Días pasados asistimos a las declaraciones del jefe de Policía de la provincia de Buenos Aires, Fabián Perroni, quien sostuvo que el delito aumentaba porque aumentaban la pobreza o el hambre.
No dudo de las buenas intenciones del Perro Perroni al frente de la fuerza, pero sus dichos carecen de correlato con la realidad. El debate sobre pobreza y delito remite a épocas anteriores al desembarco masivo de la droga en las sociedades modernas. ¿Acaso Argentina no tuvo épocas no tan lejanas de buena seguridad ciudadana mientras convivía también con la pobreza?
En un país con más de diez millones de pobres, si la causa del delito fuera la pobreza, estaríamos mucho peor que lo que estamos. La realidad es que el narcotráfico ha traído la mayoría de los males modernos, entre ellos, estadísticamente hablando, cerca del 70% del delito violento. Esencialmente de tres formas. Por un lado, asistimos a ajustes de cuenta entre narcos con peligrosas balaceras incluidas, en todas las ciudades medianas a grandes. Por el otro, un grupo más numeroso, sufrimos el delito del adicto todos los días, quienes roban y a veces matan por un celular, unas zapatillas u otro bien intercambiable por drogas. Llegamos a un tercer grupo que difícilmente cayera en el delito si no fuera por las drogas: el delito de la persona drogada, fuera de la realidad, bajo el influjo de ellas, que causa tanto delitos vehiculares como ataques sexuales.
Le creería al jefe de Policía si la estadística mostrara robos calamitosos o de alimentos, pero no cuando los que más han crecido, hasta triplicarse, son los ataques sexuales, que nada tienen que ver con la pobreza y sí con la droga.
Esta realidad ha sido observada internacionalmente desde hace varias décadas. No es la pobreza, es la elección condicionada por ella que algunos pobres, minoritarios en su clase, ya que la mayoría trabaja, encuentra en lugares donde la seguridad pública no llega o es connivente con el delito y el primer empleador es el hampa. Entre los países seguros, hay ricos y pobres, entre los inseguros, también.
A estas desacertadas opiniones le salieron al cruce las de la ministra de Seguridad de la Nación, cuya gestión, ya encaminada a una etapa final de nuestro gobierno, no puede mostrar más que pobres resultados.
Se vuelve a hablar de “sensación de inseguridad” y de baja en la cantidad de homicidios cada cien mil habitantes. Esta baja referenciada es parcialmente cierta, aunque los que gozan de una cifra en esta categoría son los habitantes de San Luis, La Pampa u otras provincias que siempre han vivido con relativa baja del delito. Los que vivimos donde reside la mitad de la población del país nos codeamos con tasas de dos cifras de homicidios cada cien mil habitantes, ya sabiendo lo que esto significa.
No es bueno volver al Indec K para explicar lo inexplicable. ¿Por qué no sinceramos las cifras del delito y hacerlas compatibles con la medición más exacta del crimen violento, la del VCR (violent crime rate o índice de delito violento), propiciado por el FBI y seguido por muchos países serios? Seguramente porque la comparación sería terriblemente desventajosa. La verdad es que al ciudadano no solo le importa que lo maten, también tiene terror a las violaciones, a los robos a mano armada, a los secuestros, etcétera. Este índice mide todo el delito violento, pero en Argentina no existe.
Hoy una persona tiene más posibilidades, en algunos casos, el triple, de ser víctima de robo en CABA que en Lima, Santiago o hasta San Pablo. Datos de la Procuración de la Ciudad. Mejor no compararnos con el Primer Mundo.
Es hora de cambiar de verdad.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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