Está en tiempo de descuento: tacha los días que le restan para viajar a Qatar y realizar la cobertura especial del Mundial para TyC Sports y conducir desde allá su programa Sportia. Pero antes, Gastón Recondo se encuentra con Teleshow para hablar de su reciente cambio de imagen y de su nuevo desafío en la radio. Llega a los estudios de Infobae ni bien finaliza Arriba Carajo, su nuevo programa que conduce todos los días a partir de las 6 de la mañana en DSports, FM 193.
En esta charla distendida y profunda, el periodista nos regala su lado más humano. Padre de cinco hijos, hoy disfruta de la familia como su mayor tesoro. Sin eufemismos, cuenta el drama que atravesó en su infancia con la separación de sus padres, y afirma asegura que fue víctima de la alienación parental: “Con 9 años, yo le gritaba a mi papá, desde un segundo piso, que lo odiaba para agradarle a mi mamá o para que mi mamá no sufriera”.
Hoy, con esa historia sanada, Gastón no quiere que ningún otro niño repita su dolor y hace un llamado a la Justicia de Familia para que trabaje de otra manera ante estas situaciones. Pero fundamentalmente, les pide tanto a los padres como a las madres que comprendan el daño que les provocan a sus hijos cuando los aíslan de su mamá o de su papá. “Yo soy una prueba de que Dios existe. A mí alguien me cuidó”, dice.
Con Recondo también hay tiempo para hablar de actualidad, del sueño de la Selección y de las expectativas y los prejuicios sobre Qatar. El recuerdo de su primer trabajo en el medio, los momentos bisagra en 30 años de carrera, su adicción por la comida y el plan alimentario con el que logró adelgazar 20 kilos. En la charla de 50 minutos aflora un hombre completo y positivo, en exceso comprometido con el trabajo y con su desafío personal de superación y aprendizaje. Algunos pueden denominarlo un nuevo Gastón Recondo. Él solo sostiene: “Soy el mismo, pero libre”.
—¿En qué momento de su vida lo encontramos?
—En un momento pleno. Yo te diría que siempre es un momento pleno, trabajando de lo que me gusta, de lo que siento que es mi vocación y que es un privilegio. Tengo a mi familia sana, a mis hijos bien, todos estudiando. Todos los días tengo ganas de volver a mi casa, que para mí es el secreto de la felicidad. Y encima siento que las cosas salen como a mí me gustaría. Y a medida que me voy proponiendo pequeñas metas, al menos las voy persiguiendo: a veces las alcanzo, a veces no. Así que estoy bien.
—¿Alguna vez sintió no tener ganas de volver a casa?
—Y… pasa, pero aún estando solo. No es con quién te vas a encontrar sino con qué te vas a encontrar cuando llegues a tu casa. La satisfacción que te da tener ganas de volver a tu hogar y sentirlo como tu lugar es incomparable. Para mí es el remedio más grande que puede tener la cabeza. Y aun estando solo, sobre todo estando solo, yo le escapaba a esa situación de querer encontrarme con esa soledad. Hasta que un día dije: ”No, pará, está bueno. Tengo ganas de volver a mi casa a encontrarme con esa soledad. Me llevo bien con esa soledad”. Y fue como el punto de partida de esta etapa de mi vida.
—¿Recuerda cuál fue ese día en que dijo: “No, pará, está bueno”?
—Cuando me separé. El padre Alejandro Puigari me invitó a un retiro de silencio. Me fui un viernes tranquilito, con mi bolsito, entré y no conocía a nadie. Era de silencio, no hacía falta conocer a nadie. Leí mucho San Agustín y hacía ejercicios sobre esas cartas que él le escribía a su familia. Cuando me fui a dormir sin teléfono, sin nada, pensé: “¿Qué hago? ¿Quién me mandó a estar acá?”. Cada uno estaba en su habitación. Pensaba que era una pérdida de tiempo, que no lo necesitaba, bla, bla, bla. Después del almuerzo del sábado, en función de una de las cartas de San Agustín, el padre Alejandro hizo una charla y después, cada uno en su habitación, se fue a hacer unos ejercicios. Y para mí fue como mirarme al espejo sin nada que te deforme. Mirarte tal cual sos. Me llevó a decir: “Pará, terminala. O sea, no te mientas más. Vos sos así, así, así y así. Tenés esto como virtud, esto como defecto, esto como preocupación, esto como anhelo. No te mientas más”. Y pero yo tenía más de 35 años. Entonces, que te caiga la ficha así a su vez te despierta un montón de reproches. Fue como una revolución interna de la que salí decidido a no mentir nunca más. Y me convertí, como digo yo, en sincericida. Después aprendí que hay matices. Que a la gente no tenés que decirle todo lo que pensás, que te podés guardar algo. Pero no mentirte a vos, fundamentalmente. Y ahí es cuando me hizo el click y me empecé a llevar bien con la soledad y a disfrutar de mi día a día.
—¿Ese día nació el nuevo Gastón?
—O el mismo, pero libre.
—¿Con qué cosas no se lleva bien?
—A ver… Ahora me llevo un poco mejor con el peso. No me llevo bien conmigo cuando la ropa me va incómoda o no me entra. No soy fanático de la ropa, pero sí me gusta juntar remeras de dos o tres ítems de temáticas que me gustan mucho: Star Wars, Forrest Gump y la música. Y cuando no me entran esas remeras, cuando los sacos al aire me incomodan, cuando no me cierran, cuando tengo que cambiar el talle, me fastidia. Ahí me gana el malhumor, que no abunda en mí, pero me pasan dos cosas. Una es eso, lo que tiene que ver con la salud y con lo que el espejo me devuelve, que no me termina de satisfacer. Y la otra es que para mí es un padecimiento, me cuesta delegar. No sé por qué. Se ve que desde chico, como me tenía que hacer cargo de un montón de cosas, de grande me cuesta dejar que otro lo haga por mí. Y es como que yo intento hacer todo, y a veces no te da el cuerpo, no te da el día, no te dan las horas, no te da la capacidad, o lo que fuera. Y no siempre me doy cuenta a tiempo.
—¿Cómo logró bajar tanto de peso?
—Este año estuve dos veces en Qatar, fui para el sorteo del 1 de abril y después me fui en agosto a conocer el lugar y poder transmitir de qué se trata el país. Fui a recorrer con una cámara y mostrar Qatar, sacarle una radiografía al lugar: de costumbres, de tiempos, de estética. El primer día fui al desierto en un convoy, íbamos cinco camionetas, todo divino, espectacular. Y cuando me vi en la imagen que había capturado la cámara no me gustó nada. Dije: “No puede ser que haga tres jueguitos con la pelota, todo desprolijo, desarreglado”. Eso obedecía no a los 56 grados que hacía, que los hacía, sino que también se debía al exceso de peso que tenía y que me venían advirtiendo hacía tiempo mi mujer, mi médico, todos, que tenía que tener cuidado con eso. Y me hizo el click. Terminé esa cobertura, volví y me puse un plazo de 80 días sin comer harinas y sin comer azúcar, salvo fruta. Porque habiendo hecho más de una dieta, cuando vos te ponés plazos de peso, lo más probable es que cuando te agarran las típicas mesetas te desmotives, creas que ya llegaste al máximo de tu posibilidad. Cuando es por tiempo agarrás la meseta y bueno, mala suerte, pero los días siguen corriendo. Y así fue que superé dos mesetas: ya bajé más de 20 kilos en 71 días.
—¿Qué lo sorprendió de Qatar?
—Derribé mis propios prejuicios, porque cuando yo estuve en marzo hablaba de Qatar como si lo hubiera recorrido, y no lo podía hacer porque estaba en el hotel, concentrado en el evento. Había leído que la mujer no podía estar en musculosa y repetí: la mujer no puede estar en musculosa. Cuando fui en agosto me di cuenta de que puede estar en musculosa, puede estar en un vestido corto. Quizás alguna vez fue así. O quizás otros países del mundo árabe son así. Qatar no. En Qatar lo que sí te piden, si sos mujer, es no usar top: no exhibir el ombligo, más por comodidad y no por llamar la atención. Es como que no se meten en tu individualidad, siempre y cuando vos no estés invadiendo las otras individualidades. Hay costumbres: ves mujeres tapadas de pies a cabeza y al lado una mujer con solero corto, sin mangas y con el hombro al aire, que se suponía que no se podía. En la playa ves las costumbres árabes pero también está la que puede ir en bikini. Hay hombres en cuero sin ningún problema. Las reglas que hay en Qatar no son muy diferentes a las nuestras, aunque algunas lo son. Y no me refiero a la Argentina solamente, al mundo occidental. Hay algunos detalles que tienen que ver con su religión, con los momentos de rezo y demás. En la Argentina vos incumplís una regla y lo más probable es que no pase nada. Entonces eso lleva a que mucha gente no cumpla las reglas, quedan totalmente olvidadas. Allá nadie se olvida de que existen porque el que no las cumple tiene que sufrir las consecuencias del caso.
—Volviendo al tema del sobrepeso. ¿Cómo llegó a tenerlo?
—Es que a mí me gusta comer. Uo no como por hambre, yo como por gusto. Entonces, si hay algo que me gusta, como mucho y me gusta sentir el sabor… Si hay milanesa y la milanesa está rica puedo comer hasta que no haya más. No es que en un momento digo: “Bueno, ya estoy lleno”. Para el placer, en cuanto a la comida, no tengo límites. No tengo vicios: yo no fumo, nunca tomé nada, no tomo alcohol prácticamente. La única adicción que tengo es la de la comida. Pero, evidentemente, la tengo controlable, porque si puedo ponerme este objetivo y cumplirlo a rajatabla, como lo he hecho, es porque también puedo dominar la situación.
—Lo devuelvo a su trabajo. ¿Recuerda cómo comenzó en los medios?
—Sí, fue en mayo del 92 cuando fui a presenciar un programa en Radio Libertad que se llamaba Las voces del fútbol, que hacía Fernando Niembro con Raúl Fernández. Entré a ese estudio de radio y estaban ellos dos. Había unos chicos sentados contra la pared en el piso y me senté con ellos. ¿Viste cuando sentís que el corazón te late tan fuerte que se nota afuera? Bueno, yo sentí eso, y me empecé a poner colorado. Pensé: “Se van a dar cuenta”. La sensación era que quería hacer eso el resto de mi vida, no me quería ir. Yo me tenía que volver a la inmobiliaria donde laburaba de cadete porque era justo el bache de almuerzo. Estaba estudiando Periodismo en el Grafotécnico. Y cuando entré y me encontré con eso la cabeza me explotó en mil pedazos. Salí de ahí convencido de que yo quería hacer eso. A la semana renuncié a la inmobiliaria y me dediqué a hacer eso durante más de un año ad honorem y yendo a todos lados, como si tuviera la máxima responsabilidad, hasta que después de un año y tres meses empezamos a cobrar nuestro primer viático. Y hablo en plural porque me refiero a los chicos que estaban contra la pared: Maxi Vallejos, Juan Carlos Artelino, Hugo Correa y el Bocha Flores. Éramos esos cinco que empezamos en ese mayo del 92 y que aún hoy seguimos relacionados con los medios.
—Desde ese mayo del 92 hasta hoy, ¿cuáles fueron los momentos bisagra en su carrera?
—A mí me cuesta decirle carrera porque tiene que ver con mi vida. Un día, Beto Casella me dijo: “Vos no podés regir tu carrera como si fuera una vida paralela. Es tu vida, y tu carrera es parte de tu vida. Puede ser una parte muy importante, pero no puede ser la única”. Ahora, sí que hubo momentos en mi trabajo que resultaron ser bisagra en mi vida. Si fuera solo en el trabajo sería incompleta la situación. O sea, para mí haber conocido a Jorge Guinzburg fue bisagra: aprendí con Jorge a vivir y a mirar desde otro lugar la vida, no solamente la profesión. Lo mismo con Beto: es el que mejor hace radio en la Argentina. Haber compartido con Alejandro Fantino también. Uno está acostumbrado a que la gente por ahí se ate cuando se prende la cámara; Alejandro se suelta. Yo no trabajé nunca con alguien con el nivel de intensidad que maneja Alejandro al aire. Y para mí es una virtud descomunal. Haberme sentado en la mesa de Polémica (en el bar) es un regalo del cielo: la generosidad de Mariano Iúdica y Gustavo Sofovich, que aún hoy la tienen conmigo, con la confianza que me dieron, con la valoración que yo sentí que hacían de mi trabajo y de mi forma de ser. También estar en AM, en Telefe. No me quiero olvidar de Tribuna caliente porque fue mi primer móvil en tevé de aire: yo tenía 22 años y fue muy loco para mí estar saliendo al aire por Telefe con 15 puntos de rating. Fue mi primera vez en televisión.
—¿Con cuál de todos sus trabajos sintió que pagó el derecho de piso?
—Siempre lo estoy pagando en todos lados. Yo no sé decir que no, Mariana. Y es un reproche de mis compañeros, Marcelo Palacios me lo dice siempre, aunque es casi como yo. Mis compañeros en el canal, mi mujer en mi casa: yo no sé decir que no. El que pagó el derecho de piso cree que puede elegir cuándo decir que sí y cuándo decir que no. Y yo no le puedo decir que no al trabajo. Yo al trabajo nunca le digo que no. Entonces, no creo que haya pagado el derecho de piso. Siempre, en mi cabeza, es como que lo estoy pagando.
—¿Cómo es como papá?
—De todo lo que a mí me tocó padecer de chico, tuve siempre claro que mis hijos no iban a vivir ni el 1 %. Y no vivieron ni el 1 %. Y eso es una tranquilidad que también le agradezco a la madre de los chicos, porque ella, en ese sentido, fue cómplice mía. Habla muy bien de ella haber podido preservar a los chicos de cualquier disgusto, como si el hecho de que sus padres se separen no fuera suficiente.
—¿Que padeció siendo chico?
—Mis padres se separaron cuando yo tenía tres años y con serias diferencias entre los dos. Yo era hijo único. Con mi mamá tomándole mucha bronca a mi papá y tomándome a mí como un botín de castigo para con él, algo que tantas veces pasa entre adultos. Mi papá también, equivocando el camino, en su momento. Fue una infancia brava. ¿Viste cuando dicen “Dios existe”? Yo soy una prueba de que Dios existe. A mí alguien me cuidó. Yo no guardo rencor ni con mi mamá ni con mi papá. Creo que ellos se equivocaron y mucho, pero que lo hicieron desde el amor, porque yo nunca me sentí no amado. Aunque alguno se enoje, la alienación parental existe. Yo fui víctima de la alienación parental. Durante un año, teniendo 9 años, le gritaba a mi papá desde un segundo piso que lo odiaba para agradar a mi mamá o para que mi mamá no sufriera, porque yo la veía todos los días llorar porque mi papá había hecho o había dejado de hacer algo. Y yo le tomé idea a mi papá. Hasta que un día un juez dispuso que me fuera a vivir con mi papá, y para mí fue un desgarro tener que desprenderme de mi mamá. Para ella fue peor. Pero a la media hora de haberme mudado con mi papá, con 10 años recién cumplidos, en ese mayo del 83, no me olvido más que estaba con él y con su abogado, al que yo supuestamente odiaba, y comiendo pensé: “Pero yo no siento odio por mi papá, ¿por qué le dije tantas veces que lo odio? Si hace media hora estoy con él y es mi papá”. Y había una parte de mí que se reconfortaba de poder estar con su él, pero a partir de ahí, durante el año y medio que viví con él, jamás le pude decir a mi mamá que la había pasado bien con mi papá. Porque sabía que si se lo decía la lastimaba. Yo era un niño y sin poder hablarlo con nadie. Entonces, en ese momento aprendí a mentir: a los 10 años era un especialista en la mentira. ¿Qué le iba a decir a mi papá? ¿Que iba con mi mamá al umbanda? Si le decía eso no me dejaba verla más y yo la quería ver a mi mamá. Y además mi mamá me podía tomar como un delator, como un botón, como un buchón. Y yo no quería que mi mamá se enojara conmigo. Entonces mi mamá me llevaba al umbanda y cuando volvía a lo de mi papá yo tenía que decirle que había estado en una plaza. Y cuando estaba con mi papá y no la pasaba mal yo no le podía decir a mi mamá que la había pasado bien.
—Aclaremos para los lectores: alienación parental es cuando el padre o la madre, el tutor, logra realmente que el chico niegue al otro progenitor.
—Por suerte tuve a mi familia de Cipoletti que fue mi rescate: Jorge, Margarita, José Pablo y María Cecilia. Los tengo tatuados. O sea, yo no tengo tatuados a mi mamá y a mi papá, pero sí a ellos. A ellos los veía solo en los veranos, y después volvía a la vida real. Además de estos familiares, también tuve mi parroquia de Lourdes, en Flores. Tuve mis lugares sanos en los cuales cobijarme, como para salir medianamente ileso de toda esa situación. Pero pienso mucho en los chicos que no lo tienen y a veces los adultos se ciegan y creen que los están protegiendo, pero ningún chico va a estar protegido si no puede tener vínculo con su papá o con su mamá. Es verdad que hay un montón de denuncias que se hacen entre adultos que deben tener fundamentos, razones y pruebas. Otras que no. Y las falsas denuncias no tienen consecuencias en la Argentina. A mí me gustaría que la Justicia de Familia trabaje de otra manera en la Argentina, pero fundamentalmente que, tanto papás como mamás, entiendan el daño que les hacen a sus chicos cuando los aíslan de sus padres o de sus madres. Ese daño no sale en una foto, pero les puedo asegurar que muchas veces deja huellas para siempre. Entonces, si no lo advierten porque nadie a su alrededor lo puede notar, bueno, que la Justicia piense más en los chicos que en los adultos.
—¿Cómo llega un niño a la iglesia?
—Yo soy católico porque entré solo a la parroquia. En 7º grado, cuando mi mamá había recuperado la tenencia pero en mi casa no había nada porque había empeñado todo, no había ni heladera ni cocina, no había nada, volviendo de Cipoletti a casa vi una iglesia abierta, entré solo a rezar, salí, vi un cartelito para hacer la confirmación, me anoté y volví a mi casa. Y cuando mi mamá llegó a la noche de trabajar le dije que me había anotado para hacer la confirmación y que al umbanda no iba más. “Bueno”, me dijo. Y a partir de ahí empecé.
—De ese niño lo traigo al presente y a la actualidad. ¿Cómo ve al país hoy?
—Con mucha preocupación. Yo tengo la suerte de tener mucho trabajo y soy un agradecido de ello, pero me considero una excepción. Soy un privilegiado. Hay mucha gente que también se esfuerza y se lo merece, y por ahí no tiene el mismo premio de oportunidades que quizás recibo yo. Lo veo con preocupación por un tema de, cómo decir, costumbres. A nosotros de chicos nos cuidaba la cuadra: vSos salías a jugar y te cuidaba la cuadra. Hoy, te cuidás del vecino. Desconfiás de todo. Me preocupa quién nos cuida, quién se ocupa de nuestra educación. Antes la casa descansaba en el colegio, ahora no.
—¿Cómo ve a la politica?
—A la política le hace falta mucha gente más formada como Ricardo López Murphy y no famosos como otros, por más que tengan las mejores intenciones. Yo admiro a De la Torre, a Joaquín y a Pablo, su hermano. Los admiro porque sé de sus valores y sé de su acción. Ahora, yo no voto en San Miguel ni voto en provincia, con lo cual lo puedo decir libremente porque no participo ni de su movimiento político. Admiro a López Murphy por su formación. Porque lo escucho hablar y me parece un hombre que se preparó. Después no importa: yo admiro a Silvio Rodríguez, aunque no coincida con lo que canta, pero me parece admirable cómo lo dice, cómo lo compone, cómo lo ejecuta, cómo toca la guitarra. Y creo que es un talento que hay que apreciar y que hay que permitirse disfrutar. A mí me gustaría que la política tuviera otros valores, otros ideales. Que tuviera lealtad con los que los votan y no con los partidos que los llevan a esos lugares de privilegio. Me gustaría que entiendan que la gente hoy está pasándola mal y que ellos están llenos de privilegios y no renuncian nunca a ninguno de ellos, y que es un mensaje horrible para la gente. Y también me encantaría que la gente volviera a pensar por sí misma y que no termine repitiendo como loro lo que dice su político de referencia: Cristina, Macri, ponele el nombre propio que vos quieras. Y al Presidente lo veo, en ese sentido, sin ser parte protagónica del movimiento que supuestamente integra.
—A días de que comience el Mundial, ¿Cómo ve a la Selección?
—Con mucha ilusión. No somos los máximos candidatos pero me animo a soñar. Siempre sueño. Te habrás dado cuenta de que yo siempre le presto atención a la parte llena del vaso, veo que el técnico hizo lo que había que hacer. La pelota puede pegar en el palo y entrar, puede pegar en el palo y salir; eso no lo podés manejar. Lo que se puede manejar es todo lo previo. Y yo creo que la Selección Argentina hizo todo lo que tenía que hacer al cabo de cuatro años: equivocarse, probar, acertar, profundizar los aciertos, mejorar las virtudes, corregir los defectos, aprender de los errores propios, copiar lo bueno de otros. La Argentina llega a este Mundial habiendo hecho lo que tenía que hacer. Y si después la pelota pega en el palo y entra vamos a tener la mejor Navidad de nuestra vida, pero que si la pelota pega en el palo y sale nos podemos entristecer. Lo que no podemos es enojarnos, porque vos te podés enojar cuando no hiciste lo que tenías que hacer, y acá la Selección va a Qatar habiendo hecho lo que tenía que hacer.
—¿Es amigo de Lionel Messi?
—No soy amigo de Leo. Lo quiero como si fuéramos amigos. Él lo sabe, yo ya se lo dije. Pero soy absolutamente respetuoso como así admirador de lo que es él como jugador y como persona. De él, de su familia, de su mamá, de su papá, de sus hermanos. Messi jamás va a poder ser señalado por ningún colega como que le levantó o le bajó el pulgar, porque nunca se metió en ninguna decisión de ningún entrenador. Siempre fue respetuoso de sus colegas. La manera en la que sus compañeros salen a buscarlo apenas termina el partido en el Maracaná deja en evidencia cómo es él como persona, no solamente como futbolista. Nunca vas a encontrarme diciendo nada negativo de Messi. Primero, porque no veo nada negativo. Y,segundo, porque creo que la Argentina necesita de muchos Messi. Con más Messi, más Bielsa, más Guardiola, nos iría tanto mejor. No querer persuadir a nadie desde lo dialéctico, siempre dar el ejemplo desde el hecho, que es lo que cuenta. Lo que vale son los hechos, no las palabras. Y estas son personas que, desde el deporte, han bajado un mensaje en hechos y no en palabras, cosa que la Argentina debiera atesorar y multiplicar.
—Finalmente, ¿Gastón Recondo es igual a qué?
—Yo soy un tren. Arranco y arranco. Y trato de parar en todas las estaciones. Puede pasar que esté medio nublado y no vea la estación, o puede llover y me distraigo, o que me quede dormido y no me doy cuenta. Pero voy en un tren con varios vagones y trato de nunca ir vacío, siempre ir con gente que tenga ganas de ir en la misma dirección.
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