Eran alrededor de las cinco de la mañana. Un día después de la final del Mundial 2006, Diego volvía de Alemania rumbo a Argentina. En el avión corrió la voz que estaba. Después de que se diera la cena, y antes de que se durmiera hasta aterrizar, decidí junto a dos compañeros ir a buscarlo para pedirle una entrevista. Al instante de provocar el contacto visual como si fuera casual, desde su asiento Maradona se puso a hablar de fútbol. A los pocos minutos una azafata, cordialmente, pidió desalojar el pasillo porque Claudia tenía que pagar su compra en el free shop aéreo. La chance de la nota parecía haber muerto en el aire. Pero fue él, terrenal pese a que no lo fuera, quien se paró. Se acercó al lado del baño, donde ya estaba con dos compañeros. El diálogo, bien argentino, fue subiendo el volumen en la semi oscuridad. En ese momento un alemán salió del toilette y, en un inglés tan perfecto como imperativo, lanzó sin saber quién estaba en ese pequeño grupo: “A ver si se callan, que acá queremos dormir, eh”. Maradona superó nuestro pedido de disculpas con un grito y le cambió el final a la frase. “Five minutes, puto”, lanzó. Más allá de que no se debe utilizar como un insulto, ni en ese tiempo ni ahora, lo mandó a sentar a su modo. Tal vez caprichosamente la memoria fue hacia ese lugar cuando Messi lo miró a Weghorst, el 19 de Países Bajos, y le retrucó en rosarino: “Qué mirá, bobo. Andá pa’ allá”.
La frase rápidamente se hizo viral. Y tal vez se le dio un rigor desmedido. Nadie festeja una descalificación, ni el propio Messi, pero en una disputa puede haber fricción con las piernas y la lengua. Quizá la contradicción aparezca en que el argentino dice que quiere ser respetuoso, educado y aplicado como Messi en el 95 por ciento de su vida; pero en realidad somos más rebeldes, gambeteadores de reglas y cancheros como nuestro amado Maradona. Leo, al que alguna vez se lo sospechó de español por no cantar el Himno, discutió de un modo más argento después de un partido de altísimo voltaje, en que se había sentido menospreciado por el entrenador rival. No utilizó un término terrible en la discusión ni le tiró con la cabina del var al rival. No fue grave ni mucho menos. Que discutió a lo Diego es un detalle de color, aún cuando hace no mucho algunos le pedían que si se iba de un Mundial lo hiciera pegando un patadón como el otro 10 en España 82. Esa vez le dio un planchazo terrible al brasileño Batista y es eterna la foto del Conejo Tarantini tocándole la cabeza en señal de contención. De hecho, en la Copa América 2019 varios pusieron en primer plano la rebelión de Messi contra la Conmebol -la primera vez que se dijo a lo Diego- que un torneo que él mismo calificó con 6. Lo bueno en Qatar es que en la cancha está en modo 10.
![Messi Topo Gigio](https://i0.wp.com/pulsodebuenosaires.com/wp-content/uploads/2022/12/H5RKI6X3KFCCNM4MIMBSXJIQEA-scaled.jpg?resize=5649%2C3765&ssl=1)
La comparación en principio no debería molestar. Es un sello de calidad cuando se mide con un monstruo indiscutido. Aunque es cierto que a la generación Sub 40 le irrita y tienen razones. Al hincha lo marca el jugador en su adolescencia, cuando crece con su pasión. Los más grandes, entonces, somos esclavos emocionales de Diego. Era México 86. Era levantarse los domingos y poner el viejo canal 9 para verlo en el Napoli, esas históricas peleas del equipo chico del Sur contra los poderosos del Norte. Más Maradona no se conseguía. Hoy los chicos y los jóvenes hace años que tienen en el fondo de pantalla del celular una foto de Messi. Al propio Leo en una época le dolió ese frente a frente, fundamentalmente porque en el fanatismo por defender a uno se lo minimizaba a él. Hoy queda en segundo plano porque Messi está jugando el Mundial de su vida, transcendental contra México, Australia y 10 puntos de calificación para todos contra Países Bajos. De todos modos, el que fue clave para no hacer crecer la disputa fue el zurdo de Fiorito. “Hola, monstruo”, le dijo con admiración la primera vez que lo vio. Fue el 19 de agosto del 2005, cuando Leo lo visitó en La Noche del Diez, el programa que conducía en canal 13. El pibe, inquieto, esperaba en un camarín en los estudios de Martínez. Se escuchó que alguien golpeó la puerta. Leo abrió y quedó mudo al ver a Diego.
Maradona siempre fue hincha de Messi. Lo respaldó como entrenador en Sudáfrica 2010, con abrazos que son fotos eternas. Solía aplaudir la velocidad a la que Leo lleva la pelota pegada al pie. Y si venía la mala, más aún salía a copar la parada con su pecho inflado. En la Copa América 2011, que se jugó en Argentina, Leo la padeció. Tanto que es histórico que en Santa Fe lo silbaron después del 0 a 0 con Colombia y un tiro libre que casi sale de la cancha. Diego tenía a Doña Tota, su mamá, muy enferma. Recuerdo que me buscó porque quería hablar. Una persona cercana a Maradona te llamaba, te pasaba un número al que había que rastrearlo a los cinco minutos y ahí aparecía él. Con la voz entrecortada, dijo para que lo sepa el mundo: “En el momento más triste de mi vida quiero salir a defender a Messi porque juega siempre. Quiere la camiseta de Argentina”. Pasaron varios años y Diego, antes de tiempo, se murió. Maradona no se podía morir. Y menos recién a los 60, aunque para él fuera el doble. Hace poco más de dos años, justamente, Leo le hizo uno de los mejores homenajes. Le metió el 4-0 al Osasuna, se levantó la camiseta del Barcelona y debajo tenía una de Diego en Newell’s, del 93. Con cero sensibilidad, el árbitro lo amonestó. Fue Mateu Lahoz, el mismo al que Messi castigó luego de su muy flojo nivel en Argentina-Países Bajos.
De cuento fue cómo Leo encontró esa camiseta histórica. “Estaba a la noche con Antonela y pensaba ‘tengo que hacer algo para Diego’. Fui a mi museo a buscar una de la Selección, o algo. Y estaba abierta una puerta que siempre está cerrada. Entré y arriba de una silla estaba la 10 de Newell’s. Ni me acordaba que la tenía. La vi y dije ‘ya está’. Increíble”, relató Messi. Esa historia quedó atrás, como los días en que le cobraban cuentas que no debía pagar. Aunque desde chico tuvo cerca un halo de Maradona, ese círculo luminoso que rodea a algunos astros. Leo era chiquito de físico y fue a hacer un tratamiento. “Doctor, ¿yo voy a poder crecer para jugar al fútbol?”, preguntó. Diego Schwarzstein lo miró, según recuerda el médico que trabajaba con el cuerpo técnico de Newell’s en “Messi, el distinto”, el primer libro que se escribió sobre Leo en la Argentina, y le respondió: “Vos vas a ser más alto que Maradona”. Messi creció y es cuatro centímetros más alto que Diego. Y si se permite la última similitud, ya hablando de fútbol, en este Mundial vuela como Maradona cuando se enojó con el alemán en el avión.
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