Especial para Infobae de The New York Times.
LONDRES — Los dirigentes de los gobiernos de Occidente están luchando contra la creciente inflación, el lento crecimiento y un electorado angustiado al que le preocupa la llegada del invierno y las elevadas facturas de energía. Pero Liz Truss, primera ministra del Reino Unido, es la única que diseñó un plan económico que desconcertó a los mercados financieros, provocó la ira de la población y los líderes de todo el mundo, y socavó su propia posición política.
El viernes, al ser objeto de críticas despiadadas, Truss dio marcha atrás. Despidió a su principal funcionario de finanzas, Kwasi Kwarteng, por elaborar precisamente el paquete de recortes fiscales no financiados, programas de gasto de miles de millones de dólares y desregulación que ella había solicitado.
Truss reinstauró un aumento programado de impuestos corporativos del 19 al 25 por ciento, incremento al cual se había opuesto con anterioridad. Ese anuncio llegó después de que reculó la semana pasada sobre su propuesta de eliminar el tope del 45 por ciento al impuesto sobre la renta de las personas de mayores ingresos. La primera ministra, que asumió el cargo hace poco más de cinco semanas, también prometió que el gasto aumentaría con menor rapidez de lo propuesto, aunque no se proporcionaron detalles.
Este drama sigue desarrollándose y no se sabe bien si el gobierno de Truss sobrevivirá.
En Estados Unidos, el presidente Joe Biden, quien también está librando sus propias batallas políticas relacionadas con el precio del gas y la inflación, no ha propuesto nada como el tipo de políticas que intentó el gobierno de Truss, ni tampoco lo ha hecho ningún otro dirigente de Europa.
No obstante, los gobiernos europeos cuyas economías están padeciendo mucho por las crisis y los aumentos de precio de los energéticos provocados por la guerra de Rusia en Ucrania, pueden obtener algunas lecciones pertinentes del desastre que está ocurriendo en Londres.
Una de las más importantes la dio al principio el Fondo Monetario Internacional: no debiliten sus propios bancos centrales. Este jueves, el FMI, que casi siempre reserva esas reprimendas para los países en desarrollo, reiteró su mensaje. “No prolonguen el malestar”, advirtió Kristalina Georgieva, la directora gerente de la organización.
El dilema que todos los gobiernos están enfrentando es cómo aminorar el efecto de la inflación sobre las personas más vulnerables sin atizarla aún más.
“Esta es la pregunta del momento”, comentó Eswar Prasad, un economista de la Universidad de Cornell que asistió a la reunión anual del Banco Mundial y el FMI en Washington esta semana.
No es inusitado el conflicto entre las políticas de gasto fiscal propuestas por el gobierno y las políticas monetarias controladas por los bancos centrales. Pero en este momento, los bancos centrales están involucrados en delicadas maniobras políticas para combatir un nivel de inflación que no se había visto en décadas. Con una tasa de inflación cercana al diez por ciento en el Reino Unido, el Banco de Inglaterra se ha puesto a desacelerar con determinación la elevación de los precios mediante una serie de aumentos en las tasas de interés destinados a frenar el gasto de los consumidores y las empresas.
Hasta cierto punto, cualquier ampliación del gasto gubernamental va a interferir con ese objetivo, pero el plan de Truss era demasiado ambicioso y mal definido, señaló Prasad.
“Las medidas para ayudar a los hogares muy afectados por el aumento de la energía no hubieran generado tanto revuelo por sí solas”, comentó. Muchos otros países han propuesto precisamente eso. Y, con el fin de ayudar a financiar esos subsidios, la Unión Europea ha planteado un impuesto adicional sobre las ganancias extraordinarias procedentes de la energía.
En vez de idear alguna manera de pagar la ayuda energética, Truss presionó para eliminar un aumento fiscal a las empresas y recortar los impuestos sobre la renta para el segmento de la población con mayores ingresos. El resultado fue una disminución de los ingresos del gobierno y un engrosamiento de la deuda del Reino Unido.
“En general, el paquete no tenía mucha claridad con respecto a la manera en que apoyaría la economía a corto plazo sin que aumentara la inflación”, aseveró Prasad.
En cambio, Claus Vistesen, economista principal de la eurozona en Pantheon Macroeconomics, se refirió al modo en que los gobiernos y los bancos centrales trabajaron en conjunto cuando se desató la pandemia en 2020 para evitar que se derrumbaran las economías emitiendo una gran cantidad de deuda pública.
“Los bancos centrales imprimieron cada dólar, euro y libra que gastaban los gobiernos” para apoyar a las familias y a las empresas ante la crisis del COVID, explicó Vistesen. Pero ahora las circunstancias han cambiado y la inflación está haciendo arder a las economías.
Las medidas de la Reserva Federal en Estados Unidos ilustran el cambio que han realizado los bancos centrales: en las angustiosas primeras semanas de la pandemia del coronavirus a nivel global, la Reserva Federal emprendió un programa extraordinario para estimular la economía y estabilizar los mercados. Este año, la Reserva Federal ha estado subiendo con prontitud las tasas de interés en una apuesta por el crecimiento lento.
Tanto Estados Unidos como los países de la eurozona tienen un mayor margen de maniobra que el Reino Unido debido a que el uso del dólar y del euro está mucho más extendido que la libra esterlina en el mundo como monedas que se guardan en reserva.
Aun así, según Vistesen, los gobiernos europeos pueden ayudar a los hogares y a las empresas a salir de la crisis energética, pero no pueden emprender una oleada de gastos sin límite.
También deben tomar en cuenta lo que está ocurriendo en otras economías. Los países más ricos que forman el Grupo de los Siete son, en esencia, parte del mismo “convoy monetario y fiscal”, señaló Will Hutton, presidente de la Academia de Ciencias Sociales, quien también dijo que, al promover la combinación de fuertes recortes fiscales de la era de Thatcher y la desregulación, el gobierno de Truss se alejó demasiado del resto del grupo y de la corriente económica convencional.
La adhesión a las ideas del efecto derrame de la década de 1980 también puso al descubierto los riesgos de seguir políticas anticuadas ante circunstancias cambiantes, aseveró Diane Coyle, profesora de Políticas Públicas en la Universidad de Cambridge.
En ese sentido, lo que le faltaba al plan económico de Truss era tan importante como lo que estaba incluido. Y, según Mariana Mazzucato, economista de la Universidad College de Londres, lo que le falta al Reino Unido es un programa visionario de inversión pública como los planes de billones de dólares para el cambio climático y la digitalización adoptados por la Unión Europea o el programa de Estados Unidos para el cambio climático y la infraestructura.
“Si no se tiene un plan de crecimiento, una política estratégica de innovación industrial, la economía no crecerá”, concluyó Mazzucato.
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