“Yo quería jugar para Uruguay pero lamentablemente nunca me conocieron, ni supieron que existió un marcador central que jugó en Boca Juniors, que durante diez años se mantuvo en el fútbol mexicano, que nació futbolísticamente en Montevideo Wanderers y que jugó en el Ascenso argentino. Desde que me fui a los 14 años, una sola vez volví a mi lugar de nacimiento. Yo me siento un argentino más”, remarca Richard Tavares, aquel ex defensor uruguayo que se destacó en el fútbol local.
El hombre de 59 abriles nació en Salto, cuna de grandes futbolistas como Edinson Cavani, Pedro Rocha y Luis Suarez. Comenzó su carrera en el país en All Boys en 1983. Luego, pasó por Racing de Córdoba, Chaco For Ever, Sportivo Italiano, Boca Juniors, Quilmes y recaló en México desde 1989 hasta 1999 siendo parte de Monterrey, Puebla, Tamauripa y Veracruz.
A sus 36 años, el zaguero abandonó el fútbol producto de una rotura del tendón de Aquiles. Inmediatamente regresó a la Argentina porque “extrañaba a mi familia y a mis amigos”. Encontró su lugar en el mundo en Buenos Aires, se asentó en La Paternal, puso una agencia de quiniela que atiende por la mañana y una casa de repuestos en Warnes donde trabaja por las tardes. Además, en el país que lo adoptó entabló una gran amistad con Diego Armando Maradona, a quien acompañó cuando sufrió un preinfarto.
“Me llamó Claudia Villafañe para ver sí podía ir a visitarlo. Ella me dijo que estaban solos, que por favor me acercara para pasar las Fiestas juntos a fines de los 90. También había llegado el Turco (Hugo Maradona) que en ese momento estaba en Austria. Lo acompañé en uno de sus peores momentos de su vida y él siempre me lo agradeció”, reveló Tavares en un mano a mano con Infobae.
– ¿Qué es de tu vida, Richard?
– Tengo un agencia de quiniela en La Paternal. Atiendo por la mañana y pasado el mediodía, manejo una casa de repuestos Volkswagen en Warnes en sociedad con mi cuñado. Mi mujer es la que la administra. Trabajamos hasta las 17. Soy un tipo sencillo, con una vida aburrida. Voy al trabajo, vuelvo a mi casa y me junto con amigos. Si pasás por la avenida San Martín y Seguí me vas a ver atendiendo la agencia. Vivo el día a día, pasando el trapo, atendiendo a la gente, hablo con uno y con otro; llevo una vida muy tranquila, normal.
– ¿Cómo fue pasar de jugar al fútbol a manejar una agencia de quiniela?
– El fútbol fue casi toda mi vida. Arranqué desde chico y cuando colgué los botines, estuve dos años en los que no hice nada. Realmente me aburría. Iba al gimnasio. Volvía a mi casa y no hacía más nada. Por lo menos acá, en la quiniela, estoy con gente, charlo y hablo, me entretengo. Soy una persona normal y me agrada. Cuando estás en el fútbol, pasás a ser un nene mimado porque no vivís la realidad de todos los días y la que vive la mayoría de la gente de Argentina. Hoy, disfruto de lo común a diario.
– ¿Por qué no seguiste ligado al mundo de la pelota?
– Un tiempo estuve ligado porque me recibí de director técnico y tuve a un amigo como ayudante. Pero no fue algo que me apasionó. Me gusta estar los fines de semana en mi casa, comiendo un asado con amigos, más que estar dirigiendo en un estadio de fútbol. Disfruto de estar con mi familia. Tuve una experiencia que no fue la mejor así que cambié de rubro. Por suerte, no me conoce nadie. Cuando me fui de Boca, recalé en México, estuve 10 años y luego abandoné el fútbol. Si me ves ahora ya no tengo barba, tengo canas, camino por las calles y nadie sabe quién soy. Entonces, soy un tipo común y corriente; me encanta. Tampoco fui gran cosa. Jugué en Boca y en el Monterrey de México, donde dejé una muy buena imagen; tengo gente amiga allá. Hace poco estuve en ese país unos cinco días porque se cumplían 30 años del primer título internacional y fui parte de eso, era el capitán y me invitaron para agasajarme.
– ¿Te gusta el hecho de pasar desapercibido?
– Sí, me encanta ser un tipo común, no me gusta dar explicaciones. Me gusta viajar y todos los años lo hago. Tengo un hijo en Barcelona y en mayo pasado fui a visitarlo. Yo no cambio el auto de modelo, pero viajar no lo cambio por nada en el mundo.
– ¿Siempre viviste una vida tranquila a pesar de haber pasado por Boca?
– Cuando estás en un equipo como Boca, en todo lo que hacés debés tener cuidado. Hoy me como un asado, me tomo mi buen vaso de vino. Pero cuando estaba en ese club no lo podía hacer, porque debés mantener una imagen, ya que trabajás con tu físico. Tenés que tener cuidado con cómo actuás en público porque representás al club en todo momento. Lo que hagas en Boca es una caja sonora, rebota. Entonces, siempre debés estar cuidándote. No es que mi vida era tan complicada, pero debía cuidarme. Cuando perdíamos en Boca, me costaba salir a la calle por si alguien me decía algo. Pero si ganabas, estaba todo bien.
– ¿Sufriste algún tipo de recriminación en las calles tras perder con Boca?
– No tanto. Personalmente no me dijeron nunca nada, pero a mí no me gustaba salir a la calles tras una derrota por las dudas a que pasara. Los lunes me encerraba en mi casa porque habíamos perdido el domingo; tenía mucha bronca. Acá el hincha es muy pasional pero en otros países eso no pasa. Por ejemplo, en México durante 10 años como mucho me gritaban “qué pasó ayer, perdimos”, nada más que eso. En Argentina, una derrota se transforma en un fracaso terrible. Gracias a Dios el fútbol te da revancha.
– ¿A qué edad te viniste a la Argentina a probar suerte con el fútbol?
– Nací en Salto pero me crié en Las Piedras, a 20 kilómetros de Montevideo. A los 14 años llegué a Concordia, Entre Ríos. Allí me recibí en un colegio secundario. Un año más tarde, jugaba en Primera en un equipo del Regional. Estaba Federico Vairo, ex jugador de River, quien fue el que me trajo a Buenos Aires. Mi viejo me presionó para que me recibiera en el secundario, me pedía “estudiar, estudiar, estudiar” y cumplí con su deseo. Luego, me dediqué a jugar a la pelota. Debuté en All Boys y luego me fui a Racing de Córdoba en 1985. Estuve una temporada en un buen equipo. El fútbol se mueve en todos lados, pero atiende en Buenos Aires. Yo quería jugar en esta ciudad, no quería permanecer en Córdoba, pero no me dejaban ir hasta que un día hice un lío grande, me peleé con la Pepona Rinaldi, que era el entrenador, y terminé viniendo a préstamo a Sportivo Italiano.
– ¿Por qué te peleaste con la Pepona?
– Porque un día, en un amistoso, me quiso mandar al banco de los suplentes para probar a otros jugadores en mi posición. Yo le dije “no voy de suplente, saque a otro marcador central. ¿Por qué a mí me saca?”. No le gustó mi respuesta aunque me citó para enfrentar a Talleres. No fui porque sabía que no iba a jugar. Al final, no me presenté, arrancó el conflicto y me vine a Buenos Aires a préstamo a Italiano, momento en el que este club jugaba en la máxima categoría del fútbol argentino. Luego, llegó mi oportunidad de Boca Juniors.
– ¿Cómo se dio tu llegada a esa institución?
– Hice un muy buen año en Italiano. El equipo estaba bien armado. Era un plantel reducido y por eso sufrimos muchísimo, pero nos destacamos. Me recomendó Ricardo Pavoni para ir a Independiente pero surgió Boca y elegí este equipo por mi condición de hincha, también. El Rojo venia de ganar varias Copas Libertadores y tenía un muy buen plantel. Estaban Jorge Solari, el Gallego Insua, Alfaro Moreno, el Bocha Bochini…
– ¿Que te tiró para elegir a Boca?
– La grandeza e historia del club, que es más grande que Independiente. Además quería pegar el salto al exterior. De esta manera, creía que ir a Boca me lo iba a permitir. Es un mundo aparte. No es fácil jugar en Boca, pero a la vez dejé todo en la cancha para poder rendir de la mejor manera. Esas son las cosas que reconocen los hinchas, por eso se acuerdan de mí. Fui parte de un plantel muy bueno con el Mono Navarro Montoya, Quique Hrabina, entre otros.
– ¿Qué es lo que lo hace difícil ser parte del Mundo Boca?
– Difícil por todo lo que genera el club dentro y fuera de la cancha. La hinchada mete mucha presión y para algunos, la pelota quema. Después, lo ves y decís “¿qué le pasó? Si es un buen jugador”. A mí me tocó debutar en un Boca vs. River, un amistoso en Mar del Plata. Recuerdo que Ariel Krasouski estaba como suplente y me dijo mientras caminábamos por el túnel rumbo al campo de juego: “Uruguayo, mirá que estos son los partidos más fáciles para jugar. Tranquilo”. Eso me relajó. De repente, gracias a Dios en los Superclásicos me fue muy bien; no perdí ninguno y la gente se acuerda.
– ¿Jugar en La Bombonera es similar a hacerlo en otros estadios?
– No, jugar ahí es especial. La exigencia de la gente en las tribunas para ciertos jugadores hace que la pelota pese más de lo normal. Todo eso genera una presión distinta a jugar en Italiano, por ejemplo. Gracias a Dios, mi forma de jugar enseguida se identificó con el club. Me podía equivocar o no, pero siempre daba lo máximo. En Boca, si tiraste un caño no pasa nada. Ahora, si barriste al jugador con pelota y todo te aplauden de los cuatro costados de La Bombonera. Eso es Boca, un juego con mucho fervor, lucha, tenés que sufrir para ganar los partidos, metiendo y jugando con el cuchillo entre los dientes. Si no jugás así, no podés jugar en ese club. Mucho sacrificio y debes estar con el agua al cuello.
– ¿Por qué te fuiste del Xeneize luego de dos años?
– El primer año me habían llevado los directivos del club. El entrenador era Roberto Saporiti. Él no me conocía y al final terminamos mal. Estuve parado durante nueve meses. Se lesionó José Cucciufo y Hugo Musladini, y no había marcadores centrales. Entonces, recuerdo que en un Boca vs. Racing en el Cilindro de Avellaneda pensé que me iba a poner de titular, ya que era el único del plantel en ese puesto. Resulta que no me puso. En la charla técnica previo al partido confirma que Adrián Domenech jugó de central cuando lo venía haciendo de marcador derecho. Ahí me di cuenta de que no me quería. Yo le pedí por favor en varias oportunidades para que me dejara jugar, le dije “no te vas a arrepentir”. Sin embargo, no me puso, terminamos discutiendo y me fui a mi casa. Había cobrado la prima y hablé con Carlos Heller, ex vicepresidente de Boca.
– ¿Qué le dijiste?
– “Yo quiero jugar, no vine a ganar plata”. Entonces, le dejé la plata arriba de la mesa al directivo y me fui enojado a mi casa. Estuve nueve meses parado. Luego, lo echaron a Saporiti y pude volver.
– ¿Cómo te mantuviste físicamente en todo ese tiempo?
– Vivía en Villa del Parque y me iba a corriendo hasta la Facultad de Medicina que tenía un campito para entrenar. Entrenaba a las 6 AM porque me daba vergüenza salir a las calles, ya que me iban a decir: “Mirá a este boludo, llegó a lo más grande, a Boca, se peleó con el técnico y se fue. Está sin club”. De repente, no tenía nada de dinero, no cobré más un mango, estaba muerto. Me ayudaban mi viejo y mi suegro en ese momento, pero me iba a entrenar a esa hora, esperando que pasara el campeonato. Los domingos escuchaba los partidos de Boca por la radio junto a mis amigos. En la semana me venían a ver Cucciufo, Jorge Comas, Musladini, el Mono Navarro Montoya. Luego de Saporiti, llegó Juan Carlos Lorenzo, y un día, tras una derrota contra Newell’s en La Bombonera, me suena el teléfono y me pide que vuelva. Me cita en La Candela y arranqué de nuevo. Pero al poco tiempo, se va y llega Omar Pastoriza. Debuto con él en el torneo de Verano frente a River Plate.
– ¿Quién te recomendó para que luego fueras a jugar a México?
– Roberto Rogel, a quien tuve como director técnico en Sportivo Italiano. Él había jugado allá (México), me recomendó, y me citaron en un lugar en el centro porteño. Fui solo, sin representante ni nada, porque no tenía. Cerramos un acuerdo e inmediatamente fui a hablar con Heller para que me dejara ir. En Boca estábamos haciendo la pretemporada con el Carlos CAI Aimar, que había llegado como nuevo entrenador. Al final, aceptaron y me fui a Monterrey. Me quedé una temporada porque mi esposa extrañaba la Argentina y nos volvimos. Al regreso estuve unos años en Quilmes y en Chaco For Ever, que había subido a la Primera División. Pero yo me quería volver a México, porque nada que ver lo que ganaba allá comparado con lo de acá. Entonces, me llamaron nuevamente de Monterrey, volví y me quedé diez años en ese país.
– ¿Es cierto que tuviste una vida muy cercana a Diego Maradona?
– Sí, lo conocí en Argentina cuando hice un viaje desde tierras mexicanas. Recuerdo que estuve con él cuando sufrió su primer preinfarto.. La relación se generó más por mi hija mexicana, ya que su madrina es Gabriela Villafañe, hermana de Claudia. A través de ella conocí a Diego. En el casamiento de Gabriela y Marcelo fue la primera vez que lo vi, y desde ese momento hicimos una gran relación. Luego, estuve en el casamiento de Diego y Claudia en el Luna Park, en los bautismos de Dalma y Gianinna, vino a mi casa al cumpleaños de mi hijo, Braian, y armamos una linda amistad.
– ¿Cuál fue tu primera impresión cuando lo conociste?
– De mucha emoción. Resulta que Marcelo me lo presenta en su boda porque Diego le dijo que quería conocerme. Le respondí: “Mirá si Diego va a querer conocerme a mí”. Entonces, me llamó, fui a su mesa y me dijo “Richard, ¿cómo estás? Contame de Boca cuando estuviste ahí. Qué tal este, que tal aquel…”. Bueno, se me cayeron los pantalones por todo lo que irradiaba Maradona. Pura magia, un grande en todos los sentidos.
– ¿Nunca tuviste la posibilidad de jugar en la selección uruguaya?
– No, la verdad que no. Porque ni saben que soy uruguayo, ni me conocen. Hice las Divisiones Inferiores en Montevideo Wanderers con Enzo Francescoli. Él estaba en la Cuarta, ya que es mayor que yo, que me destacaba en la Quinta. Recuerdo muy bien a su papá, ya que nos compraba un sándwich y una Coca Cola mientras esperábamos para jugar. Un señor bajito, flaquito y muy buena persona. Teníamos muy buena relación con él, que siempre estaba atento a que comiéramos algo. Con el tiempo, con Enzo nos enfrentamos, yo con la de Boca, él con la River en partidos de veteranos. Muy buena gente. En Uruguay nadie me conoce. Tengo toda mi familia acá (Argentina). A Uruguay no fui más. Una sola vez volví a Las Piedras, donde viví de chiquito.
– ¿Te hubiera gustado vestir la camiseta de la selección argentina o la de Uruguay?
– La uruguaya. Un día me llamó Carlos Pachamé, ex ayudante de campo de Carlos Bilardo en la selección nacional, para ver si existían posibilidades de nacionalizarme, pero no quise.
– ¿Nunca hiciste gestiones para que te conozcan en tu país?
– No, nunca me dio para eso, aunque sería pedir trabajo. Un día, la dupla Oscar López- Oscar Cavallero estaba dirigiendo en Deportivo Mandiyú y me llamó en ese momento que me había ido de Boca. Mi señora había perdido un embarazo y no queríamos mudarnos de la Capital Federal por ese tema. Se comunicaron para convencerme de que me pagaban lo que quería para que jugara en ese club, pero la verdad que es no queríamos ir a Corrientes. Les dije a ambos: “Les agradezco sus intenciones, pero nos queremos quedar en Buenos Aires”. Entonces, López me respondió: “Si se arrepiente, llámeme. Pero llámeme, ¿eh? Usted está pidiendo trabajo, no tenga vergüenza de pedir laburo. Yo quiero tenerlo en mi plantel”. Al final, me terminé yendo porque salió la posibilidad de volver al fútbol mexicano.
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