"Las puertas de casa siguen abiertas": la conmovedora historia de una pareja que adoptó nueve hijos y un nieto

La familia Lencinas Gordillo.

La naturaleza les había presentado quizás el mayor obstáculo de sus vidas. Sin embargo, no hizo más que allanarles el camino hacia una historia de solidaridad, amor incondicional y reencuentro. Jorge Lencinas y Claudia Gordillo lograron derrotar esa imposibilidad de tener niños por la vía natural con la llegada de nueve hijos y un nieto adoptivos. Sin disponer de grandes ingresos económicos y con un día a día basado en la empatía con el otro, intepretaron a la perfección la esencia de la palabra “familia”: abrir los brazos para dar amor siempre que alguien lo necesite.

“Fue así porque así se dio”, resumió Jorge Lencinas a Infobae sobre la travesía que comenzaron hace 21 años y que asume que no terminó: las puertas de su casa y de su corazón siempre estarán abiertas para cobijar aún a más niños.

La historia de la familia Lencinas Gordillo comenzó en octubre de 1996, unos meses antes de que llegara su primera hija adoptada, Rocío. Fue la imposibilidad de concebir un hijo la que los llevó a anotarse para ser adoptantes. Y llegó esa niña, quien supo desde un inicio que era “una hija del corazón”.

“No hay que adoptar con la cabeza sino con el corazón” 

Cuando llegó al hogar, en octubre de 1996, Rocío tenía apenas tres meses y medio. El cóctel entre la espera, el hecho de conocerla y finalmente la recepción en casa fue para la pareja la emoción más grande que habían vivido. Sin saberlo, también significó el inicio de un recorrido que también tuvo su “gestación” y su “parto”.

“Todos nos hicieron vivir su llegada como un embarazo largo. Así lo vivimos desde que nos enteramos que había una posibilidad de adoptar. Fue como si Claudia hubiera empezado con contracciones, con el trabajo de parto… Y fue esa la sensación hasta que nos avisaron que podíamos ir a conocer a la bebé y comenzar con los tramites legales de la adopción”, recordó Jorge sobre el día en que supo que era padre.

La familia Lencinas Gordillo en su casa de Unquillo, Córdoba.

La noticia llegó él mientras trabajaba. “Me llamaron para avisarme y el corazón me latía a veinte mil por hora. Fue algo impresionante, temblaba. Estaba trabajando y temblaba. Fue muy emocionante… Y así fueron todas las veces que hemos traído a alguien a casa, siempre fue algo especial —admitió—. Esa primera vez fue muy fuerte porque movilizó todo, porque aunque no lo sabíamos fue el inicio de este camino que nos abrió la puerta a una realidad que mucho no tenemos en cuenta y en la que tenemos que entrar para saber las realidades qué hay”.

La presencia de la nueva integrante de la familia significó una bisagra para la vida de la pareja. Ellos sabían que su vínculo con las adopciones no terminaría allí. Sin embargo, jamás imaginaron que con el paso del tiempo se convertirían en una multitud y hasta serían testigos de reencuentros de hermanos de sangre entre sus hijos.

El inicio de una gran familia

Roció tenía apenas 6 años cuando, sabiendo que era hija del corazón de sus padres, les pidió un hermano. “Ante la segunda adopción se nos abrió la posibilidad de recibir alguien que ya no era bebé”, cuenta Jorge en Cuando elige el corazón, el libro que escribió con Claudia, su esposa.

Pasaron cerca de dos años para que ese segundo hijo llegara. El matrimonio le explicó a la pequeña que el hermanito podría ser de su edad y eso a ella le gustó.

Claudia y Jorge adoptaron a nueve hijos y un nieto

Tiempo después, Julia, una psicóloga que trabajaba en hogares de niños, les comentó que había un niño 8 días menor que Rocío que necesitaba una familia. Enterada de esa posibilidad la propia niña propuso: “Busquémoslo”. Catriel había llegado a sus vidas.

Y siguieron Alan, con 6 años; Luz, con un año; Celeste, con 13; Jésica, con 20 y un hijo de 6 meses; Tiziana, con 9 años; Rosa, con 11 y Gael, con 6 años.

Lo que parecía imposible: el reencuentro de tres parejas de hermanos

Alan estaba en un instituto, deprimido y sin querer comer ni relacionarse con nadie. Así, Jorge y Claudia fueron llamados para que trataran de ayudarlo. Una vez más, Rocío, que ya tenía 9 años, avisó a sus padres: “¡Ese niño necesita una familia!”. Con la aprobación de Catriel, un nuevo hijo llegaría a la familia.

“Alan tenía 5 años en ese momento. Era un nene que llegó depresivo, nos preguntaron si podíamos ayudarlo porque no quería comer y se encariñó con nosotros. Al poco tiempo nos llama el juez y nos dice que había un problema. El problema era que venía con un combo, Luz… —contó Jorge— Tuvimos que hacer la vincular de Alan porque él no sabía que tenía una hermanita que no llegaba al año. Entonces, fuimos los fines de semana con él para que la conozca, para poder vincularlos y después poder traerlos a casa”. De esa manera, dos hermanos de sangre se unieron. Pero no fueron los únicos.

En esos años, Jorge volvió a encontrarse, por asuntos laborales, con gente del juzgado con el que trató la adopción de Rocío. Le tenían una noticia: la chica tenía una hermana de sangre y querían que la nueva niña también dispusiera de una familia. “Celeste no podía volver con su familia, pero tampoco podía seguir institucionalizada”, relatan en el libro.

La historia era aún más enriquecedora. “Celeste creía que Rocío (la primera hija del matrimonio) había fallecido de bebé y Rocío no sabía de la existencia de su hermana… Entonces Celeste estaba desesperada por conocer a Rocío, por verla y saber de ella, pero Rocío no vivía la misma situación porque su infancia la disfrutó con Catriel y Alan”, contó a Infobae Jorge.

Y recordó: “Cuando nos enteramos de la existencia de Celeste, pedimos el permiso al Juzgado para que venga a casa porque no podía volver a su casa de origen. En ese momento se quedó con nosotros”. Por segunda vez, una pareja de hermanas se reencontraba.

Una situación similar se vivió con el caso entre Catriel y Jésica. “Estábamos de vacaciones cuando nos llamó una asistente social del Estado y nos dijo que en un hogar para madres estaba la hermana biológica de Catriel, Jésica. Fuimos a verla”, relató el matrimonio en el libro. Para sorpresa de ellos, ese bebé de seis meses se llamaba Catriel, como su segundo hijo. “Jésica (que tiene un leve retraso madurativo) se acordaba de que tenía un hermano más chico y que habían sido separados cuando fueron llevados a distintos hogares luego de que los retiraran de su casa biológica por mala alimentación… ¡Ella siempre se acordó de su hermano!, por eso le puso a su hijito el nombre Catriel”.

Cuando Jésica cumplió los 18 años, el Estado no se hizo más cargo de ella y fue desinstitucionalizada, pese a su discapacidad; las opciones que tenía eran dos: volver a su ámbito familiar o encaminarse hacia una nueva vida. Optó por la segunda. Cuando nació su hijo, al recordar a ese hermano con el que pedía comida en las calles, le puso el mismo nombre sin saber que algún momento el destino los volvería a juntar.

“Cuando conocimos a Jésica no le dijimos que teníamos a su hermano en casa. Tuvimos que hacer una visita previa, sabíamos de su discapacidad y ella sabe de eso por eso pedía la oportunidad de vivir en una familia… Decía que se iba a portar bien —se emociona— y que quería compartir su vida con una familia y darle esa oportunidad a su hijo… Cuando nos dimos cuenta de que estaba afianzada al vínculo, le contamos que su hermano estaba con nosotros”, explicó Jorge. Fue una emoción más en la historia. El matrimonio había logrado, otra vez, que su amor pudiera derribar barreras. Sólo faltaba poner en aviso a Catriel sobre la aparición de esa hermana y su nuevo rol de tío.

“Para él fue muy emocionante saber que su sobrino llevaba su nombre”, recordó el padre de la familia. Todos pasaron a ser tíos y ellos, abuelos.

Una historia de amor plasmada en un libro

Tapa del libro en el que el matrimonio Lencina Gordilla cuenta su historia e invita a sus lectores a re pensar la adopción.

La conmovedora historia del matrimonio está plasmada en un libro de lectura recomendable, no sólo para aquellas personas que piensan en adoptar, sino para quienes deseen saber que la adopción es uno de los actos de amor más grandes que se puedan manifestar.

Jorge cerró la entrevista telefónica con una reflexión sobre su vida, su familia, sobre el recorrido que lo llevó a este presente. Reflexionó sobre el camino en el que vio a niños padecer por la falta de un buen hogar y de unos padres que lo contengan; si bien lo dejó escrito siempre hay lugar para nuevas palabras que alienten a otros a adoptar. Esto es lo que dijo, a modo de consejos, para terminar esta entrevista:

Para adoptar en Argentina hay mucha burocracia, que hace falta, pero quizás los pasos tendrían que ser más rápidos. A veces hace falta porque es necesario saber con quién se va a ir el niño, pero tendría que ser más rápido porque a ellos se les pasa el tiempo en los hogares. Si un niño entra a los 2 años y pasa 3 ó 4 años en trámites, ese niño ya no será mirado por otra familia porque tendrá 5 ó 6 años y la gente no lo querrá porque piensa en lo genético y les harán bullying porque no saben lo que trae, pero ellos disfrutan todo lo que se les das. Claro que no es todo color de rosa, pero el amor y la vida en familia cambia las cosas. Somos los adultos los que debemos hacer el duelo por no ser padres biológicos, los dos. Yo no puedo tener el deseo de adoptar y la otra parte no porque vamos a fallar y en algún momento vamos a tener un problema, por eso las decisiones deben ser mutuas y la decisión de adoptar a un niño más grande también porque sino no va a funcionar y el que sufre será la criatura porque va a fracasar la adopción o la vinculación.

(iStock)

Por eso es importante hacer el duelo. ¡Me pasó a mi! ¡Yo soy el estéril!¡Mirá cómo el varón tiene que superar el machismo! Después tienen que saber que es diíicil adoptar bebés porque en esos casos se trabaja con los padres biológicos o con la familia extensa (tíos y abuelos). Sabiendo eso hay que decidir hasta qué edad uno puede adoptar o se animaría. ¡Los chicos no te van a cuestionar nada! ¡Van a disfrutarte y a vivir lo que no han vivido antes!

Yo les recomiendo que no tengan temores, los temores son nuestros no de los niños. Ellos sólo necesitan amor, un hogar, una familia. No es fácil, pero recuerden cómo eran ustedes mismos a esa edad o pregunten a un padre si no tiene problemas con su hijo biológico porque todos pensamos lo peor para los chicos adoptivos, pero no es así. Cualquiera puede tener problemas en la vida, pero todo depende de lo que seamos capaces de darle y enseñarle”.

Actualmente los Lencinas Gordillo integran el programa “Familias para familias” y contienen a 4 hermanitos (de 2 a 6 años) mientras esperan que se resuelva su situación familiar. Ese programa los convierte en “hogar de acogimiento”, lo que se traduce en el lugar donde niños sacados de su casa materna, por distintos problemas, se recuperan de las situaciones que les tocó vivir. Además, el programa trabaja con la familia extensa de los menores (tíos y abuelos) en caso de que no puedan volver con sus padres  biológicos. Recién cuando ese vinculo extenso se rompa quedaran aptos para ser adoptados por otras familias.

“¿Si esto se termina hoy? ¡No! Las puertas de casa siguen abiertas. Creemos que podemos seguir. No hay que adoptar con la cabeza sino con el corazón”, finalizó Jorge, el hombre que supo traducir la frustración de un impedimento biológico en una máquina inagotable de brindar amor. Y qué mejor ejemplo que ese para transitar la vida.

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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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