Justo después de las 4 de la madrugada, Pa Hua descubrió que su sonriente y traviesa hija, Yami, había desaparecido: su mochila aún estaba en el suelo y las floreadas sábanas estaban envueltas junto a la almohada donde se suponía que debía estar la cabeza de la pequeña de 11 años.
“No escuché nada”, dice Pa, de 35 años. “No sé cómo sucedió. Todos nos fuimos a dormir y cuando nos despertamos ella ya no estaba allí“.
A pesar de vivir unos momentos de profunda angustia, no llamó a la policía. Tampoco a los vecinos. No se imprimieron carteles ni se colgaron fotos de ella en la calle. Tampoco nadie tuiteó nada para pedir ayuda a posibles testigos. En cambio, Pa se sentó a llorar en la cocina junto a su esposo en un taburete de madera y esperó a que sonara su teléfono. Pasaron seis horas y ahí seguían.
El matrimonio infantil es ilegal en Laos desde 1991, pero la ley ofrece poca protección. Más del 35 por ciento de las niñas continúan casándose antes de los 18 años, una estadística que aumenta un tercio en algunas regiones rurales como la de Nong Khiaw, donde la familia de Yami tiene una pequeña tienda de abarrotes.
La amenaza de una infancia robada refuerza su dominio dentro de la comunidad Hmong, una minoría étnica de medio millón en todo el país. Según la Organización Internacional de Lucha Contra la Trata de Personas (ECPAT por sus siglas en inglés), el 57 por ciento de las niñas hmong serán víctimas de “niñas esposa” o “Tshoob nii” a los 12 o 13 años.
El término se refiere a la forma en que los adolescentes varones aseguran a las esposas más jóvenes sin la presión de los costosos pagos matrimoniales y las negociaciones con los padres. Las niñas como Yami son secuestradas fuera de sus escuelas y dentro de sus habitaciones por grupos de hombres locales y sus amigos. Una vez que la tienen, la cultura dicta que se casarán oficialmente en las siguientes dos semanas y que nunca se les va a permitir regresar.
Yami estaba despierta y susurrándole a su hermana mayor, Pasong, cuando llegaron los secuestradores. Alguien le puso una mano en la boca mientras que otras tres personas miraban la escena a través de la oscuridad.
“Cuando vi a los hombres supe lo que estaba sucediendo, pero estaba tan asustada que me quedé congelada”, recuerda al tiempo que agrega que los chicos también intentaron llevarse a Pasong, pero que ella, de 14 años, sacudió la cabeza y huyó. “No podía moverme. Me llevaron hasta el dormitorio de mis padres y salieron por la puerta principal. Me pusieron en la parte trasera de una motocicleta. Uno de los más altos dijo: ‘Ahora vas a ser mi esposa’. Su voz me sonaba familiar pero no podía ver su rostro”.
El trío de adolescentes aceleró el camino empinado y pedregoso de Phu Tid Pheng dirigiéndose hacia Chom Xing: un remoto pueblo montañoso de cultivadores de arroz a casi dos horas en auto. Yami lloró en silencio durante todo el trayecto.
En un momento en que se detuvieron, ella pensó en saltar y esconderse entre la maleza de la jungla, pero se dio cuenta de que no podía moverse.
La práctica del “robo de novias” está muy extendida entre la población hmong del sudeste asiático. En Vietnam, ha habido denuncias de niñas de esta comunidad que han sido secuestradas y traficadas a través de la frontera hacia el sur de China, y también hay pruebas de comportamientos similares dentro de la diáspora hmong en Estados Unidos.
Sin embargo, los expertos en cultura hmong dicen que el consentimiento matrimonial es cada vez más importante dentro de este grupo étnico de Laos. Incluso se llega a afirmar que “la práctica de la captura no siempre va en contra de los deseos de la novia”.
El activista de derechos humanos y secretario del Congreso Mundial de la Comunidad Hmong, Gymbay Moua, está de acuerdo, argumentando que en la sociedad actual, la mayoría de las niñas secuestradas en Laos ya están familiarizadas con sus secuestradores. “No quiero utilizar la palabra ‘secuestrar’“, subraya. “Prefiero describirlo como un matrimonio forzado, porque la chica sabe lo que le está sucediendo. Ella tiene la oportunidad de decir que no”.
Él sugiere que la gente se documente a través de YouTube, donde los videos de las reacciones de las jóvenes “muestran que las personas se ven obligadas a casarse, pero en el interior, saben que están bien”. El primer video, de 2014, muestra a una adolescente visiblemente angustiada que es arrastrada a la fuerza por una calle mientras grita. El video ya tiene más de 47.000 visualizaciones.
Mientras crecía en Phu Tid Pheng, Yami había escuchado historias de chicas que fueron sorprendidas por hombres, pero estaba demasiado ocupada trabajando en la pequeña biblioteca de su escuela o jugando con su peonza de madera para tomarse eso en serio. Cuando sus captores se acercaron a su destino, se imaginó a su madre dándose cuenta de que se había ido.
Las motos que habían llevado a Yami se detuvieron en Chom Xing, y un adolescente de 16 años llamado Sak la llevó por un camino hasta su casa, donde allí esperaban su madre y su padre, ansiosos por conocer a su nueva nuera. “Su padre salió con un pollo y dio una vuelta en círculo“, recuerda la chica. “Hicieron un llamado a los espíritus hmong para que me dieran la bienvenida a su hogar y me hicieran miembro de su familia”. Sonrió cortésmente mientras se realizaba el ritual. Cuando todo terminó, ella pidió irse a casa. Más tarde esa mañana, cuando Sak llamó a los padres de Yami para informarles sobre la ceremonia inminente de su hija, la niña no pudo encontrar palabras para hablar.
En el otro extremo del teléfono, Pa sintió que luchaba por respirar. Ella también había sido “robada” cuando tenía 17 años, se unió a un grupo de hermanos y no pudo escapar. “Uno de ellos puso su brazo sobre mí y me guió por la calle cuando mis padres no estaban mirando”, recuerda. “Quería huir, pero ellos eran más grandes y más fuertes, y sabía que me atraparían. Cuando llegamos a su hogar, todo se volvió imposible. Mi esposo era muy pobre, no había suficiente comida y yo tenía mucha hambre. Estuve encerrada en la casa durante dos semanas hasta que dejé de huir”. El hombre que la secuestró sigue siendo su esposo y el padre de Yami. “Dice que debo aceptar que esta es nuestra cultura”, relata ella.
Pasong también se sentía abrumada y con un sentimiento de culpa tras el secuestro de Yami. “Me sentí confundida cuando aparecieron los hombres, quería ir tras ella, pero eran tres contra una. No quería que me secuestraran“. Ella no despertó a sus padres porque sabía que su padre estaba de acuerdo con la tradición. “Pensé que estaría enojado conmigo por decir que no y huir”. Hoy en día, ella aún cruza la calle para evitar grupos de hombres, y en su escuela, ella es una de las cuatro niñas que aún quedan en su clase. “Solía haber un número igual de niños y niñas, pero parece que cada semana otra de mis amigas ha sido secuestrada y obligada a abandonar”.
Incluso en la turística Luang Praband, la quinta ciudad más grande de Laos y sede de la Universidad de Souphanvouthong, la tradición continúa sin cesar. Para Jailicou, de 18 años, criada en Na Wan, en las afueras de la ciudad, las repercusiones del matrimonio por captura son claras y aterradoras. “Arruina vidas”, dice ella mientas se sienta con las piernas cruzadas en una choza que comparte junto a su familia de cinco con un techo lleno de goteras.
“Todo el mundo sabe que es ilegal, pero a nadie le importa porque dicen que es nuestra cultura y eso es más importante. A veces, las chicas son tan infelices que llegan a beber químicos para matarse”.
Al igual que muchas de las niñas de su aldea, ella, cuando tenía 13 años, también fue secuestrada: fue tomada a la fuerza por un hombre 12 años mayor que ella. La engañó para que subiera a un autobús a la capital del país, a unos 340 kilómetros al sur. “Durante todo el trayecto a Vientiane estuve pensando ‘¿Qué he hecho?'”.
A las cuatro semanas, la adolescente ya estaba embarazada. “Mi primer bebé murió después de dar a luz. Era demasiado joven y demasiado pequeña, y no había suficiente comida, así que no pudo crecer a pesar de que intenté amamantarla”. Después del funeral, ella convenció a su esposo para que se mudara junto a su familia a Luang Praband, y allí dio a luz a dos hijos: David, de tres años, y Ayla, que tiene cuatro. Ambos están diagnosticados clínicamente con bajo peso.
Su marido, Sijahn, acepta que el secuestro de Jailicou fue traumático para la niña de 13 años, pero sostiene que fue lo correcto. “Estaba muy nervioso antes del robo. Tenía miedo de que Jailicou gritara o provocara un escándalo, y pensé que tal vez la diferencia de edad era demasiado grande“. La había estado observando unos meses antes del ataque. La descubrió por primera vez en una celebración del Año Nuevo Hmong, cuando estuvieron jugando a un tradicional juego con una pelota de tenis amarilla. Él se presentó a sus padres. “Sabía que les gustaba, pero no tenía dinero, así que sabía que no estarían de acuerdo si me proponía casarme con su hija. Me la tuve que llevar sin preguntar”.
Sin embargo, su matrimonio ha sido más difícil de lo que pensaba. “Pensé que robarla sería la parte más difícil, pero nuestras vidas han empeorado”, dice. “Amo mucho a mi familia, pero Jailicou llora mucho y también me preocupo por nuestros hijos. Tal vez debería haber hecho las cosas de manera diferente, pero no sé cómo. Esto es todo lo que nos enseñan”.
De vuelta a una colina más allá de Chom Xing, Sak sonríe a la cámara, pero se niega a ser entrevistada. Es media tarde y toda la familia ha estado trabajando en los campos de arroz desde las nueve. Se acuesta en una plataforma de madera que sobresale de la ladera y cierra los ojos. A su izquierda, Yami se agacha para preparar un almuerzo de caldo de cordero a fuego lento. Ella admite que cada día es igual y que es imposible distinguir un día del otro. Se despierta a las cuatro para recoger agua del río, antes de servir un escaso desayuno de sopa de arroz caliente a su esposo y suegros. Después de eso, está la limpieza de la cocina y la que menos le gusta: lavar y colgar la ropa del día anterior. A las 7 de la mañana, se pone de pie –con la ropa mojada en la mano- y se detiene a mirar a un grupo de chicas con faldas negras y camisas blancas impolutas que van de camino a la escuela.
Cuando las chicas se van de su vista, ella regresa en silencio a sus tareas. Hace más de un año que no ha leído un libro.
“No sé qué es lo más difícil de estar casada”, dice en voz baja para que Sak no pueda escucharla desde afuera de la cabaña. “Me duele el cuerpo porque estoy muy cansada y hambrienta, y extraño a mi familia”. Sus manos se retuercen en su regazo y cierra los ojos. Ella cumplió 12 años hace dos meses y dice que se siente mucho mayor que hace un año. “Cuando crezca quiero ser médico. Quiero que mi madre vuelva a estar orgullosa de mí. Pero tengo miedo de haber arruinado todo”.
A continuación hay cuatro perfiles de otras niñas que han sido víctimas del “robo de novias”:
“Estoy demasiado cansada para llorar más”: Mi Yah, de 19 años y de Na Wan, fue secuestrada hace cuatro años.
“Cuando mi esposo me trajo a este pueblo hace cuatro años, lloré porque tenía mucho miedo. No sabía lo que estaba pasando, o por qué este hombre me estaba diciendo que, de repente, yo era su esposa. Sabía sobre el robo de novias, pero no pensé que eso podría pasarme a mí”.
“En estos días ya no lloro. Estoy demasiado cansada. Estoy demasiado cansada para sentir algo. Tengo tres bebés, dos niñas gemelas de tres años y un hijo, que tiene 18 meses. Alguno de ellos siempre necesita algo. Mientras dos de ellos duermen, el otro se despierta. Trato de sostenerlos hasta que se calmen, pero es interminable. Mi esposo trabaja en la construcción y está fuera durante la semana, así que estoy sola. Los vecinos tratan de ayudar, pero me siento muy sola”.
“Tras haber sido robada, mis padres me llamaron y me pidieron que volviera a casa. Dijeron que era demasiado joven para casarme y que había cometido un grave error. Dijeron que me devolverían, aunque me habían robado y eso avergonzaría a la familia. Pero mi esposo no me dejó ir, y no había nadie a quien pedir ayuda. Cuando me quedé embarazada, dejé de intentar escapar. Tuve que aceptar que esa era mi vida ahora”.
“Pensé que ser novios ya era suficiente”: Put Sada, de 15 años y de Luang Prabang, fue secuestrada en febrero
“Mi novio y yo habíamos estado saliendo durante siete meses cuando él me robó. Me compró un collar de plata con forma de corazón y me dijo que me quería. No quería casarme todavía, pero no dependía de mí. Personalmente, pensé que era demasiado joven. Pensé que con ser novios sería suficiente. Pero un día me dijo que íbamos a ir al centro de la ciudad y luego me llevó a su aldea. Me presentó a sus padres y cuando pedí para irme, él me dijo que no estaba permitido. Ahora le pertenecía. Recuerdo que me sentía mal, no tenía ninguna de mis cosas conmigo. Toda mi ropa todavía estaba en casa. Me acabo de poner el vestido vino tinto que llevaba ese día. Pero mi novio se rió de mí y dijo que compraríamos ropa nueva. Todavía estoy esperando que eso suceda”.
“Muchas cosas me asustan por estar casada, pero estoy más preocupada por dar a luz. Ahora tengo cuatro meses de embarazo y, a veces, puedo sentir al bebé moverse dentro de mí. Me preguntó qué diría mi madre si pudiera verme. No creo que ella esté feliz”.
“La mayor parte de los días tengo hambre”: Bee Veu, de 23 años y de Luang Praband, fue secuestrada hace siete años
“No quería esta vida, pero no tuve elección. Es nuestra cultura crecer esperando ser robadas. Cuando te sucede, no haces un escándalo“.
“Tenía 16 años cuando mi esposo me alejó de mi familia. Él tenía 27 años en ese momento y no lo conocía. No recuerdo mucho sobre el día en que sucedió. No me gusta pensar mucho en eso. Lo único que sé es que, de repente, fui responsable de todo: cocinaba para su madre y trataba de complacer a todo el mundo. Extraño a mis padres. La vida era más fácil antes de casarme”.
“Ahora tengo tres hijos, que tienen entre cuatro años y cuatro meses, y siempre estoy preocupada por ellos. Mi hijo está enfermo, pero no podemos permitirnos llevarlo al hospital porque mi esposo está desempleado. Sé que necesito alimentar a los niños, así que pido dinero prestado y les doy arroz hervido dos veces al día, aunque no es suficiente. Muchas veces me salto las comidas. Mi trabajo es cuidar de todos, pero nadie está cuidando de mí”.
“Siempre supe que, con el tiempo, sucedería”: Say Yang, de 18 años y de Chom Xing, fue secuestrada hace dos años
“Mi esposo vino a por mí muy temprano en la mañana. Creo que fue alrededor de las 5 de la mañana porque acababa de terminar de cocinar el arroz para mis padres para el desayuno. Tres hombres de unos 20 años aparecieron en la cocina, agarraron mis piernas y mis brazos y me levantaron para sacarme afuera. Yo me retorcía y pateaba. Iban en motocicletas, así que me pusieron en la parte de atrás de una de ellas y condujeron tan rápido que era imposible bajarme. Siempre tuve la sensación de que fue mi culpa porque no logré escapar”.
“Siempre supe que, con el tiempo, me robarían. Y nunca nadie me dijo cómo prevenirlo. Pero no sé cómo se sintieron mi mamá o mi papá cuando me secuestraron. Mi familia no tenía teléfono, así que el hermano de mi esposo regresó más tarde a la casa para decirles dónde estaba. Para entonces ya era demasiado tarde para volver a mi hogar, ya que los espíritus hmong me habían aceptado. Organizaron una ceremonia oficial una semana más tarde. Todos llevaron trajes tradicionales y mi madre estuvo llorando todo el rato hasta que se fue”.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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