En diciembre de 1976, mientras Rodolfo Walsh escribía en San Vicente una serie de documentos críticos contra las políticas adoptadas en los últimos meses por Montoneros, la conducción de esa organización guerrillera decidía irse del país.
La retirada, caracterizada como “estratégica” por sus propios miembros, dejaba trunco un debate sobre la militarización y la centralización del poder de Mario Firmenich, incluso su legitimidad al frente de la Organización, luego de cinco años y medio como máximo jefe montonero.
La necesidad de un debate interno en Montoneros había sido promovido por Rodolfo Galimberti desde mediados de 1974, cuando era secretario militar de la Columna Norte. Galimberti reclamó la descentralización del poder de la Conducción y, como consecuencia, una mayor autonomía operativa de las columnas.
El fundamento de Galimberti y de la Columna Norte para acotar el poder de la Conducción era que desde el ingreso a la clandestinidad, Firmenich estaba “aislado de la propia fuerza que dirigía”. Había perdido el conocimiento territorial. Vivía encerrado para asegurar sus condiciones de seguridad.
El reclamo de Galimberti tenía como trasfondo un interés mayor: que las columnas manejaran su propio dinero, sus propias armas y que fueran autónomas para decidir su práctica política y militar en base a las necesidades locales en las que operaban, es decir, autónomas en su propio territorio.
Entonces, el despliegue territorial de Montoneros estaba conformada por un Área Federal, con distintas secretarías -Finanzas, Logística, etc-, que respondía en forma directa a la Conducción; las columnas Capital, Norte, Sur, Oeste y La Plata, que cubrían todo el territorio de Buenos Aires y el conurbano, y las Regionales, que tenían el mando sobre distintas provincias.
El dinero y las armas
El debate interno en Montoneros se aceleró después del secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born, en septiembre de 1974, y en forma simultánea al pase a la clandestinidad de Montoneros, ese mismo mes.
Columna Norte le reclamó a la Conducción la distribución de dinero para crear una infraestructura propia en donde pudiera replegar a sus cuadros, que ya no podían actuar en forma pública en villas, barrios o fábricas. La conducción montonera respondió que debían replegarse, justamente, “en los barrios, villas o fábricas”.
El poder político de la Conducción se asentaba sobre cuatro pilares: el dinero, las armas, las identidades y la potestad para intervenir las columnas o trasladar a sus cuadros más críticos.
Las columnas dependía que le “bajaran” dinero, armas y documentos para poder operar en su territorio.
Los documentos -identidades falsas- las proveía el Servicio de Documentación del Área Federal, es decir, de la Conducción, lo mismo que el uso de las armas largas, que debían ser devueltas después de las operaciones a la Sección Logística.
A esto se le añadían las intervenciones a las columnas y el traslado de militantes como fórmulas de control disciplinario que detentaba Firmenich como jefe montonero.
Frente a la negativa del cambio de políticas, Galimberti comenzó a agitar la realización de un “congreso montonero” que tuviera la facultad de avalar o rechazar la legitimidad de la conducción montonera.
El argumento era que el Congreso permitiría la expresión de los reclamos “de abajo hacia arriba”.
Fue entonces que, cuando vio amenazado su poder, la Conducción decidió sucesivas intervenciones de la Columna Norte.
Los nuevos jefes-interventores intentaron contener o neutralizar los reclamos. La Conducción también trasladó a los cuadros rebeldes hacia otros territorios.
Para Galimberti significaba otra derrota interna frente a la conducción montonera.
Luego de que Juan Domingo Perón, en Madrid, lo hubiera designado “Delegado Juvenil” en el Consejo Nacional Justicialista en diciembre de 1971, Galimberti organizó en pocos meses la “Juventud Peronista Regionales”, con dirigentes representativos de todo el país.
Sin embargo, a partir a la movilización masiva de Montoneros por el regreso de Perón, con la campaña del “Luche y Vuelve”, la Juventud Peronista fue absorbida en forma paulatina por la organización guerrillera, ya con la jefatura de Mario Firmenich, aunque debía permanecer en la clandestinidad por su participación en el secuestro y crimen del general Pedro Aramburu en 1970.
Después, en abril de 1973, cuando Perón destituyó a Galimberti como Delegado Juvenil, su poder político perdió sustento y comenzó a participar dentro de las estructuras de Montoneros en forma orgánica, primero en Rosario y luego, en 1974, en la zona norte del conurbano bonaerense.
La presencia política que obtuvo como un instrumento de contacto entre Perón y Montoneros en 1972 y parte de 1973, ya la había perdido. Ahora Galimberti era un cuadro más, subordinado de las órdenes de la Conducción. La intervención de la Columna Norte lo demostraba una vez más.
El Congreso montonero que no fue
Durante todo el año 1975 y buena parte del año siguiente, la posibilidad de que un Congreso validara o no la legitimidad de Firmenich en el mando de la Conducción fue la señal de la crisis interna que atravesaba Montoneros.
Se hizo más visible tras la muerte de Perón y el pase a la clandestinidad.
Finalmente, cinco meses después del golpe de Estado de marzo de 1976, con el argumento de que la represión militar haría imposible la participación de sus miembros, la Conducción decidiría vetar para siempre la realización del Congreso.
En cambio, decidió un complejo sistema de votación interna, restringido sólo a oficiales superiores, mayores, primeros y segundos de la Organización, quienes por su antigüedad, según explicaba, tenían un “conocimiento más acabado de las contradicciones existentes”.
La Conducción, aún con su acotada convocatoria, accedía a una excepción al permitir el voto. Lo explicaba así:
“El voto es un procedimiento de tipo excepcional en nuestra Organización dado que la forma principal de la toma de decisiones en todos los diferentes ámbitos es la del consenso de sus miembros. Sólo en el Consejo Nacional, en alguna circunstancia en que no se pudieran sintetizar las posturas, se podría apelar al voto”.
Columna Norte rechazó la convocatoria “electoral” de la conducción montonera porque presentaba “falsas opciones”.
El grupo liderado por Galimberti discutió si debían renunciar a Montoneros con un documento y replegar sus cuadros propios en el interior y/o exterior, o continuar aceptando el mando de la Conducción, pese a las diferencias.
Algunos de sus militantes se fueron del país en forma “inorgánica” -sin autorización de Montoneros- y se alejaron para siempre de la Organización, o pidieron reintegrarse en el exilio.
Como represalia a los reclamos de Columna Norte, y también de parte de la Columna Sur y de la Columna La Plata, la Conducción le impidió o demoró la provisión de documentos y de armas, que los dejaba expuestos, en condiciones de vulnerabilidad, para sobrevivir durante la represión ilegal.
La Conducción hizo uso de su poder discrecional, un poder basado en el dinero, las armas y los documentos, frente a los reclamos de una mayor autonomía política.
Con ese poder acalló las disidencias y mantuvo el control de Montoneros.
Un documento interno de la conducción montonera, firmado por los “comandantes” en 1979 refleja un análisis retrospectivo del conflicto planteado desde Columna Norte.
En un extracto se afirma lo siguiente:
“El primer tema que motivó el estallido de las contradicciones fue el presupuesto. En torno a su discusión se libró toda una discusión entre la posición aparatista y la posición del asentamiento de masas para los cuadros del partido y del Ejército (montonero). La discusión surgió a propósito del monto que se destinaría para los rubros “vivienda” (compras y alquileres), “locales de funcionamiento” (compras), “vehículos” (compra y mantenimiento de recuperados), trabajo de los cuadros del Partido y del Ejército (trabajos reales o profesionales de la militancia). Esta discusión incluía obviamente el monto total del presupuesto anual. A poco de desarrollarse, la discusión fue girando del aspecto financiero hacia el contenido político de fondo“.
La Conducción llegaba a la conclusión que si se hubiera aceptado costear el repliegue de cuadros armados, militantes y obreros en el interior del país, para no quedar expuestos a la represión militar, “se hubiera sostenido la transformación de nuestro Partido en el Banco Hipotecario Nacional, con el fin de solucionar el déficit de vivienda en la Argentina”, según el documento publicado en la revista partidaria Vencer en 1979.
El uso del botín de los hermanos Born -estimado en 60 millones de dólares, de los cuales la conducción montonera sólo tuvo un manejo operativo reducido de esa cifra- para conformar la infraestructura clandestina para militantes o colaborar económicamente con los militantes exiliados, fue el punto de demanda constante a la conducción montonera.
La tensión que provocaba el manejo del dinero fue mencionada por el histórico militante Gregorio “Goyo” Lebenson, cuando reprodujo en su libro De los bolcheviques a la gesta montonera un diálogo con Roberto Perdía.
Lebenson recurrió al jefe montonero para solicitarle dinero para una familia que estaba, como ellos, en el exilio.
Según relató Lebenson, Perdía respondió a su inquietud de este modo:
“Mirá -me dijo, mientras masticaba una lapicera de fibra-, cuando se resolvió pasar a la clandestinidad éramos conscientes de que quedaban muchísimos compañeros desprovistos de seguridad. Solicitamos a las Columnas que organizaran sus nuevas coberturas, que nos enviaran una lista de presupuestos para los distintos traslados, nuevas casas, locales operativos, etcétera, que los hubieran puesto a cubierto de la represión desatada. Las listas que llegaron eran catastróficas, los presupuestos sumaban millones de pesos. Entonces dimos marcha atrás en nuestro proyecto, nos hubiera dejado sin fondos para hacer política, y por otro lado, hubiéramos tenido a muchos de esos 5 mil militantes que se hubieran trasladado al exterior ‘rompiéndonos las pelotas’ en el exilio“.
El “desastre de octubre”
Mientras la conducción montonera intentaba preservar su hegemonía frente a las resistencia interna, en el último trimestre de 1976, la metodología de secuestro-torturas-delación-muerte que aplicaba la dictadura militar ya golpeaba todas las estructuras de Montoneros. Incluso sobre la Columna Capital, que era la que más se había logrado preservar.
En octubre de ese año, las Fuerzas Armadas fortalecería la represión ilegal. Fue a partir de la caída de una militante que llevaba información de las “citas nacionales” -puntos de encuentro de todos los niveles de montoneros en el país- y también de las “citas federales”, del Área Federal, estructura dependiente de la conducción montonera. Su secuestro y tortura en la ESMA permitió a la Marina agilizar su circuito represivo. Incluso cedieron “blancos” al Ejército porque sus grupos operativos no daban abasto con los secuestros.
En dos días cayeron alrededor de 50 militantes montoneros.
Según un informe del Secretariado de Zona Capital, fechado el 6 de diciembre de 1976, “en la semana anterior el enemigo nos ha provocado un número no determinado de bajas. Las que están confirmadas hasta ahora son las siguientes: 1. Secretaría de Organización; 2. Secretario de Propaganda y Adoctrinamiento; 3. Algún o algunos oficiales de la Unidad Zonal de Informaciones; 4. Un número pequeño aún no determinado de activistas y militantes. No conocemos todavía el origen de todas las caídas, tampoco conocemos hasta el momento si existen más caídas, tampoco conocemos de las que mencionamos más arriba. Estamos tratando de discernir qué estructuras y qué compañeros quedan en situación de seguridad comprometida. Este secretariado se hará responsable de la conducción de las secretarías que se hayan quedado sin jefe”.
En Columna Norte también cayeron en forma sucesiva dos interventores que habían llegado a corregir las posturas disidentes por orden de la Conducción.
A su vez, un documento interno elaborado por la Secretaría Militar Nacional de Montoneros (SMN) de ese período daba cuenta del impacto de los golpes que recibían los cuadros montoneros.
“Las comunicaciones están penetradas por la inteligencia enemiga. Seguimos utilizando doctrinas y sistemas que tienen varios años y que el enemigo conoce totalmente. La Secretaría (de Inteligencia) Nacional designará una comisión para elaborar un sistema diferente del actual, lo mismo debe hacer cada Secretaría Zonal para sus comunicaciones internas”.
Ese último trimestre de 1976 el ahogo que provocó de la represión alteró el cronograma de reuniones de las secretarías militares zonales de Montoneros. Comenzaron a desarrollarse una vez al mes -con dos días de reunión continuada en una casa- en los que ser discutía lo actuado en el mes precedente y se planificaba acciones militares futuras.
La elección de los “blancos” de Montoneros comenzó a quedar a criterio de cada zona por la falta de comunicación interna. Pero siempre con los mismos enemigos: empresas extranjeras, militares y policías.
En los hechos, el desbande interno provocado por las caídas y el temor a concurrir a las citas, impulsó a muchos cuadros armados a operar en forma autónoma, con menos dependientes de los mandos superiores.
La conducción montonera consideró a esta tendencia como “peligrosa” porque podría conducir a la disolución de las estructuras orgánicas.
Los papeles de Walsh
Fue en esta etapa en que Rodolfo Walsh comenzó a escribir una serie de documentos de reflexión crítica de las políticas de la conducción montoneras, que circularon de manera restringida. Walsh era entonces oficial 2do, responsable del Área de Informaciones e inteligencia de Montoneros. Acababa de perder a su hija Vicky, responsable de prensa sindical, en un combate en la terraza de la calle Corro, en Villa Luro, en septiembre de 1976, en el que también cayeron otros cuatro miembros de la Secretaría Política de Capital.
En los documentos producidos entre noviembre de 1976 y enero de 1977, Walsh presentaba sus diferencias con Firmenich sobre cómo enfrentar a las Fuerzas Armadas, la capacidad de la represión militar y la caracterización del peronismo, entre otros aspectos.
La crítica de Walsh estaba centrada en el abandono de la lucha interna del peronismo por parte de Montoneros y el énfasis por priorizar “la línea militarista”. Según su análisis, las operaciones armadas debían estar “al servicio de la lucha política” y “no para construir un Ejército cuando todavía no tenemos ganada la representación de nuestro pueblo”.
Walsh también era crítico con el planteo de “agotamiento del peronismo” y el acercamiento ideológico de Montoneros con el ERP-PRT. Y también criticaba la orden de la conducción de “replegarse en las masas”.
“En los barrios nos van a golpear más duro”, escribió Walsh. Afirmaba que el repliegue de los militantes y combatientes debía hacerse dentro del peronismo.
En contradicción con la posición de Firmenich -que indicaba que la represión militar conduciría a una etapa de mayor resistencia que terminaría por desgastar a las fuerzas de seguridad y fracturaría a la dictadura-, Walsh entendía que a las Fuerzas Armadas le sobraban reservas tácticas y estaba preparada para encarar la “liquidación del aparato partidario” de Montoneros en el primer semestre de 1977.
Cuando Walsh terminó de producir los documentos críticos, la conducción montonera ya se había ido del país, preservando sólo a algunos jefes y oficiales de columnas, con la provisión de documentos, para que se fueran en forma “orgánica”. La mayoría de los montoneros abandonó la organización, decidió un “exilio interno” o ser fue del país sin ninguna orden.
La política de exterminio del gobierno militar también alcanzaría a Walsh.
El 25 de marzo de 1977, día que distribuía la “Carta a la Junta Militar”, fue secuestrado cuando concurrió a una cita con un subordinado en la esquina de las avenidas San Juan y Entre Ríos, y trasladado a la ESMA, donde fue visto herido por algunos secuestrados ilegales. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Rodolfo Galimberti, por su parte, se fue del país en marzo de 1977 y se reintegró a Montoneros en México con autocrítica por haber liderado la disidencia desde Columna Norte. De este modo, cumplió con una exigencia de la Conducción.
Pero Galimberti rompería con Montoneros definitivamente dos años más tarde, en febrero de 1979, junto a Juan Gelman, Patricia Bullrich, y Pablo y Miguel Fernández Long entre otros dirigentes.
Para esa época, la conducción montonera, entonces al mando de Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja, estaba resguardada en Cuba.
La Conducción los acusó de “traición”, llamó a constituir un “tribunal revolucionario” y solicitó “el máximo rigor en las penas”.
La pena era el fusilamiento a Galimberti en el lugar donde se encontrara. Nunca se aplicó.
*Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro publicado es “López Rega, el peronismo y la Triple A”. Ed. Sudamericana. @mlarraquy
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