No puede negarse que el gobierno de Carlos Saúl Menem produjo grandes transformaciones en la economía y sociedad Argentina.
Miles de personas dejaron voluntaria o involuntariamente sus empleos, pasando a realizar tareas cuentapropistas para la que no estaban preparados. La crisis de 1998 arrasó con todos esos pequeños negocios dejando montones de desocupados. La crítica mas importante, dentro de quienes merecen ser escuchados (descartamos las opiniones de la izquierda porque siempre son absurdas) fue que mucha gente quedo en la calle y el Estado no había organizado la “red de contención” para las misma.
Luego el kirchnerismo tomó esas críticas e institucionalizó el asistencialismo como forma de clientelismo electoral. Así, en lugar de un mecanismo transitorio, complementado con una capacitación profesional, se estableció se creó una red de distribución de dinero, a través de personajes nefastos que funcionan como punteros políticos y que condicionan la continuidad de los planes a la suerte electoral de “la jefa”.
Problemas
El macrismo no hizo nada para solucionar este problema. Mas aún, manifiestan orgullosos que aumentaron el número de planes. Ante los lógicos reclamos de quienes viven de su trabajo, ensayan una tímida respuesta: “En el gasto total del Estado es poca plata”.
El problema de los planes no es económico sino social y moral: la persistencia en el tiempo de los mismos, sin ninguna exigencia de contraprestación da la idea de “derecho adquirido”. Y quien tiene un ingreso garantizado, a cambio de nada, no está dispuesto a perderlo por la simple circunstancia de obtener un trabajo.
El cálculo es simple y lógico: supongamos que el beneficiario del plan cobra $28.000 y se le ofrece un trabajo de $45.000. En la mente de la persona la oferta representa solo $17.000 ($45.000–$28.000= $17.000). Y esos $17.000 le parecen insuficientes. ¿Si por no hacer nada gana $28.000, por trabajar ocho horas diarias va a ganar nada mas que $17.000 mas? Objetivamente la lógica es correcta.
El caso del productor que vio pudrirse su cosecha de limones, por no poder conseguir trabajadores, es un ejemplo patético de una Argentina inviable. No es sustentable tampoco garantizar la permanencia en el plan a quien consiga trabajo: ello ocasionaría una diferencia inaceptable entre quienes “solo trabajan” (cobran $45.000) y quienes cobran trabajo mas plan.
Nuestra solución
Años de decadencia no se cambian de un día para otro. Pero si no se empieza nunca se obtiene una transformación. El primer paso es cambiar el sentido, la naturaleza. Los planes tienen que volver al concepto de ”sistema transitorio de asistencia hasta que se consiga la reinserción laboral”.
Para ello, deben salir del Ministerio de Desarrollo Social y pasar al Ministerio de Trabajo. Y los fondos de los planes no pueden salir del presupuesto de la ANSES, o más específicamente no tienen que salir del mismo fondo que paga jubilaciones y pensiones, porque el dinero de los jubilados es de estos, que aportaron toda su vida.
La permanencia en un plan debe implicar obligatoriamente una capacitación: historia, geografía, matemática, computación, oficios… El beneficiario de un plan debe recibir una capacitación que lo ayude a reinsertarse y por otra parte debe contribuir con su superación personal.
Finalmente, el Ministerio de Trabajo debe actuar como una inmensa agencia de colocaciones, donde quien necesite un empleado, permanente o transitorio, pueda recurrir y el ministerio le provea del personal disponible. El desafío es transformar nuestro país con un cambio cultural para retomar a la cultura del trabajo. La solución es liberal.
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