¿Hay chances de que una tercera fuerza gane las elecciones?

Mucho se ha escrito sobre las similitudes entre las campañas electorales y las partidas de ajedrez.

Más allá de lo evidente -las piezas blancas y negras, los movimientos y jugadas de cada uno de los jugadores, y el jaque mate final con el rey que se inclina concediendo la derrota-, hay algo más, en cierta forma invisible, que es central para la victoria. Una estructura, un sistema, una organización. Una estrategia, diríamos en el plano electoral.

La estructura de una partida de ajedrez está compuesta básicamente por 3 grandes etapas. En primer lugar, la apertura, el punto de partida en el que se despliegan las piezas en el tablero, procurando ocupar espacios relevantes del mismo. En segundo lugar, el denominado medio juego, caracterizado por los constantes movimientos y cambios de piezas, ataques y defensas. Y, por último, el final, en el que se ponen en marcha una serie de procedimientos cuando ya quedan pocas piezas en el tablero.

En el tablero de ajedrez, al igual que en la liza electoral, quien conoce la estructura contará con importantes ventajas comparativas porque sabrá de qué manera se debe jugar en cada etapa del juego para llegar al mejor final. En otras palabras, quien conoce la estructura del juego sabrá qué estarán haciendo sus adversarios y cuál es la mejor alternativa posible para enfrentarlos, teniendo en cuenta siempre las posibles consecuencias de haber optado por uno u otro escenario.

De eso se trata la estrategia. Mantenerse siempre dentro de los márgenes de la hoja de ruta diseñada para el logro de los objetivos trazados, lo que implica no sólo no reaccionar impulsivamente ante los actos del adversario, sino también entender que todas las etapas de la campaña hacen al objetivo último, que es ganar.

Ballotages: perdedores que ganan
En nuestro sistema electoral nacional, la contienda presidencial tiene, al igual que en una partida de ajedrez, tres postas ineludibles: las elecciones Primarias, Abiertas, Simultaneas y Obligatorias (PASO) -incorporadas en la elección presidencial de 2011-, las elecciones generales y, si ningún candidato logra superar el 45% de los votos, o alcanzar el 40% y una diferencia de 10 puntos respecto al segundo, el ballotage.

Tres fueron las ocasiones de un ballotage en nuestra historia reciente, aunque en dos de ellas finalmente no se produjo la contienda. La primera ocurrió en 1973, cuando al enfrentarse Héctor Cámpora –candidato peronista por el FREJULI- y Ricardo Balbín –candidato por la UCR-, ninguno de los dos logró alcanzar el umbral del 50% de los votos, que por entonces era requisito para consagrarse presidente. Sin embargo, al obtener Balbín 21,29% de los votos y Cámpora 49,56%, el candidato radical decidió renunciar al ballotage, consagrando así presidente al dirigente peronista.
En la segunda ocasión Carlos Menem había sido el candidato con mayor cantidad de votos (24,5%) en 2003 pero su amplio rechazo por parte de amplias franjas del electorado le había impuesto un techo infranqueable. Al renunciar al ballotage, el ex mandatario permitió que el hasta entonces poco conocido Néstor Kirchner, ex gobernador de Santa Cruz, se convirtiera en presidente con sólo 22% de los votos.

El único antecedente en la Argentina, en que, dadas las condiciones de un ballotage ambos adversarios se dispusieron a competir, fue en la elección de 2015. Seguramente será Mauricio Macri, el primer presidente argentino en llegar al sillón de Rivadavia por la vía de un ballotage, el primero en jugar su reelección por esa vía.

Un dato curioso de nuestra escueta historia de ballotages es que en 1973 el candidato ganador de las elecciones generales resultó presidente; en 2003, quien ganó las generales, se bajó y resultó presidente quien había salido segundo; y en 2015 ambos candidatos compitieron, pero quien ganó fue quien había salido segundo en la elección general. En definitiva, si en política todo es posible, el ballotage lleva esto a un grado superior.

Un escenario posible, un escenario para planificar
Con la polarización muy instalada en el centro del tablero electoral, la tentación para los protagonistas sería atacar y defenderse del adversario “natural”, profundizando así el enfrentamiento dicotómico. Sin embargo, ello entrañaría un grave error en términos estratégicos: quién pretenda resultar triunfante de esta contienda será quien mayor atención le presente a la tercera fuerza.

Se suele decir que las elecciones las definen los indecisos. Si bien esta verdad nos escolta en cada una de las campañas electorales que tuvieron lugar los últimos 40 años, la particularidad de la contienda del 2019 es que el escenario de tres tercios (30%-30%-30%) tiene al 60% del electorado aferrado a dos de las opciones electorales, pero al resto aun dudando e inclinándose a priori por otras opciones electorales.

El 30% que en algún momento se le atribuyó a una tercera opción pan peronista, no está definido. Quizás la explicación más evidente es que dicho espacio no logró definir un candidato, o que dicho candidato no ha logrado captar el grueso de los apoyos de los dirigentes que no responden ni a Cambiemos ni al kirchnerismo. Sea como sea, la polarización operó de forma efectiva en ese conjunto de electores que aun dudan si inclinarse por Macri o por Cristina.

Lo que tienen en claro es que ninguno de los dos es su primera opción, pero en lo que dudan es ¿a quién apoyarán en un posible ballotage? Si bien podríamos identificar a este conjunto de electores como “indecisos”, es su enojo, su disgusto, su desconformidad, lo que los aglutina y les da identidad.

Hablándole a enojados: el poder del optimismo
Una posible estrategia para poder ablandar los ánimos pesimistas que rechazan ambos espacios mayoritarios –y que actualmente tiñen el conjunto de electores- es intentar encarar una campaña optimista. Si bien esta recomendación parece casi una verdad de perogrullo, lo cierto es que su puesta en marcha no es tan simple.

Del lado del Gobierno –el cual tendría que remontar un desencanto que ronda el 60%- está claro que el optimismo se articula con noticias positivas. Este fue el tono, por ejemplo, con el que Macri abordó la conferencia de prensa del jueves pasado. Si la inflación logra descender, el Gobierno comunicará por todas las vías posible cada décima que descienda. Lo mismo hará con cada noticia positiva –por más sutil que resulte- o propuesta de gobierno en lo que quede hasta las elecciones de agosto. La tensión en esta estrategia estará depositada en la capacidad que los argentinos tengan en creerle, después de un período de mandato y su inevitable desgaste.

Una situación diferente es la que tendrá que atravesar –de seguir esta estrategia- el kirchnerismo. Cristina Fernández de Kirchner arrastra consigo el desafío de hablarles a los argentinos habiendo sido ya presidenta, es decir con el desgaste de 8 años de gestión, y una derrota electoral a cuestas. Si bien la referencia inmediata a una derrota electoral es la del 2017, el kirchnerismo no gana una elección importante desde el 2011, habiendo perdido en 2013 contra Sergio Massa, en 2015 contra Macri y en 2017 contra Esteban Bullrich.

No está claro cómo podría este espacio encarar una campaña positiva, siendo que su leitmotiv -con el que atravesó los 3 años que transcurrieron de gobierno de Cambiemos- fue “cuanto peor, mejor”. El supuesto básico con el que el kirchnerismo disciplinó a sus dirigentes consistía en que, si a Macri le iba mal, la vuelta de Cristina era casi inevitable. Así, la mayoría de las intervenciones públicas y la comunicación del kirchnerismo consistió en enfatizar lo mal que gobernaba Cambiemos. Esto, además de transmitir un clima pesimista, dificulta comenzar una campaña positiva, ya que es muy posible que el electorado no logre entender por qué ahora el kirchnerismo no es tan pesimista como hace algunos meses.

Sin embargo, una posible forma de transmitir optimismo es con la vista puesta en el futuro. La esperanza suele ser una fuerza muy poderosa si, quien la encarna y transmite, lo hace con trasparencia y credibilidad.
Escenarios aun abiertos: perforar la polarización intentando un ballotage
El riesgo tanto para Cristina como para Macri, es que uno de ellos dos no llegue al ballotage, y que sí lo haga la tercera fuerza. Si bien este escenario aún no se logra percibir en las encuestas, no es aún posible descartarlo de plano. Menos aún, no sería recomendable llegar a los comicios sin una estrategia que contemplase esta posible contingencia.

El interrogante que deberían plantearse los estrategas del kirchnerismo y de Cambiemos es entonces cómo enfrentar un ballotage sin su antítesis “natural”. En otras palabras, si Macri llega al ballotage con Massa, ¿por quiénes de los dos se inclinaría el 30% de electores fieles a Cristina que desprecian al presidente? O de la misma forma, si Cristina llegara al ballotage con Massa ¿por quiénes de los dos se inclinaría el 30% de electores fieles a Macri que desprecian a la ex mandataria?

Está claro que –como lo señalaron algunas encuestas en las últimas jornadas- aun mostrando signos de recuperación, el espacio de Alternativa Federal tiene un largo camino por recorrer si pretende aspirar a una performance electoral que le permita superar a alguna de las dos fuerzas mayoritarias en octubre y posicionarse en un escenario de ballotage.
Cambiemos y el kirchnerismo ya “están” instalados. Pero ciertamente lo que es un piso, también puede ser un techo, y esa aparente tranquilidad volverse vertiginosamente una preocupación, sobre todo si una tercera fuerza comienza a repuntar en el trayecto final de la contienda.

El autor es sociólogo, consultor político y autor de “Gustar, ganar y gobernar” (Aguilar, 2017)



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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