Las personas estigmatizadas, es decir aquellas que en sus cuerpos manifiestan las llagas sufridas por Cristo durante su pasión, han sido siempre objeto de devoción, temor, reverencia y estudio; pero también fueron calificadas como embustes, supercherías y engaños. La excepción es el mismo Cristo, del cual nadie puede dudar de su padecimiento y de lo que fue su martirio en la cruz.
Los estigmas pueden ser visibles o no, sangrientos o no, permanentes o no. Pero los estigmas invisibles, según la Iglesia Católica, pueden producir tanto dolor como los que se ven. El tipo de heridas refleja su correspondencia con la Pasión de Jesús a través de las siguientes señales: heridas en manos o muñecas, semejantes a las causadas por clavos; heridas en los pies, semejantes a las causadas por clavos; heridas en la cabeza, semejantes a las provocadas por la corona de espinas; heridas en la espalda, semejantes a las del látigo en la flagelación; herida en un costado, semejante a la causada por una lanza, por lo general en el lateral izquierdo. Pero hay algunas excepciones como el estigma de santa Rita de Cascia, que recibió en la frente una espina que salió expulsada desde la corona de espinas de un crucifijo hacia ella.
Hace 798 años, el 17 de septiembre de 1224, tres días después de la celebración de la solemnidad de la Santa Cruz, un ermitaño de cuarenta y dos años se hallaba en la celda que había construido en el Monte Averna, adonde estaba desde el día de la Asunción de la Virgen en busca de paz y tranquilidad. Dicen los sabios que el nombre del lugar deriva de “herna”, que significa piedra o lugar rocoso. Está en la región del Casentino, en el Apenino toscano, al norte de la provincia de Arezzo, entre los nacimientos del Tíber y el Arno. El monte es como una isla de rocas cubierta de bosque que emerge en medio de un paisaje morfológicamente distinto. Este ermitaño meditaba sobre la pasión de Cristo cuando de golpe apareció un brillante Serafín de seis alas, en cuyo centro distinguió la figura de un hombre crucificado. De él salieron rayos de luz que perforaron sus manos, pies y costado, causándole estigmas. El ermitaño se llamaba Giovanni di Pietro Bernardone, pero le pusieron de sobrenombre Francisco y era oriundo de la ciudad de Asís.
San Buenaventura, en su libro “Leyenda Mayor de San Francisco” Cap. 15, 4 nos comenta: “Al emigrar de este mundo, el bienaventurado Francisco dejó impresas en su cuerpo las señales de la pasión de Cristo. Se veían en aquellos dichosos miembros unos clavos de su misma carne, fabricados maravillosamente por el poder divino y tan connaturales a ella, que, si se les presionaba por una parte, al momento sobresalían por la otra, como si fueran nervios duros y de una sola pieza. Apareció también muy visible en su cuerpo la llaga del costado, semejante a la del costado herido del Salvador. El aspecto de los clavos era negro, parecido al hierro; más la herida del costado era rojiza y formaba, por la contracción de la carne, una especie de círculo, presentándose a la vista como una rosa bellísima. El resto de su cuerpo, que antes, tanto por la enfermedad como por su modo natural de ser, era de color moreno, brillaba ahora con una blancura extraordinaria. Los miembros de su cuerpo se mostraban al tacto tan blando y flexible, que parecían haber vuelto a ser tiernos como los de la infancia. Tan pronto como se tuvo noticia del tránsito del bienaventurado Padre y se divulgó la fama del milagro de la estigmatización, el pueblo en masa acudió en seguida al lugar para ver con sus propios ojos aquel portento, que disipara toda duda de sus mentes y colmara de gozo sus corazones afectados por el dolor. Muchos ciudadanos de Asís fueron admitidos para contemplar y besar las sagradas llagas. Uno de ellos llamado Jerónimo, caballero culto y prudente además de famoso y célebre, como dudase de estas sagradas llagas, siendo incrédulo como Tomás, movió con mucho fervor y audacia los clavos y con sus propias manos tocó las manos, los pies y el costado del santo en presencia de los hermanos y de otros ciudadanos; y resultó que, a medida que iba palpando aquellas señales auténticas de las llagas de Cristo, amputaba de su corazón y del corazón de todos la más leve herida de duda. Por lo cual desde entonces se convirtió, entre otros, en un testigo cualificado de esta verdad conocida con tanta certeza, y la confirmó bajo juramento poniendo las manos sobre los libros sagrados”.
Fray León fue el único testigo de los momentos previos a la estigmatización de san Francisco. Al final de su vida, el santo confió el cuidado de su persona a cuatro de sus más allegados, aquellos que le merecían un afecto especial. Uno de ellos fue precisamente el fray León. Francisco intentó disimular los estigmas, pero le fue casi imposible. El suyo fue el primer caso muy documentado de un estigmatizado en la historia de la Iglesia, y el único caso con fiesta litúrgica propia, -especialmente para la familia franciscana- otorgada por el Papa Benedicto XI (Nicola Boccasini, Sumo Pontífica desde 1303 a 1304).
Del mismo modo, la noble señora Jacopa dei Settesoli, muy amiga del santo de Asís, le confeccionaba unas alpargatas de algodón y unos mitones del mismo material para proteger las llagas y para que no le causaran dolor. Fue gracias a ella que Francisco llegó a ver al papa Inocencio III, ya que era la cuñada del primer consejero papal.
Francisco, que le había otorgado el título de “Fra”, -es decir “hermano”- y no el de “Sor”, le escribió una carta días antes de morir: “A doña Jacopa, sierva del Altísimo, el hermano Francisco, pobre hombre de Cristo, desea la salud en el Señor y la comunión en el Espíritu Santo. Sepa, querida, que el bendito Señor me ha dado la gracia de revelarme que el final de mi vida. Por lo tanto, si quieres encontrarme todavía con vida, tan pronto como hayas recibido esta carta, date prisa y ven a Santa María degli Angeli. Porque si vienes más tarde el sábado, no podrás verme con vida. Y trae contigo un paño de color ceniza para envolver mi cuerpo”
También Dante, en su “Divina Comedia”, mencionará el hecho prodigioso del Monte Averna, en el undécimo del Paraíso: “«Nel crudo sasso intra Tevere ed Arno / Da Cristo prese l’ultimo sigillo / Che le sue membra due anni portarno», (En el áspero monte entre el Tíber y el Arno / de Cristo recibió el último sello / que sus miembros llevaron durante dos años).
Hoy en día, el lugar donde ocurrió el evento milagroso es un importante santuario franciscano. Donde otrora hubiera una montaña baldía, en 1263 se construyó una capilla en el lugar que San Francisco recibió los estigmas. Se destaca allí la basílica de Santa María de los Ángeles, junto a la entrada original del santuario. Esta fue la primera iglesia en este terreno, construida en el siglo XIII y adornada con cerámica vidriada, conocida como mayólica, obra de los famosos hermanos Della Robbia de Florencia. La capilla de los Estigmas se encuentra al final de un pasillo. En el suelo, frente al altar se colocó una losa, en recuerdo del lugar exacto.
Si bien siempre se consideró a la estigmatización de San Francisco de Asís como el primer caso de estigmatizado documentado de la historia de la Iglesia, hubo otro anterior a él, doce años antes y fue el de María de Oignies, una beguina y mística que nació en Nivelles en 1177 y falleció el 23 de junio de 1213 en Oignies, ambas localidades de Bélgica. Es decir que formaba parte de un movimiento de mujeres laicas que se consagraban y vivían en común, pero sin clausura. María de Oignies recibió los estigmas en 1212.
En la Iglesia Católica hay 70 santos o beatos, de ambos sexos, que recibieron estigmas. Y el más popular del S. XX fue San Pío de Pietrelcina (1887-1968), capuchino italiano.
Vale la pena aclarar que cuando se reconoce el fenómeno como auténtico se lo acepta, pero en ningún caso se lo propone para ser creído como dogma de fe. La Iglesia no canoniza a nadie tan solo por ser estigmatizado, sino por haber vivido su vida practicando las virtudes teologales y cardinales en grado heroico y luego, que por su intercesión se obtenga de Dios un milagro reconocido. Es por ello que aunque se han reportado más de 350 casos, sólo 70 han sido canonizados.
Algunos científicos afirman que estos hechos ocurren sólo en las personas que llevan una vida muy espiritual y mística. Su religiosidad y obsesión por las llagas de Jesús le hacen entrar en un profundo éxtasis, generando una autosugestión capaz de somatizar la experiencia psíquica. Y es que los estigmatizados reportan las visiones en las que se presenta Cristo o ángeles, mantienen conversaciones con Dios o personajes religiosos y hasta perciben olores extraños. Por esta razón, algunos catedráticos indican que es posible que la mente influya sobre sus organismos, al punto de provocarse heridas sangrantes correspondientes a su fe en Cristo. De aquí se desprende que los estigmas en dichas personas aparezcan en los lugares prefijados por el arte iconográfico y las imágenes y no en los lugares que según los estudios modernos Cristo fue crucificado.
Por ejemplo, aparecen señales en las palmas de las manos, pero según los estudios Jesús no fue clavado por sus palmas a la cruz (se comprobó que no resisten el peso de un cuerpo) sino por debajo de la muñeca, por el espacio entre los huesos cúbito y radio. Lo mismo ocurre con los pies: es muy factible que haya sido crucificado al madero por los talones y no por el empeine como se lo acostumbra a ver.
Por tanto, todo lo referente a los estigmas y a los estigmatizados, solo es creíble para aquellos que tiene fe, y para estas personas, su fe les basta para poder seguir el camino de la vida.
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