Mientras pasa los dedos sobre las cicatrices de su antigua adicción, en el pliegue del codo izquierdo, Graham Moustache trae a la memoria oscuros recuerdos. “La heroína te destruye. Te levantas a la mañana y te sientes mal. Tu único horizonte es la próxima dosis”.
En las Seychelles, en el Océano Índico, el 5% de los 95.000 habitantes son heroinómanos, es decir casi el 10% de la población activa. Se trata de un triste récord mundial, según las autoridades de este archipiélago más conocido por sus magníficas playas y su turismo de lujo que por sus problemas de drogas.
Para tener una dimensión del fenómeno, en el mundo el 0,4% de la población consumía opioides en 2016, más de la mitad de ese procentaje en Asia, según un informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).
Seychelles se encuentra entre los lugares con más consumo junto a, por ejemplo, Afganistán, gran país productor, según datos nacionales recolectados por la ONU.
Graham Moustache, de 29 años, comenzó con la heroína en la adolescencia. “Un padre difícil”, murmura. “Tengo cuatro hermanos y dos hermanas, todos fuimos heroinómanos en algún momento”.
“Estuve dos veces en prisión por robo. Fue mi madre la que me denunció, ya no sabía qué más hacer”, cuenta. “A veces no tenía dinero suficiente y tenía que elegir entre comer o comprar heroína. Y elegía la heroína”.
Esa mañana en la que se reúne con los periodistas de la AFP, Moustache espera el momento de la distribución de metadona, el medicamento de sustitución de la heroína, en un descampado lejos de los hoteles y los yates en Les Mamelles, una localidad de Mahé, la isla más grande de las Seychelles.
“Hace más de un año que no consumo. Encontré un empleo como pescador y puedo ver a mis dos hijos, gemelos de siete años”, dice con orgullo este joven, gorro gris en la cabeza.
A la hora indicada, la minivan blanca estaciona. Una fila de varias decenas de heroinómanos ya está formada delante de su ventanilla, esperando con un vaso plástico su dosis diaria de metadona, en el marco de una programa gubernamental.
Un viejo apoyado en un bastón bebe los 50 mililitros de ese líquido, una joven con flacucha y ojerosa con un bebé en brazos se suma a la fila, un chofer de taxi con el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás estrecha sonriente algunas manos.
Inyectada o inhalada, la heroína no discrimina en las Seychelles y trasciende las clases sociales y las generaciones.
– Tabú –
Este archipiélago de fronteras porosas fue azotado de lleno por esta droga al final de los años 2010, cuando surgieron las nuevas rutas de la heroína que pasan por África Oriental y se cruzaron con una población con un poder adquisitivo elevado con respecto a muchos países de la región (salario medio de 420 dólares).
Muchos observadores no dejan de resaltar la paradoja de Seychelles: es el único país africano considerado de “altos ingresos” por el Banco Mundial, especialmente gracias a un sector turístico en constante alza, pero cerca del 40% de la población vive bajo el umbral de pobreza, según cifras de 2015.
“El problema ganó en magnitud porque reaccionamos demasiado tarde”, reconoce Patrick Herminie, director de la Agencia para la Prevención de abusos vinculados con la Droga y para la Rehabilitación (APDAR).
“En 2011 nos dimos cuenta que 1.200 utilizaban heroína y adoptamos un enfoque punitivo”, explica Herminie. “Confundimos a los traficantes con sus víctimas”.
En 2017 un informe mostró que el número de heroinómanos había pasado a 5.000. Las autoridades cambiaron su estrategia. La adicción de la heroína fue declarada prioridad de salud pública y tratada como una enfermedad. Se lanzó un programa de distribución gratuita de metadona acompañada de un seguimiento médico.
El presupuesto estatal dedicado a las adicciones a las drogas alcanzó los 75 millones de rupias seychellenses (5 millones de euros, unos 5.4 millones de dólares) en 2020, unas diez veces más que el de 2016. En la APDAR, creada en 2017, 75 personas participan en esta lucha, cuatro veces más que en el inicio.
“Las drogas ya no son un tabú”, afirma Noéllie Gonthier, de la oenegé seychellense CARE, que lucha contra las toxicomanías.
Más aún teniendo en cuenta que el problema no se limita a la heroína. “Tenemos un problema con las adicciones en este país: el alcohol, el cigarrillo, la marihuana”, dice Herminie. “Ahora es la heroína, pero en otro momento será quizás otra cosa”.
El fenómeno se ha vuelto tan banal que en las escuelas “a veces niños de cuatro o cinco años imitan la inyección de heroína en el brazo para jugar”, lamenta Gonthier. “Nuestra desafío es hacerles entender que lo que consideran normal a raíz del contexto familiar, no lo es en absoluto”.
En Mahe, pequeña isla montañosa de vegetación exuberante donde la mayoría de la población vive cerca del mar, la vida es calma, sin embotellamientos ni mucha suciedad en la calle. Incluso la pobreza se ve poco, concentrada en los suburbios populares de muros deteriorados de la capital Victoria o en los barrios altos.
¿Por qué tantos seychellenses se drogan? Las autoridades admiten no haber terminado sus investigaciones sobre la cuestión, aunque la pobreza es una de las pistas.
– Imitar la heroína –
Mientras tanto, unos 2.500 heroinómanos participan en el “programa metadona” de la APDAR y los resultados del cambio de paradigma no se han hecho esperar.
Todos los indicadores vinculados con el consumo de heroína mejoraron: la criminalidad bajó un 45%, la cifra anual de casos de hepatitis C un 60%, y el desempleo juvenil pasó de 6,5 a 2,1%.
Tanto en las calles de la capital con aire de pequeña ciudad provincial como en otras partes del archipiélago, cartales publicitarios y murales en los edificios de las escuelas recuerdan que no hay que drogarse.
Pero en Les Mamelles, la adicción sigue siendo para algunos un combate diario. Más aún que para competir con la metadona gratuita, los traficantes bajaron los precios de la dosis de heroína.
Con el rostro pálido, los ojos vidriosos, el aliento entrecortado y gotas de sudor en su frente, Gisèle Moumou, de 32 años, sufre.
“La metadona me ayuda mucho pero es difícil no tocar para nada la heroína”, cuenta la joven, consumidora desde los 13 años, cuando una noche sin que lo supiese un amigo “la hizo consumir” en un cigarrillo.
“A veces me quiebro”, confiesa.
Con un cigarrillo en un costado de la boca, un chofer de taxi brinda su análisis: “La metadona no está mal, quita el síndrome de abstinencia, pero no te procura las mismas sensaciones”. “A veces, vuelvo a consumir. Estamos en un pequeña isla en el medio del océano. ¿Qué otra cosa hay para hacer aquí?”.
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FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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