El Partido Comunista chino: del aislamiento al 'ring' diplomático

EFE/EPA/ROMAN PILIPEY
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Pekín, 28 jun (EFE).- Desafía la supremacía del G7, arremete contra la OTAN y exige un diálogo de tú a tú con las principales potencias del mundo: el Partido Comunista Chino (PCCh) cumple cien años este jueves con incontables frentes abiertos, pero seguro de poder defenderse de lo que considera ataques del exterior.
Sin embargo, esta renovada asertividad difiere de la tradicional pose de “perfil bajo” de los comunistas chinos, cuyo principal apoyo en sus difíciles comienzos llegó de la extinta Unión Soviética.
La ayuda técnica y financiera de Moscú no evitó un creciente enfrentamiento ideológico que se hizo evidente en la Conferencia de Bandung (Indonesia) de 1955, en la que el entonces primer ministro chino, Zhou Enlai, se alejó de lo que posteriormente los líderes chinos calificaron como “socialimperialismo” soviético.
La República Popular China, aislada internacionalmente, instó a los países presentes -la mayoría asiáticos y africanos que acababan de declarar su independencia- a “dejar a un lado las diferencias” y a “buscar la cooperación”, frases que todavía hoy son habituales entre los portavoces del PCCh.
“Aunque el contexto internacional ha cambiado, aquellos principios siguen inspirando formalmente su política exterior”, comenta a Efe el experto español Xulio Ríos.
En plena guerra fría, Pekín enfatizaría “como un derecho sacrosanto” la soberanía, otro concepto que sigue estando “muy presente” para arremeter contra las llamadas “injerencias externas”, agrega el investigador Mario Esteban, del Real Instituto Elcano.
El reconocimiento, en 1971, de Naciones Unidas a la República Popular como “el único representante legítimo de China” en detrimento de Taiwán, unido a su acercamiento a Estados Unidos -que se plasmó en la visita del presidente Richard Nixon a Pekín en 1972- cambió para siempre las reglas del juego.
DEL PERFIL BAJO A LOS “GUERREROS LOBO”
Ya bajo la tutela de Deng Xiaoping (1978-1992), China se centró en su desarrollo interno “consciente de su vulnerabilidad”, apunta Esteban, y culminó esta etapa en 2001 con su entrada en la Organización Mundial del Comercio, tras 15 años de negociaciones.
Hoy, el país asiático representa en torno al 20 % del PIB mundial, supera a EE.UU. en número de misiones diplomáticas y replica sin tapujos a la OTAN -la Alianza la catalogó como “desafío sistémico”- que no permanecerá indiferente si la retan.
Mientras, al G7 le ha espetado que “los días en que las decisiones globales las dictaban un pequeño grupo de países acabaron hace mucho tiempo”.
China devuelve cada golpe aunque, según Esteban, practica un doble juego: “Por una parte, afirma que aún se está desarrollando y que no se le deben exigir ciertas cosas. Por otra, exige un tratamiento especial, de gran potencia, para maximizar su influencia”.
Según Ríos, Pekín afiló su colmillo en respuesta a la guerra comercial que desató el expresidente Donald Trump, la cual derivó en enfrentamientos en varios órdenes -entre ellos el tecnológico- y acusaciones a cuenta de los derechos humanos en la provincia noroccidental de Xinjiang, de la pérdida de libertades en Hong Kong o por el origen de la pandemia.
Así nació la llamada diplomacia de los “guerreros lobo”, con el que los funcionarios chinos más combativos bajaron al barro: el embajador chino en Francia, Lu Shaye, afirmó hace menos de dos semanas que tal término es un “elogio” y que se sentía “privilegiado” de “defender a China de los perros locos que la atacan”.
Esteban destaca el ascenso de diplomáticos famosos por este tipo de declaraciones, que “aunque hayan funcionado a nivel interno, no han ayudado a mejorar la imagen de China”.
“Fue una reacción a la crítica altisonante de Trump. China debe tomar nota de que Joe Biden ha transformado en poco tiempo la imagen de Washington”, argumenta Ríos.
“Es esperable que China baje el tono, pero no renuncia (a sus posturas). Buscará un discurso que sintonice mejor con la opinión pública mundial, lo cual implica reconocer que su imagen internacional se ha resentido, en parte por la escasa tolerancia a las críticas, lo drástico de algunas políticas o su opacidad en otras”, añade.
La dificultad para el país, agrega Ríos, está en que “por más narrativa positiva que quiera promover, las alusiones a Hong Kong, Xinjiang o Taiwán operan como un chasquido de dedos que despliegan sombras sobre sus políticas. La confrontación es problemática para Pekín, pues galvaniza el nacionalismo pero también ahuyenta y puede favorecer los argumentos de hipotéticos rivales”.
Con todo -remata Esteban- “hay actores que piensan que China puede ser tanto un socio como una amenaza a la seguridad. Se cuestiona también el papel de sus proyectos de inversiones o la presión que pueda ejercer en organismos multilaterales para definir estándares en ámbitos que aún no están consolidados. El consenso está en darle cada vez más importancia a China y sus políticas”.
Jesús Centeno

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