Juana Acosta empezó a bailar a los tres años. Hasta los seis practicó ballet. Los siguientes 10 años exploraría la danza contemporánea. A los 16 años una llamada que le cambió la vida y la alejó de su primera gran vocación: el baile. Esa llamada le dio la peor noticia que un hijo puede recibir: su padre había sido asesinado. Ese día Juana Acosta dejó de bailar. Tendrían que pasar 28 años de esa llamada, para que la actriz se reencontrara con el baile, con su cuerpo, y crear una pieza, en la que la danza y el teatro, se fusionan para configurar un dispositivo de expiación y sanación.
“Yo bailé, desde los tres años hasta los seis, ballet y después, de los seis a los 16, bailé contemporáneo. A mis 16 años, el día que salí a mis clases de baile, sonó el teléfono en casa y cuando lo contesté era la terrible noticia de que mi padre había sido asesinado. Desde ese día nunca más volví a bailar. Nunca más me quise volver a poner esa ropa con la que recibí esa terrible noticia”, explicó la actriz colomboespañola.
Pese a que no volvió a bailar, la danza siguió presente en la vida de Juana Acosta, que confiesa siempre la ha fascinado y ha atraído. Fue su primera gran vocación, dice la actriz. Vocación que “se vio castrada por la violencia”. Aun así, algo la inquietaba en su interior, un impulso, una necesidad, de esas que obsesionan y de las que solo se puede librar uno al rendirse a ellas: “Hubo un día que me levanté con un misterioso impulso de querer llevar al escenario, de querer hablar sobre esto, de querer volver a bailar”, cuenta Juana Acosta.
“Durante toda mi vida, siempre he asistido a muchos espectáculos de danza, siempre la danza me ha fascinado, me ha atraído. Era mi primer gran vocación. Creo que he pensado siempre que esa vocación se vio castrada, pues, por la violencia. Y este impulso, esta necesidad, de volver a bailar y de hablar sobre esto, bueno, me puso la pila y empecé otra vez a conectarme con mi cuerpo y con el movimiento y ha sido muy hermoso porque te das cuenta de que el cuerpo tiene memoria”.
Esa necesidad, ese impulso, no era solo por reconectarse con la danza y retomar esa primera gran vocación, también nace de la necesidad de sanar, de poner en palabras y movimientos ese dolor que no tiene nombre, para, en esta suerte de rito catártico, poder reconocerse en el dolor y en el perdón.
“El perdón nace de una experiencia personal, tengo la sensación de, en estos últimos dos años, haber hecho un camino catártico y sanador a través de esta pieza de danza teatro, que no solo me ha ayudado a dar un salto expresivo como actriz, sino que también me ha permitido acabar de elaborar el asunto de mi padre, que creo que yo no era consciente, pero que no había acabado de elaborar, incluso 28 años después de su asesinato, había algo en mí que pedía a gritos volver a revisar”.
Pero la obra no solo nace para expiar ese dolor innombrable, también es para resignificarlo, para entenderlo, y qué mejor que a través de la danza y el teatro, ese medio que le es natural y en el que hacer esa catarsis, que, por 28 años, allá en lo profundo, sabía que le faltaba por hacer.
“Podemos hablar de una resignificación del dolor, podemos hablar de un proceso sanador, catártico, reparador. Para mí, el teatro es un encuentro esencial con el público y en este caso este encuentro se produce, y bueno la experiencia de acabar el espectáculo volando, encima del público, pues es algo muy espectacular.
Esta pieza introspectiva se pudo materializar gracias al trabajo de Juana Acosta con el bailarín y coreógrafo español Chevi Muraday y su compañía de danza contemporánea Losdedae y los textos de Juan Carlos Rubio; y es el proyecto es el más personal de la carrera artística de la actriz colombo-española, que después de una exitosa gira europea, regresa a Colombia para presentarse en el Teatro Colón de Bogotá el 10, 11 y 12 de marzo, y en el Teatro Jorge Isaacs de Cali el 14 de marzo. Las entradas se pueden conseguir aquí.
“Mi padre fue asesinado. La violencia impuso su ley robándome las ganas de vivir, de sentir, de bailar. Este es el testimonial punto de partida de este espectáculo donde las preguntas sin respuesta, la búsqueda de sentido ante lo que no tiene nombre y la necesidad de soltar el dolor, son un vehículo para reconocer nuestra humanidad compartida en toda su luz y su sombra”.
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