El abandono del Conurbano, en gran parte por la corrupción y la desidia de los últimos 30 años, es un desafío de salud particular. Más allá de lo estrictamente médico, escolarización, transporte, cloacas, agua potable, vivienda y empleo son medicinas poderosas para mejorar la salud, mejor que remedios. Hace 50 años se describía en Inglaterra el síndrome del estatus social. A mayor estatus socioeconómico, la vida sería más larga y saludable. Desde entonces, se investiga esta tremenda inequidad del mundo moderno. El Conurbano corrobora los hallazgos.
La esperanza de vida se acorta conforme descendemos en el nivel educativo y las condiciones de pobreza. Una persona con instrucción universitaria podría vivir hasta 12 años más que otra con instrucción incompleta. Los casos de hipertensión arterial, tumores, artrosis, infarto del corazón y otras enfermedades aumentan con los niveles de pobreza. Este fenómeno se verifica en nuestro país. Debido a no haber trabajado en resolver estos determinantes, en la Argentina fallecieron unos 45 mil adultos jóvenes cada año, que habrían llegado a ser abuelos de vivir, por ejemplo, en Japón. El Conurbano bonaerense padece desde hace décadas una esperanza de vida casi diez años menor que nuestros centros urbanos. La mortalidad materna ha sido una triste carga casi exclusiva de los sectores más humildes. El Riachuelo, en cuya cuenca secularmente contaminada viven uno de cada seis argentinos, predispone el 2% de la enfermedad y los fallecimientos.
Los niveles de estrés aumentan con la pobreza, la instrucción incompleta y las malas condiciones sociales en general. Esto deteriora los sistemas circulatorio e inmunológico, favorece enfermedades y, en definitiva, reduce la sobrevida. Un estudio de economistas de Harvard, en 32 países, muestra que la edad más crítica para los efectos de la pobreza sobre la salud sería entre los 10 y los 20 años de edad, lo que aumenta la mortalidad en los años posteriores por las causas descritas. Este fenómeno se conoce como “determinantes sociales de la salud”. Son factores centrales: nutrición, educación formal, medioambiente, condiciones de vivienda e infraestructura.
Para mejorar la salud en el Conurbano se debería haber trabajado en modificar estos determinantes sociales de la salud. Por décadas se ignoró el efecto negativo que sobre la salud de 11 millones de personas tuvieron zanjas con agua estancada en Solano, Glew o Laferrere; arroyos contaminados en Calzada o Florencio Varela; deterioro del camino de Cintura o la Avenida Monteverde; falta de agua potable en vecinos de Burzaco que acuden a canillas comunitarias en Claypole, o viviendas precarias en Lanús o Esteban Echeverría (son algunos ejemplos).
Una vez más, la mala política hizo lo suyo. Se inauguraban hospitales en barrios sin cloacas y se compraban ambulancias para pasear el nombre del intendente o gobernador, con la mitad de las calles anegadas. La medicina no tiene un remedio para el abandono crónico de la sociedad, menos aún cuando este se convirtió en sistema político. Estamos frente a una oportunidad histórica para remediar los efectos de los determinantes sociales de la salud en el Gran Buenos Aires; es su mejor medicina.
El autor fue director del PAMI, subsecretario de Desarrollo Social y subsecretario de Educación en CABA.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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