Especial para Infobae de The New York Times.
Todos los domingos a las 2 de la tarde, Marisela Godinez, propietaria de El Mesón Tequilería, un restaurante mexicano de Austin, Texas, solía llenar un bote de 45 litros, más la mitad de otro, con la comida que sobraba del buffet que hacen para el brunch en el restaurante. “Tirábamos mucha comida”, dice.
Hace unos meses, Godinez se registró en una aplicación llamada Too Good To Go. Ahora 10 clientes recogen “bolsas sorpresa” de sus sobras por 5,99 dólares cada una, y envía muchos menos restos al basurero o a la composta.
En todo Estados Unidos, las aplicaciones que ponen en contacto a los clientes con los negocios a los que les sobran restos de comida han empezado a extenderse. El concepto es sencillo: los restaurantes y las tiendas de comestibles tiran enormes cantidades de alimentos todos los días. En lugar de tirarla a la basura, aplicaciones como Too Good To Go y Flashfood ayudan a los negocios a venderla a un precio reducido. Afirman que los comercios y los compradores ayudan al medio ambiente porque, de otro modo, los alimentos se convertirían en residuos alimentarios, los cuales contribuyen en gran medida al cambio climático.
Las aplicaciones, que ganan dinero con una parte de cada venta, se promocionan con un lenguaje que parece más un llamado a tomar las armas que una lista del súper. “Lucha contra el desperdicio de alimentos”, dice la descripción de Flashfood. La promoción de Too Good To Go llama a los usuarios “guerreros del desperdicio de alimentos”.
Están apareciendo aplicaciones similares en todo el mundo. En Singapur, treatsure empezó a vender las sobras de los buffets de los hoteles y en fechas recientes ha empezado a asociarse con supermercados. En Hong Kong, Phenix vende en panaderías, cafeterías y restaurantes de comida para llevar. Tabete sigue un modelo similar en Japón.
La producción de alimentos es una de las principales fuentes de emisión de gases de efecto invernadero, ya que representa entre una cuarta y una tercera parte de las emisiones mundiales. Cada paso del proceso (cultivo, cosecha, traslado, procesamiento, empacado, almacenamiento y preparación de los alimentos) libera dióxido de carbono, metano y otros gases que calientan el planeta. Cuando los alimentos se desperdician, sucede lo mismo con todas esas emisiones.
Además, una vez que los alimentos no utilizados llegan a los basureros, se descomponen y liberan más metano.
“Desperdiciamos entre el 35 y el 40 por ciento de los alimentos que producimos”, aseveró Emily Broad Leib, directora de la Clínica de Derecho y Política Alimentaria de Harvard. Gran parte de ella es perfectamente comestible, pero puede resultar costoso para las empresas almacenarla, transportarla y donarla o venderla. “En la medida en que todas estas aplicaciones les faciliten las cosas a las empresas, creo que son muy positivas”, comentó.
Flashfood fue lanzada en Toronto hace media década y ahora trabaja con más de 1400 supermercados en Estados Unidos y Canadá (aunque sigue siendo solo una pequeña fracción de las decenas de miles de tiendas de comestibles en general), incluidas cadenas grandes como Meijer, Giant y SpartanNash. Hace poco entró en el mercado de Nueva York en una tienda Stop & Shop del Bronx. Cuando los alimentos se acercan a su fecha de caducidad, en lugar de tirarlos, los comerciantes pueden escanear los productos en el sistema Flashfood para venderlos a mitad de precio. Los clientes pueden revisar los artículos a través de la aplicación, comprarlos y recogerlos en una tienda local. Flashfood se queda con un 25 por ciento.
En Hammond, Indiana, Jerry Wash, un agente ferroviario jubilado, dice que revisa con regularidad para ver qué hay disponible en su Meijer local. “Nos levantamos por la mañana y ya sabes, la mayoría de la gente está revisando sus redes sociales”, dijo. “Nosotros revisamos Flashfood”.
Wash aseveró que él y su esposa, Jody, no compraban en las secciones habituales de liquidación de las tiendas de comestibles, donde, en palabras suyas, los alimentos en venta están “magullados” y “podridos”. Últimamente, añadió, planifican las comidas en función de lo que está disponible en la aplicación.
Josh Domingues, fundador y director general de la empresa, reconoció que había recreado el estante de liquidación en los teléfonos de las personas, pero dijo que la presentación era clave. “Estos alimentos no están segregados en la esquina de atrás, eso, casi te hace sentir mal por ir a escoger”, dijo. En su lugar, en la parte delantera de las tiendas de comestibles hay refrigeradores marcados de azul con carteles que animan a la gente a ayudar a combatir el desperdicio de alimentos.
Too Good To Go ha intentado convertir la compra de comida sobrante en un juego. En Estados Unidos, los clientes de 12 ciudades pueden buscar en restaurantes y tiendas, y luego reservar “bolsas sorpresa” que suelen costar entre 4 y 6 dólares y que contienen alimentos cuyo precio original habría sido aproximadamente el triple. Las bolsas pueden recogerse en un horario determinado. Too Good To Go se lleva 1,79 dólares por bolsa y les cobra a los socios una cuota anual de 89 dólares.
Jennifer Rexrode, analista fiscal en Austin, se enteró de la existencia de la aplicación en mayo. “Una de mis amistades publicó una foto de la comida que había conseguido con Too Good To Go de un restaurante local de carnes, les dieron un montón de costillas”, dijo. “Y yo pensé, ¡quiero un montón de costillas! Así que me registré”.
Rexrode aseguró que el elemento sorpresa hace que parezca como ir a pedir dulces en Halloween. De las 76 bolsas que ha ordenado, destacan siete tacos húmedos y un sándwich de pollo que preparó en su freidora de aire (3,99 dólares), dos docenas de kolaches de salchicha extragrandes que compartió con su mecánico (5,99 dólares) y siete pedidos distintos de pastelillos, rollos de canela, galletas, cuernitos, tartas y falafel (entre 3,99 y 4,99 dólares cada uno) que recogió uno detrás de otro en su cumpleaños.
“Los clientes lo disfrutan de verdad”, afirmó Jamie Crummie, cofundador de la empresa. Algunos usuarios publican videos de sus compras en TikTok, y hay una comunidad en Reddit de más de 10.000 personas que comparten fotos de sus bolsas.
Otros comparten sus sorpresas en Facebook. Kate Mytron, de Portland, Oregón, publicó una foto de cuatro rebanadas de pizza con la leyenda “No es la mejor pizza, pero bien vale los 5 dólares”. En Nueva York, Joel St. Germain publicó fotografías de una bolsa de productos podridos. “No había nada comestible en ella”, dijo. “Todo fue a parar a la basura, al cien por ciento”.
St. Germain dijo que en fechas recientes había reducido el uso de la aplicación, pero no por los malos pedidos ocasionales, sino porque estaba subiendo de peso por comer demasiada pizza y pastelería.
Too Good To Go es más popular en Europa, donde opera en 15 países y tiene asociaciones con cadenas internacionales como Starbucks, Pret A Manger y Costa Coffee. En Estados Unidos, la empresa dijo que seguía expandiéndose y que actualmente estaba probando asociaciones con Safeway y Panera.
Varios expertos en desperdicio de alimentos se mostraron optimistas ante la posibilidad de que este tipo de aplicaciones ayuden a limitar la cantidad de comida que se envía a los basureros y, aunque las organizaciones benéficas suelen redirigir los alimentos no deseados de los restaurantes y tiendas de comestibles a los bancos de alimentos y comedores comunitarios, “hay espacio para que coexistan todos estos tipos de soluciones”, afirmó Lorenzo Macaluso, director de crecimiento del Center for EcoTechnology, un grupo sin fines de lucro que se centra en el tema. “Por desgracia, hay demasiado desperdicio de alimentos”.
Macaluso señaló que estas aplicaciones están orientadas a la venta de pequeños volúmenes de productos perecederos, mientras que los bancos de alimentos suelen estar preparados para gestionar donaciones mucho mayores. “Así que este tipo de aplicaciones están cubriendo un nicho muy interesante y único”, dijo.
Rexrode, la analista fiscal de Austin que utiliza Too Good To Go, ha pensado en el efecto para el clima que tienen sus acciones. La aplicación incluye detalles sobre cuántos kilos de dióxido de carbono ha “ahorrado” en función del número de bolsas sorpresa que ha comprado, que en su caso es de 190 kilos.
No obstante, comentó, esa cifra podría no ser del todo exacta. “No saben cuánto he contribuido al ir a recoger la comida”, dijo Rexrode. “¡Me voy en auto!”.
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