En las primeras dos décadas del siglo XXI se han presentado diversos conflictos con entidades para-estatales violentas; la irrupción más gravosa ha sido el terrorismo islamista que golpeó docenas de países en distintos puntos del globo. Estas acciones dieron lugar a la profundización de una confrontación geopolítica entre estados-nación reconocidos por la comunidad internacional y entidades para-estatales conocidas como organizaciones terroristas.
Desde el 11 de septiembre de 2001, una línea histórica de tiempo muestra con claridad el crecimiento de la endemia que la violencia terrorista y sus perversas modalidades trajo consigo. Tal estado de cosas trazó un vector de conflictos profundizados, no todos ellos respondidos en tiempo y forma por Occidente. Sin embargo, la invasión de Ucrania es la fotografía descriptiva y el ejemplo mejor acabado del primer conflicto entre estados reconocidos por la comunidad internacional con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial cuando Europa se había alejado de la idea de la guerra a gran escala en la creencia -errónea- que ella había quedado sepultada en mayo de 1945, con el final de la era criminal del Tercer Reich de Adolfo Hitler. No obstante, las operaciones militares lanzadas por el Kremlin a finales de febrero fueron el brutal recordatorio para Europa y el mundo de que la violencia no estaba excluida del viejo continente en materia de conflictos geopolíticos y geoeconómicos.
La guerra de Vladimir Putin dio por tierra con el estado de armonía, modernidad y con la sensación de felicidad europea. Toda creencia de que lo negativo había llegado a su fin en los ´90 con la implosión de la ex-URSS y la atmósfera represiva de la era de la Guerra Fría pareció quedar atrás y un nuevo mundo, enfocado en la libertad económica y las libertades individuales emergía; el poder central creyó que las crisis podían neutralizarse a través de la aplicación de la teoría del Soft Power (Poder Blando). Sin embargo, nada de eso mostró ser la solución en la visión de las nuevas estructuras de poder que la Federación Rusa fue tejiendo desde la llegada al poder de Vladimir Putin.
Las distintas informaciones que se dan a conocer por estas horas sobre el crecimiento de las operaciones militares rusas muestran la profundización clara de una segunda ofensiva sobre Kiev y generaron fuertes declaraciones de la Organización del Atlántico Norte (NATO por sus siglas en inglés) que escalan la retórica amenazante del canciller ruso Sergei Lavrov, el jefe de la cancillería rusa ratificó que el mundo se encuentra a metros de una guerra nuclear. Los dichos de Lavrov empujaron a Occidente y al resto del mundo a un escenario de duda mayor sobre lo que pueda traer el futuro y cuáles serán las implicancias de esta situación de ruptura a lo conocido hasta el 24 de febrero de 2022, cuando las tropas del Kremlin ingresaron a Ucrania.
Las declaraciones del canciller Lavrov colocaron a Washington, la Unión Europea (UE) y la OTAN en la situación del experimentado boxeador tratando de asimilar los golpes que recibe ante los inesperados dichos de Lavrov; las cancillerías europeas y las agencias de inteligencia de varios países alertan que el conflicto podría durar años; la política internacional en general y los sectores militares en particular están tranzando nuevos mapas estratégicos con sus consiguientes implicancias. En términos generales y como nunca antes, los europeos están preocupados por primera vez en muchos años.
En ese escenario, es cada día más claro que la guerra no será gratis para Rusia ni para Ucrania, aunque la mayor capacidad militar de Moscú pueda posicionarlo como vencedor en el corto plazo, la contienda está lejos de un final político sin gravosas implicancias económicas aunque no escale el nivel de guerra convencional puesto que las partes involucradas, más allá de las desatinadas declaraciones de Lavrov o de quienes apoyan a Ucrania con logística, inteligencia y armamento no están interesados en una escalada nuclear.
Un enfoque práctico indica que la posibilidad de una guerra atómica debería descartarse. Sin embargo, los estados totalitarios han mostrado a través de la historia cierta tendencia a su autodestrucción y esta es una variable que genera latente preocupación en los centros de poder mundial, aunque nadie ignora que de llegarse a un escenario de tal naturaleza, como ha señalado un documento reciente de la Oficina de Seguridad de la UE, huelga decir que no habrá un ganador. Sin embargo, al día de hoy y según está planteada la guerra, tampoco dejaría un claro ganador más allá de la reivindicación de una victoria por una de las partes, sea por la superioridad militar rusa o por la encarnizada resistencia ucraniana.
En resumen, como declaró el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, en su visita del jueves a Kiev, la invasión rusa generó la destrucción de la infraestructura y ciudades de Ucrania con un alto e innecesario costo de vidas inocentes. Sin embargo, lo que Guterres no dijo, es que claramente, la de Ucrania es una guerra que nadie podrá ganar sin una salida diplomática consensuada del conflicto. De allí que aquellos que piensan que habrá un ganador aplastante o se inclinan por su apoyo abierto a una de las partes pueden caer en la trampa de un escenario político-económico de post-guerra extremadamente difícil de superar para las relaciones políticas y económicas si el conflicto se extiende en el tiempo.
Tales consecuencias se agudizarían después de un eventual armisticio o cese del fuego y demandaría a la comunidad internacional muchos años resolverlas. De allí que quienes apoyan a Putin o se muestran paralizados al momento de apoyar a Ucrania no están visualizando claro un escenario que ha superado dos meses de operaciones militares rusas que expuso las posiciones erráticas de potencias europeas Occidentales como Alemania o el propio Washington que se muestran empecinados en perseguir intereses que al final del camino serán de suma cero.
En consecuencia, el conflicto bélico ucraniano no podrá ser detenido en la medida que dirigentes políticos autoritarios que cometen crímenes de guerra no sean detenidos en sus acciones, Putin es uno de ellos. Menos aun cuando el modelo europeístas actual -con raras excepciones- se muestra alineado con las corrientes pacifistas que dirigentes como Putin se llevaran por delante militarmente cuando crean que su seguridad nacional se vea comprometida y perciban que las naciones más débiles no tienen más opción que convertirse en un “estado tapón” o enfrentar su destino y la pérdida de su capacidad de decisión soberana, incluso si ello implica la destrucción de esos pequeños estados a través del uso de la fuerza militar. Ucrania es una muestra de ello, como también es el final de la era de “poder blando”, la que ha muerto para dar lugar la lucha existencial que inevitablemente da lugar a la guerra.
En el caso ruso, lo que motiva la invasión de Ucrania es la voluntad de impedir el plan estratégico ucraniano de incorporarse a la UE y a la OTAN, pero al mismo tiempo se relaciona con asegurar y cerrar el dialogo sobre su espacio vital, el que Rusia considera fuera de cualquier negociación posible.
Todavía es prematuro proyectar si Rusia lograra sus objetivos por medio de la fuerza militar y el presidente Joe Biden, volvió a mencionarle el tema cuando habló con Putin para al saludarlo por las Pascuas ortodoxas días pasados. Pero Putin no escucha a nadie en asuntos militares excepto al gobernante chino, Xi Jinping, con quien tiene intereses económicos vitales para Rusia.
Pero el líder ruso está convencido que este es el momento de mayor debilidad de Occidente en materia de unidad de poder, en consecuencia cree poder alcanzar sus objetivos en la medida que sus operaciones bélicas alcancen con rapidez el éxito que persigue. Para Putin todo lo que se relacione con costos a pagar en materia económica, política, bajas militares o pérdidas materiales se compensarían con la consecución de los objetivos que derivaran en beneficios superiores a las perdidas. Según su accionar, no quedan dudas que Moscú ha dejado de lado su posición de “poder blando” asumida en los tiempos posteriores a la caída de la ex-URSS. Hoy, Putin considera obsoleto al Soft Power en política internacional, su pensamiento estratégico muestra el deseo inequívoco de retornar a las fuentes de la Rusia zarista donde el temor y la violencia eran mejor que la paz y la aceptación del otro al poder blando. Pero La historia es categórica en varios ejemplos relacionados a esta posición, uno de ellos -tal vez el más importante- muestra que en materia geopolítica, dejar de lado la importancia de aspectos no militares de la guerra puede ser un pasaje sin retorno al desastre.
Hay muchas lecciones a considerar para no perder perspectiva; por ejemplo, las tropas militares estadounidenses no perdieron ninguna batalla importante en Vietnam y aún así, Washington fue derrotado en esa guerra, más allá de su superioridad militar, tecnológica y economica. La ex-URSS experimentó algo similar en su invasión militar a Afganistán en los años ´80 y lo propio sucedió recientemente a Estados Unidos, también en Afganistán.
Vladimir Putin debería reparar en esos aspectos si quiere salir airoso en esta operación armada que lanzó el 24 de febrero; los estadounidenses sufrieron grandes pérdidas económicas en Vietnam y Afganistán, pero su economía pudo superar rápidamente y sin angustias para sus ciudadanos esos eventos. Rusia no está en condiciones de pasar por lo mismo, su actual economía no es la estadounidense, Ucrania, aún destruida si es que Moscú así lo decide, puede ser el principio del fin de la era Putin a cargo del Kremlin.
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