El Presidente, ¿es o se hace?

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Alberto Fernández

En pocas semanas, la sociedad argentina será sometida a una experiencia muy singular. Cuando millones de personas concurran a las urnas, sabrán que el principal referente de uno de los proyectos en disputa les ha mentido con descaro sobre un asunto de importancia central en sus vidas. La relación entre poder y mentira, o sobre la necesidad de mentir para sobrellevar nuestras vidas miserables, ha sido explorada de manera muy rica por historiadores, novelistas y filósofos. Miguel de Cervantes, Maquiavelo o – mucho más cerca en el tiempo– Javier Cercas, en El impostor, son tres de los tantos autores que recorrieron el asunto. No es un tema nuevo en la historia de la humanidad: la persona que miente, el político que miente. Pero pocas veces esta cuestión ha quedado a la vista de manera tan descarnada y humillante para todos: para la persona que engañó y para quienes fueron engañados. De manera que, en apenas algo más de un mes, se sabrá cuántos argentinos están dispuestos a apoyar a un Presidente, a pesar de tamaña defraudación. De ese resultado se podrá obtener al menos un acercamiento a la valoración que hace la sociedad argentina acerca de la mentira y la verdad.

Es que lo sucedido fue tremendo. El mismo Presidente que imponía restricciones muy estrictas a la vida cotidiana, que amenazaba con detener personalmente a los transgresores, que insultaba a ciudadanos que no obedecían sus mandatos, ese paladín de la cuarentena al mismo tiempo desmentía en privado de todo lo que decía en público. O sea, el Presidente construía una ficción, una fake news sobre sí mismo, decía que era lo que no era, que hacía lo que no hacía. Mientras, por ejemplo, Pedro Cahn, su principal asesor en el tema, no iba al cementerio a despedir a amigos fallecidos o se privaba de ver a los nietos y jugaba su prestigio al defender las medidas del Presidente, el mismo Presidente participaba de una celebración de cumpleaños, con varias personas, y sin ningún tipo de distanciamiento ni barbijo. Y eso es, apenas, de lo que se sabe.

Pero, además, cuando el escándalo empezó a escalar, el Presidente decidió defender con uñas y dientes al paladín de la cuarentena, al personaje que no era. En los dos reportajes que concedió desde entonces se indignó ante las dudas. “Yo tenía que lograr que los demás se cuiden. Pero, ¿qué querían? ¿Qué un Presidente se quede encerrado en una pieza?”. Nadie le hubiera pedido jamás tamaño disparate: solo que no participara de cumpleaños, como lo hacía, por imposición suya, el resto del país.

Fabiola Yáñez - quinta de olivos - cumpleaños cuarentena  -  Alberto Fernández
El cumpleaños de Fabiola Yañez en Olivos

En una de las notas se produjo un diálogo impresionante con el periodista Víctor Hugo Morales.

-Le pido por favor que me crea, Víctor Hugo—le dice Fernández.

-No se imagina usted cuánto le creo—le responde Morales.

Era lógico que, una vez conocida la verdad, Morales lo reprochara en público.

Pero las mentiras llegaron incluso hasta el momento de la admisión de la mentira. La última de la saga es la palabra “brindis” o, mejor dicho, la frase completa: “Mi querida Fabiola organizó un brindis”. El Presidente, una vez más, intentó desviar la atención, con una maniobra a estas alturas evidente, y por lo tanto ingenua e inútil. Porque él ya sabe, todos sabemos, que el problema central no es la “querida Fabiola”. Vaya uno a saber dónde estaba la cabeza de la Primera Dama cuando “organizó un brindis” en aquellos días de privaciones. Pero el tema es que, en ese supuesto “brindis”, apareció el hombre que iba a detener a los transgresores y se sumó al festejo.

Lo hizo sin barbijo, detalle que agrega un elemento nada menor: su inconsciencia. Más de cien mil personas murieron por esos contagios. La vida de un Presidente no es patrimonio exclusivo suyo. El Presidente es un hombre mayor de 60, tiene comorbilidades. Podía haber muerto y causado una conmoción por esa irresponsabilidad, por ese “brindis” que, otra mentira, fue más que un brindis y que además no fue el único brindis, si es que fue un brindis.

Esa serie de mentiras descorre el velo sobre una cantidad de episodios muy agresivos hacia la sociedad. Esta semana, el Presidente designó como ministro de Defensa a Jorge Taiana, uno de los beneficiarios de la vacunación por izquierda, que se suma a su procurador del Tesoro, Carlos Zannini, otro miembro de su equipo que gozó de ese privilegio, y que a su vez logró vacunar a su mujer en el mismo operativo. El socialista Miguel Lifschitz, el peronista Agustín Rossi, el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, anunciaron que no se vacunarían hasta que les tocara el turno. Lifschitz murió antes de que ello sucediera. Pero Taiana asciende a ministro y Zanini sigue en su cargo. El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, en aquel momento justificó la permanencia en el cargo del procurador con el argumento de que era “personal estratégico” (sic). En medio del escándalo actual, Cafiero también sostuvo que todas las personas que fueron a Olivos eran “personal de trabajo”. Más mentiras.

Santiago Cafiero
Santiago Cafiero y Alberto Fernández

La conducta presidencial expone además un montón de conductas similares. El gobernador Axel Kicillof, por ejemplo, multó a Maru Botana por no cumplir la cuarentena al volver al país, pero es tolerante con su ministro de Salud, en cuya asunción se realizó un pogo, en abierto desafío a las normas sanitarias y a la angustia de todos. Su jefe de Gabinete firma en público demandas contra otros ciudadanos. ¿En qué provincia queda la quinta de Olivos donde también se violaron las normas sanitarias? Si Maru fue multada, ¿por qué no Fabiola y su equipo de trabajo? El senador cristinista Oscar Parrilli opinó que el equipo de Fernández debe estar más atento. ¿Qué hacer entonces con la foto donde aparece Cristina sin barbijo en la habitación del hospital Austral donde se reponía Mayra Mendoza, también sin barbijo, cuando casi nadie podía visitar a sus parientes en los hospitales? ¿Quién puede tirar la primera piedra en la conducción del Frente de Todos?

La contracara de todo esto está en algunos sectores de la sociedad civil. Belen Succi, la arquera de Las Leonas, tiene un hijo de ocho años al que le costó entender que su mamá lo dejaría por 40 días para ir a los juegos olímpicos. Ella le explicó que en la vida hay que perseguir los sueños y que volverían a estar juntos. Succi regresó hace casi una semana con una medalla de plata. Pero todavía no se reencontró con el hijo, porque ella tiene que mantenerse aislada. “Me muero de ganas de abrazarlo. Pero después pienso que es peligroso. Porque al otro día va a ir a la escuela, y puede contagiar a otros”.

La manera en que las sociedades reaccionan frente a la mentira, como frente a la corrupción, es compleja. Carlos Menem, ex presidente de la Argentina, dijo: “Si en campaña electoral decía la verdad de lo que iba a hacer no me votaba nadie”. Sin embargo, la sociedad lo perdonó: seis años después, cuando ya se sabía quién era, Menem arrasó en la elección donde fue reelecto. Raúl Alfonsín calificaba como “el gobierno más corrupto de la historia” al de Carlos Menem, semanas antes de firmar el Pacto de Olivos que le permitió a Menem ser reelecto. Sin embargo, aún es uno de los personajes más respetados de la historia argentina. Elisa Carrió había dicho que su límite ético era Mauricio Macri antes de acordar con él.

Pero pocas veces una mentira ha sido tan ofensiva para una sociedad, en un tema tan sensible. Por eso, en la hermenéutica del resultado electoral de fines de septiembre la palabra “mentira” ocupará un lugar central: “la sociedad perdonó una mentira”, “perdió por haber mentido”, “los argentinos toleran que les mientan”, se dirá, según ocurra una cosa o la contraria. ¿El recuerdo del desastre que dejó el gobierno anterior –el único valor que puede exhibir el Presidente en lo que queda de tiempo hasta el veredicto- alcanzará para que, por ejemplo, alguien cercano, que no pudo despedir en el cementerio a sus amigos, se tape la nariz y vote igual? ¿Será suficiente con recordar la manera irresponsable con que Mauricio Macri endeudó al país?

Salga como salga la elección, el Presidente deberá enfrentar lo que le queda de Gobierno con un arma menos, que para él ha sido central. Cuando un político habla, no necesariamente busca decir algo verdadero, sino algo que le resulte útil. Pero para que sea útil debe ser verosímil. El Presidente ha perdido esa herramienta, porque su discurso, en público o en privado, perdió esa verosimilitud imprescindible.

Finalmente, ¿no sería necesario que el equipo presidencial se siente a analizar seriamente como sigue este escándalo? ¿Realmente creen que todo termina aquí? Por ejemplo, en la última semana de febrero, el director del Hospital Posadas entró a la quinta de Olivos con un equipo de vacunadores. Antes de esa expedición las mismas personas habían vacunado a Horacio Verbitsky, Jorge Taiana, Carlos Zannini y la mujer de Zannini, en el Ministerio de Salud. Para entonces, el Presidente ya había sido vacunado.

¿Qué fueron a hacer a la quinta de Olivos?

El silencio sobre estos temas, hasta ahora, no ha sido una estrategia criteriosa.

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