Tejer la trama del presente, de las profundidades del pensamiento y de las posibles respuestas que habrían de brindar los personajes políticos de esta época frente a los desafíos de la realidad, en nuestro caso al menos, es imposible. No hay manera de conocer quiénes realmente son cuando sus carreras de la vida pública han recorrido los caminos en permanente zigzag.
Hansel y Gretel dejaban sus rastros en el bosque, tirando granitos de arroz, para reconocer cuál era su lugar de la partida. Muchos de nuestros hombres públicos necesitan y tratan, de borrar esos rastros, porque, es difícil justificar sus acciones previas, son responsables de lo que ahora critican.
Esa falta de madurez y coherencia contribuye a explicar la política a los tumbos de las últimas décadas, la desmesura efímera de cada etapa. También suman a la explicación de por qué hace décadas que carecemos de un Plan, de una visión estratégica, sin el cual no hay manera de construir el futuro. No hay demasiadas maneras de construir confianza porque nuestros actuales protagonistas la dilapidan. Confianza y futuro se cocinan en la misma carnadura del colectivo de la política.
No hay demasiadas maneras de recrear confianza porque nuestros actuales protagonistas la dilapidan
Muchos de los prohombres de esta época quieren que olvidemos de dónde vienen para poder decir “yo no fui”, mientras el fuego quema las últimas vituallas. Por eso, parte de la “tarea de la política” es levantar el edificio de la memoria selectiva.
¿Quién recuerda -en los tiempos en “que se vayan todos” y las “asambleas populares”- qué cuando el Presidente convocó a firmar el compromiso de no volver a presentarse a elecciones el primero que comprometió su firma sigue siendo eterno candidato, sin pedir perdón ni avergonzarse? En años de la nobleza de la política la trayectoria era importante y los hombres públicos trataban de exponerla para la honra.
La nueva costumbre en nuestra sociedad es no tener en cuenta el pasado y no exigir un mínimo de coherencia vital. Eso hace mucho daño a la vida colectiva.
¿La causa? La ausencia de partidos como estructuras de compromiso y formación. El oportunismo y la increíble ausencia de sanción social en un país donde “la Justicia institución” adolece de las mismas lacras, falta de formación y oportunismo.
La cura, que siempre la hay, empieza por reconocer la enfermedad. Y actuar en consecuencia. Por ejemplo, que nadie sea Juez antes de cumplir 50 años y poder exponer, el esencial curriculum vitae de haber vivido una vida buena. Así nos evitaríamos contar la cantidad de jueces de los que sabemos que viven una “buena vida”. Que no es lo mismo que una vida buena.
Carlos Melconian, con quién poco comparto, aportó una mirada interesante acerca de las consecuencias de esta costumbre social que habilita a cualquiera a sumarse aventuradamente a la política o a la economía y cobrar fama gracias a ello. Estando en la “lista de los posibles”, luego se hace posible sumarse a predicar todo lo contrario de aquello que les brindó el podio que hizo falta para “jugar en grandes ligas”.
La borocotización como método de ascenso económico, social y político, empieza haciendo experimentos que la sociedad paga. En definitiva, se trata de hacer “carrera”. Instalar un nombre y con la fama, “hacerse conocido”. Ese método genera “posibilidades” de ascenso en una sociedad en la que el estancamiento dejó de brindar oportunidades por mérito.
Falta idoneidad profesional
También dijo Melconian, referido a la bomba monetarista que tiró un economista ex K: “Estos chicos que vienen a aprender a la función pública, hacen desastres y después -con la experiencia a costa de la sociedad- descubren lo que no sabían y pontifican lo que ahora saben”.
“Estos chicos que vienen a aprender a la función pública, hacen desastres y después -con la experiencia a costa de la sociedad- descubren lo que no sabían y pontifican lo que ahora saben”
Deberían dar cuenta de dónde vienen, cómo empezaron, qué daño hicieron; reconocer que -con lo que hoy saben- no estaban preparados para ejercer los cargos para los que le pagamos y le dimos la firma para que nos sentencien. No deberíamos seguir tolerando que los que han estado en los máximos niveles, caídos al llano, nos expliquen que lo correcto es hacer todo lo contrario a lo que ellos hicieron cuando tenían la decisión.
Los economistas K de Cristina dejaron un escenario extremadamente complejo del que era muy difícil salir y que negaban de manera escandalosa: “medir la pobreza es estigmatizarla”. ¿Habrán aprendido?
Pero los que los sucedieron, en el desgobierno PRO hicieron el mismo periplo; no hago nombres, pero los jóvenes PRO, improvisando en instrumentos que no sabían tocar y tratando de leer partituras que no sabían leer, dejaron un desastre. Uno de ellos, funcionario del BCRA –después del desastre cambiario que protagonizaron – suelto de cuerpo, le respondió a Jonatan Viale, más o menos, “y mirá lo que aprendí en el cargo es lo complejo que es manejar el mercado cambiario”. Ese aprendizaje le cuesta caro a la sociedad.
Es cierto que, en gran medida, el mal deriva de no tener una burocracia profesional que -más allá de las visiones de la política- aporta el conocimiento de los límites.
La política conduce, pero la burocracia exhibe las señales de los límites: si nos avisan “los límites” de velocidad máxima y mínima, las curvas cerradas, los límites del camino, es probable que no volquemos. Cada gestión que pasa nos enseña una nueva manera de volcar.
Van 45 años de tumbos sucesivos y 45 años de erosión de la profesionalidad de la burocracia.
Esta precaridad de llegar a los cargos sin experiencia y ejercerlos sin una burocracia profesional respetada que advierta, tiene los mismos años que la decadencia. No es una coincidencia. Porque lo mismo pasó en toda la política. ¿Cómo construimos confianza? ¿A qué versión le creemos? Florencio Randazzo se acaba de incorporar a estas lides declarando lo malos que fueron los gobiernos que él integró. Increíble… pero habitual.
Lo que hace a un líder es la coherencia. La ausencia de coherencia revela que el dirigente no puede conducirse a sí mismo y que vuela para el lado que sopla el viento. Es decir, gente liviana y sin rumo propio. A la fuerza de Juntos tampoco le faltan incoherentes. Algunos pasaron de militar la guerrilla montonera a publicitarse como paladín de la República ¿Cómo creerle?
La ausencia de coherencia revela que el dirigente no puede conducirse a sí mismo y que vuela para el lado que sopla el viento
Otros fueron ministros K y firmaron la partida de nacimiento de la grieta con la 125, o la locura del proyecto del tren bala y convivieron con el truchaje del Indec. Otros parlamentarios votaron la 125 (aunque perdió), el Pacto con Irán, el Acuerdo Estratégico con China, e inauguraron la política de los subsidios en lugar de promover la creación de trabajo a lo largo de muchos años. Hoy maldicen todo eso.
Todo se puede y se debe perdonar. Pero no es posible que se levante el dedito cuando no se tiene la autoridad de la coherencia. Los arrepentidos cumplen una función. Claro que sí. Pero, al arrepentirse, sólo se les disminuye la pena, pero no se les borra la responsabilidad. Esta manera incoherente de hacer política ha culminado en esta grieta porque nadie quiere reconocer la responsabilidad y -como es sabido- muchos creen que la mejor defensa es un ataque y trasladarle la culpa a “otro” de manera feroz. Pero no es esa la mejor defensa del interés colectivo.
No forjar un proyecto de vida en común, postergarlo, es lisa y llanamente, alimentar la grieta, los odios, que hacen que los protagonistas no busquen otro destino que el exterminar al “otro”.
Pobreza que duele y que hay que revertir
La pobreza crece como consecuencia de la incapacidad para revertirla de las ayudas de supervivencia. Toda la estrategia de la pobreza hoy es de administración. Administrar la pobreza es imprescindible pero insuficiente para superarla. Hay que animarse a profundizar el diagnóstico y antes que sea demasiado tarde focalizar la acción en la pobreza infantil y urbana.
Los padres podrán dejar de reproducir pobreza, tal vez, dentro de diez años si somos capaces de crear trabajo, incrementar la productividad, generar cuantiosas inversiones de desarrollo social. Para entonces los que hoy tienen 6 años serán muchachos que habrán crecido lejos de la tercera década del SXXI. ¿Es tan difícil entenderlo?
Es el Estado que tenemos y así como sabemos que “la pobreza de los padres necesita mucho tiempo para terminar con ella”, elevar la calidad del Estado requiere muchos años. Pero en poco tiempo podemos habilitar la capacidad de la cosa pública para pensar el futuro y alentar las grandes transformaciones que necesitamos.
Así como sabemos que “la pobreza de los padres necesita mucho tiempo para terminar con ella”, elevar la calidad del Estado requiere muchos años
Necesitamos que la política, en un gesto de humildad y generosidad, convoque a las Universidades, a los Centros de Investigación para que reconstruyan un organismo multidimensional, sistémico, como el viejo INPE de la tercera presidencia de Juan Domingo Perón o el Conade de Arturo Illia, que genere el listado de prioridades y el diseño de los proyectos que le den sentido a los gobiernos que se suceden, hasta ahora, con el penoso ritmo de administrar la pobreza y administrar la deuda, que todos heredaron y, vaya casualidad, todos generaron.
La falta de divisas
El tercer jinete es la restricción externa: esa condena al estancamiento que hace que todo crecimiento del PBI -objetivo primario de toda política económica- se detenga como consecuencia de los desequilibrios que implican constatar que “no hay dólares” y la administración de crisis, en la que se cocina la política, abre, entonces, dos ventanas. O detenemos la actividad o nos zambullimos en la deuda externa que, sin resolver el problema que genera la restricción, deriva inexorablemente en recesión.
Se requiere un programa de sustitución de importaciones y de sustitución de exportaciones, al que deben someterse todos los demás objetivos de la política económica de corto plazo. No es un problema financiero, ni un problema macro, es apuntar a la transformación estructural cuyos costos no son menores pero cuyos beneficios, cuando comienza el proceso, se notan.
El cuarto jinete es el país vacío, los recursos abandonados, que es la contracara de los otros tres jinetes, la pobreza es causa y consecuencia del país vacío, el cual es causa y consecuencia de un Estado sin cabeza y profundamente ineficiente; y está tan asociado a la restricción externa que, resolver esta, es ocupar todo el territorio de manera productiva.
Se requiere un programa de sustitución de importaciones y de sustitución de exportaciones, al que deben someterse todos los demás objetivos de la política económica
Hubo una Argentina diferente. Pero el vaciamiento territorial nos ha generado la concentración de la pobreza urbana dónde todo se hace más difícil; nos ha quitado la agregación de valor para resolver la restricción externa y finalmente, ha puesto la mayor parte de nuestro Estado de espaldas al interior con el agravante de una prédica supuestamente latinoamericana que olvida que el territorio latinoamericano está dentro de nuestras fronteras y somos nosotros mismos porque, en realidad, no todos descendimos de los barcos.
Lo único que puede rescatar a la política es definir la manera en la que nos vamos a proteger de los cuatro jinetes que galopan a un ritmo extraordinario: pobreza, deterioro del Estado, restricción externa y vaciamiento territorial. La única manera que nuestra novela no termine en guerra es forjar un proyecto de vida en común. Eso es “la política”.
Naturalmente requiere de quienes hacen política que reconozcan sus responsabilidades por el pasado ominoso que ha terminado en este presente ominoso y que, liberados de esa carga, no necesiten exagerar esa fe de conversos que realmente lastima a la búsqueda de la verdad sin la que no es posible construir.
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