A 50 años del triunfo electoral del Frente Justicialista de Liberación, el 11 de marzo de 1973, Juan Manuel Abal Medina, secretario general del Movimiento y principal operador de Perón en el proceso de su retorno al país y al gobierno, enumera las muchas dificultades que el Justicialismo debió enfrentar tanto en el plano interno, por las diferencias entre diferentes sectores del movimiento y en particular por el desafío de la radicalización de los sectores ubicados en la llamada Tendencia -progresivamente hegemonizada por Montoneros-, como en el plano externo, por las interminables trampas legales y alquimias electorales que fue plantando la dictadura en el camino. Maniobras de las que, subraya Abal Medina, Lanusse se arrepentiría años más tarde, o al menos comprendería su inutilidad, tal como lo dejó sentado en su libro de memorias, Mi Testimonio (1977).
Al escucharlo, es inevitable sentir una nostalgia retrospectiva por aquello que pudo ser y no fue, por la oportunidad perdida para el país, a la vez que se reconocen en germen en ese agitado período los factores de división que más tarde contribuirían a pavimentar el camino hacia un nuevo quiebre institucional de consecuencias entonces inimaginables para la Argentina.
Pero en ese marzo de 1973, todo era esperanza y así lo expresaba el propio general Perón al día siguiente del triunfo electoral en una entrevista con la revista Así, que Abal Medina rescata: “Ahora, a trabajar por y para la Argentina y nuestro pueblo. A trabajar apiñados y con un programa claramente establecido”, decía Perón desde Puerta de Hierro. “El problema creado al país por la dictadura es de tal gravedad -admitía-, que un solo partido puede resultar impotente para resolverlo”. Y agregaba: “Ello infiere la necesidad de alcanzar un gobierno de cooperación total, sin oposiciones negativas, en el cual todos podamos poner algo de nuestra parte”.
Sobre todo, el General expresaba su esperanza de que terminara la violencia: “La guerrilla -decía- no escapa a la regla que dice que desaparecidas las causas deben desaparecer sus efectos. La violencia popular en la Argentina ha sido consecuencia de la violencia gubernamental de la dictadura militar, (…) desaparecidos los sistemas de represión violenta y sus deformaciones hacia el campo de la delincuencia oficial, no tendrán ya razón de ser los métodos violentos que el pueblo puso en ejecución como elemental defensa de sus derechos y garantías conculcados”.
Este discurso de unidad nacional y de moderación, explica aquí Abal Medina, fue opacado en la campaña por la radicalización de la Juventud Peronista, que había conocido un crecimiento explosivo con el aporte de sectores recién llegados al peronismo y que estaba siendo cada vez más hegemonizada por las organizaciones armadas en cuyo ideario se mezclaban elementos marxistas.
Recientemente, Juan Manuel Abal Medina publicó Conocer a Perón (Planeta), libro en el que cuenta su experiencia política junto al líder justicialista en la coyuntura histórica de 1972/3, cuando tuvo con “el General”, como lo llama, una cercanía que no sabe “de otro que la haya tenido”. En esta entrevista, vuelve sobre ese período, y detalla aspectos no tan conocidos de la campaña del Justicialismo en 1973.
— ¿Cómo fue aquella campaña del 73?
— En sus líneas generales arranca enseguida después de la designación de los candidatos, pero la campaña formal empieza después del 15 de enero. Y el general nos manda instrucciones notables. Desgraciadamente, no…
— No las pudo conservar.
— No porque a mí me saquearon [N. de la R: en el momento del golpe de Estado de marzo del 76], robaron mis cosas personales, más el archivo del movimiento. Las de Perón eran instrucciones detalladas, un texto de cinco, seis hojas. Uno a Cámpora y otro a mí, muy similares pero distintos, con instrucciones sobre cómo veía él que había que llevar la campaña. Fundamentalmente se referían al tono que debían tener los discursos. En base a eso empezamos a organizar la campaña. El tema es que Cámpora le agregaba al discurso sus cosas de viejo político…
— El lanzamiento fue en San Andrés de Giles, el pueblo de Cámpora.
— Sí. El 21 de enero. El General había establecido una distribución de papeles: la idea era que los integrantes de la fórmula tuvieran discursos de tono amplio, abarcadores, muy centrados en el tema de la unidad nacional. Y que otros oradores, entre los cuales estaban los de la juventud, algunos sindicalistas y también debía estar yo, pusiéramos un poco más de pimienta. Yo tenía el encargo fundamental, que fui cumpliendo muy en pequeña escala, de tratar de que no hubiera enfrentamientos internos. Pero eso era francamente difícil. Ese tema fue muy importante en el desarrollo de la campaña. Bueno, con los candidatos hablando de unidad nacional y demás, pero nosotros haciendo algunas salvedades, porque era indudable que “el viejo camandulero”, como le decía el general con todo afecto a (Ricardo) Balbín, estaba arreglado con el gobierno (militar). Era notorio: el ministro del Interior de la dictadura, Arturo Mor Roig, era su gente. Estos señalamientos buscaban que todo el clima general contra el gobierno fuese nuestro, todo entero.
— Capitalizar toda la oposición a la dictadura.
— Sí, estas eran las líneas generales que, desde el mismo día de Giles, comienzan a hacerse difíciles de seguir por dos elementos centrales. Primero, por la masiva presencia de la nueva juventud, de la Tendencia. Y luego, por la tendencia de Cámpora y Solano Lima, muy políticos tradicionales, a hablar conforme al auditorio que tuvieran. Entonces se produce toda una situación compleja porque Cámpora tenía preparados discursos pero improvisaba en función del público. Y Solano Lima lo mismo: éste inventa, o era cierto, qué sé yo, un abuelo montonero y sacaba ese tema en todos los actos. En definitiva, fui yo el que tuve que bajar el tono de mis discursos para compensar un poco los temas que exponían los otros, y sobre todo uno que le importaba mucho al General y que era diferenciar lo que él llamaba la “camarilla militar”, la de Lanusse que, aunque no había que decirlo públicamente, entendíamos nosotros que era la camarilla de la Caballería dentro del Ejército.
— En la entrevista con Así, Perón asegura que “el justicialismo mantiene su intención de lograr un gobierno de unidad nacional” y que entonces “las instituciones armadas tendrán una misión que cumplir, como explícitamente está prescripto en la Constitución Nacional”. O sea, buscaba diferenciar a la institución Fuerzas Armadas del gobierno de facto.
— Claro. Y en la campaña yo soy el que hace esa diferenciación todo el tiempo. Cámpora la hace, pero confusamente… Pero bueno, ahí vamos avanzando en la campaña, pero desgraciadamente es imposible controlar inicialmente los estribillos contra el sindicalismo. El “se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical”. Lo cual era un absurdo porque nosotros lo que teníamos que cantar era “se va a acabar la dictadura militar” y juntar en ese objetivo a todos los que pudiéramos. Esto Rodolfo (Galimberti) no consigue controlarlo. Yo hacía lo posible pero de inmediato nace el estribillo “Abal Medina, la sangre de tu hermano es fusil en la Argentina” y la cosa anti sindical. El último intento que hacemos de que haya actos en paz, de conjunto, es en Atlanta, donde yo llego junto con Lorenzo Miguel, pero no hubo caso. Los sectores de la Tendencia, que estaban movilizando a mucha gente, persistían en este tipo de slogans. Pero bueno, el caso es que ahí diseñamos algunas campañas paralelas que empieza a hacer Rucci en provincia de Buenos Aires.
— Con Victorio Calabró.
— Con Calabró pero también con Oscar Bidegain [N. de la R: candidatos a vice y gobernador de la provincia de Buenos Aires, respectivamente]. Lo que pasa es que al segundo o tercer acto se produce un episodio terrible que fue lo de Chivilcoy. Un grupo de JP que se suma al acto y canta consignas contra Rucci, y cuando va saliendo la gente que acompañaba a Rucci, dispara y mata a Osvaldo Bianculli que era un muchacho de mi misma edad, que era secretario de José (Rucci) y estaba en ese momento saliendo del acto junto con Aníbal, el hijo de Rucci, de 13 años.
— O sea, ¿lo mata la JP?
— La JP dispara. Habían estado primero gritando adentro y luego esta cosa insólita…Fue tremendo ese tema. Ese tema de Bianculli fue tremendo. Pero lo que quería decir es que, ahora que se cumplieron 50 años de la muerte de Osvaldo Bianculli, tuve la oportunidad de saludar a su hijita, que entonces tenía 2 años, y de mandarle el libro con una dedicatoria evocando a su padre, y que ella me agradeció mucho.
— Estábamos en que Rucci era el encargado de la campaña en la provincia.
— Y con los sindicatos vamos haciendo lo que se puede en esa materia pero entonces se produce un hecho político desgraciado y es que, en la medida en que la juventud excluye a los demás sectores de los actos, se va haciendo cierto que toda la movilización la hace la juventud. Entonces, el apropiarse un poco de la victoria viene de esto que estamos diciendo. O sea, terminan participando sólo ellos; bueno, no solos porque todo el peronismo apoyaba de alguna manera, el viejo peronismo, el peronismo político, sí iba a los actos, pero se sentían medio extraños en este clima.
— Había habido otro crimen antes…
— Bueno, el 20 de enero en el hotel Crillón se habían presentado las pautas programáticas y comenzamos la difusión de un vibrante texto del General; el 21 se lanzó la campaña en Giles. De inmediato, el 22 de enero, un grupo asesinó al compañero Julián Moreno, secretario adjunto de la UOM de Avellaneda, y candidato a diputado nacional y a su chofer Argentino Deheza, que como recuerda Juan Bautista Yofre en su muy documentado artículo sobre las coincidencias de hecho entre el ERP y el gobierno de Lanusse, había sido también chofer de Vandor. Deheza había conducido el auto en que Wenceslao Benítez me sacó de Avellaneda pocos días antes, el 16 de diciembre, después del Congreso rebelde que eligió a Anchorena y Guerrero como candidatos.
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— En concreto, el clima se había radicalizado.
— Sí, y como hablamos con el General con bastante detalle ya en marzo, inmediatamente antes de la elección, considerando los problemas que nos podían dejar medio al borde, estaba esto de excluir electorado. La gente que venía muy del peronismo, muy de esa tradición, iban a votar al peronismo de todos modos… ahí no estaba el problema. Pero yo, como no venía del peronismo, yo sentía en mi familia y otra gente de mi entorno que muchos nos hubieran votado si veían una cosa más civilizada, por decirlo de algún modo. Esa cosa tan dura excluía necesariamente.
— Ahí se explica en parte la diferencia con la elección de septiembre cuando Perón obtiene doce puntos de diferencia. Perón, 62%, Cámpora, 50.
— Sí, y esa diferencia está ahí. Además de las maniobras que nos hace el gobierno. Por ejemplo, al armar otro frente con el Partido Comunista, con (Oscar) Alende, con Sueldo; esa es una maniobra del gobierno que va de la mano de la legislación electoral. Porque la ley electoral -ley, por llamarla de alguna manera-, el bando militar redactado por Mor Roig fijaba el 50% para que no hubiera segunda vuelta. Pero eso era una parte. Además, podían llegar a competir cuatro partidos. Porque si ninguno de los candidatos llegaba al 50%, se abrían dos posibilidades: si el primero y el segundo sumados tenían más de los dos tercios iban al ballottage con las fórmulas tal como estaban. Pero si no llegaban a sumar dos tercios, que es a lo que apostó el gobierno con la candidatura de (Francisco) Manrique y con la fractura que promovió a través de Alende-Sueldo, a la segunda vuelta iban todos los que tuvieran más de 15 por ciento y se podían recomponer las fórmulas. Después de escribir mi libro me llegaron las Actas de la Junta Militar que editó el Ministerio de Defensa. Interesantísimas. Y en el acta en la cual discuten la legislación electoral, con Mor Roig allí, hablan abiertamente de lo que estaban haciendo con los movimientos políticos y con la legislación para tratar de impedir que el peronismo ganara finalmente.
— Volviendo a la interna en la campaña, ¿cómo sigue el tema?
— Desgraciadamente eso se va produciendo, aunque es superado un poquito en el acto de cierre con una difícil negociación entre sectores. Eso fue en Independiente, el jueves 8 o 9 de marzo… Ese acto sale bien. Ahí se consigue que la juventud no lo cope todo y resulta un buen acto. No hace Cámpora lo que yo creía que tenía que hacer, que era volver a decir que él era candidato como delegado del General y que íbamos a limpiar el proceso. Porque la candidatura de Cámpora fue acordada con el General, y el acuerdo era que, ganadas las elecciones, asumía, le devolvía el grado militar a Perón, renunciaba a la presidencia y el General asumía nuevamente como presidente. Ese fue el arreglo en diciembre de 1972. Y recuerdo que después de esa reunión entre Cámpora y Perón le dije al General: “El proceso termina con usted en el balcón y de uniforme militar, como el símbolo de la unidad nacional”. Pero bueno, Cámpora creyó que era peligroso resaltarlo, que podían los militares reaccionar mal. Porque había habido todo tipo de condicionantes durante febrero. Entre otras cosas, un discurso de Lanusse, teóricamente ante mandos militares pero que había trascendido, en el que dijo que a pesar de todo él podía asegurar que el señor Perón nunca iba a volver a ser presidente de Argentina. Textual. En las Actas de la Junta hay cosas sensacionales. Por ejemplo, en la reunión de la Junta del 17 de noviembre (de 1972), por la tarde, Lanusse dice que el regreso ha sido una gran derrota de Perón. Que está prácticamente terminado como sujeto pensante.
— ¿Eso dice Lanusse cuando se produce el primer regreso de Perón?
— Sí, textual. Tremendo. El odio, el sentimiento antiperonista llevado al extremo. Decía textual: “El señor presidente de la Nación (Lanusse) cree que como ya dijo en otras oportunidades el primer objetivo de Perón con su regreso era llegar al terror por la explosión multitudinaria y de entusiasmo emocional que habría de producir su llegada”. Bueno, eso no se cumplió. Y luego: “En segundo término espera derrocar a las Fuerzas Armadas en la primera semana. Y si ese modo de acción anterior fracasa entraría a actuar el doctor Abal Medina”. “Estima que los hechos están marcando la terminación de Perón como persona pensante”. Esto textual. Y sigue: “El presidente de la Nación expresa que el grupo que lo rodea –a Perón- en definitiva tiene que colocar al vicepresidente. Aprecia que para ese puesto puede ser nominado Abal Medina.” Lo más divertido del tema es que después pregunta Lanusse: “¿Tiene todas las condiciones Abal Medina?” Ridículo. O sea, yo no tenía ni siquiera la edad requerida por la Constitución. “Cree -siempre refiriéndose a Lanusse- que el pesado del grupo es la persona mencionada. Es el único que sabe lo que hace y lo que quiere y a dónde quiere llegar. Los demás están solo tratando de subsistir en la corte”. O sea, éste es el desprecio por el peronismo. ¿Y por qué yo? Porque era como un recién llegado… Lo cuento no tanto porque sea yo el mencionado sino porque después, años después, el mismo Lanusse, reflexionando a distancia, pone en sus memorias, textual: “Fue nuestra soberbia, la del antiperonismo, la culpable de la persistencia del fervor peronista”. Dice Lanusse: “Perón se convirtió desde el 17 de octubre de 1945 y el 17 de noviembre de 1972 en un santo y seña. En una marca de identidad del pueblo trabajador”. Textual. Y lo reitera: “Para los humildes, Perón se había convertido en un santo y seña. En una marca de identidad. En el retazo de una bandera que habíamos intentado destruir torpemente”.
— O sea que en el momento en que se confirma la mayor victoria de Perón, que es el regreso, Lanusse todavía cree que sus trampas pueden funcionar…
— La victoria del peronismo se produce el 17 de noviembre de 1972. Con su regreso, el General desbarata los planes de la dictadura y avanzamos hacia el gobierno y el poder. Aun así, esos planes nos dificultaron las cosas. E incluso después del triunfo electoral, todavía había dudas sobre si el gobierno de facto entregaría el mando al presidente electo. Y en esa entrevista con Así, al día siguiente de la elección, él dice que “es indudable que la dictadura militar eligió el camino de la institucionalización porque no daba más”, pero que, al hacerlo, también pensó “en la posibilidad de un ‘continuismo’ que les cubriera las espaldas”, para lo cual, dice el General, “pusieron toda la carne en el asador, recurriendo a todo”.
— ¿A qué otras cosas recurrió? Hubo incluso un viaje de Lanusse a Madrid…
— Sí, la intención no declarada de ese viaje era insinuar un entendimiento con Perón; entonces el General se ausentó de la capital española y se hizo ver en Roma, París, Bucarest y Bruselas, para aventar todo rumor al respecto. Pero además todo el proceso electoral estaba lleno de trampas; unas en forma de actos pretendidamente institucionales, como la cláusula proscriptiva del 15 de agosto, dirigida a evitar la candidatura de Perón, como los vericuetos para el ballottage. También se mantuvo el estado de sitio más allá de lo comprometido, sin mencionar la insistencia de la Junta militar para que la justicia electoral disolviera al Frejuli, el último intento fue el 5 de febrero, a poco más de un mes de la elección, o la nueva prohibición de que el General viajara al país, por decreto de Lanusse el 6 de febrero.
— También hubo un intento de condicionamiento político al gobierno que surgiera de las urnas.
— Bueno, a finales de enero la Junta había dictado un ukase que se conoció como de los 5 puntos, en el que pretendía lograr la inamovilidad de los jueces por ella designados, descartar la aplicación de amnistías y “compartir las responsabilidades dentro del gobierno” con los tres ministros militares que deberían ser designados “con la legislación vigente al 25 de mayo de 1973″. Claramente, estábamos ante una especie de amenaza de golpe permanente o al menos de una limitación grave de los atributos del gobierno electo.
— Hubo también maniobras judiciales.
— El 13 de enero la Junta de Comandantes envió a la justicia federal los antecedentes sobre los viajes de Cámpora al exterior, argumentando que había violado la cláusula del 25 de agosto. El 26 de enero el Gobierno inició querella criminal contra el General, por supuesta apología del delito. El 16 de enero volvió a hablarse de un “pacto de garantías” que los candidatos deberían firmar para poder llegar al 11 de marzo. El 18 de enero Mor Roig desmintió lo del pacto de garantías y la justicia electoral habilitó a Cámpora. A esto se agregaba una campaña de tono intimidatorio, llamando a “reflexionar” a los votantes sobre el peligro de votarnos. Esto culminó con el amenazante mensaje de Lanusse del 9 de marzo, es decir, horas antes de los comicios, repetido una y otra vez por cadena nacional que concluía diciendo: “Mañana puede ganarse o perderse todo… del sufragio puede resultar que la República pierda y se sumerja en la anarquía, la obsecuencia, la delación, la corrupción, el engaño, el mesianismo, el envilecimiento de las instituciones, el cercenamiento de las libertades, la implantación del terror y la tiranía o la subordinación a la voluntad omnímoda de un hombre”.
— O sea que había una tensión constante entre estos aprietes de la dictadura por un lado y las disputas internas…
— Sí, hubo errores propios que conspiraron contra la masividad que podría haber tenido nuestra fórmula. El mal manejo de la designación de candidatos en la provincia de Buenos Aires y en la capital tuvo costos elevados. Los problemas creados por el “anchorenismo” en la provincia llevaron a que fuéramos sin candidatos locales en siete u ocho partidos importantes, como Pergamino. Esto conspiró contra la votación y lo mismo sucedió en la Capital con la ubicación que tuvo Sánchez Sorondo.
— ¿Es cierto que Isabel jugó un papel importante en la elección de Campora como candidato? ¿E incluso como delegado de Perón?
— Sí, no solo eso. El general quita a Paladino y pone a Cámpora, e Isabel viene de inmediato a Buenos Aires y se queda tres meses, de diciembre del 71 a principios del 72. Cuando yo tengo las primeras reuniones con el General, Isabel está acá en Buenos Aires para acompañar a Cámpora. Acuérdense de que el paladinismo intenta resistir la destitución. Hasta hay un tiroteo en la calle y un muerto. Norma Kennedy estuvo presa por ese tema un tiempito. Y ahí fue Isabel la que lo cubrió a Cámpora. Bueno, después todo el tema con el vandorismo ¿no?
— En el libro decís que Cámpora mismo te confió que Isabel fue decisiva en la definición de su candidatura presidencial.
— Sí, sin dudas. Eso me consta. Isabel entraba al estudio donde estábamos con el General, nos trajo café tres o cuatro veces, qué sé yo, eran reuniones muy largas, y ella entraba y decía: “¿Ya está lo de Cámpora?” Como alternativa Isabel mencionaba a Oscar Bidegain. Esto es poco conocido, porque Isabel lo había fulminado a Antonio (Cafiero). Es que Antonio había cometido un error [reunirse con Lanusse]. Lo intentamos salvar con el petiso (Rucci), y con el apoyo de Lorenzo. Antonio mismo lo cuenta en sus memorias, que intentamos preservarlo y no hubo caso. El General me dijo “sí, en unos días lo hago”, pero no conseguí que recibiera en Gaspar Campos a Antonio. Nunca. Es que el General cuando se cruzaba se cruzaba. Igual en lo que hace a la candidatura el General nunca dudó, porque Cámpora era su delegado. Entonces, si no podía ser Perón, lo más parecido a Perón era su delegado. Y era clarísimo que era un candidato para unas pocas semanas. El tiempo necesario para renunciar y que se pudiera convocar a nuevas elecciones. Luego la figura de Cámpora crece mucho con lo del Tío, con lo de la juventud. Y el General tiene la recaída de su salud en febrero que fue muy grave. Y en esa confusión las cosas no se hacen como debieran haberse hecho.
— ¿Esa radicalización de la campaña incidió entonces en que el peronismo no captara más votos que los históricos?
— Sí, de sectores independientes.
— Podría haber ganado por más.
— Sí, con una campaña más cuidadosa sin dudas. Sin dudas. Yo vi gente muy amiga, muy cercana a mí, familiares míos, parientes y conocidos, que podían sentirse convocados por Perón, la unidad nacional y todo eso, pero otra cosa es “cinco por uno no va a quedar ninguno”. Eso era muy pesado. E iba en contra de lo que quería el General. En esa nota con Así, cuando el periodista le pregunta si no habrá “un período de arreglo de cuentas”, él dice que sería “un error pensar que el justicialismo iniciará su programa de reconstrucción nacional profundizando en viejas heridas y resentimientos”. Todos los objetivos del movimiento, insiste el General, se pueden alcanzar “partiendo de un sentido de unidad nacional”.
— Pero en la campaña, además del discurso violento, hubo hechos de sangre.
— Sí. La muerte de Bianculli es algo imperdonable. Además, esa burocracia sindical que era cuestionada, teóricamente enriquecida y no sé cuántas cosas más, ¿cómo vivieron esas familias después de la muerte de sus esposos y padres? Trabajando las madres. La mujer de Vandor trabajó hasta el último día en la UOM…
— Los Vandor vivían modestamente en un departamento en Parque Chacabuco.
— Lorenzo nunca se mudó de Lugano. Compró la casita que seguía para atrás. El día que la inauguró me invitó a comer, con varios amigos. Una casa realmente modesta.
— Está el caso de Otero, que vivía detrás de una villa siendo ministro, en una calle de tierra. Y lo criticaban porque tenía teléfono…
— Y bueno, estas eran las cosas de izquierda marxista. Un tema de ideología. El movimiento sindical es la columna vertebral del peronismo y no es ni yanqui ni marxista, es peronista. Era una locura ideológica. Está también el caso de este muchacho que matan antes, el segundo de la UOM de Avellaneda, Julián Moreno. el segundo de Luis Guerrero que sale herido en el atentado. En enero del 73. Ese asesinato no lo reivindicó nadie. Una cosa que siempre decía el General y hasta se los dijo públicamente en una reunión el 8 de septiembre del 73, era que la organización sindical lo primero que debía hacer era conservar las organizaciones. Si no para qué servís. Y después que el 17 de octubre lo había hecho la juventud, pero la juventud de los sindicatos. Porque la otra juventud, decía Perón, nos andaba tirando piedras todos los días.
— ¿Cómo le está yendo al libro “Conocer a Perón”?
— La verdad es que muy bien. Acaba de salir la segunda edición. Y a propósito de eso me gustaría reiterar que mis hijos, Juan Manuel, Fernando, Santiago, Maria y Paula, fueron clave en la decisión de escribirlo. Paula, que siempre me había oído decir cuán injusta era la versión de un Perón que traicionó y usó a la juventud, me insistía en que debía dejarlo escrito. Y resulta que allá por mayo o junio del año pasado, con motivo de una publicación que falsamente atribuía a mi hijo Juan Manuel haber votado, como senador, el proyecto de Macri de pago a los holdouts -cuando no sólo había votado en contra con poca compañía sino que lo había fundamentado en el recinto-, eso y otras idioteces en su contra me irritaron sobremanera. Le insistí entonces en la necesidad de que él, dados los importantes cargos que había ocupado en los últimos veinte años, escribiera sus memorias, su experiencia. Luego de varias discusiones, aceptó mi sugerencia pero a su vez insistió en que yo no podía seguir demorando la publicación de mi testimonio sobre los años setenta, algo que sobre todo él me venía reclamando insistentemente junto a sus hermanos. Bueno, ahora que yo he cumplido mi parte del compromiso, estoy esperando que él haga lo mismo.
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