
La realización del sínodo especial sobre el Amazonas sigue suscitando nuevas oposiciones dentro y fuera de la Iglesia católica. Desde su interior sobrevuela el fantasma improbable, aunque tampoco imposible, de un cisma alentado por las acusaciones integristas. Aisladas pero resonantes, ellas asignan a la asamblea contenidos heréticos panteístas, pelagianos y luteranos.
De otra parte, los católicos liberales, como Rick Santorum o Jeb Bush, ya han coincidido desde que el Papa escribió su encíclica Laudato Si’ en que la Iglesia debe ocuparse de que los hombres sean mejores, pero no del cambio climático. Celosos de su autonomía, en los hechos reducen la religión a una práctica intimista, anulando las consecuencias sociales de la fe.
Es que el sínodo encuentra su punto de referencia en la encíclica de Francisco sobre el cuidado de la casa común, la primera en la historia de la Iglesia católica dedicada a ese tema, que ha sido vista como una intromisión en lo temporal. Sin embargo, en ella se refleja claramente la pretensión por parte de los nuevos aires del magisterio de superar una ética individualista, al resituar la dimensión social del cristianismo en un lugar central de la evangelización.
En realidad, el Papa no plantea nada realmente nuevo, toda vez que la novedad reside en todo caso en el énfasis en mostrar que el mensaje cristiano no es ajeno a las exigencias de justicia que constituyen el piso de la moral. Hay que advertir entonces que el aporte de Francisco, fiel a su estilo, consiste en entrecruzar el problema ecológico con la opción preferencial por los pobres, lo cual ha provocado otros cortocircuitos.
Como lo muestra el incendio amazónico, el tiempo apremia, y desde una mirada práctica, parece insuficiente organizar cumbres globales que terminan siendo enunciaciones de buenos deseos. El Papa no parece confiar tanto en los políticos como en los movimientos sociales y en un cambio de actitud personal que construya otro estilo de vida.
Una cita de Edith Stein en su exhortación apostólica Gaudete et Exultate (Alegraos y regocijaos) en la que formula un llamado a vivir plenamente su fe a la multitud de los cristianos, muestra que Francisco apunta a promover una nueva mentalidad que alumbre los cambios culturales, más lentos pero probablemente más efectivos que un tratado internacional. Según Stein, los acontecimientos decisivos en la vida de las personas e incluso en la historia del mundo han sido influenciados por almas que no figuran en los libros de historia.
En su carta-encíclica, y de manera coherente con esta sensibilidad, Francisco centra su interés en dos conceptos complementarios: la conversión ecológica y la ecología de la vida cotidiana. Cuando el Papa habla de conversión ecológica, los conservadores interpretan que el corrompe la ortodoxia católica con el panteísmo New Age, cuando en verdad lo que quiere decir con esta expresión es que los cristianos, en un cambio del corazón, han de dejar brotar como de un manantial las consecuencias de su fe sobre el mundo que los rodea, que incluyen el cuidado de la creación, no su expoliación.
El disfrute de los bienes exige ese cuidado que se concreta en su uso responsable. En la estela de Laudato Si’, pero también de Juan Pablo II y Benedicto XVI, el Instrumentum laboris del sínodo señala la existencia de un pecado social y estructural que debe ser corregido, y es precisamente en este dato en el que reside la multidimensionalidad de la conversión. Este es el nuevo paso del Papa, que abre un panorama muy promisorio para la fe en su despliegue social, cara al futuro.
Para Francisco no resulta suficiente la actitud individual, porque la conversión se expresa plenamente cuando es comunitaria. De este modo, en la sensibilidad del papa y del sínodo, ella ha de ser personal, social y estructural. Según el Instrumentum laboris, el proceso de transformación al que los cristianos están llamados exhibe planos diversos y complementarios que implican desaprender, aprender y reaprender.
Esta tarea se concreta de diferentes maneras que les lleven a adquirir un estilo de vida sobrio y templado. No es otra cosa la tradicional austeridad cristiana. Ellas están al alcance de todos en la vida cotidiana a través de pequeñas acciones tan sencillas como evitar compras superfluas y apagar las luces innecesarias, pero también desenmascarando las ideologías que justifican un estilo de vida agresivo de la creación, así como la presencia del mal a diversos niveles: colonialismo, mentalidad economicista-mercantilista, consumismo, utilitarismo, individualismo, tecnocracia, cultura del descarte.
El documento conclusivo de los obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida (Brasil) en el año 2007, del que Bergoglio fue uno de sus redactores finales, dedica varios sustanciosos tramos a la ecología, con referencia a la región, que terminan con un parágrafo específico sobre el Amazonas.
La manualística de la Teología moral ya viene tratando esta temática en las últimas décadas, de una manera creciente, sobre todo a partir de que Juan Pablo II empleó la expresión “Ecología humana” en su célebre encíclica Centesimus Annus (1991). Sin embargo, todavía falta un desarrollo adecuado a su magnitud, que la importancia del asunto requiere.
El autor es director Académico del Instituto de Cultura del Centro Universitario de Estudios (Cudes).
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
Sé el primero en comentar en"Los nuevos pecados ecológicos"