¿Dónde estabas cuando derribaron las Torres Gemelas? La pregunta surge oportuna en el vigésimo aniversario del atentado terrorista ocurrido en New York. Ese 11 de septiembre trabajaba en un astillero en Fort Lauderdale. Bajo el sol intenso del sur de Florida lijaba el casco de un barco junto a un compañero polaco. La noticia la escuchamos incrédulos por la radio. Recién cuando cayó la segunda torre decidimos ir hasta la pequeña oficina donde había un televisor. Por primera vez vi el terror adherirse en la cara de los empleados del astillero frente a las imágenes del World Trade Center que transmitía la CNN. Antes de esa jornada, seguían concentrados en sus labores, indiferentes a cualquier factor externo, incluso, a los pocos extranjeros que había en el lugar.
“Nos vamos a quedar sin trabajo”, señaló el polaco. En medio de la tragedia, su comentario me pareció de mal gusto. A los pocos días nos echaron. Y comenzaron los problemas.
Los hermosos retrata las consecuencias del 11 de septiembre. A diferencia de muchas novelas que limitan su impacto a la geografía de New York, decidí seguir la onda expansiva hasta la ciudad de Miami. En una de las zonas apartadas de cualquier atracción turística, un grupo de inmigrantes indocumentados pasa los días buscando el “sueño americano”. Pero toda publicidad tiene siempre algo de engaño. Cada uno de los personajes trata de negar la realidad hasta aquel día en que, finalmente, se derrumban las expectativas que traían consigo en las maletas.
Sin ahorros, trabajo, papeles y cualquier asistencia social, los protagonistas se sienten acorralados. Durante ese momento culminante el futuro se vuelve pesadilla.
Los hermosos es también la historia de un delito. De cómo un grupo de personas está dispuesto a hacer lo que sea con tal de salvar el pellejo.
Por aquellos días del 2001 era un veinteañero indocumentado que vivía junto a otros inmigrantes en un exiguo departamento de Miami. Sí, de todos mis libros, tal vez éste sea el más autobiográfico. Confieso que mientras ocurrían ciertos incidentes en esas cuatro paredes –algunos de tan increíbles prometí jamás revelarlos– fui recopilando momentos para luego plasmarlos en el papel.
Hay en la literatura argentina una tradición: la de las novelas abiertas. Entiéndase el término por aquellas que no siguen al pie de la letra las convenciones del género. Rayuela, Adán Buenosayres, Museo de la novela de la Eterna, Respiración artificial y Boquitas pintadas son los mejores ejemplos.
Cuando me puse a escribir Los hermosos tenía bien clara la forma. Quería que interactuara con muchos géneros literarios para sostener las distintas voces –argentinas, caribeñas y estadounidenses– que se escuchan a lo largo de la trama. Esta novela híbrida, a la vez, debía contener una velocidad de lectura precisa.
Cada cierto tiempo en América Latina se repite la misma historia: gente que desea emigrar en busca de mejores oportunidades. Esta obra, por un lado, es un espejo oscuro sobre esos anhelos. Y por otro, uno más privado, uno más dolorosamente íntimo: el de no traicionar los sueños de juventud.
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