Roma, 24 ene (EFE).- El Palacio del Quirinal es el edificio más importante de Italia, tanto desde el punto de vista histórico como simbólico: antigua residencia de papas y reyes, en el último siglo acogió al presidente de la República y, ahora, espera a un nuevo inquilino.
La colina en la que se alza este impresionante complejo palaciego fue una de las predilectas de los antiguos romanos ya que, al ser la más elevada, garantizaba salubridad.
Por esa razón enseguida construyeron sobre ella toda clase de edificios, como el templo del siglo IV a.C en honor al dios del Estado romano, Quirino, que da nombre a la colina, y más tarde, en el 315 d.C, las termas del emperador Constantino.
De aquel pasado solo quedan algunos yacimientos arqueológicos, aunque en la plaza que precede al palacio pueden verse dos esculturas ecuestres, de los Dioscuros, procedentes del templo que Caracalla dedicó al dios oriental Serapis en el 217 d.C.
Con la Edad Media, muchos de los edificios del Quirinal fueron depredados para usar sus mármoles en otras construcciones, hasta que en el siglo VI el área fue comprada por el cardenal Oliviero Carafa para construir su villa. El origen del actual palacio.
La finca cautivó a los hombres más poderosos de la Ciudad Eterna, tanto que el cardenal Ippolito D’Este la alquiló para convertirla en un bello jardín con fuentes y esculturas antiguas.
La belleza de esta villa animó al papa Gregorio XIII a invertir en su ampliación y, a finales del siglo XVI, hizo de ella un espléndido palacio del que aún se conserva la “torreta” en la que ondean las actuales enseñas republicanas.
Su sucesor, Sixto V, gran transformador de la Roma medieval, lo convirtió en sede estival, encargando una nueva ampliación que no vio terminada, pues murió en sus estancias.
Por este palacio, de enormes claustros, grandes ventanales que ofrecen la mejor vista de la capital e impresionantes frescos que recorren las profundas raíces itálicas, pasarían los sucesivos pontífices como Clemente VIII o Pablo V, que confirió al edificio el aspecto arquitectónico que conserva en nuestros días.
El Quirinal, símbolo del poder, fue el escenario de importantes momentos de la historia, como cuando a comienzos del siglo XIX las tropas de Napoleón ocuparon Roma, capturaron a Pío VII, deportándolo a Francia, e hicieron del edificio residencia imperial.
Bonaparte nunca lo habitó, aunque se llegó a decorar al gusto neoclásico, y fue el propio pontífice quien a su regreso a Roma, tras su liberación, se encargó de borrar cualquier rastro francés.
El último papa que residió en el Palacio del Quirinal fue Pío XI hasta su muerte en 1878.
Italia, que había estado dividida en reinos tan independientes como belicosos entre sí, acaba de unificarse de la mano de los Saboya y en 1880 logró anexionar el último reducto de la península: la Roma milenaria de los papas.
El nuevo rey, Vittorio Emanuele II, lo eligió como residencia y la decoró con bellos muebles al estilo rococó e importantes cuadros y tapices, como la serie de la historia de Eneas, el héroe troyano destinado por los dioses a fundar Roma.
El Palacio siguió acogiendo a los monarcas piamonteses durante los años más negros de la historia del país, como la I Guerra Mundial o mientras los “camisas negras” de Benito Mussolini azotaban las calles y llevaban el país al desastre del fascismo.
Con el fin de la II Guerra Mundial, aquella Italia exhausta mandó al exilio a la familia real y apostó por la República como forma de Estado.
Para entonces el Palacio del Quirinal, enorme fortificación en lo más alto de Roma, seguía esperando a sus próximos moradores, hasta la fecha doce presidentes republicanos. Desde hoy se empieza a buscar a su nuevo inquilino.
Gonzalo Sánchez
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