Especial para Infobae de The New York Times.
Los brasileños que votarán el domingo elegirán entre dos titanes políticos, con planes e ideologías muy distintas.
RÍO DE JANEIRO — Durante la última década, Brasil ha pasado de una crisis a otra: la destrucción del medioambiente, una recesión económica, una presidenta destituida, dos presidentes encarcelados y una pandemia que mató a más personas que en cualquier otro lugar fuera de Estados Unidos.
El domingo, los brasileños votarán por su próximo presidente, con la esperanza de impulsar al mayor país de América Latina hacia un futuro más estable y brillante, y decidirán entre dos hombres que están profundamente vinculados a su tumultuoso pasado.
Esta elección es considerada como una de las más importantes del país en décadas, según los historiadores brasileños, en parte porque puede estar en riesgo la salud de la cuarta democracia más grande del mundo.
El presidente en el poder, Jair Bolsonaro, es un populista de extrema derecha cuyo primer mandato ha destacado por su agitación y sus constantes ataques al sistema electoral. Ha despertado la indignación en su país y la preocupación en el extranjero por sus políticas que aceleraron la deforestación de la selva amazónica, su apuesta por medicamentos no probados en lugar de las vacunas contra la COVID-19 y sus duros ataques a rivales políticos, jueces, periodistas y profesionales de la salud.
El contrincante, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, es un izquierdista apasionado que supervisó el auge de Brasil durante la primera década de este siglo, pero que luego fue a la cárcel acusado de corrupción. Esos cargos fueron posteriormente retirados, y ahora, tras liderar las encuestas durante meses, el hombre conocido simplemente como Lula está a punto de completar una sorprendente resurrección política.
Son quizás las dos figuras más conocidas y más polarizadas de este país de 217 millones de habitantes, y durante más de un año han estado presentando a los votantes visiones muy diferentes para la nación, cuya economía ha sido golpeada por la pandemia y la inflación mundial.
Bolsonaro, de 67 años, quiere vender la compañía petrolera estatal de Brasil, abrir la Amazonía a la minería, relajar las regulaciones sobre las armas e introducir valores más conservadores. Da Silva, de 76 años, promete aumentar los impuestos a los ricos para ampliar los servicios para los pobres, lo que incluye ampliar la red de seguridad social, aumentar el salario mínimo y alimentar y dar vivienda a más personas.
El eslogan de la campaña de Bolsonaro es “Dios, familia, patria y libertad”, mientras que Da Silva ha construido su discurso en torno a la promesa de garantizar que todos los brasileños puedan disfrutar de tres comidas al día, incluyendo, ocasionalmente, un corte de carne superior y una cerveza fría en un asado familiar.
Sin embargo, en lugar de sus planes para el futuro, gran parte de la carrera ha girado en torno al pasado de cada candidato. Los brasileños se han alineado en uno u otro bando, basándose en gran parte en su oposición a uno de los candidatos, en lugar de su apoyo a ellos.
“La palabra principal en esta campaña es rechazo”, dijo Thiago de Aragão, director de estrategia de Arko Advice, una de las mayores consultoras políticas de Brasil. “Estas elecciones son una demostración de cómo los votantes de un país polarizado se unifican en torno a lo que odian en lugar de lo que aman”.
La atención del domingo —cuando un total de 11 candidatos presidenciales estarán en la boleta— no solo estará en los recuentos de votos, sino en lo que sucederá después de que se anuncien los resultados.
Bolsonaro lleva meses poniendo en duda la seguridad del sistema de votación electrónica de Brasil, afirmando sin pruebas que es vulnerable al fraude y que los partidarios de Da Silva están planeando amañar la votación. Bolsonaro ha dicho, en efecto, que la única manera de que pierda es que le roben las elecciones.
“Tenemos tres alternativas para mí: la cárcel, la muerte o la victoria”, dijo a sus partidarios en enormes mítines el año pasado. “Díganles a los bastardos que nunca seré apresado”.
A principios de este año, los militares comenzaron a cuestionar el sistema electoral junto con Bolsonaro, lo que suscitó la preocupación de que las fuerzas armadas podrían respaldar al presidente si se niega a admitir la derrota.
Pero en las últimas semanas, los militares y los funcionarios electorales acordaron un cambio en las pruebas de las máquinas de votación y los líderes militares dicen que ahora están satisfechos con la seguridad del sistema. Los militares no apoyarían ningún esfuerzo de Bolsonaro para impugnar los resultados, según dos altos funcionarios militares que hablaron de forma anónima debido a las reglas que impiden a los funcionarios militares hablar de política. Algunos generales de alto rango también han intentado recientemente persuadir a Bolsonaro para que se rinda si pierde, según uno de los oficiales.
Sin embargo, Bolsonaro no parece estar satisfecho. El miércoles, su partido político publicó un documento de dos páginas en el que afirmaba, sin pruebas, que los empleados y contratistas del gobierno tenían el “poder absoluto de manipular los resultados de las elecciones sin dejar rastro”. Los funcionarios electorales respondieron que las afirmaciones “son falsas y deshonestas” y “un claro intento de obstaculizar y perturbar” las elecciones.
El jueves, en el último debate antes de la votación del domingo, otra candidata le preguntó directamente a Bolsonaro si aceptaría los resultados de las elecciones. No contestó, sino que insultó a la candidata, diciendo que solamente lo desafiaba porque no le había dado trabajo. (A continuación, ella le preguntó si estaba vacunado contra la COVID-19 —su gobierno consideró que su estado de vacunación era un asunto clasificado— y él respondió de forma similar).
Da Silva ha mantenido una ventaja dominante en las encuestas desde el año pasado. Si ningún candidato supera el 50 por ciento de los votos el domingo, los dos primeros competirán en una segunda vuelta el 30 de octubre. Parecía que Bolsonaro y da Silva acabarían en otro enfrentamiento, pero el reciente aumento de las cifras de las encuestas de Da Silva sugiere que podría ganar directamente el domingo.
Una victoria de Da Silva continuaría un cambio hacia la izquierda en América Latina, con seis de las siete naciones más grandes de la región eligiendo líderes de izquierda desde 2018. También sería un gran golpe para el movimiento global del populismo de derecha que se ha extendido en la última década. El expresidente Donald Trump es un aliado clave de Bolsonaro y ha respaldado al presidente brasileño.
Las encuestas sugieren que si Da Silva gana la presidencia en la primera vuelta del domingo solo sería por un estrecho margen, lo que crearía una oportunidad para que Bolsonaro y sus partidarios argumenten que los resultados se deben a un fraude electoral.
Líderes políticos y analistas creen que las instituciones democráticas de Brasil están preparadas para resistir cualquier esfuerzo de Bolsonaro para impugnar los resultados de las elecciones, pero el país se prepara para la violencia. El 75 por ciento de los partidarios de Bolsonaro dijeron a la encuestadora más prominente de Brasil en julio que tenían “poco” o ningún apoyo para los sistemas de votación.
“Lo único que puede quitarle la victoria a Bolsonaro es el fraude”, dijo Luiz Sartorelli, de 54 años, un vendedor de software en São Paulo. Enumeró varias teorías de la conspiración sobre un fraude pasado como prueba. “Si quieres la paz, a veces tienes que prepararte para la guerra”.
Las elecciones también podrían tener importantes consecuencias medioambientales a nivel mundial. El 60 por ciento de la Amazonía se encuentra dentro de Brasil, y la salud de la selva tropical es fundamental para frenar el calentamiento global y preservar la biodiversidad.
Bolsonaro ha relajado las regulaciones sobre la tala y la minería en la Amazonía y ha recortado los fondos federales y el personal de las agencias que hacen cumplir las leyes destinadas a proteger a las poblaciones indígenas y el medio ambiente.
En su campaña, ha prometido aplicar estrictamente la normativa medioambiental. Al mismo tiempo, ha puesto en duda las estadísticas que muestran el aumento de la deforestación y ha dicho que Brasil debe ser capaz de aprovechar sus recursos naturales.
Da Silva prometió acabar con toda la minería ilegal y la deforestación en la Amazonia y ha dicho que animará a los agricultores y ganaderos a utilizar las tierras no ocupadas que ya han sido deforestadas.
Con una ventaja constante en las encuestas, Da Silva ha llevado a cabo una campaña excesivamente reacia a los riesgos. Ha rechazado muchas solicitudes de entrevistas y, la semana pasada, no acudió a un debate.
Pero se presentó en el debate del jueves, en el que Bolsonaro lo empezó a atacar inmediatamente. Llamó a Da Silva “mentiroso, exconvicto y traidor”. Afirmó que la izquierda quería sexualizar a los niños y legalizar las drogas. Y trató de relacionar a Da Silva con un asesinato sin resolver de hace 20 años. “El futuro de la nación está en juego”, dijo a los votantes.
Da Silva dijo que el presidente mentía. “Usted tiene una hija de 10 años viendo esto”, dijo. “Sea responsable”.
André Spigariol y Flávia Milhorance colaboraron con la reportería.
Jack Nicas es el jefe de la corresponsalía del Times en Brasil, que abarca Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Antes cubría tecnología desde San Francisco. Antes de unirse al Times, en 2018, trabajó durante siete años en The Wall Street Journal. @jacknicas | Facebook
André Spigariol y Flávia Milhorance colaboraron con la reportería.
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