Al regreso de un viaje por Europa un hombre visita a una familia amiga.
-¿Estuvo en Italia? –le pregunta el niño de la casa-. ¿Qué vio?
-Todo, todo.
-¿Estuvo en España? ¿Qué vio?
-Todo, todo.
-¿Estuvo en París? ¿Qué vio?
-Todo, todo.
-¿Vio La Gioconda?
-Todo, todo.
-¿Estuvo en El (museo del) Louvre?
-No, estaba cerrado por una huelga.
-Ah, entonces La Gioconda la vio en la lata del dulce de batata.
A los 10 años, Jorge Guinzburg ya era Jorge Guinzburg. Del otro lado de la línea telefónica, su hermana Mirta, tres años mayor, recuerda la anécdota y ríe. “Mi papá se descostillaba de risa con las cosas que decía. A Jorge le daba más coraje para hacer más chistes”.
Eso sucedió en Capilla del Monte, Córdoba, donde Jorge vivió desde los 3 hasta los 10 años, cuando regresaron a Buenos Aires. Allí nació el 3 de febrero de 1949. Los Guinzburg habían dejado Capital Federal en busca de un alivio para él: el asma lo tenía mendigando aire. Alquilaron una hostería y la trabajaron entre todos. La mamá cocinaba, el papá servía las mesas, Mirta lavaba los platos y Jorge los secaba. También tenían un gato que hacía pis y caca en el inodoro; lo recordaría así en entrevistas de los años noventa. A él lo recordaría la bibliotecaria del pueblo, porque Jorge iba muchísimo, leía de todo y luego le contaba lo que había aprendido.
Es posible también que sus colegas de la agencia de publicidad en la que trabajó en los años 70 no lo hayan olvidado. En los baños quedaban unos centímetros de aire entre el borde de la puerta y el suelo. Sobre el piso, Jorge echaba bencina y luego encendía un fosforo; “Al que estaba cagando se le venía el caminito de fuego”. Al “Gordo García” le quitaba el paraguas los días de lluvia y lo enterraba en el jardín del colegio Nacional Urquiza, obligándolo a bajar un piso para ir a rescatarlo.
En ese colegio, en el barrio de Flores, además del “Gordo García” estaba Carlos Abrevaya. Con él se anotó en Derecho apenas egresaron en 1966, pero abandonó a los dos años y se pasó a la Escuela de Arte Dramático.
Guinzburg y Abrevaya eran el monstruo de dos cabezas más bello que haya existido. Juntos comenzaron a escribir los chistes del ciclo radial de Pepe Iglesias, luego lo hicieron para Juan Carlos Mareco y el Fontana Show. Pero con nombre y apellido aparecieron recién en 1973 en la revista Satiricón. Alimentaban una parte fundamental: los pie de página. Escribieron, por ejemplo: “Dime con quien sueñas y te diré con quién no te acuestas”, “Dos veces por año el político Horacio Sueldo se convierte en Horacio Aguinaldo”, “La vida es eso que pasa al lado suyo”. Carlos Ulanovsky los recuerda: “Fueron dos grandes: chicos con mucha calle, gracia e ideología para hacer humor de actualidad, ese que reemplazaba al tradicional humor de náufragos en islas desiertas o de suegras que atacaban a sus yernos con un palo de amasar”.
Antes de Satiricón Guinzburg fue vendedor de carteras y cinturones de cuero y fue taxista durante algo más de un año. Con un Valiant primero y con un Ford luego, iba a los piringundines de la calle 25 de mayo por la madrugada “para ver si se subían las putas a contarme historias. Siempre subía alguna, pero la decepción era que sus historias eran muy parecidas. Todas querían rajar de lo que estaban haciendo, todas lo hacían para mantener a un pibe y todas fantaseaban con irse a vivir al sur. O era cierto y coincidían o me empaquetaban”, dijo en una entrevista al diario Clarín.
El despegue de su carrera fue en 1983. Ese año se convirtió en libretista de Tato Bores. Desde 1976 y hasta ese momento, durante la dictadura, vivió un exilio creativo. Aunque se refugió en varias agencias de publicidad donde trabajó como director, su crítica, más edulcorada, vivió en la tira humorística “Diógenes y el linyera”, que publicaba en Clarín y, cuando no, escribía a cuatro manos con Abrevaya. Así hablaba de esa etapa, según consta en la biografía Jorge Guinzburg, la inteligencia rebelde, de Hugo Paredero: “Comencé a ver cómo unos cuantos amigos se iban del país y otros desaparecían. Era muy difícil hacer el periodismo que uno quería hacer. O tal vez uno no sabía escribir entre líneas. Yo no hago juicios de valor, pero no tenía ganas de irme. Tenía cagazo de irme“.
La tira hablaba y metaforizaba sobre la vida en la ciudad, la indiferencia, el egoísmo, temáticas que, recuerda Ulanovsky, podían considerarse “subversivas”. “Jorge contaba que muchas veces debieron presentar hasta tres variantes diarias para sortear la censura”.
El periodismo ese que quería hacer era La Noticia Rebelde. Junto a Adolfo Castello, Raúl Becerra -y Nicolás Repetto más adelante- fundaron el nuevo periodismo humorístico argentino. A tres años del retorno de la democracia al país, el programa marcó un hito en reírse de los políticos y la política y también de la farándula, como cuando eligieron durante un tiempo el mejor quincho de Buenos Aires. Silvio Soldán, el conductor de Domingos para la juventud, encabezaba el ranking siempre. Becerra recordó que les quiso pegar porque no soportaba que, cada vez que iniciaba el programa, los estudiantes le gritaban “miau”desde las tribunas.
Aquel que aceptaba ser entrevistado sacaba chapa de astuto. Soportar las preguntas –ni siquiera salir indemne, sólo sobrellevarlas- era admirable. Guinzburg era el encargado de la primera, “para romper el cubito”. A diferencia del resto de los periodistas de entonces -luego CQC fue el formato que mejor emuló, dicho por Guinzburg, la esencia de La Noticia Rebelde- él no buscaba hacer sentir cómodo al entrevistado. Por el contrario, le tendía una sábana sobre una cama de clavos y con suma seriedad lanzaba la pregunta, como lo hizo con Norberto Napolitano, Pappo, en 1986: “Si parte del encanto de tus espectáculos es que rompas una guitarra o que pegues cadenazos al suelo, ¿qué sentido tiene escuchar un disco tuyo?”. Entonces sucedió algo que se repetiría a lo largo de toda su carrera: el agredido reiría y respondería. Pappo rió y respondió “no sé”.
Guinzburg podía preguntar las cosas que otro no. A él la gente le contestaba. A Gerardo Sofovich le aplicó la pregunta para romper el cubito en 1992, ya en Peor es Nada, el programa de humor que hizo junto a Horacio Fontova desde 1990 hasta 1994. Pocos segundos después de recibirlo lo invitó a sentarse. Sofovich todavía tenía las manos a los lados de la silla, acercándose a la mesa cuando le disparó: “¿Con quién te llevás bien?”.
Peor es nada fue un programa de parodias de la televisión y personajes de la época. Por citar algunos: “La bola está de fiesta” (“La Ola está de fiesta”), “Grande y Zonzo Pá” (por “¡Grande, pá!) , Truchán (por Tusam). Pero el segmento más recordado era la entrevista que cerraba siempre con la misma pregunta: “¿Cómo fue tu primera vez?”. La que más lo hizo reír fue la de Jorge Luz. Se lo puede ver hamacándose rabiosamente en su sillón y secándose las lágrimas.
Coleccionista de lapiceras, era muy fanático del psicoanálisis –se analizó durante más de 30 años- y de Vélez. En el club conoció a su amigo y socio, Daniel Comba. Daniel fue quien propuso que el palco de prensa llevara su nombre, como así también una sala de teatro que inauguró. Comba recuerda una reunión con los empresarios que auspiciarían una obra de teatro en Carlos Paz. Guinzburg les pedía una suma de dinero que, decían, era demasiado. Él explicó que la obra sería un éxito. Entonces uno de ellos le preguntó: “¿Qué nos vas a dar por esta plata?”. Guinzburg se levantó, se alejó de la mesa, se dio vuelta y se bajó los pantalones: “Pidanme lo que quieran”.
Aunque Ilustres y desconocidos no fue de los programas de más rating que hizo (con Mañanas informales le puso marcapasos a la tele matinal, con La Biblia y el calefón dio clase de cómo administras anécdotas y hacer fluir una charla), fue de una búsqueda periodística pura. En una emisión reunió a Ricardo Alfonsín y al señor al que le gritó, seis años antes, “a vos no te va tan mal, gordito, ¿no?”.
El elogio que más le gustó se lo hizo un hombre en un garage: “Los únicos que son iguales a como los veo por televisión son Ricardo Darín y vos”. Decía que no había que conocer a los ídolos porque lo idealizado es imposible de equiparar. Uno de los suyos era Woddy Allen. De Dante Panzeri aprendió a no levantar el dedito. Cuando eran compañeros en Satiricón, Guinzburg le reprochaba que trabajara en otra revista que le parecía deleznable. “Desde mi cosa ególatra, pendejo de 23 años, le preguntaba si no le daba vergüenza. Panzeri me dijo: ‘Yo nunca me planteo dónde estoy, sino qué hago donde estoy'”
De Guinzburg se destaca la rapidez para responder. Pero eso era la consecuencia, la cañita voladora desmembrándose en el cielo. Metros abajo, en tierra, segundos antes, la pólvora: la atención. Jorge Guinzburg es, aún hoy, el entrevistador que mejor y más escucha. Eso, sumado a su memoria, lo hace imbatible. Botón de muestra: a los 40 años le preguntó a su madre si cuando le extirparon las amígdalas (tenía 3 años) debieron subir una escalera de madera. Sí, lo habían operado en un primer piso y en la casona había mucha madera.
Luego de siete días internado, falleció el jueves 12 de marzo a los 59 años, por un cáncer de pulmón. Estaba casado con Andrea Stivel, productora de TV que conoció en los pasillos de canal 7 cuando hacía La Noticia Rebelde. Con ella tuvo dos hijos: Ian y Sasha. De su matrimonio anterior, Soledad y Malena.
Así como preguntaba cosas por las que otros hubiesen recibido un cachetazo también podía responder cosas que otros no:
-Sos zurdo-, le dijo Mirtha Legrand en uno de sus almuerzos. La señora había reparado en cómo él tomaba los cubiertos.
-Sí, soy zurdo –dijo él. Al cabo de dos segundos de silencio, retomó la charla- Pero me puedo quedar, ¿no?
Malena Guinzburg y su debut en televisión con su papá: “Un recuerdo hermoso”
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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