“Para el artista dibujar es descubrir”, decía John Berger. En 1945, una dibujante y pintora húngara judía, que sobrevivió a la persecución durante la Segunda Guerra Mundial escondida en la casa de una familia católica y aristocrática, presenció el juicio del tribunal del pueblo a los jerarcas nazis. Margit Eppinger Weisz fue la única artista autorizada a plasmar las miradas y reacciones de los siete criminales que fueron juzgados y condenados a la horca. Sentada en uno de los palcos de la sala de conciertos de la Academia de Música de Budapest observó impactada cada declaración de los responsables de la muerte de más de quinientos mil judíos en Hungría, y convirtió a sus dibujos en testimonios visuales no solo de ese suceso histórico, también de su existencia.
Para el artista dibujar es descubrir, y nosotros, como espectadores, descubrimos a Margit Eppinger Weisz a través de sus dibujos en blanco y negro. Expuestos en la Fundación Osde hasta el 27 de abril en una imponente muestra retrospectiva curada por Cecilia Rabossi que recorre toda su obra, en diversas técnicas y formatos, desde los años 20 hasta las últimas pinturas que hizo en la década del 70. Volviendo visible a la artista que en 1948 se radicó en Buenos Aires y, recién hoy, en 2019, tiene en Argentina, con la exposición Travesías que reúne más de ochenta obras, el reconocimiento que merece.
Atajos para encontrar el propio camino
Margit Eppinger Weisz nació en 1902, en Budapest. El mismo año en el que Paul Gauguin pintó las Montañas de Tahití y George Méliès estrenaba Viaje a la Luna en París. Sus primeros pasos como artista los dio en su ciudad natal, estudiando con el pintor Adolf Fényes. El rostro de su maestro se hace visible en la exposición Travesías gracias a la obra en aguafuerte realizada por István Zádor en 1921. A pocos centímetros de ella se encuentra un cuadro del mismo Adolf Fényes, un pequeño paisaje pintado en óleo que funciona como una ventana para espiar esa época tan lejana. En la década de 1920 Margit Eppinger Weisz viajó a París, en pleno auge de escuelas artísticas que tiempo después abasallarían museos. Pero también eran años explosivos para la moda: Coco Channel salía a escena para deslumbrar con sus delicados diseños mientras las primeras minifaldas liberaban a las piernas de la sombra y muchas mujeres inauguraban el corte de cabello a lo garçon.
En ese contexto, Weisz incursionó en el mundo de la moda, realizando ilustraciones para importantes publicaciones entre las que se destaca Vogue. No es un dato menor: en sus futuras pinturas el estudio que hace de los cuerpos no se esfuerza en ser realista sino expresivo. Poder explicar cómo es una persona en un puñado de trazos, sin por eso discriminar los detalles que hacen de un bosquejo una obra difícil de borrar de la memoria. El dibujo urgente de los figurines posiblemente fue clave a la hora de retratar a los criminales de guerra en el juicio de 1945 en cuestión de minutos. Pero también sería central a la hora de elegir la que sería su profesión cuando emigró a Argentina. En 1948 colaboró con sus diseños en diversos talleres textiles y, en 1959, finalmente dedicó su arte a la empresa textil familiar. Donde además de ilustrar cada modelo, construía los moldes marcando paso a paso cómo elaborar las prendas. Su amor por el lienzo y la pintura húmeda del óleo que hace esperar el secado la volverían a sentar frente a la tela en blanco, dispuesta a crear paisajes y retratos en Buenos Aires hasta el fin de sus días.
Dibujar la historia
Hasta la fecha sigue siendo un misterio el por qué le permitieron a Margit Eppinger Weisz sentarse al lado de los fotógrafos para registrar el juicio con carbonilla y papel. Ella no se dedicaba a esa labor tan singular, iniciado en el siglo XVII cuando dibujantes retrataron el proceso a las llamadas Brujas de Salem. Por otro lado, quienes trabajan retratando acusaciones y defensas en la Corte Suprema lo hacen desde un lugar imparcial, distante con el conflicto en discusión. Margit Eppinger Weisz retrató a los acusados de quienes la quisieron matar a ella y su familia cuando el 18 de marzo de 1944 el ejército alemán invadió Hungría. Teniendo que escapar a Eslovaquia, viviendo oculta en una casa ajena durante más de un año. Ya liberada junto a su marido e hijos en 1945 por las tropas rusas, la artista regresó a Budapest y se reencontró con la pintura. Convirtiendo a su hogar en un punto de encuentros artísticos donde desfilaron Jacques Doucet, María Modoc, Corneille, o los músicos Sándor Reschofske y Zoltán Kodály.
Pero su gran obra llegaría entre fines de 1945 y marzo de 1946, observando a los criminales de guerra que finalmente serían sentenciados a la horca. Dieciocho cuadros narran distintas escenas de los Tribunales Populares que condenaron a los integrantes del gobierno que presidió Hungría entre el 15 de octubre de 1944 y el 28 de marzo de 1945. El Primer Ministro Ferenc Szálasi, el Ministro de Defensa Károly Beregfy, el Canciller Gábor Kemény, el Viceprimer Ministro Sándor Csia, el Ministro del Interior Gábor Vajna, el Ministro de Economía Béla Imrédy están presentes desde diferentes ángulos en los dibujos de Weisz. También los fiscales István Mandi y Lászlo Frank. Algunas obras están colmadas de gente, otras solo dejan lugar al testimonio de un par de acusados. Son dibujos climáticos, que sostienen el peso del horror del poder del nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Esa mirada es la que emplea cada intenso trazo de los retratados. Porque si bien era un acto poblado de personas, en un espacio inmenso como lo es la Academia de Música de Budapest, las obras de Weisz transmiten la intimidad de sus emociones. Como si la artista estuviera sola frente a ese acontecimiento, o, tal vez, se sintiera invisible al resto de los convocados. Margit Eppinger Weisz no sólo dibujó su historia, dibujó la historia.
La sala estaba repleta de fotógrafos que registraban cada secuencia e instante crucial. Sin embargo, ninguna de esas fotos gozan de la fuerza narrativa de los dibujos de Weisz. La carga corporal en los cuerpos, las miradas esquivas y, sobre todo, la tensión de la espera del fallo. La exposición también exhibe dos videos. Uno de ellos compara fotos tomadas del juicio con los dibujos de Weisz. Imágenes tomadas desde el mismo sector del espacio, pero percibidas de distinta manera. La presión que ejerce la mano de la dibujante sobre el papel cada vez que retrata a los acusados, el peso del negro alrededor de los rostros, las texturas visuales que arman los cuerpos le otorgan al documento gráfico un dramatismo que no está presente en las fotos. Es por eso que el conjunto de cuadros que la artista donó en los años 70 al Museo y Archivo Judío de Hungría, y que por primera vez viajan de Budapest a Argentina, se convierte en una obra tan conmovedora: conocemos no solo lo que sucedió dentro de la Academia de Música de Budapest durante los meses del juicio de 1945, también podemos saber y sentir lo que ocurrió dentro del cuerpo de Weisz mientras estaba frente a frente con quienes instalaron el terror en su pueblo.
Las pinceladas son las arrugas del tiempo
La segunda sala estalla de color: grandes paredes grises contrastan con las paletas estridentes del sin fin de cuadros que pintó entre 1946 y 1984. Escenas misteriosas, rostros monocromáticos y estudios del cuerpo construidos con luces y sombras. Los retratos delatan la dirección de las pinceladas y la cantidad de materia que empleó en el lienzo. Como si pudiéramos viajar en el tiempo al taller donde creó esas obras, espiando el proceso hasta el último detalle. Y también se hacen visibles las grietas del óleo: son las marcas de la pintura que materializan el (paso del) tiempo. Haciéndonos conscientes de que estamos observando una imagen atesorada de hace setenta años, por alguien que no conocíamos y de repente nos empapamos de su vida entera. Repleta de valentía y aventuras.
El último cuadro de la enorme exposición es un autorretrato de la artista. Una pintura al óleo realizada en 1980 donde predominan los grises y azules, pero en particular la luminosidad de su rostro. Como si ella estuviera viendo a través de los ojos de ese espejo pintado su propia muestra. Muestra que fue impulsada por su nieto, el periodista y docente Daniel Helft, bajo el deseo que la obra de su abuela, que volvió a pintar luego del horror, por fin obtenga miradas en la tierra donde falleció en 1989. Margit Eppinger Weisz se dedicó a la escuela llamada realismo de entreguerras, entre retratos y paisajes, pero más que nada plasmó su espíritu de no quedarse quieta. Moverse de aquí para allá, de una ciudad a otra; de la acuarela a los marcadores; de la idea a la experimentación. Y, como las exposiciones de arte que dejan huella, que traspasan el concepto de belleza, uno sale de la sala con ganas de pintar. Con la libertad y placer con que lo hacía Margit Eppinger Weisz.
* Margit Eppinger Weisz. Travesías
Hasta el 27 de abril de 2019
Espacio de arte/Fundación Osde
Suipacha 658 1er piso – CABA
Lunes a sábado de 12 a 20 horas
Entrada libre y gratuita
ACTIVIDAD ESPECIAL
Jueves 4 de abril a las 18hs
Presentación del libro “Margit Eppinger Weisz. Travesías”
Participan: Daniel Helft, periodista y docente. Florencia Battiti, historiadora de arte, miembro de la Asociación Argentina de Críticos de Arte. Coordina: Cecilia Rabossi, historiadora del arte, miembro de la Asociación Argentina de Críticos de Arte y curadora de la exposición.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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