Después de la circuncisión de Cristo (Lucas 2.21), el 1º de enero, los Evangelios relatan el arribo de “magii” (traducido como ‘magos’, aunque no lo fuesen, sino personajes de notable erudición o al menos con conocimientos de astronomía) venidos de Oriente, quienes se presentaron en Jerusalén siguiendo una estrella. Allí preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?”. Advertido Herodes sobre la aparición de este nuevo rey, consulta a los sacerdotes. Estos le informan sobre la profecía del nacimiento de Cristo en Belén.
Los magos continuaron su viaje y se detuvieron justo en el lugar donde la estrella indicaba el nacimiento de Jesús y reconocieron en él al nuevo rey de los judíos. Le ofrecieron oro, incienso y mirra. Después retornaron a su lugar de origen, sin pasar por Jerusalén para evitar las preguntas de Herodes, que ordenó ultimar a los recién nacidos (supuestamente el 28 de diciembre), fecha llamada de los santos inocentes, aunque ningún historiador de la época consignó hecho tan atroz.
Mateo no habla de magos, ni de reyes, ni de razas, ni de edades, ni siquiera menciona que fuesen tres. Todas estas son tradiciones recogidas por “La leyenda dorada”, una compilación de relatos reunidos por Santiago de Vorágine en el siglo XIII.
Una parte de la historia de los reyes magos nació en el siglo IV y se encuentra en el “Opus Imperfectum in Matthaeum”, texto redactado en latín por un escriba iraní inspirado a su vez en el “Libro de Set”, escrito durante el siglo III en Edessa. Según estos textos, vueltos a su país de origen, los magos vivieron piadosamente y con los años recibieron el bautismo del apóstol Tomás en su camino a la India.
Estos hombres sabios siguieron la estrella de Belén, que probablemente sea la conjunción de Júpiter y Saturno, descrita por Johannes Kepler en 1614, circunstancia que se dio tres veces durante los años 4 y 6 antes de Cristo. No era esta una conjunción muy brillante, pero un fenómeno de esta naturaleza y frecuencia lo convirtió en algo excepcional.
Los astrónomos chinos detectaron una nova, el nacimiento de una estrella, en el año 5 antes de Cristo. ¿Fue esta la estrella de Belén? No lo podemos afirmar. Otra versión sostiene que entre los años 8 y 6 anteriores a nuestra era se produjo una conjunción del Sol, la Luna y los cuatro planetas más brillantes del firmamento más la estrella Régulus (llamada la estrella rey) en la constelación de Piscis. Esta conjunción solo podía ser estudiada por astrónomos versados y revestía un valor simbólico para los astrólogos. En Roma, esta aparición fue interpretada como una confirmación divina de la soberanía de los emperadores.
Probablemente los magos viniesen de Persia, donde estaba difundida la religión de Zoroastro en la que también existía una profecía sobre la llegada de un mesías. Así lo consigna el Evangelio árabe de la infancia de Jesús. Aunque en ninguna parte de los evangelios canónicos lo mencione, la tradición les otorga nombres y orígenes disímiles.
El evangelio armenio es el primero en darles nombres: Melkon es el rey de los persas; Gaspar, de los indios y Baltazar, de los árabes. Al parecer, estos eran muy generosos, porque traían objetos preciosos como regalo y venían al frente de un ejército de doce mil hombres.
Para el Liber Pontificalis, Melchor (Melichior) es el rey de Persia, Baltazar (Bithisarea) es el rey de la India y Gaspar (Gathaspa) es el rey de Arabia. El oro que regala Melchor al niño simboliza la realeza. El incienso que perfumará el ambiente es entregado por Gaspar como símbolo del misterio sacerdotal. La mirra es regalada por Baltazar. Esta planta medicinal encarna la verdadera condición humana destinada al sufrimiento y la muerte.
La adoración de los reyes, el 6 de enero, 13 días después del nacimiento de Cristo, es el comienzo de la Epifanía, del griego epipharmera: “brillar sobre”, “mostrarse”, “manifestarse”. Es la celebración de la manifestación de Jesús como Dios.
Hasta el siglo XIV los Reyes Magos fueron representados con aspecto occidental. De allí en más, fueron considerados como los descendientes de Noé, representando a su vez las tres edades de la vida, las tres razas hasta entonces conocidas y sus respectivos continentes. Melchor, el más viejo, simboliza a Europa; Gaspar, un joven imberbe que usa un turbante, es el árabe y Baltazar, un joven de color, representa a África; así lo cuenta Petrus de Natalibus en su Catálogos Sanchtorum del siglo XV.
Al carecer de testimonios fehacientes no existen coincidencias, porque en las representaciones que se conservan en las catacumbas a veces son tres y otras son cuatro. Para la iglesia de Siria eran 12, como una prefiguración de los apóstoles, y en la iglesia copta son 60.
Después del descubrimiento de América no faltaron quienes aconsejaron incluir a los habitantes de América entre los hombres sabios que adoraron a Jesús. Así aparece en un retablo de la catedral de Viseu, en Portugal, un rey de tez oscura luciendo una vistosa lanza con plumas. Esta ocurrencia pictórica no tuvo descendencia artística.
A mediados del siglo IV Santa Elena, la madre de Constantino, después de hallar la Santa Cruz en la colina del Gólgota, ordenó buscar los restos de los tres reyes. En Persia fueron hallados tres cadáveres que decían pertenecer a los magos y, como tales, fueron conducidos a la actual ciudad de Constantinopla, donde se los resguardó en un sarcófago de granito. Cincuenta años más tarde, San Eustorgio, obispo de Milán, viajó a esa ciudad a visitar al emperador Manuel y recibió del soberano, en signo de amistad y respeto, los cuerpos de los magos. Estos fueron alojados en la iglesia que lleva el nombre del santo obispo, pero no permanecieron allí por mucho tiempo, porque Milán fue saqueada por las hordas del emperador alemán Federico Barbarroja (1162 AD).
Este siguió las indicaciones del obispo de Colonia, Reinaldo de Dassel, quien estaba muy interesado en poseer estas reliquias para jerarquizar su diócesis. Fue así como terminaron en Colonia.
La afluencia de peregrinos interesados en adorar a los Reyes Magos fue tan grande que obligó a las autoridades a ampliar el recinto y a alojar los restos en una urna. El maese Nicolás de Verdun realizó entonces una de las obras de arte más sublimes del gótico alemán.

Relicario de los tres Reyes Magos de Nicolás Verdun
Los milaneses no se resignaron a esta pérdida. El papa Alejandro VI, el papa Borgia de tan triste fama, inició los reclamos sin suerte, aunque estos fueron tan insistentes que, cinco siglos más tarde, en pleno siglo XX, lograron que los alemanes les cedieran una tibia y un húmero de estas valiosas reliquias para ser depositados en la iglesia de San Eustorgio, donde reposaron cuando llegaron de Constantinopla sin que se pueda precisar a qué mago pertenecieron. Vaya uno a saber si lo sabremos algún día, pero en estas fechas lo importante es creer, dejemos las dudas para los demás días del año.

Tríptico Portinari
Muchas obras de arte nacieron para ensalzar a los mecenas de los distintos artistas. Para enaltecerlos solían aparecer junto a santos o personajes bíblicos. En este caso, fueron los miembros de una poderosa familia florentina, los Portinari, socios de los Medici, quienes se hicieron retratar por van der Goes junto a los Reyes Magos.

En esta obra de Benozzo Gozzoli son los mismos Medici, encabezados por el muy joven Lorenzo el Magnífico, quienes figuran entre los notables que viajan con los Reyes Magos.
El autor es médico oftalmólogo argentino, investigador de Historia y Arte. Es director de Olmo Ediciones.
FUENTE: INFOBAE NOTICIAS
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