“En mi casa se decía mucho que no se hablaba de política; yo paso la gran parte de mi vida marchando”. El conflicto de baja intensidad en Colombia permite a los jóvenes expresar su descontento social y nacer políticamente en las calles.
“Mi papá decía ‘¿para qué votar?, ¿para qué marchar si todo va a seguir igual?’. Nosotros no lo vemos así”, añade a la AFP la estudiante de 25 años Jennifer Pedraza, una de las líderes del movimiento de protesta.
2019, 2020, 2021: Por tres años, el presidente Iván Duque ha sufrido una sucesión de movilizaciones contra su gobierno y en rechazo a la brutalidad policial a una escala sin precedentes en este país de 50 millones de habitantes y uno de los más desiguales del mundo.
El 28 de abril la chispa de la protesta volvió a encenderse cuando el gobierno conservador lanzó un criticado plan de aumento de impuestos, finalmente retirado.
Pero las manifestaciones no cedieron y la ira popular sitió al presidente más joven de la historia reciente del país, a un año de las elecciones de las que surgirá su sucesor.
Las movilizaciones se mantienen casi a diario con expresiones festivas, bloqueos viales y, a menudo cuando cae la noche, hay enfrentamientos violentos entre civiles y policías.
Se trata de un estallido social que no se veía desde los años setenta en un país marcado por más de cinco décadas de conflicto armado y que sigue bregando por pasar la página de la violencia a pesar de haber firmado un acuerdo de paz en 2016 con la poderosa guerrilla de las FARC.
– Por una sociedad más justa –
Lejos del debate sobre la guerra y la paz, los reclamos por “más justicia social”, “menos corrupción”, “más empleos y oportunidades” asomaron en 2019 y volvieron con fuerza en las actuales protestas, mientras la pandemia hunde al 42% de la población en la pobreza.
Y los jóvenes son el motor de la movilización.
En la casa de Pedraza no se hablaba de política.
La estudiante de economía hace parte del llamado Comité Nacional del Paro, una organización al origen del movimiento de protestas que no representa a todos los sectores inconformes, aunque es el frente más visible en las infructuosas conversaciones con el gobierno.
“Había una generación muy atemorizada por el conflicto armado”, recuerda. Para ella, “el proceso de paz representó una importante apertura democrática”. “¡Hoy mis padres se manifiestan!”, dice Pedraza entusiasmada.
Tatiana Rodríguez, de 29 años, participa en todas las protestas siempre y cuando su trabajo como ayudante en un comedor escolar y la educación de sus hijos se lo permitan.
“Nosotros los jóvenes, los millennials, somos muchos y no tenemos miedo”, expresa la mujer que vive en un barrio pobre del sur de Bogotá.
A sus 74 años, Eduvigis Palacio no sale a la calle. Esto no le impide estar “de acuerdo con las reivindicaciones que se merece cada miembro de esta sociedad: educación, salud, trabajo”, encarnadas por los jóvenes.
Pero “nada justifica la violencia”, matiza la profesora jubilada.
– Generación hiperconectada –
Palacio vivió el conflicto armado cuando enseñaba en el departamento del Caquetá (sur) entre 1987 y 1991. Recuerda el miedo por estar atrapada “entre dos fuegos”, entre militares y guerrilla.
Hoy se alegra de la “apertura al mundo” que tienen los jóvenes gracias a internet. “Una generación más consciente del estado del país (…) ven que hay gente que ganó con este tipo de movilización”, apunta.
“Nos ponemos a mirar que en otros países la educación es gratis” y hay mejores condiciones laborales, dice de su lado Tatiana.
“La gente ve que pelear es útil, como en Chile”, añade Jennifer.
Con cierta regularidad Eduvigis discute con su esposo, partidario del expresidente de extrema derecha Álvaro Uribe (2002-2010) y mentor del actual jefe de Estado, elegido en 2018. Su marido denuncia que el movimiento está “influenciado por el comunismo en el mundo, China, Rusia, Cuba y Venezuela”.
Tatiana debate con su hermana mayor Viviana. Es empleada doméstica y aunque apoya las “reivindicaciones”, se dice “perjudicada por los bloqueos” en las calles que la obligan a desviarse y gastar más dinero en transporte para ir a su trabajo. Quiere que la crisis se resuelva en las urnas.
Este país sudamericano nunca ha sido gobernado por la izquierda y la abstención es alta (47% en las elecciones de 2018), sobre todo entre los jóvenes. La pregunta sobre el impacto de las protestas en las elecciones presidenciales de 2022 está sobre la mesa.
“Espero que la abstención disminuya, que haya jóvenes que se lancen a la política”, concluye Jennifer.
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