José López dice sentirse solo y vulnerable, también aliviado. La decisión de “arrepentirse” y hablar le ha permitido recuperar una nueva razón de ser, de estar en el mundo. Durante dos años se mantuvo en silencio, olvidado, mascullando bronca y acumulando ese letal combustible que genera el resentimiento. Ahora está aislado, pero cuidado, protegido con celo por fuerzas especiales que resguardan su integridad física y su psiquis. Se lo necesita sano y salvo, y ubicado en el espacio y el tiempo. Sabe mucho y tiene mucho para aportar. Tiene la clave que conduce a intendentes y gobernadores, también la llave para llevar la investigación hasta el final.
No es cierto que nadie se ocupó de él. Cristina lo hizo cuando aseguró en la entrevista en Infobae en 2017: “Lo odié, como pocas cosas odié en mi vida”, dijo sin bajar la vista. “Tuve una gran indignación, un gran enojo… hasta el día de hoy quisiera saber cuándo, quién le entregó ese dinero, por todo corrupto hay un corruptor”.
Este miércoles, en el Senado, CFK no habló de José López, ex secretario de Obra Pública de la Nación del primero al último día de su segundo mandato presidencial. Tampoco habló de su ex jefe de gabinete, Juan Manuel Abal Medina; ni de Claudio Uberti, ex titular del Órgano de Control de Concesiones Viales (Occovi), el primer arrepentido de la era K, a quien ella sin nombrarlo calificó como funcionario de cuarta. No hizo una sola mención a Ernesto Clarens, el financista de la familia, el hombre capaz de transformar pesos en dólares, que ahora se debate entre entregar información de calidad o garantizarse un lugar en el hacinamiento de Ezeiza. De ellos no se habla.
Cristina habló en defensa propia. Lo hizo encendida y vibrante como siempre, pero de ella, solo de ella.
Tampoco hizo referencia alguna a Julio de Vido, el hombre que pena en silencio en Marcos Paz sin doblarse ni quebrarse. Para ella no existe. Lo desconoce, lo ignora, probablemente también lo desprecie. A su ex ministro de Planificación tanto como a los otros, los que entraron en el camino sin retorno al infierno de la traición.
Ella, en cambio, nombró a Cristóbal López y a Lázaro Báez. No pareció un gesto de reconocimiento o piedad el suyo. Puede decirse que hizo uso a ellos. El hecho de que no hayan aparecido en los cuadernos le permite esgrimir la teoría de que los escritos fueron un invento posterior a las detenciones de sus preferidos.
Hay otra explicación posible, más verosímil. Ellos no traficaban bolsos y valijas con cash, ellos retornaban la mordida en alquileres, en contratos, en facturaciones por servicios ficticios. Ellos la devolvían lavadita, ya procesada. Nada de andar arrastrando bultos, de andar acarreando el canuto. Zafaron de la literatura de Centeno, no se dejaron ver en las tareas de acarreo. Una cosa es ser socio y otra es ser testaferro. Por ahora, en el Purgatorio.
En el marco de su atropellada defensa, aunque sin nombrarlo, Cristina hizo sí referencia a Carlos Wagner, otro hombre clave del desembuche: “¿Ustedes creen que la patria contratista y la cartelización de la obra pública empezó el 25 de mayo de 2003?” preguntó incendiaria.
La respuesta cae por su propio peso entre la gente informada. La patria contratista empezó mucho antes y no se puede excluir de estos turbios tejemanejes a la familia y parentela del ahora presidente de la nación Mauricio Macri, pero en los tiempos K se perfeccionó el mecanismo, se pulió la matriz, se sistematizó la ruta del retorno y se la concentró bajo un cerrado esquema de control. El instructivo del saqueo lo explicitó con delicado esmero el ahora detenido ex titular de la Cámara Argentina de la Construcción y presidente del Club de la Obra Pública.
De eso no habló CFK. De la defección de los suyos, de los más próximos, de los que ahora la dejan desnuda y expuesta, ni palabra. Ni mu.
“¿Realmente creen que los que están hablando están diciendo la verdad?” pregunta interpelando a sus pares.
Hay otra pregunta sin respuesta: ¿Por qué habrían de autoincriminarse y complicar aún más su situación procesal empresarios, funcionarios, financistas y contadores? ¿Solo para aportar a una conspiración transnacional diseñada por la CIA para acabar con los populismos de la región? ¿De verdad cree CFK que los CEO de las empresas más grandes del país son capaces de autoinmolarse, arrastrando sus vidas, sus familias y sus compañías en una trama urdida por la Embajada de Estados Unidos para quién sabe qué? Olvidense. No estamos hablando de militantes ni patriotas.
Mientras la legisladora de desgañitaba argumentando desde la cerrada negación de todo, ya se conocía el dato de que son cinco los empresarios que cedieron el manejo de sus compañías ante el estrepitoso derrumbe de las acciones que produjo el escándalo de los cuadernos. Todos agentes encubiertos de Homeland, según CFK.
Tampoco hubo contestación alguna a la exposición de datos duros que bajó casi sin respirar el senador santacruceño Eduardo Costa, quien se refirió a la millonada destinada a su provincia, siempre a las mismas empresas —Báez, López y cía.— para obras que quedaron inconclusas o nunca arrancaron. De eso tampoco se habla.
El recurrente argumento de la cortina de humo como tapadera de los estropicios de administración Macri tampoco cierra sin dificultad. Los efectos inmediatos sobre la economía del “show mediático” de la más escandalosa saga de corrupción de la historia argentina son devastadores y no solo arruinan la vida de todos, sino que, además, oscurecen aún más el futuro electoral de Cambiemos. Está claro, no son la causa única de todos los males, pero se suman a la devaluación, la sequía, el ajuste y desde ya la seguidilla de gravísimos errores en la gestión económica.
El circo entretiene pero no logra calmar la creciente preocupación que generan la inflación sostenida, la pérdida del poder adquisitivo del salario y el parate de la economía que implica destrucción de puestos de trabajo y el fantasma de la desocupación. El show business no alcanza para aplacar la angustia de las mayorías. La aberración de los delitos denunciados no recorta el drama de la exclusión y la pobreza, por el contrario, lo profundiza.
En este contexto, sale a reforzar el relato Andrés “el cuervo” Larroque. Para el diputado nacional y jefe de La Cámpora, los cuadernos son “truchos”, el tema de los bolsos es “una pavada” y la ley del arrepentido, un producto de los laboratorios de la CIA para quebrar a las personas. En el mismo marco interpretativo: Amado Boudou es un mártir de la causa de la nacionalización de las AFJP y los maquinistas que conducían el fatídico tren que se estampó en Once, sospechosos no se sabe de qué maniobras oscuras. Le faltó decir que el acopio de físico está debidamente justificado en la necesidad sostener en el poder el gobierno nacional y popular de los K.
Larroque no habló ni de las declaraciones ante la Justicia del ex jefe de gabinete Juan Manuel Abal Medina, ni las de Larraburu. Ni López. De Julio de Vido. De todos ellos ni media palabra.
La jefa del kirchnerismo pone su desdicha en línea con las penurias de Lula da Silva. Se victimiza, no se arrepiente de nada, niega todo. Se defiende en tono de campaña. Planta de manera virtual su candidatura. Advierte al peronismo racional que la resiste que sin ella no hay 2019 para nadie del PJ.
Miguel Ángel Pichetto la enfrenta y le responde como nunca antes, pero también la tranquiliza. Cristina tiene garantizada la libertad, está y seguirá estando amparada por sus fueros hasta que una condena recontrafirme se los quite. Si lo desea o necesita, podrá competir en las próximas elecciones y, en el supuesto caso de no llegar, siempre le queda un lugar seguro y acogedor donde resistir el peso de la Justicia: el Honorable Senado de la Nación.
En lo inmediato su destino no la emparenta con Lula sino con el casi nonagenario Carlos Saúl Menem, condenado de por vida a permanecer abulonado a una banca.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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