El mercado de las criptomonedas colapsó y ellos siguen comprando bitcoines

Especial para Infobae de The New York Times.

Cory Klippsten empezó a emitir advertencias sobre el mercado de las criptomonedas en marzo. La moneda digital Luna, según dijo Klippsten en un tuit, era una estafa, orquestada por una empresaria “muy parecida a Elizabeth Holmes”. El nuevo criptobanco Celsius Network implicaba un “enorme riesgo de fracaso”, afirmó.

Cuando esos criptoproyectos se vinieron abajo unas pocas semanas después, y causaron un colapso que ha eliminado alrededor de 1 billón de dólares en valor, Klippsten se volvió un invitado frecuente en los noticiarios, donde pintaba a la industria como una maraña de charlatanes e hipócritas. “Las criptomonedas son una estafa”, declaró el mes pasado.

Pero Klippsten es distinto a la mayoría de los detractores de las criptomonedas en un aspecto crucial: es director de una empresa de bitcóin.

En el criptomundo, Klippsten es conocido como un maximalista, o “maxi”, del bitcóin: un evangelizador acérrimo que cree que el bitcóin transformará el sistema financiero, aunque el fraude abunde en el resto del criptoecosistema. Los maxis son tan solo un subgrupo de la criptoindustria, pero entre sus filas hay figuras influyentes como Jack Dorsey, uno de los fundadores de Twitter y uno de los primeros promotores del bitcóin.

En junio, los maxis siguieron comprando bitcoines incluso después de que su precio se desplomó a alrededor de 20.000 dólares, su nivel más bajo en 18 meses. (El bitcóin simplemente “está en oferta”, afirmaron). Además, mientras el mercado se derrumba, ellos han emprendido una ofensiva de relaciones públicas con el objetivo de persuadir a los inversionistas y a los legisladores de que el bitcóin es diferente a los miles de otras divisas digitales que proliferaron en los últimos años antes de desplomarse esta primavera.

“El único futuro para las criptomonedas distintas del bitcóin es incorporarse a bancos y gobiernos, y volverse parte del sistema existente”, comentó Klippsten, de 44 años, desde su casa en Los Ángeles, donde una escultura decorativa de bitcoines adornaba una repisa a sus espaldas. “De hecho, el bitcóin está fuera del sistema”.

El debate propiciado por los maxis se ha vuelto una lucha por el futuro de las criptomonedas. El colapso reciente demuestra cuánto se parece esta industria a lo peor del sistema financiero tradicional: una red interconectada de proyectos arriesgados y prácticas comerciales parecidas a las de un casino. Los maxis afirman que están intentando encauzar la criptoindustria de vuelta a algunos de sus ideales originales en un momento decisivo, ya que un nuevo escrutinio normativo y la desconfianza creciente de los consumidores constituyen una amenaza existencial para la industria.

También ven una oportunidad de ganancia en esta crisis. Cuando Celsius implosionó en junio, Klippsten publicitó una promoción a fin de que sus antiguos clientes obtuvieran una membresía para su firma de servicios financieros, Swan Bitcoin, que ofrece planificación financiera a inversionistas de bitcóin.

Los partidarios del bitcóin han cortejado a nuevos usuarios desde que la moneda digital fue inventada, en 2008, por una figura misteriosa conocida únicamente con el seudónimo de Satoshi Nakamoto. En aquel entonces, los defensores del bitcóin se sentían desilusionados con el sistema financiero convencional y querían crear un tipo de dinero virtual que pudiera intercambiarse sin un banco ni otros intermediarios. Debido al límite de suministro integrado en su código subyacente, se suponía que el bitcóin ofrecía una protección contra la inflación, ya que ninguna autoridad centralizada podría imprimir más unidades.

A muchas criptomonedas subsecuentes les han hecho falta esas características. Suele suceder que un grupo de fundadores emite nuevas monedas y estos ejercen un control significativo sobre su distribución, una dinámica que puede replicar la estructura centralizada de las finanzas tradicionales.

“El bitcóin es dinero descentralizado con un límite digital. Todo lo demás está centralizado”, explicó Jimmy Song, anfitrión de un pódcast sobre criptomonedas y un maxi declarado del bitcóin. “Hay un mundo de diferencia entre una moneda soberana, resistente a la censura y un medio para las apuestas”.

La visión utópica de los maxis sobre una divisa estable y descentralizada, pero que es aceptada por todos dista mucho de la realidad. El precio del bitcóin oscila de manera vertiginosa, y sus inversionistas a menudo la tratan como una especie de acción riesgosa, muy similar a las acciones de las empresas que cotizan en el índice Nasdaq, que cuenta con una gran presencia del sector tecnológico.

Casi nadie usa bitcoines para realizar transacciones ordinarias. El año pasado, El Salvador adoptó el bitcóin como su moneda nacional, pero ese proyecto ha sido un fracaso rotundo. La verificación de transacciones con bitcoines —un proceso conocido como “minería” ya que recompensa a los participantes con monedas digitales— consume mucha energía: los investigadores estiman que la minería de bitcoines quizá produce hasta 65 megatones de dióxido de carbono al año, una cifra comparable a las emisiones anuales de Grecia.

“No se puede usar para comprar nada, es demasiado volátil y compleja, y está cargada de cuotas”, comentó sobre el bitcóin John Reed Stark, exfuncionario de la Comisión de Bolsa y Valores. “No tiene ningún valor intrínseco”.

Aun así, los maxis han aprovechado la recesión para argumentar que el bitcóin es la única criptomoneda que vale la pena tomar en serio. “El valor del bitcóin desciende, pero la justificación de su existencia nunca ha sido tan convincente”, rezaba un titular reciente de Bitcoin Magazine.

“Si señalas los riesgos que está tomando alguien y resulta que, en general, está a salvo, te pueden acusar de crear un pánico bancario o de ser un trol”, puntualizó Michael Saylor, quien fue hasta hace poco el director ejecutivo de MicroStrategy, una compañía de software que ha desarrollado una amplia reserva de bitcoines. “Era algo difícil de explicar en términos teóricos antes de que ocurriera el colapso. Pero ahora ya ocurrió”.

En ocasiones, Saylor y otros maxis se han quejado de que se mancilla la imagen del bitcóin en Washington, donde los legisladores han expresado cada vez más su preocupación sobre el impacto ambiental de la criptomoneda.

Parte de la labor de promoción de criptomonedas en Washington es financiada por empresas que ofrecen monedas virtuales basadas en un sistema de verificación alternativo, cuyo mantenimiento requiere menos energía. En abril, Chris Larsen, un multimillonario que cofundó la empresa de criptomonedas Ripple, anunció que destinaría 5 millones de dólares a una campaña publicitaria que le exige a bitcóin detener su infraestructura de minería devoradora de energía, que según sus proponentes es vital para que la red mantenga su seguridad y equidad.

Ahora, los partidarios del bitcóin están construyendo su propio aparato político. Este año, David Zell, defensor del bitcóin, emprendió el Bitcoin Policy Institute, un labortario de ideas que promueve una agenda probitcoin en Washington. El instituto ha argumentado que las preocupaciones en torno al consumo de energía de los bitcoines son exageradas.

“Lo que decimos es que el bitcóin tiene un conjunto de propiedades que la hacen única”, afirmó Zell. “Esas diferencias son suficientemente marcadas como para que se señalen en conversaciones serias sobre las políticas de la industria”.


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