Aunque no dio resultados tangibles, la reunión de los cancilleres de Rusia y Ucrania en Turquía es de buen augurio para la estrategia diplomática del presidente turco Recep Tayyip Erdogan que busca protagonismo en la escena internacional.
En encuentro entre el ruso Serguéi Lavrov y el ucraniano Dmytro Kuleba el jueves en Antalya (sur), la primera a ese nivel desde el inicio de la guerra en Ucrania el 24 de febrero, no permitió avanzar en las negociaciones, pero Ankara está segura de que desencadenará otras.
Además del Foro Diplomático de Antalya, al que acudió in extremis el viernes el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, el presidente turco recibió durante la semana a su homólogo israelí Isaac Herzog, lo que cerró una década de fuertes tensiones entre los dos países, y a su aliado, el presidente de Azerbaiyán Ilham Aliev.
El domingo, recibirá al primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, y el lunes se verá por primera vez con el líder del gobierno alemán, Olaf Scholz.
“Turquía no era proactiva en el plano diplomático desde los años 2000”, explica Jana Jabbour, del Instituto de Ciencias Políticas de París, que considera que Ankara se empeña desde hace meses en mejorar las relaciones con otras potencias regionales como Egipto, Arabia Saudita o los Emiratos Árabes Unidos.
– “Reafirmarse” –
“A partir de 2020, Turquía tomó conciencia de su aislamiento regional: su apoyo a los Hermanos Musulmanes y a los grupos procedentes del islam político, hoy debilitados, y su política exterior agresiva e intervencionista, que se tradujo en un uso más frecuente del ‘hard power’ (poder duro) le han hecho perder amigos y aliados”, estima Jabbour, refiriéndose a las intervenciones en Siria, Libia o Nagorno Karabaj.
Desde el inicio de la crisis en Ucrania, Ankara no ha cejado de presentarse como “facilitador” entre Kiev y Moscú, intentando mantener las buenas relaciones entre las dos capitales.
La implicación de Turquía, que tiene una fuerte dependencia del gas y el trigo de ambos países, es una “forma de reafirmarse como miembro de la OTAN, sobre todo después de haber comprado el sistema de misiles S-400 a Rusia”, explica Sumbul Kaya, del Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar (IRSEM) de París.
Esta investigadora recuerda que, después de la toma del poder por los yihadistas talibanes en Afganistán, en agosto de 2021, Turquía se implicó activamente en la gestión del aeropuerto de Kabul, por donde huyeron del país miles de afganos.
Eso permitió “reposicionar a Turquía en su papel de actor regional”, añade.
“Turquía volvió al debate transatlántico. Se ha convertido en un socio posible en materia de seguridad, a pesar del tono ambivalente de Erdogan”, explica Asli Aydintasbas, investigadora en el Consejo Europeo de Relaciones Internacionales (ECFR, en inglés).
– Consideraciones económicas –
El activismo diplomático de Ankara en Oriente Medio, que busca normalizar las relaciones con Emiratos Árabes Unidos, Israel y Arabia Saudita, traiciona sin embargo sus necesidades de capital extranjero, según los analistas.
En un contexto en el cual la guerra en Ucrania puede fragilizar su economía, ya afectada por la caída de la libra turca y la hiperinflación.
“Sin duda, la situación económica llevó a relanzar estas conversaciones”, afirma Sumbul Kaya.
“Turquía busca la amistad de todo el mundo en este momento (…). Erdogan espera conseguir dólares para cubrir el creciente déficit de cuenta corriente, agravado por las importaciones energéticas y alimentarias, cuyo precio está aumentando”, explicó en Twitter el economista Timothy Ash, especialista de Turquía.
Sin embargo, estos esfuerzos de normalización, sumados al dosier ucraniano, no sirven por ahora para mejorar la imagen de Turquía ante las potencias occidentales, considera Jana Jabbour.
“Mientras el poder turco esté encarnado por el presidente Erdogan, que en las cancillerías occidentales es percibido como un líder autoritario, agresivo e imprevisible, es irrealista pensar que las relaciones entre Turquía y Europa mejoren”, agrega.
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