el sonido? Sobre la música académica suele pesar esa máxima de que todo debe sonar de determinada manera y no hay margen para cambiar nada.

—Cito una frase maravillosa de la Violeta, que decía: “La canción es un pájaro que odia las matemáticas y ama los remolinos”. Me parece interesante. Creo que también nosotros vemos a la música académica desde los conservatorios, que son lugares como los museos, donde el arte va a morir, con todo el respeto que me merecen esos lugares de formación en los que pasan grandes cosas. Pero los grandes maestros, digamos, que se estudian en los conservatorios, muy poco de los fueron a un conservatorio. Estudiaron mucho, pero eran personas del oficio. Eran artesanos. Toma a Bach, a Beethoven o Mozart. Son gente que desde niños estuvieron metidos en esto y que también, si uno observa lo que aportó cada uno, ese aporte es igual a transgresión, de distintas maneras. Pero no desde un lugar de la pose y desafección de parecer indiferente a lo que viene de antes.

—Una actitud por cierto desagradable.

—De una arrogancia y una falta de pudor impresionante. Origen y originalidad son dos cosas muy importantes, y sin entender de dónde venimos es muy vano el ejercicio de intentar hacer cosas nuevas, en el pensamiento y en la emoción. Está todo ahí. Hay mucho camino recorrido. Creo que Violeta es un ejemplo inmejorable: antes de ser la compositora quizá de las mejores canciones de Chile, fue una persona que se pasó 20 años de su vida recorriendo el campo con una grabadora, aprendiendo, registrando, anotando y sobre todo compartiendo y absorbiendo una cuestión muy atávica, que fue lo que le permitió romper. Fue, en algún sentido, una punk. Pero una punk con escuela, oficio, tradición y respeto.

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“Creo de manera militante en el rigor formal, en la poesía” (Foto: Wikipedia)

Víctor Jara según Nano Stern

—En todo esto que charlamos, ¿cuál es el lugar de Víctor Jara?

—Era un poco como el hijo artístico de la Violeta, en muchos sentidos, porque generacionalmente le sigue, y principalmente porque conecta este viaje iniciático de Violeta Parra con el Chile de los años ‘60 y ‘70. Sobre todo, con el proceso de cambios sociales que se vino encima del ‘64 en adelante. Y por lo demás, claro, puede hacer todo esto porque es un artista extraordinariamente sensible, que nace en el campo, se cría en el inquilinato en una situación feudal y que luego migra a la ciudad. Jara primero entra al seminario, donde conoce esto del ritual con sus normas y contradicciones, de ahí pasa por el rigor del servicio militar, y todo eso lo transforma a punto de ingresar a la Universidad a estudiar teatro para convertirse en un director extraordinario, al punto de trabajar con el Berlin Ensamble de Bertold Brecht, y que luego, por su conciencia política decide -y esto consta en entrevistas- dejar el teatro y dedicarse a la canción porque tenía una llegada más masiva en una sociedad de masas en la que el quería incidir, en vez de quedar en una cuestión elitista como era en ese entonces en teatro en Chile. Todo esto, infundido y atravesado constantemente por una sensibilidad extraordinaria y por un arraigo en un Chile antiguo que ya no existía; el del campo en el que creció, con una avidez por ser moderno y cruzarse y colaborar con otras visiones, que le permiten transitar un camino poético muy interesante, que va evolucionando de sus primeras a sus últimas canciones. Y en el disco que hice hay una intención, también, de explicitar ese camino.

—¿Cómo hiciste para elegir el repertorio?

—El álbum comienza con la primera canción que hizo y cierra con la última que grabó. Fueron varias etapas, varios umbrales. Primero fue separar aquellas que no son suyas, que son muchas; luego, de las que quedaron, excluir las contingentes, y finalmente me quedé con un tercio de su obra, de la cual seleccioné con dos últimos criterios: que fueran representativas de distintas épocas y sensibilidades que se ven en su obra, y que me gustaran y emocionaran.

—¿Qué lugar ocupan, o deberían ocupar esas canciones en la realidad actual chilena?

—Curiosamente, la canción que ha tenido más vida recientemente en el cotidiano de Chile es “El derecho de vivir en paz”, que no está en el disco. Es muy raro lo que pasó con esa canción, porque se enarboló como un grito de lucha en medio del estallido social, especialmente por lo que dice el coro, pero el resto de la canción habla muy específica sobre la Guerra de Vietnam. Y luego, creo que las que están reivindican la vida: eso para mí es lo más importante. Mi generación creció con el relato de la historia de Chile que nos fue entregado por la transición y los gobiernos de la concertación, en los que de manera muy conveniente se hablaba mucho del martirio, del sufrimiento, del golpe, el exilio y de la recuperación de la democracia, pero se hablaba nada del período de la Unidad Popular. Anda tú a saber por qué.

—¿Por qué?

—Yo tengo mis ideas y las compartimos con la gente de esa generación, con un cierto pudor de la época, una cierta culpa, quizá. Por eso, los distintos proyectos que estoy haciendo este año, este disco y un documental, buscan rescatar la esperanza, la sensación de creatividad, de libertad, de experimentación… Cosas que responden a personas que no habían vivido una tremenda derrota histórica y que no habían sido torturadas ni martirizadas. Creo que estas canciones nos devuelven un poquito la vida de Víctor Jara, y nos hacen reconectar con un período fundamental de nuestra historia como pueblo, país y nación, que nos fue arrebatada, y sin la cual no podemos realmente entender quiénes somos nosotros. Siempre, y en particular cuando hay periodos tan desgarradores y violentos, es nutritivo, y es hermoso volver a la belleza, volver la mirada atrás sin nostalgia, sin una afán museológico sino desde la vida.

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“La canción como artefacto, cuando más brilla es cuando menos elementos distractores tiene. O sea: la melodía, el texto y un mundo armónico” (Foto: Nano Stern Facebook Oficial)

—¿Cómo está planeado que sea el concierto de septiembre en el Ópera? ¿Vas a mantener el formato de guitarra y voz, como en el disco?

—Sí, es un concierto centrado en el disco y las canciones de Víctor, aunque también hay espacio para algunas otras canciones que son mías. Será un diálogo entre ese Chile y el de hoy día. Las canciones son también una linda manera de que conversen ambas realidades. Y el concierto es además una posibilidad de invitar a mucha gente querida de aquí. Tengo muchos amigos en Buenos Aires. Estoy absolutamente encantado de tocar solo. Pienso en el mismo Víctor, la Violeta, Atahualpa… La canción como artefacto, cuando más brilla es cuando menos elementos distractores tiene. O sea: la melodía, el texto y un mundo armónico.

—Al mismo tiempo que se genera un compromiso diferente en el público con la escucha.

—¡La atención! Está todo crispado, constantemente y literalmente se genera durante dos horas un mundo que pende de la punta de los dedos. Así de sutil. El más mínimo gesto tiene una repercusión en ese ritual. Y estoy encantado de que sea así.

* Nano Stern presenta “Nano Stern canta a Víctor Jara” el próximo 22 de septiembre en el Teatro Ópera (Av. Corrientes 860); entradas en venta a través de Ticketek desde $3360.

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