Lograr un cambio es una institución tan grande y poderosa como lo es la Iglesia Católica, parece ser una misión que solo está reservada para los grandes pensadores de otros lugares del mundo.
Lo que muchos peruanos no saben, ni siquiera los más fervientes católicos, es que entre nosotros habita un compatriota que fue capaz de darle un rumbo distinto a una de las instituciones más longevas –y polémicas– de la historia de la humanidad.
Su nombre es Gustavo Gutiérrez y su ‘Teología de la Liberación, perpectivas’ estremeció a los sectores más conservadores de la Iglesia. Es más, hasta algunos pensaron que había sido separado de por vida y no podría oficiar misas. Nada más alejado de la verdad. Y este es el camino que lo llevó a ser reconocido por el propio papa Francisco.
Infancia dura
Limeño de pura cepa, Gustavo Gutiérrez Merino Díaz nació un 8 de junio de 1928. Sus padres fueron Gustavo Gutiérrez y Raquel Díaz.
Desde muy pequeño fue afectado por la osteomielitis que le duró hasta la adolescencia. Esa fue la razón por la que gran parte desde los ocho hasta los 18 la pasó postrado en su cama o en una silla de ruedas.
Una vez restablecido de esta dolorosa infección, estudió medicina y letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la Pontificia Universidad Católica. A la par, se unió al movimiento de Acción Católica y desde ahí comenzó a dar sus primeros pasos en la reflexión de la palabra y en la evangelización de las demás personas.
Justamente así es como se percató de la verdadera y dura realidad en la que vivían los peruanos menos favorecidos. Fue así como se comprometió consigo mismo a profundizar sus conocimientos sobre el Dios del cristianismo y así poder ayudar a los más necesitados.
Hasta que le llegó la oportunidad de viajar a Europa para realizar sus estudios en Teología. Pasó por la Facultad Teológica de la Lovaina (Bélgica) y en la de Lyon (Francia).
En el país galo, tuvo a grandes maestros de renombre mundial en el catolicismo como Henri de Lubac, Yves Congar, Marie Dominique Chenu, Christian Ducoq y varios más que eran miembros de las escuelas de Le Souchoir (dominica) y Fourvière (jesuita).
Este tipo de experiencias, le permitieron a Gutiérrez, entre otras cosas, tomar contacto con las discusiones teológicas posconciliares de Aggiornamento (movimiento de renovación y modernización de algunas de las posturas de la Iglesia Católica después del Concilio Vaticano II (1962-1965) y apertura de la Iglesia al mundo contemporáneo.
Con la experiencia ganada en su primera aventura europea, logró convertirse en catedrático de grandes universidades del mundo como las de Michigan, Cambridge, Montreal, Harvard, Comillas, Berkeley, Layon, Sao Paulo, Sophia (Tokio), entre otras.
Más tarde fue nombrado profesor emérito de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos).
En ese sentido, teólogos como Edward Schillebeeckx, Karl Rahner, Hans Küng y Johann Baptist Metz tienen una gran influencia sobre él y su pensamiento.
Sus ganas de conocimiento fueron tantas que, a pesar de su catolicismo, no tuvo mayores problemas en mantener contacto con la teología protestante. Así fue como conoció el trabajo de Karl Barth, Jürgen Moltmann, Dietrich Bonhoeffer y de otros científicos sociales como François Perroux y su idea del desarrollo, y P. Lebret. Hasta que en 1959 se recibió como sacerdote diocesano a los 31 años.
Teología de la Liberación
Cuando llegó el año de 1971, el padre Gustavo Gutiérrez publicó su obra cumbre ‘Teología de la liberación, perspectivas’.
Este libro dio inicio a una corriente que pretendía renovar el concepto de lo que significa una idea teológica, colocando bajo los reflectores la “opción preferencial por los pobres”.
De acuerdo con el religioso, este libro nace de la necesidad de dar una respuesta cristiana a la situación de pobreza en la que vivía, y sigue viviendo, gran parte de la población en América Latina.
En ese sentido, Gutiérrez considera que el mayor pecado de esta situación es una estructura social injusta. La obra resalta la dignidad de los pobres al priorizar la gloria que supuestamente Dios ha colocado sobre ellos.
En ‘Teología de la liberación’ el lector puede hallar un punto de vista bíblico de la pobreza y se pueden distinguir claramente dos estados de pobreza: como un ‘estado escandaloso’ y como una ‘infancia espiritual’.
Gutiérrez considera que la primera no es del agrado de Dios, hasta lo aborrece; por el contrario, el otro es realzado.
“La pobreza es para la Biblia un estado escandaloso que atenta contra la dignidad humana y, por consiguiente, contrario a la voluntad de Dios”, reza parte del libro en cuestión.
En ese sentido, los dos estados conviven de la mano en los creyentes católicos de nuestro continente, aunque ninguno es compatible con el otro. Y es que mientras, por un lado, un pueblo es capaz de manifestar una fe inmensa en un Dios; por el otro, se mueren literalmente de hambre, víctimas de la desnutrición o de un sistema político que se olvida de ellos. En pocas palabras, en un lado tenemos hambre de Dios, y por el otro; hambre de pan.
Les dio miedo
Tras su publicación, ‘Teología de la liberación’ fue vista con cierto resquemor y hasta temor por la parte más conservadora de la Iglesia romana. En especial en los miembros del Opus Dei.
Ya con el paso del tiempo, las ideas se fueron entendiendo mejor, y hoy hasta es reconocido por el mismo papa Francisco, con quien mantiene una sólida amistad.
Y es que el Sumo Pontífice de nacionalidad argentina se dio cuenta de la importancia de esta corriente de pensamiento nacida en Latinoamérica con la idea que la Iglesia con más seguidores en el mundo se ponga al servicio, por fin y de una vez por todas, de los más necesitados.
“Nunca pensé que iba a hacer tanta bulla la publicación de ese libro”, dijo Gutiérrez en una entrevista para ‘El Mundo’ de España en el 2017. Y vaya que 51 años después ‘Teología de la liberación, perspectivas’ sigue causando revuelo.
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