Tras décadas de guerra y de privaciones, el arte florece en Bagdad y la capital iraquí recibe ferias del libro, exposiciones y conciertos que atraen a una población ávida de eventos culturales y de recuperar el tiempo perdido.
Hace apenas uno mes que The Gallery, una sala de exposiciones, ha abierto sus puertas en Bagdad, al lado de un gimnasio y de un café de moda.
Cuando se inaugura una exposición, decenas de personas esperan en la acera a que se abran las puertas. Esta noche, podrán disfrutar de las pinturas abstractas de vivos colores de Riyad Ghenea, un artista canadiense e iraquí que homenajea con estas obras a su difunta madre, Ghaniya.
“Ghaniya es la patria, Ghaniya sufrió todo lo que Irak sufrió”, dice el artista, vestido con un esmoquin negro.
Al volver a Bagdad en 2011, “no encontré ni a mi madre ni el país que había dejado”, agrega.
La capital iraquí aparece en la prensa internacional por las noticias violentas que la sacuden. Pero entre bastidores, tímidamente y en medio de la desazón política y la pandemia del coronavirus, la cultura renace desde hace algunos años en esta ciudad considerada históricamente una referencia en materia de arte y creatividad en el mundo árabe.
Durante los últimos 20 años la cultura sufrió como el país. En 2003 se produjo la invasión estadounidense que derrocó a Sadam Husein, después vino la violencia confesional y la irrupción y dominio de los yihadistas del Estado Islámico (EI) acompañada de sangrientos atentados.
– “Vía de escape” –
“¿Mi infancia? Solo guerras”, resume Amir, farmacéutico de 25 años. “Había cero interés por el arte”.
A las puertas de The Gallery, este joven confiesa que su pasión es el cine. “El arte permite sanar el estrés de nuestra vida diaria”, agrega.
Porque entre el coronavirus, las manifestaciones contra el gobierno de 2019 y su sangrienta represión y las tensiones políticas reinantes, la calma en Bagdad pende de un hilo.
Y pese a que Irak es rico en hidrocarburos, la financiación pública sigue siendo modesta y solo las iniciativas individuales o las de institutos culturales extranjeros apoyan la vida artística y cultural del país.
“Somos como cualquier otro país, tenemos derecho al arte para divertirnos”, dice la directora de The Gallery, Noor Alaa al-Din. “Las personas tienen sed de arte, quieren desarrollar su gusto artístico, es como una vía de escape”, agrega.
– “Nunca visto” –
En una tarde de noviembre, varios miles de personas se han reunido a orillas del Tigris para participar en la octava edición del festival “Soy iraquí y leo”, donde se distribuyen gratuitamente 30.000 libros.
Los voluntarios escuchan a los presentes e intentan proponerles libros adecuados a sus gustos. En un escenario, un cantante repite melodías tradicionales iraquíes acompañado por un laúd.
El ambiente es festivo y el público diverso: jóvenes acicalados con cabello engominado, familias con niños, señoras mayores que disfrutan de una salida con otras amigas…
El mismo entusiasmo se dejó sentir en la segunda edición del festival internacional de teatro, organizado a finales de noviembre por el ministerio de Cultura.
“Los primeros días, faltaron entradas”, se felicita el director del teatro Al Rashid, Ali Abas.
En el festival participaron grupos de Egipto, Túnez, Alemania e Italia junto a artistas iraquíes.
Abas reconoce que la situación “ha cambiado drásticamente” en los últimos 15 años, cuando los iraquíes tenían “miedo de salir a las calles”.
El actor alemán Hanno Friedrich vino a Bagdad a presentar su obra “Tyll”. “Nos dijeron ‘no vayáis, es peligroso'”, dice este hombre de 55 años.
“La gente subió al escenario y nos abrazó. Nos dijeron que jamás habían visto nada igual. Terminamos llorando de emoción”, resume.
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