Tanto nadar para morir en la orilla. De autor desconocido, este refrán se repite una y otra vez en canciones, libros y películas. Y cabe perfecto, a modo de analogía, para describir el frustrado robo a una sucursal de un banco en el partido de San Isidro que incluyó un túnel de 200 metros de largo y cuatro de profundidad, que un grupo de delincuentes confeccionó, diagramó y llevó a cabo durante casi un año, hasta que fue descubierto.
A medida que pasan las horas comienzan a conocerse más detalles de cómo se encontró el túnel y, sobre todo, de los planes que tenían los delincuentes para ingresar a la sucursal bancaria: había croquis varios y advertencias sobre cómo usar el celular para no ser descubiertos.
Según pudo saber Infobae de fuentes oficiales, la historia comenzó este martes. Ese día, un delivery de una confitería ubicada en el casco histórico de San Isidro, estacionó su camioneta utilitaria para comenzar su trabajo. En ese momento, el trabajador empezó a sentir un golpeteo debajo del vehículo. Lo corrió unos metros y descubrió que una varilla emergía entre los adoquines y se movía insistentemente hacia arriba. Primero la pateó. Luego, llamó a sus compañeros.
Por lo menos cuatro personas se pusieron a mirar la varilla que subía y baja. Con la camioneta ya corrida se elevó aún más. Los empleados se comprometieron y avisaron a las autoridades de la sucursal bancaria, ya que esto estaba sucediendo en la puerta, prácticamente, de la entidad. Al cabo de un tiempo, la seguridad avisó a la Municipalidad que decidió extraer la varilla. Descubrieron que medía casi tres 3.60 metros. Era momento de llamar a la Policía Bonaerense.
En un primer momento, se decidió dejar un agente de consigna ante la inusual situación y llamar a la fiscal de San Isidro Carolina Asprella para que esté al tanto de la situación. Recién al día siguiente se optó por realizar los primeros trabajaros para descubrir el origen de la extraña varilla movediza.
El municipio decidió romper el adoquín y se encontraron con un primer obstáculo. De tanto golpear, quebraron un caño de agua y el lugar comenzó a inundarse. Ya eran las 18 del miércoles. Con la presencia de los integrantes de la fiscalía general de San Isidro, se decidió empezar a cavar. Fueron varias horas hasta que uno de los bomberos vio que, llegando a los casi 3 metros de excavación, había una luz aún más abajo. ¿Una luz? ¿Cómo era posible? Se profundizaron los trabajos unos metros más hasta que uno de los efectivos gritó: ¡Acá hay un túnel!
“Nunca había visto algo así en mi vida. Un trabajo colosal. Había un túnel de casi 200 metros de largo, perfectamente bien hecho. Casi que una mina en pleno San Isidro. Tenía las paredes y los techos revestidos con madera, contaba con luz eléctrica y un sistema para trasladar objetos pesados. Una verdadera obra de arte de ingeniería”, describió uno de los agentes que participó del hecho.
Este fue el fin de un plan elaborado, según se cree, por un grupo de ladrones para nada improvisado durante más de un año que tenía por objetivo acceder, de alguna manera, a la bóveda del banco.
El túnel, que vio su final a escasos metros del banco, tenía su inicio a unos 200 metros en un galpón que, varios años atrás, supo ser un taller mecánico. De hecho, los bomberos que descubrieron el túnel lo recorrieron y salieron dentro del lugar de más de 250 metros cuadrados de dimensión.
Ya rozando la medianoche del jueves, tanto las fuerzas de seguridad como los fiscales ingresaron al galpón. Allí se encontraron con una escena cinematográfica. En una pared había pegados mapas de la zona, imágenes satelitales, manuscritos y técnicas para distraer a la Policía.
La planificación del robo ante sus ojos. En una de las hojas, estaba escrito a mano lo que parecería ser la descripción de los sistemas de seguridad del banco: “Sensor térmico piso, detector de incendio, sensor sísmico, sensor volumétrico, sirena sonora y teclado alarma”.
En la pared había otras hojas, impresas en computadora, que parecían ser los planos del banco. En ellas, con marcadores de varios colores, estaban escritas las distancias de las paredes. Hasta se llega a leer “pared vacía” en uno de los extremos. En otra impresión se lee: “Sector sin intervención” y “garage San Isidro, instalar sensores”.
También habían impreso, y luego pegado en otra pared, recomendaciones para que un celular no sea rastreado. “Cómo hacer para que no puedan rastrear un celular”, dice el título que se lee en una de las hojas. En otra se pregunta se destaca: “¿Se puede rastrear un celular en modo avión?”.
En una gran hoja de papal madera se llega a leer: “Distancias aproximadas: desde interior al ‘A’ 5 metros. Desde el ‘A’ al ‘B’ 45 metros, desde el ‘B’ al ‘C’ 48 metros y desde el ‘C’ al destino 25 metros. Total aprox. 126 metros”. ¿El destino era la bóveda del banco? Todo hace pensar que sí.
Una de las primeras medidas que tomaron los fiscales, fue la de ubicar al dueño del galón. Lo encontraron. El hombre señaló que había alquilado el lugar a unas personas que le dijeron que iban a montar “un negocio de placas anti humedad”. También habría dado los datos de una mujer que sería la garante.
Los datos de todas las personas mencionadas por el hombre, incluso los del mismo dueño, se mantienen en absoluta reserva. Los delincuentes habían pagado un año de alquiler del galpón por adelantado.
Al mismo tiempo se tomaron testimonios a los vecinos, mientras se revisan las cámaras de seguridad y se trata de estudiar lo que había en el túnel para empezar a resolver el sinfín de interrogantes que todavía tiene el caso.
¿Quiénes participaron del hecho y cuántos eran? ¿Cuál era el plan una vez que llegaran hasta el banco? ¿Hace cuánto estaban trabajando en el robo? ¿Por qué, siendo al parecer tan profesionales, cayeron por un descuido tan evidente?
Y una pregunta más que, quizás, tenga respuesta a la brevedad: ¿Usaron siempre guantes o pudieron haber dejado alguna huella dactilar que ayude a los investigadores a aproximarse a los delincuentes?
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