Especial para Infobae de The New York Times.
(Science Times)
Nos guste o no, el otoño ha llegado. Pronto hará más frío, las hojas caerán y las noches se alargarán más que los días. Las piscinas al aire libre han cerrado, y se acercan las fiestas. Otro año muere; así es la historia.
Al menos, así es como se presenta a menudo el otoño: como una época de envejecimiento y decadencia. El poeta Percy Bysshe Shelley comparó la caída de las hojas del otoño con los cadáveres en la tumba. William Shakespeare lo llamó “el segundo yo de la muerte”, cuando la juventud se convierte en cenizas. En época más reciente, se ha convertido en una estación para reconocer nuestro temor existencial.
Para muchos que luchan contra la depresión estacional en los meses de invierno, el otoño es el comienzo de sus síntomas. Algunos pequeños estudios sugieren incluso que si en otoño uno está “rumiante”, o muy preocupado por sus pensamientos, podría correr más riesgo de sufrir depresión en invierno. Cambiar los relojes en otoño se asocia a episodios depresivos (no así cambiarlos de nuevo en primavera). No es de extrañar que la estación tenga tantas celebraciones para intentar mantenernos el ánimo alto.
Los psicólogos afirman que los sentimientos que suelen surgir en otoño provienen de nuestro malestar con el cambio, y de la ansiedad e incertidumbre sobre lo que ese cambio traerá consigo. La melancolía que sentimos es una forma de duelo, de luto por la luz del sol perdida, la facilidad del verano y el verdor que abunda en el clima cálido.
Sin embargo, no todo es malo. El otoño también trae consigo días luminosos y frescos, huertos de calabazas y suéteres acogedores. En algún punto de las hojas crujientes, los fuegos crepitantes y el aire frío, se puede localizar una sensación de posibilidad, incluso de electricidad.
Y todas estas cosas —la ansiedad, la promesa e incluso la reflexión— hacen que sea la estación ideal para desarrollar la resiliencia y practicar la conciencia plena.
Para Jelena Kecmanovic, fundadora del Instituto de Terapia de Conducta de Arlington/D. C., el otoño le recuerda la exploración de las montañas cercanas a su casa en Sarajevo, en lo que entonces era Yugoslavia y ahora es Bosnia-Herzegovina, donde pasó los primeros veinte años de su vida, durante una de las épocas más prósperas de ese país. No obstante, en la década de 1990 se vio obligada a huir durante un sangriento asedio de cuatro años a su ciudad.
Hoy es una experta en resiliencia, un concepto enfocado en la capacidad de adaptarse a experiencias vitales difíciles. Kecmanovic describió el otoño como la estación en la que podemos trabajar en nuestra aceptación de la incertidumbre, adoptando esa sensación de inquietud que quizá tengamos al salir de nuestras rutinas de clima cálido.
Los psicólogos han descubierto que la idea del cambio, el final de una cosa, el comienzo de otra y, sí, tal vez nuestra propia mortalidad, subyace a una gran cantidad de ansiedad. Algunos de nosotros tenemos problemas más que otros con la “intolerancia a la incertidumbre”, como la llaman los expertos. Esa tendencia fue nombrada por primera vez en la década de 1990 por un equipo de psicólogos canadienses, y desde entonces se ha identificado como un factor de riesgo para la mala salud mental.
“Una gran cantidad de investigaciones ha demostrado que la intolerancia a la angustia, la incomodidad, la impermanencia, la incertidumbre, predice malos resultados a largo plazo”, opinó Kecmanovic.
Pero la intolerancia a la incertidumbre es parte del ser humano; todo el mundo lo tiene en algún nivel. Y es transformable. Una forma de desarrollar la tolerancia es apoyarse en ella: cultivar la incertidumbre en lugar de huir de ella.
“Evitar el sufrimiento produce sufrimiento”, aseguró Kelly Wilson, profesor emérito de Psicología en la Universidad de Mississippi y codesarrollador de un enfoque conocido como terapia de aceptación y compromiso, que alienta a las personas a dejar de negar o luchar con emociones desagradables, y en su lugar aceptarlas. Un sentimiento de euforia también puede provenir de experimentar algo nuevo o incierto, lo que a su vez genera resiliencia, señaló Kecmanovic.
Apoyarse en la incertidumbre significa dejar de lado las rutinas y la planificación, lo que Kecmanovic llama “cojines que nos hacen sentir que tenemos el control”. Explora en bicicleta un vecindario en el que nunca has estado sin un mapa. Sal durante una de esas largas noches de otoño para encontrar un lugar lo suficientemente oscuro donde observar las estrellas. Sal a caminar en un día en que podría llover.
Es posible que te pierdas, te empapes o no puedas ver ninguna estrella. Puedes sentirte incómodo o como si estuvieras perdiendo el tiempo. Pero esos pequeños momentos de incertidumbre, aseguró Kecmanovic, generarán exposición, tolerancia y tal vez incluso una apreciación de los momentos en los que no sabes lo que está por venir y te sientes fuera de control.
“Es lo opuesto a decir: ‘Tengo la seguridad de cómo va a ser en la próxima media hora o el próximo día o el próximo año’”, afirmó. “Es como pensar: en este momento estoy vivo. Y eso es suficiente”.
También hay formas más tranquilas de enfrentarse al cambio de estación. Otra estrategia que sugieren los expertos para calmar la ansiedad estacional es dar un paso atrás y simplemente observar el mundo que te rodea. Por ejemplo, sentarse tranquilamente en un banco del parque y ver cómo caen las hojas de un árbol.
Kecmanovic afirma que entrelazar los temas más importantes de la naturaleza y el propósito en los momentos de meditación tranquila puede ayudar a calmar la sensación de ansiedad en torno a la incertidumbre a corto plazo y ponerla en una perspectiva más amplia.
Para Jana Long, cofundadora de la Alianza de Profesores de Yoga Negros de Baltimore, el otoño es una época de “samyama”, un concepto del yoga que se refiere, entre otras cosas, a la práctica meditativa de observar un objeto y quedarse absorto en él. A veces, Long mira la hierba después de la última siega del año y dedica un tiempo a pensar en lo que eso significa para una planta. Otras veces, dice, examina las rosas de su jardín que necesitan podarse antes del invierno, imaginando lo que necesitan y cómo cambiarán.
Se ha demostrado una y otra vez que ese tipo de atención plena reduce el estrés y aumenta el bienestar. Puede mejorar tus entrenamientos, ayudarte a concentrarte en el trabajo y hacer frente a un mundo incierto. Para algunos, la práctica de la atención plena puede cambiar la forma en que ven sus vidas de manera importante. Para la mayoría de nosotros, simplemente se trata de una herramienta útil para encontrar una sensación de paz cuando la necesitamos.
Quizá el otoño siempre tendrá un susurro de decadencia y mortalidad para los seres humanos. Pero aceptar esa tristeza es importante.
Si siempre tratas de evitar los sentimientos difíciles, tal vez acabes aislándote también “del amor, la riqueza y la dulzura”, explicó Wilson. “Así es la vida: dulce y triste, vertida del mismo recipiente en igual medida”.
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