De a poco, fueron varios los que eligieron Twitter, Facebook e Instagram para contar sus propias historias de dolor y angustia. La denuncia del martes pasado de Thelma Fardin contra Juan Darthés por violación cuando ella tenía 16 años, dio impulso a muchas personas a contar públicamente haber pasado por experiencias similares y lo que comenzó tímidamente se convirtió en una suerte de aluvión de historias desgarradoras.
Pero no ocurrió únicamente en las redes sociales. A partir del anuncio en la conferencia de prensa del colectivo Actrices Argentinas, las consultas a las organizaciones que trabajan en la temática de la violencia de género y la línea 144 de asistencia y prevención, también se multiplicaron.
Lo mismo ocurrió con la línea nacional contra el abuso sexual infantil (0800-222-1717). De acuerdo a cifras recientes del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, las llamadas saltaron de un promedio diario de 16 a 55 el día que se hizo pública la acusación. A las 48 horas, ese número se elevó a 214, por lo que en esa jornada creció 1.240 por ciento.
Los especialistas explicaron que la difusión de un caso como el que sufrió la joven actriz genera un “efecto de identificación” y un contexto favorable para que las víctimas sientan que serán “escuchadas”.
Esto se evidenció masivamente en las redes sociales, espacios que se llenaron en los últimos días de revelaciones que durante mucho tiempo se guardaron en la intimidad: testimonios de acosos, de abusos, de violaciones.
Con la consigna Mirá cómo nos ponemos mujeres y hombres decidieron compartir hechos traumáticos que padecieron durante algún momento de su vida, en muchos casos durante la infancia. Miles de historias narradas con crudeza salieron a la luz; prácticamente todas focalizando en el tiempo que les llevó contarlo abiertamente por lo difícil que les resultó.
“A los 4 me abusaron, a los 15 me violaron: hoy tengo 18 y no me callo más”
M., quien prefirió reservar su identidad, escribió: “Tenía entre 4 o 5 años y estaba con mi hermana cuando el vecino de mi tía nos obligó a entrar a su casa, mostrándonos un montón de juguetes. Inocentes, entramos y el flaco nos empezó a manosear. Mi tío salió, nos pegó el grito y con mi hermana fuimos corriendo. Nos dijeron que no teníamos que estar con ese hombre porque hacía cosas malas”.
“Al poco tiempo lo olvidé. Mi cabeza no me permitía recordarlo. Lo recordé una tarde cuando mi amiga me dijo que sufrió abuso sexual. Desde ese día no dejo de llorar; por mí, por mi hermana, porque nunca hicimos nada, porque crecimos calladas”.
“Tenía 15 años, recién me había separado y este pibe me invitó a la casa. Como una idiota, fui. Estábamos en la pieza, empezamos a chapar, me empezó a dar besos en el cuello y le dije que no; me puso la mano en su pija y le dije que pare, que no quería; me empezó a colar los dedos, se subió encima mío, me dio vuelta y me violó. Le decía que no, que pare, que salga de encima mío. Agarré mis cosas y me fui, normalizándolo, pensando que estaba bien y que la culpa era mía por haber ido hasta su casa. No fui con esa intención, no pensé que iba a pasar lo que pasó”.
“Semanas después este pibe le dijo a todo el colegio que había cogido conmigo; yo, muerta de vergüenza, no me podía ni mirar en el espejo. Nunca lo hablé. Siempre fui de callarme todo. Por culpa de esto me sentía menos, me sentía un pedazo de basura, me cortaba los brazos cada vez que se me venía esa imagen a la cabeza. Me costaba confiar en la gente. Me culpé durante muchísimo tiempo sobre este hecho hasta que hoy entendí que no fue mi culpa: yo dije que no, una y otra vez dije NO”.
“Durante muchísimo tiempo tuve que vivir con esto sin contarlo, sin hablarlo. Lo pude hablar recién este año con una amiga. Ya me cansé: no me callo más. No tenía por qué sufrir esto. En ambos casos estaba donde no tenía que estar, en ambos casos estos dos flacos me quitaron todo: la inocencia, la dignidad. Me humillaron. Pero hoy puedo hablar y decir que me quitaron el miedo. No me voy a callar más porque entendí que no fue mi culpa estar en el lugar de los hechos; fue su culpa, el NO es NO ante cualquier circunstancia. Me abusaron a los 4, a los 15 me violaron; hoy tengo 18 y no me callo más”.
“Siempre me escondí por miedo al que dirán, pero acá estoy para que a ninguna más le pase”
La usuaria Manon Núñez Ferreira hizo público su caso en su perfil de Facebook. Fue a fines de 2015, en una fiesta navideña. Cinco hombres abusaron sexualmente de ella mientras estaba en estado de ebriedad. Seg{un le confirmó a Infobae, la víctima hizo la denuncia en la Fiscalía Especializada en delitos derivados de violencia familiar, de género y delitos contra la integridad sexual N° 2 de la localidad bonaerense de San Justo.
“Hace un año vengo pensando de qué manera hacer este descargo. Ocurrió hace tres, pero a mí me mueve las tripas desde hace menos. Porque las pibas me hicieron dar cuenta que no me tengo que quedar callada, que ellas sí me van a creer. Por dentro pensaba, ¿me van a creer? ¿Y si me amenazan? ¿Y si me dicen que soy una puta por estar borracha? Pero eso ya no me importa. Lo único que me importa en este momento es condenar a estos machitos que me violaron, que no fue uno, sino cinco”.
“Durante una fiesta post Navidad, había tomado tanto que ya no sabía ni como me llamaba. Además, tenía ropa cortita y apretada. Alguien (persona que no conocía) quiso bajarme el pantalón mientras bailaba, también queriendo aprovecharse de mi estado. Pero después pasó lo que no tenía que pasar: me llevaron. Inconsciente y sin mi consentimiento. Se aprovecharon de mí y me violaron entre los cinco. Todos juntos”.
“Se aprovecharon de mi estado, de mi cuerpo, de qué no podía hablar, de qué no sabía ni dónde estaba. Me levanté desnuda y no sabía que había pasado, no entendía nada, hasta que lo supuse. Todos durmiendo en la misma pieza, y era la única mujer. Lo sentí. Me dí cuenta de lo que pasó”.
“Nunca lo había considerado una violación hasta que empecé a tener problemas con mi cuerpo, hasta que llegó el día en que no me podía sacar la ropa con mi pareja, hasta que tuve problemas de aceptación y tuve trastornos alimenticios. Hasta que perdí amistades, hasta que del psicólogo me derivaron al psiquiatra, hasta que me medicaron. Hasta que las pibas me sacaron la venda de los ojos, y me hicieron dar cuenta que yo decido sobre mi cuerpo y nadie más. NADIE, en el estado que sea, me ponga lo que me ponga, me quede en la casa donde me quede (en este caso, la de mi ‘mejor amigo’, que me supo entregar muy bien al parecer a su manada)”.
Nunca lo había considerado una violación hasta que empecé a tener problemas con mi cuerpo
“Estoy en tratamiento psicológico y psiquiátrico en este mismo momento. Sí, aún tres años después. No saben el daño que me hicieron; a mí y a mi familia. A mi cuerpo. Yo siempre creí que tuve la culpa. Por estar en ese estado, en una fiesta donde había gente que conocía y gente que no, pero con ropa ajustada y corta. Pero no, la culpa es de los que violan y creen poder decidir sobre una”.
“Escribo esto entre lágrimas. Nunca pensé que iba a ser capaz de hablarlo. Siempre me escondí por miedo al que dirán, pero acá estoy. Para que a ninguna piba más le pase. ¿Por qué tardé tanto en contarlo? Porque cuesta sanar, porque lleva tiempo aceptarlo y dejar de tener vergüenza con los demás. Es esa vergüenza que nos impuso el patriarcado para que nos quedemos calladas y lo vivamos entre las sombras”.
“Nunca más. Nunca más me voy a callar. Nunca más me van a denigrar de esa manera. Nunca más van a decidir sobre mi cuerpo. Nunca más se van a aprovechar de mí. Me llenó de odio, pero prefiero que la vida y, sobre todo, las pibas les devuelvan todo el mal que me hicieron. Por suerte estoy rodeada de gente que me quiere, me cree y sobre todo me cuida”.
“Ojalá deje de doler”
En su mayoría son hechos que tiene como narradoras a mujeres. No obstante, también hubo hombres que se animaron a compartir sus historias en las últimas horas. Juan Manuel Lavigne fue uno de ellos.
“Lo cuento recién ahora, con nombre y apellido porque estoy rodeado de amigas maravillosas y llenas de fuerzas, que me dieron la confianza para liberarme y tratar de sanar”.
“Hoy me doy cuenta que tenía aproximadamente 6 años cuando empecé a sufrir el abuso de un hombre. Era el kiosquero del barrio, un señor siempre muy ‘simpático’, muy ‘atento’, pero súper enfermo. Cada vez que iba solo, me hacía pasar del lado de adentro para ‘elegir un premio’, manoseos en la cola mediante, por arriba de la ropa. De ahí pasó a decirme que iba, que quería que me quedara ‘charlando’ y empezó a insistir con invitarme a merendar. Ante mis negativas constantes y al ver mi reacción de temor cuando iba con mi papá, su simpatía y atención cambiaron a amenazas; a decirme que si le decía algo a alguien me iba a mandar a ‘los chicos malos del barrio’ para que no pudiera jugar más y que él tenía la llave del portón de la esquina (una casa que tenía varios perros ovejero alemán) para abrir la puerta y que ‘me coman’. Esto me llevó a aislarme y a volverme un nene lleno de fobias y miedos. No podía ni quería despegarme un segundo de mi mamá y todo me empezó a costar muchísimo”.
“Pero lamentablemente esto no quedó ahí y la vida me volvió a poner a otros hijos de la mierda enfrente”.
“Cuando después de un par de años de ir a lo de ‘la señora que me hacía jugar’ (psicóloga) logré empezar a socializar con otros chicos, a salir de mi casa, a empezar a jugar, etcétera, en una de esas salidas caí en la casa de un compañerito de la primaria que era con el que más relación tenía. En ese momento estaba de moda y era furor en la TV un concurso de fisicoculturismo. Ese día no me lo voy a olvidar más. En la casa quedamos al cuidado de unos primos de 16/17 años, los cuales empezaron a decirnos que mostráramos nuestros músculos (imitando al programa). Nos empezaron a desvestir hasta que quedé completamente desnudo. De la vergüenza intenté encerrarme llorando en una habitación, cosa que solo empeoró la situación. De ahí en más sólo recuerdo que entraron, me pusieron boca abajo y mientras uno me penetraba, el otro decía ‘dale maricón, seguí llorando’. ‘Así se hacen los hombre’, dijo el que me violaba. 8 años tenía”.
“Mi vida jamás volvió a ser la misma. Lo reprimí tanto que durante 15 años ni siquiera tenía recuerdos claros de esto. Hasta que a los 23, después del primer intento de suicidio, pude decírselo a mi mamá, a los gritos y llorando de dolor”.
“Hoy tengo 25 y es la primera vez que me animo a contarlo con detalles, dándolo a conocer por mis propios medios. Lo hago sin sentir tanta vergüenza y entendiendo que la culpa no fue mía. Hoy tengo más ganas de vivir que nunca, no me dejo comer más por el recuerdo y estoy aprendiendo a convivir con esta herida. Yo no me callo más”.
Mientras lo edité se me ponia la piel de gallina pic.twitter.com/J4eNZwgQlB
— renitortolo✨ (@RenxTortolo) December 13, 2018
Así como estos tres desgarradores testimonios hay miles que se reprodujeron a escala mundial con otras campañas populares como el Me Too o Cuéntalo, en España. En el ámbito local también acompañaron el grito colectivo los lemas No es No y El tiempo del silencio se terminó.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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