Si a alguno le quedaban dudas de que esta serie de cuartos entre Racing y Boca era una final anticipada de la Libertadores, el clima impresionante que se vivió en el Cilindro de Avellaneda dio muestras de ellos y maquilló algunas falencias futbolísticas que exhibieron ambos equipos a lo largo de la llave. La Academia tiró la casa por la ventana para recibir de gala al cuadro de Fernando Gago, que tenía la misión de ganar en los 90 minutos restantes después del buen 0-0 que había conseguido en la Bombonera para no depender de la fortuna de los penales. Pero no lo consiguió. Y penó.
El fraternal abrazo entre Iván Pillud y Javi García, quienes hasta no hace mucho tiempo eran referentes del plantel académico, fue una de las pocas muestras de cariño que existieron a lo largo de los 180 minutos. Y eso que hubo varios viejos conocidos, teniendo en cuenta que estuvieron en cancha cuatro campeones mundiales Sub 20 en Canadá 2007: Sergio Romero y García en Boca, Leonardo Sigali y Emiliano Insúa en Racing.
Antes de la salida que incluyó millones de papeles que demoraron el inicio del encuentro por la exigencia del árbitro uruguayo Andrés Matonte, que les pidió a los auxiliares que los quitaran del césped para no confundir las líneas mediante los ventiladores, una tenue voz del estadio mencionó la alineación de Boca que generó abucheos. A Chiquito no lo perdonaron, pero tanto se perdía la voz en los altoparlantes que muchos no se percataron de que ya estaban recitando el once xeneize. Los más silbados por el público local fueron Marcos Rojo, Edinson Cavani y Darío Benedetto, último en ser nombrado por estar entre los relevos. Lógicamente tampoco se olvidaron del ex Independiente Nicolás Figal.
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Al mismo tiempo que una de las plateas desplegaba un decorado fantástico con un mosaico que dejó ver la frase “El Primer Grande”, el aplausómetro en el Cilindro contó con un podio integrado por el arquero Gabriel Arias, el juvenil Ojeda y Juanfer Quintero, que venía de convertirle un lindo gol a Tigre por la Copa de la Liga. Maxi Romero, a modo de aliento y arenga, también recibió el respaldo. “En el este y el oeste, en el norte y en el sur, brillará blanca y celeste, la Academia Racing Club”, fue el grito de guerra en la salida, en la que también se cantó el clásico “para ser campeón, hoy hay que ganar”. Frente a la demora del inicio por los papeles en cancha, los fanáticos blanquicelestes se la agarraron con la visita: “Ohhh, Boca sos cagón”. Y enseguida le recordaron el episodio por el Trofeo de Campeones en San Luis, partido que no terminó por inferioridad numérica de Boca: “Borombombóm, borombombóm, el que no salta, abandonó”. Mientras, los urugayos Cavani y Merentiel se acercaron al árbitro, coterráneo suyo, para charlar de sus pagos.
Comenzó el match y en el inicio estuvo una de las más claras del partido. Maxi Romero se halló solo en el área, definió ante el achique de Romero y estrelló la pelota en el poste. Habían cobrado offside, pero las repeticiones dejaron entrever que en caso de haber entrado al arco la pelota, el VAR hubiera alertado de la posición válida del delantero. La cancha se viene abajo y Boca siente la presión. Al equipo de Almirón le cuesta juntar pases y el DT se exhibe apesadumbrado, se mete al campo de juego, da órdenes y menea la cabeza de un lado a otro en señal de disconformismo. Es tal el histrionismo del estratega boquense que el árbitro se acerca para llamarle la atención.
A la media hora de juego, Almirón manda a calentar a Valdez, Zeballos, Weigandt, Saracchi, Campuzano y Taborda, que antes de los ejercicios precompetitivos hace una pasada junto a Janson por el vestuario. Al minuto 35′, Pol Fernández tira una pelota a las nubes y los locales lo chiflan como si nunca hubiera vestido esa camiseta y menos que menos hubiera ganado un título. Enseguida Juanfer saca un zurdazo que causa peligro en la valla de Romero y los académicos se envalentonan: “Ohhh, vamos Racing, vamos, ponga huevo, que ganamos”.
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El segundo tiempo arranca picado por unos manotazos entre Gabriel Rojas y Edinson Cavani, quien por primera vez desde que llegó al fútbol argentino muestra las garras. En realidad, ya había tenido un cruce con Gastón Suso, defensor de Platense, pero esta vez fue más allá y se le plantó al 3 de Racing. Advíncula, que protagonizó un duelo personal toda la noche con el lateral izquierdo rival, también lo amenaza con su dedo índice. El juez Matonte apagó el incendió repartiendo una amarilla por bando.
Es chato el juego y, aunque Boca luce mejor parado, no genera demasiado. Jonathan Gómez barre a Advíncula contra el lateral, gana el lateral a favor y se gana la ovación. A eso se limitó el partido: celebrar una recuperación de pelota en mitad de cancha. El cotejo lleva casi una hora y Arias agita los brazos para levantar al público: “Vamo’ Academia, que tenemos que ganar, esta hinchada, no te deja de alentar”, baja desde los cuatro costados. Pero enseguida el tema muta: “Olé, olé, olé, olé, Roger, Roger…”. El pedido para Gago es claro. Quieren que el colombiano, que está con lo justo tras una lesión muscular, tenga algunos minutos. Recién entrará a los 86′ en lugar de Maxi Romero.
Se muere el match y ninguno arriesga. El “movete, Racing, movete” parece demasiado tardío, porque el reloj de la pantalla ya marca los 45 minutos de tiempo reglamentario. Matonte adicionó cuatro y Chiquito Romero estira cada salida lo máximo posible, confiado en sus cualidades para los penales. Tras el silbatazo final, empiezan los rituales. Más de uno mira al cielo, otros rezan y hay quienes caminan. En el campo de juego, los futbolistas se dan aliento entre sí. Jorge Almirón tiene un gesto con uno de los jugadores de campo: le dan un sentido abrazo a Equi Fernández, reconociéndolo por su labor.
Y así como después de la entrada en calor y antes de meterse en el vestuario para cambiarse el plantel de Boca se reunió en la mitad de la cancha, ahora ocurre lo mismo. Sergio Romero dice unas palabras. Marcos Rojo, con la cinta de capitán, empieza a arengar de forma desaforada. Lógicamente no se llega a escuchar qué dice, pero se nota que infla las venas de su cuello y transmite confianza a sus compañeros. Son varios segundos del número 6 a grito pelado antes de dirigirse hacia el sector donde lo esperan los árbitros y el capitán adversario para el sorteo.
“Que esta noche, cueste lo que cueste, esta noche tenemos que ganar”, es la canción que se hace sentir fuerte ahora en las populares y plateas celestes y blancas. Si bien los simpatizantes locales ponderan a Gabriel Arias, una de sus figuras, son muchos los que ni quieren pensar que un hijo pródigo como Romero puede arruinarles la noche y la ilusión. Sobre todo por su faceta de arquero atajapenales que viene de mostrar en la fase anterior ante Nacional de Montevideo.
Los suplentes boquenses, integrantes del cuerpo técnico y auxiliares están abrazados detrás de la línea lateral, pegados al banco. Y allí, cuando empieza la tanda de penales con la ejecución de Exequiel Zeballos, un detalle llama la atención: Almirón no observa lo que pasa. Está abstraido, camina unos metros de un lado al otro y su mirada está fijada en el césped. No festeja en las conversiones de Boca ni tampoco cuando Romero desvía los remates de Piovi y Sigali. Recién se abraza con alguien y celebra luego de que Rojo selle el pase a semifinales.
Ya se consumó el triunfo de Boca en rodeo ajeno y la desazón en el Cilindro, excepto por los intrusos victoriosos, es total. Son decenas los niños y niñas menores de 10 años que descienden junto a sus padres de las plateas con lágrimas rodando en sus mejillas. Están desconsolados. Pero sus tutores los calman, les explican que las series de penales pueden ser infames y les juran que, a pesar de este mal trago, Racing supo estar mucho peor. En las puertas del abismo.
Antes de perderse en la boca del túnel que conecta con el vestuario visitante, Almirón y Weigandt sonríen y se dicen algunas cosas al oído por varios segundos. Sobre el campo de juego hay tres atriles con las publicidades oficiales esperando la palabra de Chiquito Romero, que va a cada uno a registrar su testimonio. “La cabeza trabajó muchísimo. Sabía lo que tenía que venir a hacer en este partido. No me esperaba que la gente me putee como me puteó, pero uno sabe como es el fútbol y como son las pasiones”, declaró el misionero, que alguna vez en Sexta División se consagró campeón con el buzo de arquero de Racing justamente atajando penales en una final contra Boca.
Y si Romero se sorprendió con los insultos de los hinchas de Racing, menos que menos iba a esperar que le tiraran objetos contundentes antes de dirigirse al túnel. Cientos de fanáticos de la Academia se unieron en un último cántico: “Romero, hijo de p…, la p…, que te parió”. En Avellaneda todavía no le perdonan que se haya mudado a la Ribera, aunque lo cierto es que Boca fue el único que se la jugó de verdad por él y hoy le está retribuyendo ese respaldo con resultados.
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