Los procesos electorales ya no se agotan en el triunfo o la derrota, lo que ha venido cambiado en gran medida al calor de la creciente toma de conciencia de la vital importancia de sostener una comunicación permanente con la ciudadanía, más allá de los tiempos de campaña. Ganar y gustar son así solo el preludio para una —si no la más— compleja etapa de la democracia: gobernar.
En definitiva, se parte del reconocimiento explícito de que no es suficiente con la legalidad ni la legitimidad de origen que otorgan las elecciones, sino que es necesario construir legitimidad y consensos día a día. Para ello, hoy los gobiernos e instituciones representativas necesitan inevitablemente construir mayorías cotidianas, reafirmando sus apoyos de forma constante.
Cuidar la democracia, mejorar los gobiernos
Los latinoamericanos están dando señales de que los resultados de estas décadas de inédita continuidad democrática no son suficientes para satisfacer las demandas, los anhelos y las expectativas ciudadanas. Como da cuenta el reciente informe 2018 de Latinobarómetro, 7 de cada 10 latinoamericanos se sienten insatisfechos con la performance de la democracia.
Si bien esta cifra es ya de por sí preocupante, la perspectiva es aún peor. En 2009, es decir, hace apenas 9 años, la insatisfacción alcanzaba al 51% de los encuestados. ¿Cómo llegamos a incrementar en tan poco tiempo casi un 40% (de 51% a 71%) esta percepción negativa sobre los resultados de la democracia?
En este marco, hay una tensión evidente entre la euforia y el dramatismo que despiertan las campañas electorales y los magros resultados, en términos de mejoras concretas de la calidad de vida, que resultan de las gestiones gubernamentales. Sin lugar a dudas, puede decirse que gobernar bien es entonces una de las claves para la democracia.
Mitos de campañas
Para muchos consultores políticos los relatos y los mitos son los encargados de generar y alimentar el poder. Inspirados en la sociología antropológica, encuentran que estos mitos y relatos compartidos en las sociedades son los verdaderos testigos de sus éxitos y desarrollos colectivos. Ya sea en campaña como en gobierno, un potente mito puede apuntalar un proyecto político. ¿Por qué funciona? Retomando a uno de los padres de la sociología, Émile Durkheim, las representaciones colectivas, entre ellas los mitos, son el corazón de la cohesión social.
El Gobierno de Mauricio Macri supo generar el mito de la invencibilidad electoral que, como todo mito, solo resulta eficaz por brotar de un sustrato verosímil. En otras palabras, y retomando al célebre mitólogo Joseph Campbell, autor de El héroe de las mil caras y El poder del mito, con cada elección (hecho fáctico) el mito del triunfo o de la invencibilidad del PRO se fortaleció.
No sería extraño que, desde ahora hasta la fecha de los comicios en 2019, este mito se vea alimentado y divulgado. Está claro que si esto ocurre no será de boca del propio Gobierno, sino de comunicadores externos.
Si el Gobierno se identifica a sí mismo como invencible, echaría por la borda un importante efecto que lo acompañó desde sus inicios como PRO: el denominado “efecto underdog”. Este estudiado recurso en las campañas electorales es plausible de ser traducido como ‘efecto perdedor’ o ‘efecto desvalido’. Ahora bien, ¿cómo un efecto perdedor para un gobierno que ganó dos elecciones desde el 2015 y un equipo que resultó imbatible desde 2005? Sí. La teoría del efecto underdog dice que estimulando un enfrentamiento análogo al de David contra Goliat, el electorado apoyará siempre al más débil.
¿Quién es el filisteo Goliat en este contexto? Cabe señalar que Cambiemos intentará condensar a varios contendientes en la figura de aquel gigante bíblico que asediaba Israel: el peronismo, Cristina, la corrupción, el populismo, Venezuela, el sindicalismo, Moyano, etcétera. Todos los “males” de la Argentina, según Cambiemos, serán ese Goliat al que “juntos”, invocando el apoyo del electorado, se puede derrotar.
Parte del éxito electoral de Cambiemos ha consistido en derribar mitos. O por lo menos persuadir al electorado de que ello era posible. Ciertamente ahí está el poder originario de una victoria: desmitificar para ganar. En este sentido, uno de los más grandes mitos que enfrentó el oficialismo fue el de la provincia de Buenos Aires. El distrito que concentra a 4 de cada 10 argentinos del padrón electoral era percibido como una fortaleza del peronismo, un distrito inexpugnable para los demás partidos. Sin embargo, con María Eugenia Vidal como mascarón de proa, Cambiemos logró derrotar el mito de la “provincia peronista”, logrando establecer un vínculo comunicacional-afectivo con los electores.
¿Buenos Aires versus la nación?
Por estas horas, el Gobierno nacional se enfrenta a otro gran mito electoral: el potencial enfrentamiento del gobernador de la provincia Buenos Aires contra el Presidente de la Nación.
Gobernar el país representa sin dudas un cúmulo de tensiones y preocupaciones capaces de desvelar a cualquier persona. A ello se le suman las vicisitudes propias del escenario electoral. Como flores en la primavera, la creciente temperatura electoral hace surgir cuanto adversario con aspiraciones políticas haya y quienes, en mayor o menor medida, representan obstáculos para el mandatario nacional.
En las últimas semanas comenzaron en este contexto a circular diversas referencias del círculo rojo —reducido grupo con capacidad de influir en la economía y la política del país— respecto a María Eugenia Vidal. La gobernadora de Buenos Aires no solo ha dado cuenta de su capacidad de sobrevivir a la difícil tarea de gobernar un país dentro de otro. No solo superó con creces las diversas crisis que atravesó Cambiemos y evitó las estrepitosas caídas que afectaron la imagen de los principales dirigentes del oficialismo, sino que también aparece en varios sondeos como la candidata con mayores posibilidades de ganarle a Cristina Kirchner tanto en el ballotage como en la primera vuelta.
La gobernadora se ha ido instalando desde el mismo día de su triunfo frente al electorado bonaerense como una referente de Cambiemos con un posicionamiento distinto al de Macri. Si bien hay algo de su personalidad y comunicación que posibilitan esta percepción pública, también es la misma provincia de Buenos Aires la que contrapone, a medida que transcurren los tiempos de gestión, a sus respectivos gobernadores con los presidentes de la nación de su mismo signo político. Antes que a Vidal le pasó, con distinta suerte, a Daniel Scioli con Cristina y a Eduardo Duhalde con Carlos Menem.
La gestión es (también) una variable electoral
En este último tramo de gobierno y con la expectativa de comenzar prontamente la contienda electoral, la evaluación por parte de los electores no solo condicionará la continuidad del Gobierno de Macri, sino que también jugará un papel fundamental en las provincias. Tanto en aquellos distritos en donde sus gobernadores cuentan con la posibilidad de perseguir un nuevo mandato al frente de sus ejecutivos como en aquellas jurisdicciones donde candidatos de la coalición oficialista puedan tener chances concretas de alzarse con el triunfo.
De las 24 jurisdicciones del país, 22 deberán concurrir a las urnas en 2019 para elegir gobernadores. Para cuatro mandatarios —Salta (Juan Manuel Urtubey), Mendoza (Alfredo Cornejo), Santa Fe (Miguel Lifschitz) y La Rioja (Sergio Casas) — la posibilidad de la reelección está clausurada constitucionalmente. A esta lista se le suma la figura de Carlos Verna, actual gobernador de La Pampa, quien no se presentaría en 2019 por un impedimento de salud.
En síntesis, son 17 gobernadores —el 71% de los mandatarios provinciales— quienes van a intentar renovar sus cargos. Si observamos la reconfiguración partidaria a nivel nacional, es el peronismo quien pone en juego más cantidad de gobernaciones: 13 en total. Teniendo en cuenta el universo de gobernadores con posibilidad de reelección, el 60% de ellos son peronistas, el 18%, de Cambiemos y el resto representan partidos y frentes locales como Chubut somos Todos, Partido de la Concordia Social (Misiones), y Movimiento Popular Neuquino.
A esta altura está más que claro que gobernar se transformó en una variable electoral fundamental. En este marco, los electores (re)considerarán su percepción sobre cómo ha gobernado cada candidato y emitirán un voto de apoyo o de castigo hacia ellos.
Hay mitos que permiten ganar, otros que permiten gobernar. Lo difícil sigue siendo ganar, gustar y gobernar.
El autor es sociólogo, consultor político y autor de “Gustar, ganar y gobernar” (Aguilar, 2017).
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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