Ingresar al mundo de la LIJ (literatura infantil y juvenil) es una experiencia que te envuelve. No sólo por el tono amable de sus libros, incluso por momentos pedagógicos, sino más bien por la intención de explorar la imaginería a más no poder, de hacer de la lectura un viaje de iniciación hacia un infinito de posibilidades. Durante años, la LIJ fue tratada como un género menor, con minúscula, como un subtítulo facilón dentro de la literatura. Hoy, que ya goza de buena salud y que sus autores proliferan en un mercado que se eleva y se ensancha, es pertinente preguntarse sobre sus aptitudes, sus especificidades y sus aportes.
El lunes pasado, el segundo subsuelo del CCK estaba lleno de gente. Las 700 plazas fueron agotadas en apenas dos horas por docentes, bibliotecarios y promotores de lectura que querían ver, durante todo el día, a sus autores favoritos. Organizado por el grupo editorial Penguin Random House, se llevó a cabo el Encuentro Anual de Libros y Maestros 2018. Conferencias y firmas de libros a cargo de Laura Devetach, Silvia Schujer, Laura Roldán, Liliana Cinetto, entre tantos otros, que pusieron el acento sobre la importancia de la lectura en las aulas, sobre todo en un contexto como este donde la educación, por diversos factores, parece estar enclenque.
En el hall de entrada del imponente edificio que años atrás supo ser el Correo Central, una de las conferencistas, la escritora María Teresa Andruetto, dejó un rato a sus fans que no paraban de pedirle autógrafos y selfies, para sentarse a hablar con Infobae Cultura. “Pienso al docente como lector sobre todo cuando escribo ensayo —dice mientras le regala una sonrisa generosa a dos chicas que la saludaban a lo lejos, probablemente maestras—. Tengo muchos lectores maestros y profesores, que son lectores muy apasionados. En la ficción y en la poesía me he desprendido de eso, por suerte. Pero sí en el pensamiento porque generalmente esos libros de ensayos están compuestos de conferencias que yo preparé para encuentros que incluía público docente”.
María Teresa Andruetto es una de esas escritoras inclasificables que siempre va adelante de la etiqueta. No sólo ha trabajado con la literatura para chicos —por nombrar algunos libros: Stefano, Trenes y Veladuras—, también con la de adultos. Su producción pasa por la narrativa, la dramaturgia, la poesía y el ensayo. Es la única argentina que cuenta con el prestigioso Premio Hans Christian Andersen de Literatura Infantil y Juvenil, que lo obtuvo en 2012, y este año está entre los candidatos para quedarse con el otro gran premio de LIJ, el Astrid Lindgren. Ahora, en este breve pero fructífero diálogo, minutos antes de dar su conferencia titulada “Los cambios sociales y culturales desde la ficción”, se refiere a la importancia de apostar a la construcción de una sociedad lectora. Su camisa rosa, el marco morado de sus anteojos y la sonrisa espontánea alivianan la densidad de sus palabras.
— ¿Por qué es tan importante estimular la lectura en los más chicos?
— La lectura tiene un lugar muy importante en la formación de una persona y dentro de la escuela, como sistema. También en el sentido de que la literatura, aún los textos sencillos y si son efectivamente literarios, es decir, si hay ahí un trabajo de lenguaje que lleve a la ambivalencia, a la plurisignificación… la literatura es un discurso complejo, más complejo que otros discursos. Entonces quien aprende a entrar a ese universo es alguien que está habilitado a leer otros tipos de textos. Y por otro lado, ese encuentro con el libro invita a un repliegue, al encuentro con uno mismo y un desarrollo de la autopercepción y de la percepción del otro que no sólo es muy rico, es un modo de resistencia al aplanamiento, al lenguaje único. Entonces ahí encontramos otra riqueza muy grande.
— Claro, la posibilidad de empatizar con un otro…
— Exacto. Cuando uno lee ficción, quien escribe ha decidido delegar su palabra en un narrador, en un punto de vista narrativo que es un otro distinto del escritor, y entonces eso obliga a quien lee a colocarse en un ángulo que el escritor le pide como pacto, a mirar esa escena, ese mundo, ese relato desde un cierto ángulo. Obliga a salirse de uno mismo para mirar desde los ojos de un otro. Y eso da un conocimiento de un otro hipotético, ficcional pero que lo podemos trasladar a la vida cotidiana. Son personajes imaginarios pero reflejos de personas que tal vez pudieron vivir en otros siglos, que tienen otro género, otra elección sexual, clase social, geografía, tiempo histórico. Uno se ve obligado a irse a otro lado. Eso es sumamente interesante en ese descentramiento de uno mismo. De pronto, por ejemplo, supón que en un libro un lector esté obligado a ponerse en la piel de un criminal o de un represor o de un monje tibetano o de un marginal o de una persona de la aristocracia. Hay un conocimiento de lo social, de lo humano. Hay un ejercicio de desplazamiento y de empatía con el otro y de correrse de esa autorreferencia. Y de obligarse a tomar posición, porque uno adhiere o no adhiere, acepta o no acepta, y de eso deviene en una postura crítica.
— En este sentido, ¿cuál es el momento que está viviendo la educación argentina? ¿Sos optimista, pesimista…?
— No soy tan pesimista pero esto tiene que estar ayudado de políticas de Estado. Y no estamos en el mejor momento. Yo creo que construir una sociedad lectora debería ser una política de Estado. Es verdad que pueden hacer muchas cosas los autores, las editoriales, los maestros, las ONGs. Puede haber muchas intervenciones, muchos sectores. Pero una política de Estado es la que subsume todo eso en un proyecto de construcción de sociedad lectora. ¿Y cuándo lo hace un Estado? Cuando considera que una sociedad lectora es una sociedad más crítica, más interesante para un país. Para eso hacen falta muchas cosas: planes nacionales de lectura, planes provinciales de lectura… Hace falta comprar libros para las escuelas. La escuela es un lugar inevitable en esa construcción de lectores, la escuela como instrumento del Estado. La escuela es central y también los maestros como formadores de lectura. Es un lugar que llega a todos los sectores.
— ¿Cómo estás viendo el rol del docente, una figura muy cuestionada últimamente?
— El docente siempre es materia de cuestionamiento. Cuando hay algún problema, seguro que la culpa la tiene el maestro. Tiene que ver con el lugar que la sociedad le da a la docencia. La sociedad, por un lado, delega a los maestros la formación de la nueva generación, que no es poca cosa. Y luego a esos maestros les achaca todos los problemas sociales: si hay violencia, si hay bullying, si hay anorexia, si hay descompromiso, si hay desatención. Como si la sociedad fuera perfecta y todo el problema sucediera en la escuela, cuando la escuela es un reflejo de lo que hay afuera. Y luego la sociedad también pone, digo la sociedad pero en este caso es el Gobierno, las decisiones del Gobierno como representación de la sociedad, pone al maestro en un lugar donde a lo mejor el dinero que le pagan no es el suficiente. No es suficiente como para que ese maestro sea considerado de acuerdo al valor que tiene lo que él hace. Entonces le delegamos nuestros hijos y nuestros nietos a alguien que nos permitimos pagarle mal, estar atrasados con el sueldo, hacer que tengan doble jornada porque con una sola no pueden mantenerse, o que den unas horas allá y otras allá y otras allá, que no puedan comprarse la suficiente cantidad de libros, que no puedan ver la suficiente cantidad de arte, de cine. Son todas cosas que enriquecen a una persona y que si esa persona es maestro lo va a verter en sus alumnos. Eso es una cuestión de Estado.
— Por último, ¿cómo te llevás con las nuevas tecnologías?
— Es algo que llegó para quedarse, forma parte de nuestras vidas. Sería absurdo si yo dijera que no estoy de acuerdo con que existan los autos. Tienen una utilidad muy importante, de hechos las usamos y las aprovechamos. El tema creo que pasa porque, en realidad, son soportes y es que uno de los grandes problemas de la contemporaneidad es cómo seleccionar, cómo elegir la información para no entrar en esa toxicidad ya que hay tanto, pero ese tanto se convierte en menos. Sobre todo para un niño, un jovencito que no tiene los caminos para buscar ahí. Si uno tiene los recursos, maravilloso, porque yo puedo ir hacia ciertas zonas que me interesan y tomar un posicionamiento. Pero claro, si alguien no tiene una formación… Por eso creo que el trabajo de lectura en la escuela es muy importante. Un lector de libros aprende a seleccionar y aprende a entrar mejor en las nuevas tecnologías. Porque si antes el problema era cómo acceder, hoy es cómo seleccionar entre lo que a mí me interesa y sirve y lo que no, y cómo tener una relación no tóxica con la hiperinformación.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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