La sociedad del cuidado, el camino a la igualdad

Las desigualdades de género se extienden a todos los ámbitos en América Latina. EFE/ Bienvenido Velasco
Las desigualdades de género se extienden a todos los ámbitos en América Latina. EFE/ Bienvenido Velasco (Bienvenido Velasco/)

A pesar de los avances en materia de derechos para las mujeres, América Latina y el Caribe todavía está lejos de lograr una igualdad significativa entre varones y mujeres. Aún en 2024, las mujeres estamos más expuestas que los varones a una serie de vulnerabilidades que dificultan o impiden que desarrollemos una vida digna.

No hablamos solo de la violencia de género. Las mujeres sufren la pobreza y la inseguridad alimentaria en mayor medida que los varones. Según el Observatorio de Igualdad de Género de la CEPAL, casi el 30% de las mujeres en la región fueron pobres en 2022 y hubo 118 mujeres en situación de pobreza y 120 en situación de pobreza extrema por cada 100 varones en situaciones semejantes.

La desigualdad de género cruza la socioeconómica generando condiciones más desfavorables para las mujeres. De hecho, las desigualdades económicas entre varones y mujeres son mayores en las clases sociales más bajas. Al mismo tiempo, estas desigualdades son atravesadas por otras, como la racial, la étnica, la territorial y la generacional. Por eso, las cifras de pobreza son mayores entre mujeres afrodescendientes e indígenas que entre aquellas que no pertenecen a ninguno de estos grupos y entre las de ámbitos rurales que urbanos.

No es que no haya habido mejoras en algunos indicadores que reflejan la realidad material de muchas mujeres. Las hubo, por ejemplo, en educación. En América Latina y el Caribe, las mujeres superan a los varones en los niveles de matriculación y finalización tanto en el nivel primario como en el secundario y son quienes más continúan sus estudios posteriormente.

Pero esto no se traduce en una mayor o mejor salida laboral, ni en las condiciones de trabajo. La tasa de desempleo es más alta en mujeres en todos los grupos etarios -con una diferencia muy superior entre las personas más jóvenes- y una de cada 4 mujeres en edad de trabajar no percibe ningún ingreso propio. Para el caso de los varones, esta cifra desciende a uno de cada 10.

El mercado laboral sigue repleto de prejuicios. Es evidente que no se trata de situaciones particulares o coyunturales. Los patrones culturales patriarcales discriminatorios y la cultura del privilegio impiden que las mujeres -sobre todo las mujeres jóvenes- puedan acceder al mercado laboral en condiciones dignas, o bien las expulsan de él.

Dentro del mercado laboral, las desigualdades persisten. En 2022, las mujeres latinoamericanas tuvieron un ingreso laboral medio hasta 30% menor que el de los varones y en la mayoría de los sectores son más las mujeres que no tienen protección social. Las diferencias se encuentran también en nuestra representación en puestos jerárquicos: en 2021 sólo el 37% de los cargos directivos eran ocupados por mujeres.

Pero las mujeres tenemos una dificultad extra y menos visible para desempeñarnos en el ámbito laboral: contamos con menos tiempo. Nosotras somos quienes nos dedicamos mayoritariamente a los trabajos no remunerados -ni reconocidos-, principalmente las tareas de cuidado. En América Latina, entre las personas de 20 a 59 años, las mujeres ocupan entre 9 y 35 horas más por semana que los varones en trabajos no remunerados. Paradójicamente, tenemos menos tiempo para ocuparnos de nuestro propio autocuidado y bienestar.

Todas las dificultades y preconceptos a los que nos enfrentamos a la hora de desarrollarnos laboralmente impactan directamente en nuestras posibilidades de ejercer nuestra autonomía. Y si hablamos de autonomía, no podemos olvidarnos de esa violencia específica que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo, la violencia basada en género, cuya expresión más extrema es el femicidio. En los últimos años se ha avanzado en la visibilización de esta forma de violencia que persiste: en 2022 hubo en la región 4.050 mujeres asesinadas por razones de género, 11 femicidios por día.

Según la CEPAL y ONU Mujeres, todos los estados de la región deben incrementar sus esfuerzos en términos de políticas de género para lograr una igualdad sustantiva dentro del plazo impuesto por la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.

Si bien hasta 2023, muchos de los gobiernos de América Latina tenían mecanismos institucionales para coordinar las políticas de igualdad de género, no todos contaban con rango ministerial. Esto es particularmente preocupante en el Caribe, donde se encuentran algunos de los países con mayores tasas de femicidios y peores condiciones estructurales para las mujeres, pero sólo el 11% de los gobiernos tenía un ministerio destinado a trabajar sobre la problemática.

Paralelamente, aunque las mujeres seamos más de la mitad de la población latinoamericana, continuamos subrepresentadas en los cargos de elección popular. Por ejemplo, solo el 35,8% de los escaños en parlamentos nacionales son ocupados por mujeres, cifra que desciende al 27,2% para el caso de los órganos de gobiernos locales.

En casi todos los ámbitos, la tendencia actual muestra un panorama desalentador. Si continuamos por este camino, es difícil que la región logre alcanzar una igualdad significativa en términos de género para 2030.

No podemos esperar más. Es necesario un trabajo mucho mayor de los estados en pos de desatar los nudos estructurales de la desigualdad de género.

El único camino posible hoy en día es adoptar de manera urgente nuevas formas de organización social que pongan a los cuidados en el centro. La economía considerada “productiva” se sostiene en el trabajo de cuidados, no remunerado ni reconocido. Las políticas de cuidados tienen un enorme potencial para impactar en la promoción de la igualdad y superar al mercado como eje organizador de la vida.

Poner a los cuidados en el centro implica asumir el paradigma de la sociedad del cuidado. No se trata solo de generar una política pública específica, sino de promover una transformación cultural profunda, que rediscuta los acuerdos de género, generaciones y clases, entre otros. Significa pensar(nos) en términos relacionales, en el reconocimiento y el respeto del otro, correr el eje de la individualidad liberal que prima en nuestras sociedades y darle protagonismo a la interdependencia, la reciprocidad y la complementariedad.


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