La Argentina no se jodió

(Foto: Adrián Escandar)
(Foto: Adrián Escandar)

[N. del E: “¿En qué momento se jodió Argentina?” es una serie de reflexiones a cargo de los más reconocidos pensadores de nuestro país que Infobae publicará todos los domingos durante el mes de diciembre]

El título de esta serie de artículos apunta en una mala dirección. Su planteo encamina nuestro pensamiento hacia un destino de trampa.

Es una pregunta que apunta a la historia, por lo que se vuelve necesario señalar que no es cierto que el conocimiento del pasado aporte las claves para la orientación presente. No es verdad que “los pueblos que no conocen su historia tienden a repetirla”. Ese lugar común progresista se repite incuestionado como parte de un dogma al que debemos desafiar. Pone nuestra mirada en un lugar improductivo, la emplaza en un mundo de referencias que aportan a la confusión y la hacen dependiente de innumerables discusiones sin solución, agotadas. La perspectiva que supone que la orientación proviene del pasado se conecta con la habitual satisfacción escéptica en la impotencia, busca leña para hacer lucir y rendir el fuego de la impotencia más que ayudar a dar el salto hacia otra cosa.

La premisa que contiene más verdad y que se nos podría con justicia aplicar sería más bien la de “los países que se obsesionan con su pasado no logran salir de él, proyectando situaciones muertas sobre realidades vivas a las que niega y desconoce”. La historia es interesante, claro que sí, y da a pensar muchas cosas, pero lo que tiene valor de orientación, lo que ordena una realidad y marca su movimiento, la hace productiva y permite el crecimiento, es el querer, el deseo, algo que desplaza la preeminencia del saber histórico y señala en cambio como necesaria a la capacidad de meter en la siempre problemática realidad social la productiva fuerza de dar forma a los hechos. En relación con la modosa realidad de la historia, muerta y quieta, la escena de la acción resulta siempre una chanchada, de tan exigente e insegura, pero… es lo que hay. No lo que hubo, lo que hay.

Por lo tanto, la pregunta que busca captar como clave el momento preciso en que la situación se hubiera descarrilado es una pregunta a mi parecer estratégicamente inadecuada. Expresa una posición pasiva respecto del país al que intenta comprender, busca generar un discurso racional más que un aporte al desarrollo de una Argentina “no jodida”. En verdad, a la realidad se conoce, se la comprende, solo a partir del impulso a participar en ella, mediante lo que llamamos “querer”. La objetividad puede ser considerada en parte como una abstención que desarma el sentido. Nadie se enamora objetivamente, a las personas se las conoce queriéndolas y deseándolas, e intercambiando con ellas, no en una objetiva evaluación, tal como sucede con la realidad.

Pero además, sumado al hecho de que la fórmula propone una mirada hacia el pasado, está en ella el signo de la negatividad: “se jodió”. La Argentina no se jodió nunca. Es verdad que tenemos serias dificultades para el crecimiento, que hay una marcada tendencia a dejar que el poder bruto ocupe la escena y maneje los hilos, que nuestros gráficos económicos muestran los picos y las caídas propios de una adicción al autoengaño y a la repetición de errores, que nos habita una extraña tendencia a no querer aceptar las limitaciones de la realidad y a generar fantasías de victimización y abuso, pero es necesario señalar que cada país, cada comunidad social, tiene su propio camino problemático y que el nuestro —si bien tiene, como todos, sus particularidades— no es una excepción a la regla. Todas las sociedades tienen problemas, sí, y se dirá que la Argentina los tiene peores, que hemos sido señalados como un caso especial de desbarranque, pasando de ser una de las principales potencias un siglo atrás a resultar hoy uno de los países con mayor precariedad social, con peores índices de comportamiento económico y productivo. Podríamos, para relativizar esa descripción, señalar que el continente europeo, para nosotros la principal referencia cultural de civilización lograda, vivió en el siglo XX dos guerras gigantescas y espantosas en las que se contaron aproximadamente 80 millones de muertes. ¿Son nuestros problemas acaso los más llamativos de la historia contemporánea? ¿No es cierto que no?

Algo en los argentinos quiere pensar que sí, que somos un caso especial de ignominia y fracaso, único. Con ese principio en mente se da lugar a la conocida visión escéptico cínica, la que permite disculpar la miseria personal y puede formularse claramente con los frecuentes: “qué querés, es Argentina” y “este país no tiene arreglo”.

Qué quiero decir, que el juego de señalar nuestra caída debe ser reemplazado por el más valioso juego de implementar nuestra mejora, que esa mejora está sucediendo, y que parte de la conciencia a superar aparece encarnada en este indignado señalamiento de un pasado que sí y un presente que no, de un allá que sí y un aquí que no.

La Argentina no se jodió, tiene problemas, particulares problemas que está aprendiendo a enfrentar y a resolver. La noticia es que su viejo juego de fracaso y canallez está dejando paso a un estilo resolutivo y a cierta madurez que empieza a dar frutos. Cuesta, porque cuestan los cambios profundos y estructurales. Estamos además pagando el precio de enfrentar los pendientes tantos años eludidos. Tras el aterrorizante hábito de decir de mil maneras nuestra particular desgracia estamos aprendiendo ahora la más valiosa costumbre de desplazar esa fallida autoconciencia escéptico-cínica y poner en su lugar un pensamiento sin dogmas y la acción solucionista.

No se jodió nada, estamos habituados a una extraña forma de producir una realidad descontenta y atragantada y ahora nos encontramos en cambio dando la batalla para lograr, esmerándonos, lo mejor en lo posible.

El autor es filósofo​ y escritor argentino.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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