Francisco Ferreira: la historia del joven aventurero detrás del "cambio rural"

Nació en Viedma, Río Negro y con solo 34 años, Francisco Ferreira trabaja en la actualidad como Coordinador Técnico Nacional de Cambio Rural, un programa del ministerio de Agroindustria que tiene como objetivo llevar a diversas zonas novedosas metodologías de trabajo basado en el trabajo en equipo y el compartir experiencias, y donde se busca diagnosticar y tomar las decisiones en los territorios afectados y no desde una oficina en Capital Federal.

La carrera de Francisco para llegar a este momento, atravesó por diferentes circunstancias, entre ellas y durante ocho años formó parte de los grupos pertenecientes a los Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola, mas conocidos como grupos CREA.

En dichos grupos, Ferreira aprendió dichas metodologías y un día, cuando todo estaba listo para el ex jugador de rugby de Liceo Naval, partió a Georgia, un país localizado en la costa del mar Negro, en el límite entre Europa Oriental y Asia Occidental. Por primera vez entendió que el “cambio rural” era posible. Y necesario. Allí aplicó todos sus conocimientos en la materia y al poco tiempo, luego de sentar las bases y entender que la labor estaba cumplida, volvió a nuestro país a capacitarse para volver a migrar.

El destino: Sierra Leona

Así fue como a fines del 2015 y luego de capacitarse varios años más, viajó a Sierra Leona, país africano que se hizo famoso por las duras imágenes que mostró al mundo la película “Diamante de Sangre” protagonizada por Leonardo Di Caprio. Pero resultó que había más que minas de diamantes: el mercado de la palma. Había una oportunidad y hacia allí fue este joven cargado de ideales.

Francisco tenía muy en claro cuál era su trabajo: capacitar a 15 extensionistas para que estos a su vez capaciten a más de 4.000 productores de palma y de esta manera poder ser más productivos en un país donde la producción estaba casi librada al azar. Estas personas que Ferreira formaba luego iban a cada aldea cercana y “educaban” con las nuevas formas de producir: desmalezar en grupos y sistemáticamente, prestarse servicios mutuamente, compartir conocimientos, experiencias, comentar errores cometidos para que no se repitan, en fin, trabajar en equipo con un fin común y para el bien de todos.

Su trabajo fue haciéndose paso a paso en las diferentes aldeas de este país que había sido devastado por 10 años de guerra civil en la década del noventa y luego por dos años de un feroz brote de ébola.

Allí, muchos de los aldeanos, veían por primera vez un hombre blanco, pero esto no les impidió creer y tomar al pie de la letra las indicaciones de este argentino que entre otras cosas había llegado para cambiarles la vida.

“Un día de trabajo normal estábamos en una aldea y llegaron de otros lugares, donde nunca habíamos ido, para decirnos que estaban imitando la forma de trabajo y que necesitaban ayuda. Eso pagaba todo el esfuerzo que hacíamos, eso contra restaba lo mal que la pasábamos cada vez que nos agarrábamos malaria” relató emocionado el oriundo de Viedma”.
Finalmente el trabajo estaba hecho y las aldeas habían cambiado su forma de producir, en consecuencia sus resultados fueron inmediatos y a la vista quedó que sin bien el método no lo es todo, es gran parte.

La mujer como pieza fundamental

Hasta ahí todo era un éxito, pero a Francisco le llamó mucho la atención la no participación de las mujeres. Es que en Sierra Leona, las mujeres están excluidas  por temas culturales de muchas tareas que son de dominio exclusivo de los hombres, entre esas, el uso del machete. No poder usar el machete en Sierra Leona es como no poder tocar una computadora en nuestras latitudes. Solo hay que imaginar las limitaciones en oportunidades que esto origina.

En Sierra Leona, Ferreira conoció la exclusión de las mujeres y enfermedades como el Ébola y la Malaria.

“Llegas a un lugar donde la guerra civil hizo estragos y después el ébola, dejando a muchas mujeres viudas y a cargo de una familia”
Lejos de dejarlo así, Ferreira buscó encontrar formas de integración para esas mujeres afectadas. “Qué hacen las mujeres aquí si no pueden trabajar” increpo un aldeano a Francisco en una de las reuniones diarias de trabajo, a lo que él respondió: “decímelo vos, que pueden hacer”.

Así comenzó todo: primero traían el agua, luego cocinaban para los trabajadores. Tiempo después 500 mujeres integraban los equipos de trabajo en los campos de palma.

Dieciocho meses bastaron para que Francisco Ferreira pueda cambiar la realidad de un lugar tan lejano como similar en algunos aspectos a zonas de nuestra Argentina, porque aunque nos cueste creerlo, si bien no estamos en guerra civil ni castigados con brotes de ébola, en nuestro país hay muchos lugares donde la precariedad está a la orden del día, donde se derrumban puentes y permanecen así durante años aislando a poblados, donde escuelas rurales cierran todos los días, donde miles de “argentinos rurales” no tienen agua, luz, oficios, caminos, trabajo. Oportunidades.

Porque el cambio rural no sean solo palabras y que más personas cambien las realidades en nuestro “interior productivo”.



FUENTE: INFOBAE NOTICIAS

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