Por Claudia Smolansky
Caracas. Eran una familia de cinco, pero en menos de tres meses era solo Irma, de 49 años, con su nieto Jaiverson, de 11 años. Tres de sus hijos emigraron de Venezuela entre septiembre y noviembre de 2018. Mientras que, en ese mismo lapso, en octubre del año pasado,a su cuarto hijo lo asesinaron en Higuerote, un pueblo playero localizado a dos horas de la capital de uno de los países más inseguros del mundo.
El 6 de junio de 2019 Irma partiría junto a Jaiverson hacia Chile para reencontrarse con su hija Yajanni, de 28 años, quien es la madre del niño. “No darle fecha de regreso fue lo que le ocasionó un ACV (Accidente cerebrovascular). Fue una reacción emocional. Así me dijeron los médicos”, contó Irma a Infobae ese mismo 6 de junio desde la casa abandonada de su hija, ubicada en Petare.
La noticia del “viaje” le generó a la mamá de Irma un ACV. No se pudo ir. Y tampoco sabe cuándo lo hará, aunque aspira a ello. A pesar de tener dos empleos como trabajadora social y gerente de seguridad en un hospital, su salario apenas le alcanza para realizar un mercado y ni siquiera completo. “Hay que elegir, por ejemplo, si es el cartón de huevo o un kilo de queso”, comentó.
(Video: Lihueel Althabe y Juan Vicente Manrique/Infobae).
Al día siguiente de lo que iba a ser la salida de Irma del país, el 7 de junio, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) anunció que cuatro millones de venezolanos han abandonado su país, lo que los califica como uno de los grupos de poblaciones desplazadas más grande del mundo, luego de los sirios. En siete meses, es decir, desde noviembre de 2018 hasta junio de 2019, el número de refugiados y migrantes venezolanos ascendió a un millón de personas.
Chile, el país en el que se encuentran dos de los hijos de Irma y ahora, también su nieto Jaiverson, es el tercero que acoge a más venezolanos con un total de 288 mil. Colombia se mantiene como el primero con 1,3 millones de venezolanos.
Allí, vive otro de los hijos de Irma. “Está en Barranquilla lavando carros. Ninguno ejerce su profesión”, acota. Cuando se le pregunta el motivo de migración de sus hijos, responde lo que para ella es obvio: “¿Por qué más pues? No les alcanzaba el dinero. Se quejaban de la inflación”, cuenta.
Yajanni era funcionaria en la Policía de Sucre, un cuerpo de seguridad municipal de Caracas. En Santiago de Chile es asistente de estilista. Sin embargo, es la que envía dinero a su madre para que ella pueda costear sus gastos. Llegar a este país sureño le tomó a Yajanni 13 días. No quería gastar partes de sus ahorros en un pasaje de avión, por lo que se fue en autobús desde Caracas hasta llegar a Viña del Mar. En medio del camino, el vehículo se accidentó. Lo que sería un viaje de una semana, tomó el doble de tiempo. Finalmente llegó hasta un apartamento donde se hospedaban 12 venezolanos. Entre ellos, su hermano.
Ella quería conseguir estabilidad para luego llevarse a su hijo y lo logró. Hace rato lloré porque ya se me va, pero yo sé que va a estar mejor. Me aguantaré las lágrimas para la despedida. Aunque estoy alegre porque sé que él va a estar bien y no vamos a tener la angustia del dinero o de las clases y la comida.
Un día antes de irse, Jaiverson mostró su entusiasmo por reencontrarse con su mamá. También dijo que en estos meses estuvo feliz con su abuela. Su situación en la escuela no era regular, no tenía clases todos los días porque muchos de los profesores se han ido del país o porque no hay servicios básicos como luz y agua. La comida, que debe garantizarle la institución, era la misma todos los días: arroz con frijoles. Los viernes el plato cambiaba y le daban arroz con leche, cuenta Jaiverson con una sonrisa.
Así como Yajanni logró ayudar económicamente a su madre luego que emigró a Chile, lo mismo quiere Irma para su mamá. “Cuando le dio el ACV caí en cuenta de que la única manera que tengo para ayudarla es yéndome del país. Afuera se gana diferente. El dinero alcanza”, sostiene. No obstante los médicos le recomendaron que fuera paciente.
Quizá yo le di la noticia de una manera muy brusca. Yo le había dicho a mamá que tenía planes de regresar en diciembre, pero mi hija me dijo que debía darme un espacio de dos o tres años antes de regresar a Venezuela
Carmen Alida Camacho, de 75 años, es la madre de Irma. Siempre fue ama de casa. Su otra hija, Yubiry Castro, todavía no está convencida de emigrar. “Al final nos conmueve que ya no tengamos esa parte familiar”, expresa Irma Castro.
Diciembre de 2018 fueron las primeras navidades que esta familia no compartió reunida en casa “comiendo hallacas y uvas y todas esas tradiciones que tenemos”, dijo Irma con las voz resquebrajada. Ese recuerdo, por primera vez, le hizo soltar unas lágrimas durante la entrevista. Aunque siempre las intenta contener.
Mis planes están suspendidos. Siempre pensé en visitar otros países de shopping, jamás imaginé tener que irme por una necesidad. Dejar a mi mamá es fuerte, pero lo voy a solventar. Mientras conseguiré otro empleo.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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