La victoria de López Obrador abre un nuevo capítulo en Latinoamérica

México es, para los latinoamericanos del sur del continente, un país diferente, como decía José Martí, está lejos de Dios y cerca de Estados Unidos. Es decir, es un país hispanoamericano diferente, situado en América del Norte geográficamente, con todo lo que ello significa. Su historia ha sido muy particular y distinta a lo sucedido en la mayoría de los países de la región que se encuentran al sur del canal de Panamá. No pasaron próceres libertadores como San Martín o Bolívar. Fue invadido por tropas europeas que crearon una monarquía con un rey nacido en Viena (Fernando Maximiliano), además Estados Unidos se quedó con muchos de sus actuales estados (California, Nevada y Utah, concluida la guerra de 1846-1848). En síntesis, su proceso político institucional estuvo marcado por hechos más dramáticos, como la célebre Revolución mexicana que comenzara en 1910 y durara más de 10 años.

En ese marco de diferencias, con lo que pasó y pasa políticamente en el subcontinente, es donde hay que situar el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) del 1º de julio pasado y no se deben buscar procesos similares importados de otras realidades sudamericanas.

López Obrador no es un recién llegado a la política. Perdió dos elecciones anteriormente (2006 y 2012) encabezando al PRD, un desprendimiento por izquierda del PRI. Creó una coalición heterodoxa y llamativa donde comulgan viejos militantes de ese antiguo PRD, junto con una agrupación de izquierda, el Partido del Trabajo, y un grupo de conservadores y evangelistas agrupados en el Encuentro Social.

Su trayectoria política no tiene nada que ver con los líderes de movimientos o partidos políticos latinoamericanos que gobernaron desde finales del siglo XX hasta hace poco tiempo (chavismo, kirchnerismo, correismo, moralismo, etcétera) y que han sido definidos, con muy poco rigor científico, como los populismos latinoamericanos.

México, que se emparenta con el resto de los países de la región por su subdesarrollo relativo y su elevada corrupción, se distingue por una violencia política inigualable (murieron más de cien candidatos durante la campaña electoral) debido a una violencia producto de los carteles del narcotráfico. No obstante ello, México es un país que, a diferencia de los latinoamericanos (salvo Uruguay y Chile que también son sólidos), tiene la particularidad de ser respetuoso de las instituciones. Desde la finalización de la revolución y la caída del dictador Porfirio Díaz, no ha habido jefes de Estado que se hayan perpetuado en el poder, ni tuvo tampoco gobiernos militares.

Más allá del fraude que existió durante una buena cantidad de años, los procesos políticos se han ido sucediendo por más de setenta años con gobiernos civiles que, sin mucha legitimidad, en los primeros 40 años, fueron respetuosos de las formalidades y cumplieron mayormente todas las normas constitucionales, alternándose en el poder.

Desde la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, en los noventa, México ha sido un país que adoptó una economía ortodoxa. Ingresó a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), jamás estuvo en el grupo de los 77 más China, no ingresó al Movimiento de Países No Alineados ni a la OPEC. Firmó, junto a Canadá y los Estados Unidos, el Nafta, acuerdo que se está renegociando por voluntad del presidente Trump y al que López Obrador ha manifestado querer seguir perteneciendo después de su reforma. En síntesis, el PRI siempre vociferó su autonomía, pero nunca enfrentó seriamente la política exterior de los Estados Unidos desde la nacionalización del las compañías de petróleo, en 1930.

México no ha tenido los vaivenes pendulares que los otros grandes países de la región han sufrido, para el caso: Brasil o Argentina. No obstante, ello debería ser un alerta para quienes impulsan copiar ese camino que López Obrador quiere reemplazar. México nunca se propuso terminar con la corrupción, la violencia, la pobreza y la marginalidad que impidieron un desarrollo sustentable en una economía que ha crecido a ritmo constante durante estos últimos 20 años. Los dos grandes partidos mexicanos, el PRI y el PAN, en forma consensuada y coordinada, mantuvieron el proyecto económico, no quisieron modificar una estructura injusta con grandes diferencias sociales y económicas que permanecieron inamovibles.

La tarea de AMLO no será sencilla. México es un país que basa su riqueza en el petróleo, primero, y en las maquinas y en los automóviles, después; todos productos para la exportación, en una economía que crece de acuerdo con una demanda que depende mayormente de los Estados Unidos. Además están las remesas que envían los mexicanos que viven y trabajan allí a sus familiares. Todo su crecimiento depende de cómo le va en su relación con su poderoso vecino.

Aquí no se puede ignorar la importancia que tiene para el futuro presidente mexicano lo que haga o deje de hacer Donald Trump, que, como sabemos, impulsa (¿para consumo interno?) la creación de un muro que impida la llegada de ciudadanos hispanoamericanos a su territorio. La mayoría pertenece a ciudadanos centroamericanos, pero también hay mexicanos.

En esa instancia, no cabe duda de que los apetitos soberanistas y separatistas que pudiesen querer manifestarse desde el partido gobernante deberán aplacarse si el gobierno de Morena quiere mantener las cosas en su cauce. La ruptura, por más digna que ella fuese, solo tendrá malas consecuencias para México y para su población.

No obstante, hay límites. En sus primeras declaraciones, López Obrador dejó en claro que no será tan concesivo como su antecesor, Enrique Peña Nieto. Por su parte, Trump le hizo llegar un mensaje de cierto apoyo, como también lo hizo el secretario de Seguridad de los Estados Unidos, John Bolton, que afirmó que la relación entre los dos jefes de Estados será de armonía.

En el mundo que cambia diariamente y donde los conflictos se suceden indefinidamente, el arribo al poder de López Obrador puede ser una oportunidad y surge una esperanza. Cabe recordar que a López Obrador le quitaron una elección en 2006, pero no hizo un golpe, se puso a luchar de nuevo y ahora lo logró por las urnas.

Para una región latinoamericana que no está bien, ya que el Brasil debe resolver su crisis pos Lula y la Argentina, dejar atrás una grieta inútil y encontrar un proyecto de unión nacional, un México que ponga fin a una violencia endémica producto del narcotráfico y la corrupción y vuelva a ser el país abierto a los exiliados, con una cultura muy rica y propia, puede el ser ejemplo de un futuro latinoamericano.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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