La farsa electoral llevada a cabo —perpetrada— por Nicolás Maduro en Venezuela no debería despertar ni un atisbo de duda a la hora de la tajante condenación. Por el lado que se lo mire, lo de Venezuela es un esperpento. Los principales medios de comunicación, silenciados. El único subsistente, que es El Nacional digital, amenazado y coaccionado. Los dirigentes políticos opositores, prácticamente todos, inhabilitados. No es uno u otro, no, todos. Las amenazas del Gobierno, terminantes y constantes, sustentadas en la “orga” cubana, que con 40 mil hombres, entre médicos, paramédicos y “asesores”, maneja barrios y ciudades. Por supuesto, el uso abusivo de los medios oficiales, a través de planes sociales, medios de comunicación y estructuras sindicales.
Naturalmente, esta es la culminación de un proceso que incluyó una elección de la Asamblea General relativamente honesta, que ganó la oposición por destrozo, y un intento de recurso de revocación presidencial que trampeó Maduro. Del mismo modo, logró frustrar hábilmente mediaciones de renombradas personalidades, a las que les faltó carácter y liderazgo para lograr que el Gobierno ofreciera garantías mínimas al diálogo con la oposición, utilizando esas instancias solo para ganar tiempo.
La posición del Gobierno uruguayo, desgraciadamente, ha estado, una vez más, condicionada por los grupos antidemocráticos, que siguen soñando con la imposible revolución socialista. Ni el presidente, ni el canciller, ni el ministro de Economía, que son una isla rodeada de tiburones adversarios, desconocen la situación. Danilo Astori lo ha dicho con toda claridad, refutando el valor democrático de la elección. El ministro Rossi, muy cercano al Presidente, señaló: “No nos sentimos ni tranquilos ni satisfechos”.
La declaración oficial del Gobierno, en cambio, elude todo pronunciamiento sobre la falta de garantías y se limita a considerar que la elección impone “la necesidad de un diálogo nacional amplio“, como si no hubieran existido instancias de todo tipo, en que hasta el Papa fracasó. Insiste, a la vez, en que “la peor solución para el pueblo de Venezuela es profundizar su aislamiento internacional”, que es —justamente— lo que está haciendo el Gobierno venezolano.
Es una declaración triste, muy triste, sin duda, que reniega de toda la tradición nacional.
Por supuesto, en el mundo totalitario en que vive alguna gente, no ha faltado algún idiota que, para sustentar a Maduro, ha dicho que también nosotros aceptamos en 1984 una elección con dos figuras políticas de primera línea proscritas. Es verdad, porque estábamos bajo una dictadura a la que habíamos arrancado lo fundamental: hacer una elección que ponía fecha y hora para su fin. La elección era para terminar con la dictadura, no para darle la chance de afianzarse. Y por eso, tanto el Partido Nacional como el Frente Amplio fueron a la elección, eligieron sus parlamentarios y validaron la legitimidad del acto. El general Líber Seregni fue terminante desde el primer día en que él no ponía el menor obstáculo personal y Wilson, que fue el más perjudicado, porque incluso estaba preso, ordenó a su partido que fuera a la elección (con una fórmula excelente de Zumarán y Aguirre), y luego colaboró con honradez con el gobierno electo.
En una palabra, todos tragamos “algún sapo”, como suele decir el ex presidente José Mujica, en el afán de terminar con la dictadura, que efectivamente tuvo allí su punto final. Y quienes hoy invocan ese antecedente solo terminan exaltando la sabiduría política con la que supimos salir en paz.
Lo de Venezuela no tiene nada que ver con lo nuestro. Es un esperpento de elección, para convalidar una dictadura, totalitaria y corrupta, sostenida por el narcotráfico y la dictadura cubana.
Realmente cuesta creer que haya uruguayos, que viven al amparo de un Estado de derecho y en el goce pleno de sus libertades, que sigan sosteniendo una dictadura, que —además— ha llevado a su pueblo al hambre y al desastre económico. Cuesta decirlo, pero la verdad es que no son demócratas.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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