El chisme poco a poco ha ido cobrando forma al punto de hacerse pasar por una suerte de debate. Qué fenómeno interesante el gossip, ¿no? ¿Por qué hablamos tanto de les demás? Hablar de otras personas implica, de algún modo, no hablar de nosotres mismes. Y creo que un poco se trata de eso.
Muchas veces afirmé que los chismes, los rumores, “el puterío” y el lleva y trae, eran maldades y entonces, solo las personas malas los ejercían. Después entendí que ni ahí era solo una cuestión de bondad y maldad, ni cerca. Más bien era ignorancia, aburrimiento, desconocimiento y muchas veces hasta algo automático.
Fuimos educades desde ese lugar; la tele nos volvió adictes a los chismes. El aburrimiento en nuestras vidas privadas nos hace desesperarnos, nos vuelve hambrientos de material que alimente nuestra líbido, que nos motorice.
Necesitamos constantemente un tema de conversación porque le tememos al silencio, a la pausa, a la no noticia. ¿Viste lo que hizo A? ¿Viste lo que le dijo B? Qué problema cuando ni A ni B ni C dicen o hacen algo, qué problema el vacío, lo liviano y lo cotidiano.
A lo largo de mi vida he sufrido mucho los murmullos a mis espaldas. La secundaria, el trabajo, las fiestas, son todos espacios ideales para cultivar odio, juzgamiento y mentiras. Siempre me pregunté por qué a alguien le interesaría tanto mi vida privada como para hablar de eso cual si fuese un tema importante.
“Tendré algo de especial”, me decía. “Algo que hace que pongan el ojo en mí y no en otre”, aseguraba. “Seré diferente al resto, sí, debe ser por eso que la gente habla de mis elecciones”. ¡Pobre ilusa! Mi cielaaaaa… No fue hasta que pasó lo de Wanda Nara y la China Suarez que entendí que ni en pedo era eso, que era mucho más simple: la vida es demasiado difícil la mayoría del tiempo. Pasarla bien es, entre otras cosas, algo momentáneo. Y una manera fácil de escapar de los malestares es con algún entretenimiento que no te exija mucho proceso mental, algo que te haga descansar la cabeza por un rato. Poner nuestras desgracias en las vidas de otras personas, usar las miserias ajenas para contentarnos con nuestra ordinariedad.
Por esa misma razón la gente ve reality shows, por esa misma razón hay programas enteros que se dedican a hablar de lo que pasó en otros programas, los cuales fingen tener un propósito creativo cuando en verdad el único interés es lo que pase entre participantes y si son peleas o garches mejor. ¿Por qué es tan interesante saber quién cogió con tal? ¿Por qué la vida-ajena-privada nos interpela al punto de volverse agenda en nuestros días?
Lo que pasó a nivel mediático con La China no es casual. Lo explica Luciana Peker en su nota en Infobae. Es curioso cómo nos obsesiona tanto el sexo, como hacemos de eso algo mediático. Y pienso en lo diferente que sería el mundo si, en vez de llenar hojas y hojas de revistas y portales con el chisme barato, usaran esos espacios masivos para enseñar ESI (Educación Sexual Integral). De hecho, el chusmerío sobre los sexos ajenos no hace más que seguir destruyendo nuestra débil educación sexual. Lo único que hacen es seguir fomentando el ataque a la intimidad, la cosificación de los cuerpos y el castigo hacia las mujeres deseantes. Ni que hablar de la rivalidad entre mujeres, las inseguridades y el odio.
Con esto no quiero decir que me olvido y niego que lo personal es político, claro que lo es. Pero el problema, o al menos mi opinión aquí, es (valga la redundancia) para cuando no lo es; para cuando lo personal es arrebatado y transformado en colectivo, sin consentimiento.
Estoy segura de que esto pasa en todos los ámbitos y ambientes. Ningún área laboral queda exenta de las opiniones y la propagación de rumores. ¿Quiénes somos todes les demás para opinar y descalificar vidas que no son nuestras? Tal cogió con tal, tal cogió con tal otre, tal hizo esto y tal hizo aquello. ¿No les aburre un poco esta monotonía?
A mí, en lo personal, no solo ya me harta sino que me estresa y me genera mucha ansiedad y fobia. Estar en “agenda” me hace sentir, de algún modo, vulnerable. Bueno, ¿a quién no? Entiendo que tiene que ver con el qué dirán, el deber ser y la expectativa social que está puesta en cada une de nosotres y en un capítulo aparte, en la mujer. Hay ciertas estructuras socioculturales que hacen que nos sintamos zarpadas cada vez que hablan de nosotras, de nuestra intimidad y deseos. El sistema patriarcal se encarga constantemente de juzgarnos y denigrarnos, mientras que para el varón la mayoría de las veces queda en un comentario al pasar.
Siento como si la agenda no evolucionara, pero a la vez también siento que sí hemos crecido un montón y que, en muchos sectores y personas, las formas de ver y accionar en el mundo están cambiando. Por eso me duele tanto tener que seguir debatiendo las mismas cosas, tener que seguir dando explicaciones. Como si con el simple hecho de ser no fuera suficiente. Algo más tiene que pasar, algo más hay que hacer. Tal vez el mandato social de los tiempos que corren es el de “picantearla”, o tal vez siempre lo fue y recién ahora lo veo con mayor claridad, con mirada adulta, con un sentido de la responsabilidad mucho más grande que cinco años atrás. ¡Nuestras vidas más allá de lo laboral no pueden arrasar con todo! No somos lo que nos pasa, no somos las adversidades de la vida, no somos lo que otres digan que somos.
Thelma Fardin no es un caso. Thelma es una persona, una mujer, una actriz. Lo que es un caso es lo que la aconteció. La China no es un caso. Florencia Peña no es un caso. Belén Ludueña no es un caso.
Está bien debatir, está bien pensar a raíz de situaciones, está bien que hablemos las cosas, pero siempre y cuando sea para seguir construyendo y no destruyendo. Para avanzar y no para retroceder, para cuidarnos y no para descuidarnos.
Convirtamos el chisme en aprendizaje, el rumor en duda y el debate en encuentro.
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