La hora del bajón

Mucho antes de lo esperado la carroza se transformó en calabaza. En uno de los días más largos del verano ruso se nos vino la noche. Así en el fútbol como en la vida, la realidad termina imponiendo su crudeza. No fue magia. No hay sortilegio, ni milagro de Papa alguno, que nos ponga a resguardo de los errores cometidos. Dios está harto de ser argentino, se cansó.

No bastan cábalas, ni rezos, ni fetichismo. No hay jaculatoria que nos proteja. Las individualidades no alcanzan. La falta de coordinación se paga. La exhibición de internas y enfrentamientos nos hace débiles, vulnerables. El exitismo deviene tóxico, malsano. Se requieren equipos y buen comando.

El exceso de optimismo suele jugar muy malas pasadas, devalúa presencias y palabra, se devora los pretendidos liderazgos. La autocrítica siempre es bienvenida pero llega tarde. Se demandan cambios, pero de fondo. No basta un “fashion emergency”. Salen Juan José Aranguren, Federico Sturzenegger y Francisco Cabrera. Entran Dante Sica y Luis Caputo. Pero del DT sigue sin lograr armar el juego ni delegar el mando. La fuerza del oponente es demoledora. El mercado avanza y devora, menos Excel y más política reclaman desde adentro.

El minuto a minuto de la economía corre impiadoso, no da tregua. El contexto internacional cambia, y los errores propios y las vulnerabilidades consolidadas aceleran el ritmo de la caída.

El Presidente dice estar dispuesto a pagar todos los costos políticos para seguir adelante con el cambio que se ha impuesto. Cuáles son esos costos y qué sentido tiene pagarlos si lo conducen a perder el poder en 2019 es la pregunta que muchos de los que lo quieren bien han comenzado a hacerse. Los mismos que lo describen flotando en el líquido amniótico del poder. En la cálida placenta en la que suelen quedar encerrados los presidentes, leyendo un diario que le escriben otros a medida de sus desvelos.

Las cosas que se dicen pesan y mucho. Todavía repica en el entorno digital una frase que quedó para la historia: “Lo peor ya pasó”. Segundos antes de que todo se viniera en desbandada bajo el pesado cielo de la tormenta perfecta.

“Es lo mejor que podía habernos pasado” dijo Luis Caputo. Cultor del “no hay mal que por bien no venga”, el flamante presidente del Central se inmoló en el sincericidio. El mercado vino a ejecutar lo que la política no se anima. A horas de ser declarados emergentes y festejar en medio de la adversidad, el mercado volvió a golpear y pegó sin piedad. Devorador, comenzó a deglutirse de a cientos de millones de dólares que bajó el FMI. De terror. Parece que nada alcanza.

“No vamos a parar hasta que el Gobierno caiga” aportó desaforado el Pollo Sobrero en el comienzo de la semana. Apostado en la trinchera del “cuanto peor, mejor”, un núcleo duro, irreductible y feroz festeja la debacle. Los excita la idea del helicóptero.

Por ahora, la máquina va de Olivos a la Rosada. Va y viene, lleva y trae. Algunos, desde adentro, dicen que las alturas no le pegan bien al ingeniero que nos gobierna, que lo alejan de la realidad. Sugieren que tiene que volver a pisar la tierra, a embarrarse los zapatos. Quieren que Macri se desmarque de la burbuja que lo encorseta y salga a jugar la cancha entera. Que mire a la gente, que vuelva a fatigar la calle. No queda mucho tiempo, argumentan con razón.

Con la selección afuera del mundial, los tiempos se aceleran. Hay un antes y un después. Urgidos por la tempestad y apremiados por Rogelio Frigerio vestido de fajina, los gobernadores prometen ayudar. Hasta la puerta del cementerio. No mucho más.

Hay que “hacer que las cosas pasen”, pero también hay que llegar. Hay que bajar el déficit pero con la gente adentro. Hacer que los números cierren pero conservando capital político. Ese es el desafío.

Todos miran fijo a Mauricio Macri. Nacido y criado en el poder, están los que lo describen en estos días encerrado y distante. Reconocen su capacidad para administrar las tensiones del momento, pero los inquieta verlo atrincherado en sus preconceptos, abrazado a un manual que el curso de los acontecimientos dejó obsoleto y atrapado en una mesa demasiado chica para comprender el momento. Todos a su alrededor huelen a preocupación. Los que no disponen de la sobredosis de optimismo que anima el ADN presidencial velan armas ante la adversidad que acecha.

María Eugenia Vidal incrementa partidas en especie para sostener abastecidos comedores y merenderos. La demanda y la urgencia la apremian cada mañana. Adelanta el pago del aguinaldo y exprime los recursos para sostener las partidas de leche que refuerzan desayunos y meriendas de niñez del Conurbano que no conoce otra cosa que carencia y pobreza. La obra pública iniciada llega a diciembre. Solo hasta ahí.

Detonada la pauta inflacionaria, se prepara a retomar paritarias. La manta es corta, cortísima. No sabe hasta dónde podrá llegar. La inflación núcleo para junio se estima en el 3,5 por ciento. El dólar trasladado a precios se ensaña con los alimentos, con los consumos más básicos, con lo imprescindible. Los más optimistas hablan de dos trimestres durísimos y de un crecimiento cercano a cero. Los funcionarios empiezan a hablar de una economía helada para esquivar la palabra maldita: “recesión”.

Los empresarios mascullan por los rincones. Muchos se sienten ninguneados. Dicen que el Presidente vive deslumbrado por los unicornios y los .com, que no son escuchados. Demandan políticas más realistas que ensanchen las posibilidades de producción y exportación. Dolidos, dicen que una cosa es un gobierno de empresarios y otra muy distinta es ser administrado por el hijo de un empresario secundado por un conjunto de CEO. Que “no se puede transformar Warnes a Silicon Valley en una semana, que no se festeja cuando se consigue en crédito sino cuando se lo termina de pagar”.

Con la buena reputación internacional no basta. No alcanza para hacer llover dólares. Hay que arremangarse y trabajar duro para ganar mercados, salir a vender. Piden políticas sectoriales, financiamiento e infraestructura.

Una suerte de demorada resignación empieza a ganar a los más poderosos. Saben que los contratos no podrán ser cumplidos. Alguien tiene que ceder. Llegó la hora de resignar beneficios si no se quiere ser arrastrado por el lodazal. Entregar algo para no terminar perdiendo todo.

El cambio tendrá que esperar. Jaqueado por el frente externo y el desmanejo interno, Macri enfrenta el momento más difícil. Sin garantía de reelección alguna, sin mayoría parlamentaria y con la oposición alterada, tendrá que hacer convivir ajuste y gradualismo en delicado equilibrio. Es hora de volver a preguntarnos: ¿Cuánta pobreza resiste la libertad?

El tornado monetarista se llevó puestas todas las certidumbres. Encontró su origen y potencia en la caída del más preciado de los insumos de quien gobierna: la confianza.

Ese bien absolutamente frágil y delicado que puede destruirse en un instante y que, en el mejor de los casos, lleva años restañar.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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