Poco tiempo antes de la muerte de Lady Di, el célebre historiador católico británico Paul Johnson –En busca de Dios, Historia del Cristianismo- aseguró que era muy probable que Lady Di se convirtiera al catolicismo. Isabel II, además de Reina, es cabeza de la Iglesia de Inglaterra, es decir, de la iglesia anglicana. El vaticinio de Paul Johnson tuvo lugar en los tiempos agitados por las revelaciones de la Princesa acerca de su fracasado matrimonio y cuando los vínculos con la Corona estaban bajo máxima tensión. Lo de la conversión sonaba descabellado y cualquier desprevenido podía interpretarlo simplemente como un desafío más de la Princesa a sus antiguos suegros.
Sin embargo había detalles no tan divulgados de la vida de Lady Di que relativizarían esto: como que su madre fue una católica conversa y consagrada a la obra caritativa de la Iglesia desde fines de los 80 hasta su muerte en 2004, y que por el lado paterno Diana tuvo un antepasado también converso que acaba de ser declarado Venerable por el papa Francisco, primer paso en el camino hacia la santidad.
Finalmente, aunque esto no es dato, sino signo, el destino quiso que, en el momento de su muerte, cuando la embajada británica buscaba asistencia espiritual para ella y su familia, sólo estuviera disponible un sacerdote católico, que fue el encargado de velar durante diez horas a la Princesa anglicana, hasta la llegada de Carlos de Inglaterra y de las hermanas de Lady Di.
LA NOCHE DEL ACCIDENTE
Aquel 31 de agosto de 1997, cuando el conserje del hospital buscó de urgencia asistencia espiritual para Diana Spencer y sus deudos, el capellán anglicano no estaba ubicable y la responsabilidad recayó en el padre Yves-Marie Clochard-Bossuet que, como vivía cerca del hospital Pitié-Salpêtrière de París, se había ofrecido tiempo antes como capellán de guardia para los fines de semana.
Al aproximarse la fecha en que Lady Di hubiera cumplido 60 años, el 1° de julio próximo, el Daily Mail está publicando testimonios de la gente que estuvo junto a ella en esos últimos trágicos momentos de su vida. Ahora, publicaron el testimonio del padre Yves.
El fatal accidente había tenido lugar poco después de la medianoche de aquel 31 de agosto de 1997 cuando, huyendo de los paparazzi, el Mercedes que llevaba a la princesa Diana ingresó a alta velocidad en el túnel que pasa bajo el Puente del Alma. Un impacto contra otro auto -un Fiat Uno- hizo que el chofer perdiera el control del vehículo y se estrellara contra las columnas centrales del túnel. Dodi Al Fayed, novio de Diana, y el chofer murieron al instante. Ella y el guardaespaldas fueron llevados al hospital. El hombre sobrevivió, pero Lady Di murió en el quirófano.
Poco después del accidente, a las dos de la madrugada, el teléfono sonó por primera vez en la residencia del capellán. La voz al otro lado de la línea era la del conserje del hospital que quería saber si el padre Clochard-Bossuet tenía el teléfono de algún sacerdote anglicano. Él se sorprendió: “Ustedes deberían tener uno”, replicó. “No responde”, fue la explicación que le dieron. Clochard-Bossuet se disculpó -no tenía el contacto de ningún anglicano- y colgó.
Vale recordar que la Iglesia anglicana es una confesión cristiana, surgida en el siglo XVI, en tiempos de la Reforma, que podría definirse como una corriente intermedia entre catolicismo y protestantismo. Algunos la definen como un catolicismo no papal.
Pero volvamos a la noche del accidente fatal. A los 3 minutos de la primera llamada, el teléfono volvió a sonar: “¿Puede venir en lugar del sacerdote anglicano?”, le pidió el hombre. Cuando él preguntó por qué, la respuesta fue: “No puedo decirlo”. Él insistió, sin imaginar ni por un instante de qué se trataba: “Si tengo que ver a una persona a las dos de la mañana me gustaría saber quién es”.
En ese momento, empezó a pensar que quien llamaba no estaba muy en sus cabales: “Si no puede decirme el nombre o la razón siendo las dos de la mañana es que está bromeando”. Su interlocutor contestó: “Está bien, lo diré. Es la princesa de Gales”. Clochard-Bossuet colgó inmediatamente, ahora convencido de que el hombre estaba como mínimo borracho. Igual se quedó algo intranquilo, dio un par de vueltas en la cama y enseguida el teléfono volvió a sonar: “Padre, lo siento mucho, pero es verdad lo que le dije -insiste el conserje- El cónsul británico lo espera en el lugar. Es una situación médica muy grave”.
Ahora sí, el cura saltó de la cama, se vistió y caminó hasta el hospital. A medida que se iba acercando al lugar veía el caos de autos, ambulancias y móviles policiales. “Es verdad”, se dijo.
Eran las 3:30 cuando llegó al Servicio de Cirugía del hospital. El cónsul lo recibió y le rogó que esperara. A las 4 y 20, una enfermera lo llevó al primer piso donde estaban varias personalidades del Estado francés, incluido el ministro del Interior, Jean-Pierre Chevènement. El cónsul le dijo: “Lo conduciremos a la habitación donde fue llevada Diana. Le pedimos que recite algunas oraciones y vele por ella hasta que encontremos un sacerdote anglicano”.
A las 4:41, en el mismo instante en que la Press Association de Londres anunciaba la muerte de Lady Di, el padre Clochard-Bossuet ingresaba al cuarto donde reposaba ya el cuerpo de Diana Spencer, luego de la operación y las maniobras infructuosas de resucitación.
“Fue entonces cuando la vi por primera vez -sigue el relato del padre Clochard-Bossuet- Estaba completamente intacta, sin marca ni mancha, ni maquillaje. Completamente natural Era una muy linda mujer y tuve la sensación de que hubiera podido hablarle”.
Clochard-Bossuet recordó que unos días antes, sacerdote al fin, había juzgado de modo severo la conducta de Lady Di, cuyas aventuras amorosas se ventilaban en la prensa aquel verano. “Esas fotos, sus amantes… no se comportaba bien. No sentía simpatía por ella”, admitió. Pero luego leyó una entrevista del diario Le Monde que lo llevó a cambiar de opinión. “Había una página dedicada a ella que explicaba lo que hacía y eran cosas muy positivas. Entonces me dije: ‘Bueno, estabas a punto de juzgar, pero al final es una mujer de bien’. Fue providencial que yo haya visto ese artículo”, reflexionó pensando en el rol que le tocó.
Durante el tiempo en que estuvo solo en esa habitación velando a Diana Spencer, el padre pensaba en los hijos de la Princesa: “Habrá que despertarlos y decirles ‘es el fin’… Es la peor de las cosas”.
En esos momentos, en la puerta del hospital, el ministro Chevènement anunciaba al mundo la noticia de la muerte de la Princesa. En el interior, en una habitación solitaria y silenciosa, el padre Clochard-Bossuet encomendaba a Dios el alma de Diana Spencer. Un sacerdote católico velaba a la Princesa anglicana.
Diez horas permaneció Clochard-Bossuet junto al cuerpo de Lady Di, hasta la llegada del Príncipe Carlos.
LA MADRE DE DIANA
Pasada la conmoción del momento, el padre Yves tuvo la idea de escribirle a la madre de la Princesa: “Tengo un primo inglés y fue él quien me dijo que la madre de Diana era una católica convertida con una fe fuerte. Me sugirió que le escribiera”. Así nació una relación epistolar y más tarde una amistad, con Frances Ruth Roche.
Ese mismo año, la madre de la Princesa le envió un saludo navideño: “Para el padre Yves, con mi agradecimiento para siempre, por orar junto a mi amada Diana”.
“Escribí una carta muy formal -contó el padre Yves-, dándole todos los detalles [de lo ocurrido el día de la muerte de Diana]. Quería decirle a su madre que las enfermeras que la habían cuidado habían hecho las cosas muy bien. No había nada de qué quejarse aunque ella estuviera en una habitación de hospital y no en el Palacio de Buckingham. Y le dije que había rezado y que me había quedado hasta la llegada del príncipe Carlos”.
Poco después recibió “una conmovedora carta de ella”. “Me dio las gracias porque fui el primero que le dio directamente información -contó el padre Yves-. Nadie más se había comunicado con ella. Ni la dirección del hospital, ni los médicos, ni el Palacio de Buckingham. También se alegró de que fuera un sacerdote católico el que hubiera estado allí.”
La madre de Lady Di le preguntó si podía celebrar una misa privada en el hospital donde había muerto su hija, y en la mayor reserva. Tres semanas después del trágico accidente, la madre de Diana llegó a París. “La recogí en el aeropuerto Charles de Gaulle en mi pequeño Peugeot 206. La reconocí de inmediato. Se parecía mucho a su hija”, dice el sacerdote.
Al día siguiente tuvo lugar la misa “secreta”, de la que nadie tuvo noticia hasta ahora. Desde aquel momento, el padre Yves y la madre de Diana se vieron dos veces por año.
VELATORIO Y PARTIDA
En el pasillo contiguo a la habitación del hospital donde descansaban los restos de Lady Di, estaban el cónsul general del Reino Unido, Colin Tebbutt, una religiosa enfermera, Paul Burrell, ex mayordomo de la princesa, y el padre Yves.
Hubo un momento de conmoción cuando llegó el presidente de la República, Jacques Chirac, con su esposa. Entró a la habitación, hizo una reverencia al pie de la cama y se retiró, pero permaneció en el hall del hospital a la espera de la llegada de Carlos, junto a una guardia de honor de 12 hombres.
“La gente de la embajada me advirtió una hora antes de que venía Carlos. Los franceses y los ingleses somos diferentes. Me preguntaban si me sentía bien, ¿estaba preparado para conocer a Su Alteza Real? Fue absolutamente como si Cristo mismo estuviera a punto de descender (sobre nosotros)”, recuerda el padre Yves, que también dice que “no tenía idea de que todo el mundo estaría hablando de esto en los años siguientes”.
Finalmente llegó el príncipe Carlos, acompañado por las hermanas de Diana, Lady Sarah McCorquodale y Lady Jane Fellowes. De inmediato le preguntó al cónsul, a quien ya conocía: “¿Hay miembros del clero aquí?” y agregó: “Me gustaría ir a la habitación de Diana con los sacerdotes y sus hermanas. ¿Está eso bien?”
Poco antes, había llegado finalmente Martin Draper, archidiácono anglicano de Francia. Fue él quien le dijo al príncipe Carlos: “Este es el sacerdote católico que estuvo cuidando a Diana durante diez horas -contó el propio padre Clochard-Bossuet-. Y el príncipe Carlos fue muy amable, muy sencillo, muy agradable. Me agradeció y me invitó a ir a rezar con ellos. Y entonces hubo una oración, la oración anglicana por los muertos, con el príncipe Carlos, las dos hermanas, tal vez una enfermera, y los dos sacerdotes, yo y el anglicano. No había nadie más en la habitación”.
El momento de oración duró un cuarto de hora. Antes de la llegada del Príncipe Carlos, habían entrado a la habitación los funerarios reales para preparar a Diana. La habían vestido y maquillado. “Ya no tenía la naturalidad de antes. Parecía una muñeca, mientras que antes era una mujer muy hermosa”, comentó el padre Yves.
En sus manos habían puesto una foto de sus hijos y el rosario que le obsequió la Madre Teresa de Calcuta. Ambos objetos estaban en la cartera de Diana.
“Carlos me dio las gracias -recuerda el cura- Estaba muy, muy conmovido. Sí, vi lágrimas”.
Cuatro funerarios reales cargaron el ataúd a la altura de los hombros, “con traje de oficiales, marchando por el pasillo como si fuera un desfile militar”, contó Tebbutt al Daily Mail. De ese modo, a las 18:35 de ese día, el ataúd, envuelto en el estandarte real, fue llevado al coche fúnebre. Desde allí el cortejo se encaminó hacia el aeródromo militar de Villacoublay, donde esperaba el avión del Royal Flight.
LA CONVERSIÓN DE FRANCES ROCHE Y GEORGE SPENCER
Frances Ruth Roche se separó de John Spencer cuando Diana tenía tan solo 6 años. El padre se quedó con la custodia de los cuatro hijos del matrimonio. La mujer se casó luego con Peter Shand Kydd, de quien también se divorció en 1988. Desde entonces, vivió en una relativa soledad, se convirtió al catolicismo y se consagró al trabajo con varias organizaciones benéficas católicas, y otras.
Murió a los 68 años, el 3 de junio de 2004.
El dato de la conversión de la madre de Lady Di hace que la profecía de Paul Johnson no suene tan descabellada, a pesar de que el vínculo entre Diana y su madre no era muy fluido, dado que la princesa sufrió mucho por la ausencia de Frances.
Ahora bien, por el lado de la familia paterna, los Spencer, Diana tenía un antepasado que acaba de ser declarado Venerable por el papa Francisco. Se trata de un tío tatarabuelo, George Spencer o padre Ignacio.
En febrero pasado, Bergoglio firmó el decreto reconociendo las virtudes heroicas de ocho católicos. Entre ellos estaba el sacerdote pasionista Ignacio de San Pablo (1799-1864), nombre adoptado por George Spencer tras su ingreso a la orden. Spencer también fue tío abuelo del premier Winston Churchill, con quien Diana tenía parentesco.
La conversión de George, a los 31 años, tal vez fue un trago amargo para los Spencer; más aun cuando éste se ordenó sacerdote dos años más tarde. Desde entonces se volvió un apóstol de la unidad cristiana, llamando a católicos y anglicanos a la reconciliación, predicador de un ecumenismo caro al actual Papa.
Más tarde, Spencer decidió entrar en la orden de los pasionistas -una congregación fundada en Italia en 1702 por San Pablo de la Curz- y al hacerlo se rebautizó como Ignacio. Su fama de santidad provino de su trabajo con los migrantes irlandeses que en Inglaterra vivían bajo el umbral de la pobreza.
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