La vida de Lewis Hine (1874-1940) coincidió en buena parte con la segunda ola de la Revolución Industrial en los Estados Unidos, y su obra fotográfica parece seguir ese desarrollo en sus temas: la primera fábrica, sucia y despiadada, en la que niños, adultos y ancianos trabajaban sin límite horario y sin salario mínimo, y las fábricas modernas, que a partir de las iniciativas de Franklin Delano Roosevelt luego de la Gran Depresión invierten en nuevas tecnologías e incorporan regulaciones laborales.
Para este sociólogo y fotógrafo, en cualquier caso, el trabajo era el alma de su época y de su país, y en todas sus imágenes, aun las más duras que denuncian la explotación de la mano de obra infantil, se ven las marcas de un mundo en transformación gracias al poder de las personas y las máquinas.
Si bien no llegó a conocer el éxito en vida —hizo apenas un puñado de exposiciones en la década de 1920, que no interesaron a la crítica— logró ver el cambio social que su trabajo impulsó. Una buena fotografía, para Hine, era “una reproducción de impresiones que sintió el fotógrafo y que desea repetirles a otros”, y sus impresiones sobre los niños y niñas en las fábricas, entre nubes de carbón, voceando los periódicos en las calles o cultivando el campo fueron parte central de la reforma que ilegalizó el trabajo de menores.
Hine tenía 18 años cuando su padre murió en un accidente. Al asumir la responsabilidad económica de su familia, se empleó en una fábrica de tapizados y luego como encargado de la limpieza de un banco, al mismo tiempo que estudiaba. Ocho años más tarde siguió a su mentor en la Escuela Normal Estatal, que hoy es la Universidad de Wisconsin-Oshkosh, a la ciudad de Nueva York, donde comenzó a enseñar ciencia mientras se familiarizaba con la fotografía.
Llevaba a sus alumnos al Central Park, donde él fotografiaba aves y plantas; luego se interesó en los inmigrantes que pisaban Manhattan por primera vez tras terminar sus trámites en Ellis Island, y los siguió a sus modestas habitaciones de alquiler y a sus trabajos en los talleres clandestinos. Continuó estudiando: pedagogía en la Universidad de Nueva York, sociología en Columbia. Comenzó a escribir artículos sobre el poder social de la fotografía en Outlook y Photographic Times, entre otras publicaciones.
Sus primeras imágenes se publicaron en 1908 en Charities and the Commons. Al año siguiente publicó dos ensayos sobre la explotación de niños, Trabajo infantil en las Carolinas y Jornaleros antes de tiempo. Por esas obras el Comité Nacional sobre Trabajo Infantil (NCLC) lo contrató para que recorriera el país, de Florida a Michigan y de Virginia a Alabama, y documentara cómo los niños operaban máquinas de hilar o enlatadoras, soplaban vidrio o recogían vegetales, quebraban carbón o tejían canastas.
“La finalidad de emplear niños no es entrenarlos, sino obtener grandes ganancias de su trabajo”, escribió en el Boletín sobre Trabajo Infantil, en una refutación de los intereses que mantenían la explotación de menores como algo normal y se oponían a su regulación. Durante sus viajes tomó notas de sus conversaciones con los menores y de observaciones como su estatura, que medía con los botones de su chaleco como unidad. La fuerza de sus imágenes fue tal que ni siquiera las opacaron las fotos que hizo, contratado por la Cruz Roja, de los soldados que regresaban heridos de la Primera Guerra Mundial.
En los primeros días de la Gran Depresión Hine documentó la construcción del edificio Empire State, entonces el edificio más alto del mundo, con unos trabajadores que parecían colgar en el aire. El resultado de este emprendimiento fue el libro Hombres trabajando, de 1932. Poco después se incorporó al Proyecto de Investigación Nacional que Roosevelt creó para la Administración Laboral, y entonces pudo seguir la transformación del ámbito laboral por la tecnología.
La electricidad, los espacios más amplios y limpios, las máquinas cada vez más enormes se alejaban de los talleres de la era anterior a la Gran Depresión, al mismo tiempo que el trabajo se humanizaba con la regulación de un máximo de horas y la institución, en 1938, del salario mínimo federal. Obreros de la construcción, carpinteros, mineros, hilanderas, operarios de relojería son los modelos de esta nueva etapa de su obra, que realizó recorriendo todo el este de los Estados Unidos.
Si su mirada siempre había sido optimista, al ver cómo un telar eléctrico reemplazaba a cinco niños con salarios de pobreza y generaba un empleo digno para una mujer, quedó particularmente hechizado por la relación entre el ser humano y la máquina, tanto moral como estéticamente, y sin saberlo abrió el camino a lo que luego sería la fotografía interpretativa. O acaso sí lo sabía, dado que explicó en una ocasión: “Si pudiera contar la historia con palabras, no necesitaría andar arrastrando una cámara”.
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